3° Domingo de Cuaresma. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

3° Domingo de Cuaresma. Comentario del Evangelio

Domingo 19 de Marzo, 2017

 
“La mujer dejó el cántaro, se fue al pueblo y dijo a los vecinos: Vengan a ver un hombre que me ha contado todo lo que yo hice: ¿No será el Mesías?”(v. 28). La mujer se ha convertido en apóstol y mensajera de la Buena Noticia. No hay llamado sin misión. Lo que anuncia no es una nueva doctrina sino a una Persona que le ha llevado a descubrir su vida de pecado y dolor.

3° DOMINGO DE CUARESMA (A)

Año 2017 de Cristo Redentor

 “El simbolismo del agua, dice Benedicto XVI, recorre el cuarto evangelio de principio a fin. Nos lo encontramos por primera vez en la conversación con Nicodemo del capítulo 3: para poder entrar en el Reino de Dios, el hombre tiene que nacer de nuevo, convertirse en otro, renacer del agua y del Espíritu (cf. 3,5)… Dicho de otro modo, para renacer se requiere la fuerza creadora del Espíritu de Dios, pero con el sacramento se necesita también el seno materno de la Iglesia que acoge y acepta. En el sacramento, el agua simboliza la tierra materna, la santa Iglesia que acoge en sí la creación y la representa” (Jesús de Nazaret, p. 284).

Textos

Éxodo 17, 1-7    “Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo”.

Sal 94, 1-2.6-9                Cuando escuchen la voz del Señor, no endurezcan el corazón.

Rom 5, 1-2.5-8 “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo”.

Jn 4, 5-42 ”Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber”.

                Durante los tres domingos de cuaresma siguientes, gozaremos con tres bellos evangelios de San Juan, el llamado “cuarto evangelio”. Nos hace bien introducirnos en el corazón de este tiempo de penitencia, oración más intensa, ayuno y limosna que caracterizan la cuaresma, porque nos ayuda a redescubrir la belleza del encuentro con Cristo en tres personas símbolo como son la samaritana de este domingo tercero, el ciego de nacimiento del domingo cuarto y Marta y María y Lázaro, el resucitado del domingo quinto. Los tres pasajes evangélicos se sitúan en la primera parte del evangelio de Juan llamado “Libro de los signos” y abarca los capítulos 2 a 12. Se trata de una serie de obras portentosas que realiza Jesús cuyo sentido se aclara a través de los diálogos, debates y discursos que los acompañan. Para comprenderlos bien, hay que poner la atención no tanto en el milagro en sí mismo sino en aquello que revela acerca de la persona de Jesús. Jesús es el gran signo de Dios en el mundo que pone fin a la antigua alianza e inaugura la nueva, que supera la estrechez de Israel y se abre a la universalidad del don de la salvación, que  ilumina a los hombres representados por el ciego de nacimiento y regala la vida nueva de la resurrección cuyo signo es Lázaro en el sepulcro. Los siete “signos” que encontramos en este Libro de los signos nos hablan de plenitud, de perfección, de cumplimiento final de las promesas de Dios. Es lo que significa el número siete en la Biblia, es decir, para San Juan, Jesús es el Mesías en plenitud. No cabe duda que esta estructura del cuarto evangelio está representando la realidad sacramental de la comunidad cristiana con sus siete sacramentos, todos ellos signos del Resucitado, es decir, signos de vida nueva. Si sabemos “leer”  estos signos, no cabe duda que el sello bautismal está en el trasfondo del relato del encuentro de Jesús con la samaritana y de ésta con Jesús.

                Primera lectura: Éxodo 17, 1-7  Lugar de la Prueba (=Masá) y de la Querella (=Meribá).

