Nuevo obispo de Copiapó, Ricardo Morales: “Quiero una iglesia que escucha, que está con las víctimas y con los pobres”
Provincia Mercedaria
de Chile

Nuevo obispo de Copiapó, Ricardo Morales: “Quiero una iglesia que escucha, que está con las víctimas y con los pobres”

Martes 23 de Junio, 2020

 


Queremos compartir con ustedes la entrevistas que Kairós News realizó a fray Ricardo Morales Galindo con motivo de su nombramiento como nuevo obispo de Copiapó.

Ricardo Morales Galindo nació en San Fernando (región de O’Higgins), justo un año antes del golpe militar, el 11 de septiembre de 1972. Estudió en Talca y en Santiago. Es abogado, magister en derechos de la infancia y la familia, y casi magister en teología pues le falta concluir la tesis que deja de escribir cada vez que la iglesia le pide enfrentar un nuevo desafío. Es hijo de Basilio y Alicia y tiene una hermana, que es educadora de párvulos.

Se declara feliz de ser religioso y sacerdote de la Orden de La Merced. Le gusta ver películas como la coreana Parásitos, “es muy buena, muy fuerte”, comenta. Pero “me gusta harto leer”, añade. “No sólo teología, también un poco de sociología y filosofía. Entre sus autores favoritos destacan Federico García Lorca, José Luis Borges, y los chilenos Enrique Lihn y Gabriela Mistral. “Trato de leer poesía todos los días”.

Cuenta que participar en la Pastoral Universitaria lo llevó a su vocación. “Lo decisivo fue una confesión que tuve en la Basílica de la Merced con el padre Roberto Toro. Ahí comenzó la historia”, indica. Fue provincial de su congregación y administrador apostólico de Puerto Montt.

¿Qué significado tiene para usted ir a una diócesis con tanta historia como Copiapó, donde se fundó el primer convento mercedario?

― Es muy significativo seguir una huella que otros han ido construyendo. Uno se hace responsable de esa historia, no para amarrarse a ella porque no podemos vivir de las glorias del pasado sino que para descubrir hoy cuáles son las necesidades. En ese sentido Copiapó, tiene mucha necesidad”.

¿Qué rasgo de su carisma mercedario cree usted le ayudará para ser obispo de este Chile del siglo XXI?

― El carisma de La Merced es muy rico, confirmando en los 800 años de vida que tenemos. Creo que puede ser un aporte la perspectiva de la liberación del ser humano. Hoy día estamos con muchas cadenas. El egoísmo, la envidia, el consumismo y un montón de otras cadenas que nos atan. Si uno vive fielmente el carisma, trata de ser consecuente, podría ser un aporte sabiendo de la propia pequeñez, sobretodo frente a otros que han vivido radicalmente el evangelio y lo que significa ser mercedario.

¿Cómo le fue en Puerto Montt?

― Con la perspectiva de unos meses de haber salido de allá, creo humildemente, con la ayuda de mucha, mucha gente, laicos, sacerdotes, súper fieles, logramos hacer verdad y justicia.

¿Tuvo costos altos?

― Sí, primero trajo los costos de los sacerdotes que tuvieron que salir o ser investigados. También la gente de las parroquias que no entendió el proceso que se quería hacer, lo que la Iglesia estaba pidiendo, lo que Santo Padre nos estaba pidiendo. Eso fue difícil y doloroso. Aunque en lo personal, fue una experiencia muy bonita, enriquecedora, que me ayudó muchísimo.

¿Cumplió el objetivo?

― El objetivo se cumplió, fundamentalmente en acoger a las víctimas de abusos de eclesiásticos. En escucharla y creerles. En abrir los procesos que no se habían abierto. Y dar cauce en justicia y en verdad a estas personas. Esos procesos todavía están abiertos, y tendrá que determinarse la responsabilidad o no. Pero te puedo decir que con dolor me tocó acompañar personas que habían sido abusadas por sacerdotes, a las cuales les creo, no dudo de eso. Las víctimas no me las inventó nadie ni las fui a buscar a la calle. Las víctimas llegaron.

“Por eso acoger a esas personas para mí es una satisfacción, de decir misión cumplida, aunque hay muchas personas que no les gustó, que hubo sacerdotes que me criticaron porque en definitiva vieron que no era el pastor que ellos esperaban. Ahora, uno aprende mucho, sin duda. Yo no soy perfecto y también me equivoco. Pero creo que más allá de la persona, había que hacer verdad y había que hacer justicia. Había cosas que no se podían permitir”.

