2° Domingo de Cuaresma. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

2° Domingo de Cuaresma. Comentario del Evangelio

Viernes 10 de Marzo, 2017

 
En la transfiguración, Jesús resplandece desde su interior, no sólo recibe la luz sino que él mismo es Luz de Luz. La presencia de Moisés y Elías que aparecen conversando con Jesús, lleno de esplendor y de fulgor irradiante, testimonian que Jesús es el cumplimiento de la Ley y los Profetas, el verdadero Mesías que conducirá a la verdadera tierra prometida, el Reino de Dios.

2° DOMINGO DE CUARESMA (A)

Año 2017 de Cristo Redentor

 “De nuevo nos encontramos – como en el Sermón de la Montaña y en las noches que Jesús pasaba en oración – con el monte como lugar de máxima cercanía de Dios; de nuevo tenemos que pensar en los diversos montes de la vida de Jesús como en un todo único: el monte de la tentación, el monte de su gran predicación, el monte de la oración, el monte de la transfiguración, el monte de la angustia, el monte de la cruz y, por último, el monte de la ascensión, en el que el Señor – en contraposición a la oferta de dominio sobre el mundo en virtud del poder del demonio – dice: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”(Mt 28, 18).(Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 360).

Textos

Gén 12, 1-4         “Sal de tu tierra y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré”. 

Sal  32, 4-5.18-20.22     Que tu misericordia, Señor venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.  

2Timoteo 1, 8-10       “Él nos salvó y llamó, destinándonos a ser santos”.

Mt 17, 1-9           “Su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la  luz”.

                Seguimos el camino de la Cuaresma. Ya tuvimos oportunidad de mirar la profundidad de nuestra vida humana y cristiana, sometida a la tentación como un hecho universal que todo ser humano tiene que aprender a enfrentar si no quiere ser esclavizado y oprimido por el mal. Jesús nos ha confortado con su propia experiencia de ser sometido a la tentación que, en definitiva, no fue otra cosa que la propuesta del enemigo de Dios de apartarlo de la misión y ofrecerle el oropel del poder y dominio. La fidelidad de Jesús, basada en su irrenunciable confianza en Dios, nos sirve de modelo de respuesta ante las arremetidas incesantes del enemigo de Dios en nuestra vida común y corriente. Hoy, en el segundo domingo de Cuaresma, volvemos a poner nuestros ojos en Jesús ante la realidad de su pasión y muerte y el demoledor impacto de este anuncio en los suyos. Entonces comprendemos el sentido y dimensión de la Transfiguración del Señor ante los tres discípulos elegidos por Él: Pedro, Santiago y Juan. Ellos serán testigos de una experiencia de Jesús como resucitado, resplandeciente y luminoso hasta hacer olvidar el oscuro camino de la cruz, aunque sólo por unos instantes, porque luego de aquella visión celestial, Jesús y sus acompañantes deben descender a la dura realidad de la muerte en cruz. La escena de la Transfiguración es una confirmación de la vocación divina de Jesús: es el Hijo amado del Padre. Los discípulos deben escucharlo y seguirlo por el camino de la Pascua. Es el camino del sufrimiento y de la muerte de Jesús que recorre plenamente consciente, preparando a sus discípulos para que también lo afronten con fortaleza. Sin embargo, es el único camino que conduce a la verdadera vida, a la gloria auténtica, a la luz sin ocaso. He aquí la más difícil tarea de la fe: aceptar que la vida verdadera sólo se alcanza muriendo como el grano de trigo que cae en tierra y que muere para dar fruto abundante. Es la siempre disyuntiva a que nos enfrenta Jesús cuando afirma que el que salva su vida, la perderá y quien pierda su vida por su causa, vivirá. Paradoja del camino de Jesús y del discípulo. En el suceso de la transfiguración estamos llamados a contemplar nuestra meta última que, sin embargo, no nos ahorrará el abrazar el camino de cruz en la vida presente.

                Tratemos de acercarnos a la Palabra que hoy la Iglesia, como Madre y Maestra, nos ofrece para sostenernos en el camino del seguimiento de Jesús, el Hijo amado del Padre.

                Primera lectura: Gen 12, 1-4  La vocación de Abrahán

                Estamos ante el inicio de la historia de la salvación. Con el capítulo 12 del primer libro de la Biblia, llamado génesis porque trata de los orígenes del mundo y de los orígenes de la historia de la salvación, precisamente con el primer y gran Patriarca hebreo Abrán. El llamado o vocación de Abrán se funda en una elección gratuita de Dios, expresada de modo imperativo, para señalar la autoridad de Dios que llama: “El Señor dijo a Abrán: - Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (v. 1). La elección gratuita a favor de Abrán le impone la necesidad de dejar su parentela y su tierra, es decir, desarraigarse o desprenderse. El llamado divino pone en movimiento al elegido de tal modo que, a partir de este llamado, su vida tendrá una nueva dimensión. Así queda de manifiesto que hay una obediencia muy poderosa de parte del llamado. No se le pide un desplazamiento puramente geográfico, limitado. A tenor de lo que Dios le promete, el desplazamiento es definitivo. La promesa habla de una bendición perpetua que beneficiará al pueblo y a todas las naciones de la tierra. Y Abrán se puso en camino como el Señor se lo mandó. La “salida” de Abrán se convierte en el acto fundamental de todos los que sean llamados a compartir la promesa. Nos hace bien contemplar el horizonte infinito de nuestra vocación cristiana, la vida eterna, la eterna bienaventuranza. Así el rigor de la conversión a que nos invita la Cuaresma no nos desalentará sino que nos hace mirar la meta hermosa a la que estamos llamados en Cristo. Lo iniciado en Abrán sólo concluye en el Reino de Dios que Jesús nos anuncia y realiza.