                Las protestas no son tan modernas como parece y como señalan algunos “analistas” que quieren hacernos creer que la historia humana comenzó con la modernidad. La Palabra de Dios deja constancia del hecho en varios pasajes como en este del libro del Éxodo. Las carencias tampoco son tan actuales, siempre las ha habido. El pueblo israelita nace a partir de una carencia de libertad y abundancia de esclavitud bajo el dominio de los faraones egipcios. Tampoco dejan el estado de esclavitud por iniciativa propia; son sacados de allí por la “mano poderosa de Dios” que llama a Moisés y lo envía a cumplir la complicada misión de sacarlos de Egipto. Logrado  el objetivo central de su misión por encargo de Dios, el pueblo liberado comienza a vivir las más variadas carencias: pan, carne, agua. Expresan su malestar e incluso se rebelan contra Moisés y contra Dios. Por eso, el texto bíblico conserva dos palabras hebreas bien significativas de la situación del pueblo: Masá y Meribá. La “prueba” y “querella” es por carencia de agua, resaltando, sin embargo, la pronta respuesta de Dios como madre solícita y misericordiosa. Agua y alimento, elementos esenciales de la vida, en los pueblos antiguos, debían ser provistos por la madre a los integrantes de la familia. En el texto que nos ocupa se expresa que Dios cumple con su pueblo  aquella tarea como una madre proveedora. Al mismo tiempo, se resalta el brazo poderoso de Dios como de un guerrero invencible que los sacó de Egipto. El mandato es también digno de atención: “Golpea la roca y saldrá agua para que beba el pueblo” (v.6). Agua y roca son dos elementos muy opuestos y sirven para señalar la misma oposición entre la libertad y la pasada vida de Egipto que el pueblo añora, sin lograr asumir un proyecto de libertad todavía. Es el pueblo – roca (esclavitud) de donde brotará agua- vida (libertad) por la acción de Dios. Finalmente Dios manda a Moisés: “Empuña el bastón con el que golpeaste el Nilo y camina” (v. 5). Así se expresa que es la misma acción divina la que golpea y guía para transformar la realidad. Ser libre cuesta un largo proceso de aprendizaje paciente y perseverante, no sin añoranzas aunque sean esclavizadoras y opresoras.

                Segunda lectura: Rom 5, 1-2. 5-8             Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros

                El mensaje de esta segunda lectura se refiere a las consecuencias que tiene el hecho de reconocer al Dios de la vida, por la fe, “que resucitó de la muerte a Jesús, Señor nuestro, que se entregó por nuestros pecados y resucitó para hacernos justos”. De este modo podemos afirmar que “ahora que hemos sido justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de Jesucristo Señor nuestro” (v. 1). Por la muerte y resurrección de Cristo se ha quitado el gran impedimento, el pecado, que nos separaba de Dios. Cristo lo ha destruido con su entrega redentora a favor de todos los hombres. Gracias a la fe en Cristo somos amigos de Dios, estamos en paz con el Padre de nuestro Señor Jesucristo. El centro de atención ya no es sólo el tema de la justicia que Dios ofendido puede reclamar al hombre pecador, sino el predominio del amor: “hemos alcanzado la gracia en la que nos encontramos” (v. 2). Poseemos el don gratuito de la redención  ya no por nuestros méritos y esfuerzos humanos sino por Jesucristo, y esto no lanzado a un futuro sino con la fuerza del “ahora”, en nuestra condición de cristianos en el aquí y ahora, en nuestra vida diaria. ¡Cuánto nos cuesta ser cristianos en el día a día, las 24 horas de la jornada! Tendemos a separar lo cristiano, entendido como ritos o ceremonias solamente, de la vida corriente. “Ahora” es el día a día que el cristiano vive “en gracia de Dios”. Se nos habla de un “estar en paz con Dios” y se tiende a confundir con un estado de bienestar psicológico o humano. Hay que entender la paz en el sentido bíblico: el don máximo que puede gozar aquel que es amigo de Dios. Los santos hablan de la “amistad con Dios”, se los identifica como los “amigos de Dios”. No cualquier bienestar es sinónimo de paz sino  aquella cercanía y amistad con el Señor. Esto es lo que Cristo ha restaurado con su entrega redentora. Y desde aquí podemos comprender la magistral certeza del cristiano: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazón por el don del Espíritu Santo” (v. 5).

                Evangelio de San Juan 4, 5-42    “Soy yo, el que habla contigo”

                Algunos detalles interesantes a tener en cuenta. Preparativos del encuentro: la escena acontece en Samaria, en Sicar, donde se encuentra el pozo de Jacob. Los judíos y los samaritanos no eran amigos, tenían grandes diferencias que hacían su trato conflictivo. La escena acontece alrededor del pozo: en la cultura del medio oriente éste es un lugar clave para la sobrevivencia y es lugar de encuentro social. Hay que ir al pozo todos los días o frecuentemente a sacar el agua. No todos los encuentros son amistosos alrededor del pozo, también hay conflictos y riñas. El pozo pertenece a la cultura del pueblo. Y a este lugar de encuentro llega también Jesús “fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era mediodía” (v. 6). Llega también “una mujer de Samaria a sacar agua” (v. 7).