Junto con la verdad y la justicia para los sobrevivientes también es importante la reparación.

― De todas maneras. Y eso creo que se logró. La arquidiócesis estaba con números rojos y con solo poner orden, se lograron números azules. Con los recursos obtenidos, pagamos a profesionales que atendieran a las personas abusadas y sus tratamientos psicológicos.

“Entonces, uno no hace las cosas por recompensas sino por el convencimiento de que si hay alguien que sufre, se debe reparar el dolor, que hay que curarlo. Esa es la satisfacción que da. Pero, como te digo, con costos personales y humanos.

“Recuerdo el 8 de diciembre de 2018, cuando un grupo de personas, totalmente cegadas intentaron atacarme. Una de ellas me golpeó. Esas son situaciones desagradables que vienen de gente cegada. Pero el Señor tiene misericordia para entender el corazón humano. Por eso uno perdona desde el corazón esas situaciones. Pero como te digo, sabiendo que, como dice el dicho, si quieres hacer tortillas tienes que romper huevos. Son situaciones que también me tocaron en mi comunidad religiosa con sacerdotes que vivían una doble vida, y para quienes soy el verdugo”.

Ha habido varios obispos mercedarios, entre ellos Carlos Oviedo Cavada, que fue cardenal. Últimamente se conoció una acusación de abuso sexual que habría cometido mientras se realizaba la visita a Chile del Papa Juan Pablo II, en 1987. ¿Qué reflexión le surge al respecto?

― Toda persona víctima de abuso debe ser escuchada y atendida. Eso es lo principal. Y en ese sentido tenemos que facilitar que toda persona pueda, en la iglesia, obtener un espacio de escucha y justicia. Ojalá de justicia. Ahora, bien, creo que tenemos que ser capaces de enfrentarlo y llegar a la verdad, porque aquí no hay encarnaciones de Jesucristo, por mucho bien que pudieran haber hecho. Si hay responsabilidad hay que determinarla. Si alguien sabía y está vivo, tiene que hacerse responsable. He aprendido que el único maestro que tenemos que seguir, es Jesucristo. Aquí no hay semidioses. Somos limitados, todos somos limitados y quienes han cometido delitos tienen que enfrentarlos.

¿Aunque haya obispos involucrados?

― Por supuesto. Si aquí todos tenemos una condición de bautizados que nos hace iguales frente a Dios, en dignidad y derechos. Aquí no hay más dignidad que las que nos da el servicio. Y toda dignidad que tenemos por oficio es para servir, no para sentirse con algún fuero especial que impida ser juzgado. ¡No! Aquí estamos bajo la misma ley, primero la ley chilena, y también bajo la ley eclesiástica. Por eso, sea quien sea tiene que asumir la responsabilidad de sus actos porque aquí no hay fueros. Además, el Congreso aprobó una ley que permitió que los eclesiásticos perdieran ese privilegio que tenían de declarar en sus domicilios, por ejemplo.

En la Conferencia Episcopal subsisten obispos que están renunciados y en algunas ocasiones, han dejado ver que la unidad episcopal sólo pasa por ellos. ¿Usted como entiende la unidad del episcopado?

― El Papa nos ha dicho a toda la Iglesia en Chile, no sólo a los obispos, que tenemos que colocar a Jesucristo en el centro. Cuando hemos perdido esta noción de Jesús en el centro, hemos olvidado para qué estamos. Tener a Jesucristo en el centro significa que la unidad y la comunión pasan por Cristo, quien se define a sí mismo como Camino, Verdad y Vida.

“Es camino, para todos, donde cabemos todos los bautizados. El Concilio Vaticano II habla de la igualdad de los bautizados. Verdad que es Jesús, que nos hace reconocernos pecadores para ser reconciliados por Él, bajo una verdad que no es manipulable, Y vida, porque no podemos vivir en situación de muerte, mentira, engaño, falsedad. La comunión se forma ahí.

“En las asambleas episcopales siempre he visto una voluntad de responder a lo que el Papa nos pide y por ahí se ha ido caminando. ¿Se podrían haber hecho las cosas de otra forma? Sin duda, pero se ha hecho un esfuerzo y creo que el Papa reconoce ese esfuerzo. Él nos pide una conversión a todos, para lo cual tenemos que ser humildes y pedir perdón. Pero el perdón, como muchas víctimas han dicho, no pasa por declaraciones bonitas. Pasa por hechos”.