                Segunda lectura: 2Tim 1, 8-10                  La gracia que se nos dado en Jesucristo

                Este es un urgente llamado que hace Pablo a su discípulo y obispo de Éfeso. El breve texto tiene la forma de una acuciante llamada como si fuera la última desde la cárcel en que se encuentra el Apóstol. Le invita a permanecer fiel y a compartir “los sufrimientos que es necesario padecer por la Buena Nueva” (v.8). Esta fidelidad no se funda en las propias obras humanas sino en la iniciativa y gracia de Dios al llamarnos en Cristo. El versículo 10 es una síntesis del kerigma o predicación primitiva del cristianismo cuando dice: “Y que se manifiesta ahora por la aparición de nuestro salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte e iluminado la vida inmortal por medio de la Buena Noticia”. La aparición de Cristo Jesús, nuestro salvador, se refiere al misterio de su encarnación, es decir, se hizo hombre en el seno virginal de María por obra del Espíritu Santo. Ha destruido la muerte, consecuencia trágica del pecado, mediante su propia pasión y muerte en la cruz y su gloriosa resurrección, entendida como luz de la vida inmortal. Atendamos a esta necesaria invitación que el Apóstol nos hace a nosotros para que “no tiremos la toalla” sino que, armados de la coraza de la fe, podamos luchar sin avergonzarnos del testimonio de Dios, permaneciendo fieles en el camino de la cruz sin perder de vista el triunfo de la luz definitiva.

                Evangelio según San Mateo 17, 1-9        La transfiguración del Señor

                El relato de San Mateo se inicia con una indicación temporal interesante: “Seis días después…” (v. 1). Con esta expresión cronológica conecta el relato de la transfiguración con la confesión de fe de Pedro (Mt 16, 13 -20), con el primer anuncio de la pasión y resurrección (Mt 16, 21 – 23) y con las condiciones que debe asumir el que quiera ser discípulo suyo, es decir, seguirle por el camino de la cruz(Mt 16, 24-28). En ambos casos, en la confesión de fe de Pedro y en la transfiguración, se trata de la divinidad de Jesús, el Hijo y también, en ambos casos, el tema está relacionado con la pasión. De esta manera la divinidad de Jesús va unida a la cruz y sólo en esta interrelación reconocemos a Jesús correctamente.

                Jesús elige a tres de sus discípulos, Pedro, Santiago y Juan y los llevó a un monte alto a solas con Él. Estos mismos tres están en la Huerto de los Olivos mientras Jesús vive la extrema experiencia de la angustia, lo que contrasta con la escena de la transfiguración. Volvemos a encontrarnos con la profunda relación de ambas: cruz y gloria. Ambas experiencias acontecen en un monte, lugar de encuentro y revelación. No olvidemos la importancia de los montes en el Antiguo Testamento tales como el Sinaí, el Horeb, el Moria, todos ellos manifestación de sufrimiento y revelación. Es importante descubrir el valor simbólico del monte: no sólo como espacio de subida externa sino también de subida interior. El monte aparece como espacio de liberación del peso de la vida cotidiana, normalmente agobiante. El monte es lugar de reforzamiento, de aire puro, de contemplación desde otra perspectiva, de altura y profundidad, de la creación misma y de nuestra vida. Es, sobre todo, el lugar de la revelación de Dios. La oración misma es la experiencia de subir al monte para intensificar el encuentro con el Señor, encuentro de gracia y consuelo, para volver a mirar las cosas desde la altura de Dios. Este último aspecto ha sido subrayado por San Lucas cuando dice que Jesús subió al monte “para orar”. Y agrega que “mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco” (Lc 9, 29).

                En la transfiguración, Jesús resplandece desde su interior, no sólo recibe la luz sino que él mismo es Luz de Luz. Las vestiduras blancas de Jesús nos hablan de nuestra victoria escatológica. En la literatura apocalíptica los vestidos blancos son expresión de la creatura celestial como los ángeles y los elegidos. Pensemos en San Juan, en el libro del Apocalipsis, cuando describe la gloria final de los elegidos “cuyos vestidos han sido lavados en la sangre del Cordero”. Así también nosotros vivimos la transfiguración en nuestro bautismo donde somos sepultados con Cristo en su muerte  y renacemos a la vida nueva que el pecado nos había quitado. Razón tiene Jesús de invitarnos a caminar en la luz y no en las tinieblas del pecado. Así el cristiano, discípulo de Jesús, vive el gran desafío de “revestirse de la luz” del resucitado victorioso que ha vencido las tinieblas mediante su entrega redentora en la cruz.

                La presencia de Moisés y Elías que aparecen conversando con Jesús, lleno de esplendor y de fulgor irradiante, testimonian que Jesús es el cumplimiento de la Ley y los Profetas, el verdadero Mesías que conducirá a la verdadera tierra prometida, el Reino de Dios. La intervención de Pedro no hace más que justificar la relación de la transfiguración con la fiesta de los Tabernáculos mediante la cual se recordaba las maravillas del éxodo que Dios obraba a favor del pueblo, especialmente cuando Dios bajaba a la tienda del encuentro y habitaba con su pueblo. La mención de la Nube se refiere a la gloria de Dios que envuelve a Jesús y a los participantes. Y la voz que se oye, la voz del Padre que declara a Jesús como “mi Hijo muy querido, mi predilecto. Escúchenlo” (v. 5).

                Que esta Palabra de Dios nos reconforte y anime para seguir siendo testigos de Jesús abrazando su misterio de cruz y resurrección del que ya estamos participando por nuestro bautismo.

                Un saludo cordial y hasta pronto.  Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.  

 

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