                Inicio del diálogo: Jesús toma la iniciativa: “Dame de beber”. Siempre es el Señor que toma la iniciativa para llamar y para enviar. Nadie elige ser cristiano, siempre es Cristo el que llama y así se inicia un proceso de intercambio mutuo hasta llegar a la madurez de una opción por Él y su reino. El diálogo se hace desde la propia situación del interlocutor. La mujer samaritana señala su sorpresa de que un judío le pida de ver a ella que es samaritana. Así expresa la postura de los samaritanos respecto a los judíos. Y tenemos que descubrir en esta mujer la representación simbólica del pueblo de Samaria. La pedagogía de Jesús es hermosa. Le responde dejando en claro la doble ignorancia de la mujer: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva” (v.10). La mujer entra poco a poco en otra dimensión del encuentro con el tema del “agua viva”. Jesús le aclara hablando de las dos aguas: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, porque el agua que le daré se convertirá dentro de él en manantial que brota dando vida eterna” (vv.13-14). Así Jesús suscita en la mujer un más profundo interés: “Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed y no tenga que venir acá a sacarla” (v. 15). Se han invertido los papeles: ahora es la mujer la que pide agua; al comienzo era Jesús el que pedía de beber.

                Confrontación con la vida. La petición de la mujer todavía revela el deseo que Jesús le hiciera la vida más fácil. Otro paso: “Ve, llama a tu marido y vuelve acá” (v. 16), le dice Jesús. “No tengo marido” responde la mujer. La palabra de Jesús es clarificadora para la mujer: “Tienes razón al decir que no tienes marido; porque has tenido cinco hombres, y el que tienes ahora tampoco es tu marido. En eso has dicho la verdad” (v. 17-18). Si la mujer samaritana representa al pueblo de Samaria, estos cinco maridos de que habla Jesús son los cinco dioses originales que adoraban  los samaritanos. Primer reconocimiento de la persona de Jesús de parte de la mujer: “Señor, veo que eres profeta” (v. 19). El profeta es un hombre que habla en nombre de Dios, un hombre escogido para comunicar la Palabra de Dios. La mujer reconoce su pecado, la idolatría del pueblo, el culto a los dioses. Esto da pie a que Jesús señale el fin de la adoración al Padre en montes y templo de Jerusalén; desde ahora la adoración será “en espíritu y en verdad” y Jesús mismo es la presencia de Dios que los hombres deben reconocer. El segundo reconocimiento de parte de la mujer: “Sé que vendrá el Mesías – es decir el Cristo -. Cuando él venga, nos lo explicará todo” (v. 25) dice la mujer. Entonces Jesús le dice: “Yo soy, el que habla contigo” (v. 26). Estamos ante el único caso en que Jesús revela directamente su identidad y lo hace a una mujer de una raza despreciada y no de raza judía, escoge a una pecadora y no a una santa, escoge una mujer y no a un hombre. Dios pone los ojos en los últimos y los eleva. Los caminos de Dios, los de la fe, son inescrutables y pasan todos por y confluyen en Jesús, el Hijo del Padre.

                El compromiso. “La mujer dejó el cántaro, se fue al pueblo y dijo a los vecinos: Vengan a ver un hombre que me ha contado todo lo que yo hice: ¿No será el Mesías?”(v. 28). La mujer se ha convertido en apóstol y mensajera de la Buena Noticia. No hay llamado sin misión. Lo que anuncia no es una nueva doctrina sino a una Persona que le ha llevado a descubrir su vida de pecado y dolor. El testimonio mueve los corazones cuando está hecho desde la autenticidad y humildad. Muchos abrazan el camino de la fe gracias a este testimonio. La evangelización es tarea de todo bautizado, pero la clave está en la calidad y profundidad del encuentro con Jesús, Mesías, no sólo hombre sino también Dios. Muchos bautizados siguen todavía pegados en el pozo de los bienes puramente materiales, del dinero, del estatus social, del partido o ideología de turno, etc. No despegan nunca porque no dejan que la Palabra de Jesucristo empiece a anidarse en el corazón. Hoy se requiere cristianos como esos samaritanos que le dijeron a la mujer: “Ya no creemos por lo que nos has contado, porque nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es realmente el salvador del mundo” (v. 42). La mujer  de este evangelio es figura de la Iglesia que nos anuncia y nos ofrece la vida nueva del Señor Jesucristo.

                ¡Muchas felicitaciones al nuevo sacerdote mercedario P. Carlos Rubén Ortega Sepúlveda quien ha recibido tan inestimable don de la ordenación el viernes 17 de marzo de 2017 en la Iglesia de la Merced de Concepción! Oremos por su fiel y firme perseverancia y por los Vocaciones Mercedarias en este Año de Cristo Redentor.

                Un saludo fraterno.                                       Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

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