De la “Carta del Papa al Pueblo de Dios que peregrina en Chile” ¿qué sería a su juicio lo más relevante que estaría pendiente?

― Hay temas que se han ido enfrentando en el corto plazo y hay otros que tendremos que seguir enfrentando. Mejorar la formación del clero, la formación permanente, la formación laical. Debemos cuestionarnos qué formación estamos entregando en los seminarios, cómo estamos acompañando a los sacerdotes, todo lo cual no se soluciona con un documento sino con una praxis vital que nos hace creer lo que estamos escribiendo. Y ahí creo que hay un desafío, ir creciendo en transparencia.

“Cuando llegué a Puerto Montt había una opacidad en los datos financieros. Y una de mis intenciones era publicar esos datos y esos ingresos y ser transparente en lo que la iglesia recibe. Se trasparentaron los datos y aumentaron los fondos que permitió dar a los sacerdotes una cantidad de dinero mensual, que antes no recibían. Son cien mil pesos, que para vivir no es mucho, sobre todo hoy día pero permitía ser solidarios. Y eso pasa con la transparencia. Es decir, tomar decisiones más conversadas, con una mirada más horizontal. No negamos la jerarquía porque la Iglesia es jerárquica. Pero hoy día, la realidad del mundo nos pide una conversación más horizontal. Las diócesis están en eso. Están escuchando a los laicos, están trabajando. El equipo pastoral de la Conferencia Episcopal que ha visitado todas las diócesis, ha hecho un trabajo bien bonito con el padre Renzo Ramelli. Hay harto que seguir hincándole el diente en esos plazos y en esos tiempos”.

Es sabido que es una dificultad hoy en la iglesia contar con más sacerdotes. ¿Usted estaría dispuesto a abrirse a otras posibilidades como el sacerdocio de los hombres casados que se habló en el Sínodo de la Amazonía, o el sacerdocio de las mujeres a que se refiere el Sínodo alemán?

― Yo no tengo la solución. A lo que voy, como el Papa nos insiste, tenemos que vivir la sinodalidad y eso pasa por el diálogo entre hermanos, donde podemos disentir. El Sínodo de la Amazonia fue muestra evidente de eso, de diálogo entre hermanos. Lo importante es hacer una reflexión de cómo podemos, con las actuales estructuras, ampliar y mejorar la participación sin clericalizar la iglesia pues la iglesia somos todos, sacerdotes, laicos, religiosas. Hay que ver qué hay detrás del debate.

“En Copiapó, tengo entendido, hay religiosas que hacen un muy buen trabajo en parroquia, con una figura, no sé si de administradora parroquial o algo similar, lo que es muy positivo. Pero no estamos transformando a la religiosa en un cura. Ella no deja de ser religiosa. Le estamos dando una capacidad para tomar decisiones, acompañar, animar, fortalecer. Entonces, ahí yo creo que hay mucho, mucho que tenemos que crecer.

“Ahora, cada iglesia tiene sus propias realidades. La iglesia alemana es muy distinta a la iglesia en Chile. Tiene otra realidad que es la realidad protestante, donde el diálogo es muy importante, tanto que permite que haya una sola facultad de teología para católicos y luteranos. Por eso tenemos que ver cada realidad cómo es y dialogar desde esa perspectiva, sin que nadie se sienta superior al otro.

“Tampoco podemos decir en un asambleísmo levantemos la mano y veamos. Hay que escuchar a los teólogos que nos ayuden a reflexionar y a decir cómo era la iglesia primitiva, qué se ha ido llenando de grasa en la iglesia a lo largo de los siglos, cómo las comunidades tienen que ser más fieles a Jesucristo, cómo se entiende el sacerdocio en la comunidad primitiva, qué quiso Jesucristo en alguien que tuviera el sacerdocio. Todo eso es una una reflexión pendiente en la que el Papa ha estado muy abierto a ella. Y un poco así lo ha pedido la Congregación Doctrina de la Fe respecto del tema del diaconado femenino”.

En su diócesis nueva, un tema importante es la religiosidad popular, aunque muchos la miran con bastante desprecio o desconfianza, por decir lo menos. ¿Cómo la percibe usted? ¿Qué valor tiene esta religiosidad popular para la iglesia?

― Para mí, tiene el valor más grande y es una pena que haya gente que no la valore o que la desprecie, como tú dices. El Papa lo dice en la carta a la iglesia en Chile. Cuidemos la religiosidad popular porque en ella hay un tesoro muy grande porque permite que la gente se acerque a Dios. Y eso tenemos que cuidarlo mucho.

“Se me viene a la mente el cántico de la Virgen. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Jesucristo valora esa humildad, esa sencillez, que no se queda solamente en una expresión cultural, que por sí es muy valiosa. Sino que pasa por una expresión de fe muy grande.

“Con mis papás, con mis abuelos, especialmente con mi abuelita materna, tuve la oportunidad y la gracia de conocer esa religiosidad popular. De ir al Santuario, de llevar las flores, la vela, rezarle a la Virgen, hacer la peregrinación. De eso, uno, no se olvida. Podemos haber estudiado mucho o poco pero esa fe, que es la fe de la viuda que echa las moneditas pequeñas en la alcancía, es la fe que nos salva. Podemos saber mucho de teología pero la teología no me ayuda a acercarme más al Señor”.

En la diócesis de Copiapó se dan grandes conflictos ecológicos y económicos, siendo las principales víctimas los pueblos originarios.

― El Papa Benedicto XVI, cuando visitó Brasil, lo dijo muy claro. El mayor regalo que nos trajeron los evangelizadores es la fe. Pero es cierto, hay una leyenda negra, que habla de abusos y de imposición. Hay muchas manifestaciones religiosas de pueblos originarios que se destruyeron. Hoy hemos crecido en la multiculturalidad del mundo que nos toca vivir y valorar cada expresión cultural y de fe como una expresión valiosa. Muchos pueblos fueron arrasados, diezmados. Y hoy día, yo creo que lo que se nos pide es un respeto, una consideración. Saber que Chile no es uniforme. Ni en su geografía, ni en su población. Somos muy diversos. De repente, se nos quiso vender el esquema de que éramos todos iguales, todos europeos. Y eso no es así. Tenemos una riqueza que viene de nuestros pueblos originarios.

“Ahora esta epidemia que estamos viviendo es una muestra clara de cómo el hombre puede destruir su casa y esa casa caerle encima. En Laudato Si’ el Papa es muy claro en eso. Como el respeto a la creación es en el fondo el respeto al ser humano. La economía tiene que ser una economía que no depreda, una economía que no es sálvese quién pueda. Sino que es una economía que trata de ser solidaria, que no niega que el crecimiento pasa por un esfuerzo personal, pero que no desconoce que ese esfuerzo personal hay muchos que no lo pueden hacer, porque parten la carrera sin zapatos. Entonces, ahí tenemos que ser capaces de nivelar la cancha no para abajo, sino para arriba. Y ahí hay un desafío”.

En su carta a la iglesia de Copiapó hoy día, usted señala como referente a Don Fernando Ariztía, que estuvo 25 años como pastor en esa diócesis. ¿Qué rasgos pastorales o espirituales de don Fernando inspiran a usted?

― Su cercanía con los pobres. Eso es muy significativo. Él fue un pastor cercano que anunció y denunció en su tiempo. No le llego, te aseguro, ni a sus talones. Pero creo que debemos tenerlo entre los grandes inspiradores, como quienes vivieron por dentro las conferencias del episcopado latinoamericano. Como Pablo VI… Ariztía y los demás pastores fueron hombres de evangelio. Y eso creo que es lo más disruptivo. Ser hombre o mujer de evangelio trae consecuencias. Y yo creo que su testimonio, precisamente, los llevó a generar consecuencias. Por eso los recordamos hasta hoy.

¿Algo más que agregar?

― Que me ayuden a ser un buen cura, un buen obispo. No me siento superior en título ni en grado a nadie. Quiero aprender de todos y que me digan los errores que cometo. Que me enseñen a ser humilde. Y que me permitan mostrar esa iglesia que el Papa Francisco quiere: una iglesia que escucha, una iglesia que acoge, una iglesia que está con las víctimas, una iglesia que está con los pequeños y con los pobres. Tengo un montón de defectos y debilidades pero si soy consciente que hay un Dios en Jesucristo que nos ama profundamente. Ese amor hay que transmitirlo. A todos y todas. A los que creen y a los que no creen. A los lejanos y a los cercanos. Y que ojalá, con el pobre testimonio de vida que uno pueda dar, se crea que Jesucristo está con nosotros en medio nuestro. Ojalá me sientan cercano. Que me juzguen por lo que haga pero que me ayuden. Y que sientan que aquí tienen a alguien, que quiere ser un discípulo de Jesucristo. Nada más, que ya es mucho.

[Entrevista de Aníbal Pastor N.]

 



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