DOMINGO 14° DURANTE EL AÑO ( B )
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO 14° DURANTE EL AÑO ( B )

Miércoles 30 de Junio, 2021

 


¡Señor! Tú estabas sorprendido por la falta de fe de la gente de Nazaret, ¿de qué te sorprenderías Jesús hoy día entre nosotros?

                ¡Qué bien nos hace celebrar con la Orden de la Merced la Fiesta de Cristo Redentor, el próximo viernes 9 de julio, según el calendario litúrgico mercedario! Es el alma y el corazón del carisma, del espíritu, de la vida y misión propia de esta familia religiosa cuyo sueño es “redimir, liberar a los cristianos cautivos en peligro de perder su fe”. Y contemplando a su  fundador San Pedro Nolasco descubrimos que la  fuerza de ese sueño radica en la profunda relación entre Cristo Redentor y el primer mercedario, fundador y padre de la Familia Mercedaria. El vínculo es tan fuerte y decisivo que  la Orden Mercedaria, a lo largo de estos más de ocho siglos de existencia, no deja de anunciarlo: Jesucristo es el que ha entregado su vida por nosotros para rescatarnos de la tiranía del pecado y de la muerte, regalándonos la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Y toda vocación cristiana es siempre “seguimiento de Cristo”. La persona de Cristo es inagotable y  cuando resaltamos un rasgo de su misterio no agotamos de ninguna manera su riqueza personal. Entre los múltiples rasgos, los mercedarios destacamos el carácter redentor, el más central y hermoso, porque dice relación con la gratuidad con que Cristo entrega su vida, la ofrece como sacrificio y ofrenda, para rescatar al  hombre de  su antigua y nefasta esclavitud, el pecado. Así el título Cristo Redentor ilumina la vida y misión del mercedario como aquel que está dispuesto a ofrecer su propia vida para redimir al cautivo en peligro de perder su fe. El sacrificio de Cristo nace del manantial de su amor por el hombre. Y en Él se cumple perfecta y completamente lo que el mismo dijo: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15, 13-14). Este es el espejo en el que todo mercedario y mercedaria tiene que aprender a “leer” su vida, su sueño, su misión. Y si proclamamos que Cristo Redentor es nuestro maestro y modelo, como nos lo propone el proyecto de vida, nuestras constituciones, entonces nuestra tarea es convertirnos  en redentores con Él, es decir, ser capaces de crecer cada día en la capacidad de amar como Cristo nos amó primero. El camino redentor es el itinerario que cada discípulo y discípula dentro de la Familia Mercedaria tiene que hacer día a día, sin pausa ni dilación. Se trata de “grabar en la mente y en el corazón la imagen de Cristo Redentor”, marcar a fuego la caridad evangélica “hasta que duela”. Mientras Cristo Redentor sea una consigna para la exportación estaremos lejos del  cometido fundamental: identificarnos y pertenecer realmente a Cristo Redentor, con toda el alma, con la mente y con el corazón. No convirtamos este precioso título de Jesús en slogans; trabajemos para que sea cierto, palpable en cada uno de nosotros. Porque hay muchos que se llenan la boca de lindas declaraciones, lucen atractivos escudos mercedarios,  dicen ser mercedarios pero su corazón está lejos del Señor. Lo verdaderamente redentor es el compromiso a extirpar de la vida la esclavitud del pecado y del mal, porque “para ser libres nos liberó Cristo”. Que la Fiesta de Cristo Redentor, el próximo viernes 9 de julio, sea una hermosa oportunidad para renovar nuestra decisión de seguir las huellas de nuestro  maestro y modelo. Me gusta el título de un libro: “Fijos los ojos en Jesús. En los umbrales de la Fe”. Creo que representa la actitud con que deberíamos vivir en estos tiempos tan difíciles pero llenos de llamadas urgentes a ser más auténticos discípulos de Cristo.   

PALABRA DE VIDA

Ez 2, 2-5              Yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes 

Sal 122                  Nuestros ojos miran al Señor, hasta que se apiade de nosotros.

2Cor 12, 7-10     Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad

Mc 6, 1-6             Un profeta es despreciado solamente en su pueblo

                En la oración colecta de este domingo expresamos una convicción fundamental de nuestra experiencia de encuentro personal con Jesucristo cuando decimos: “Dios nuestro, que por la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída: concédenos una santa alegría, para que, liberados de la servidumbre del pecado, alcancemos la felicidad que no tiene fin”. Cristo se humilló hasta la muerte y una muerte de cruz, como dice San Pablo, y  tomó la condición de esclavo, aprendiendo así lo que significa obedecer al Padre y hacer su voluntad; es el precio de su misión redentora, es decir, levantar al hombre de su postración bajo el peso del pecado y liberarlo del dominio de la muerte. Somos miembros de la humanidad caída pero redimida por el amor redentor de Jesús. Es esta certeza la razón de nuestra alegría y esperanza; es la fuerza poderosa que brota del Crucificado, hombre de dolores, despreciado y triturado a causa de nuestra esclavitud. Abramos nuestra vida al influjo saludable, sanador, de la Palabra de Dios.

                Del libro del Ezequiel 2, 2- 5

                Un momento clave en la existencia de un profeta es su vocación, vale decir, ese momento en que percibe en su persona una llamada divina. La primera lectura de hoy es un relato vocacional de uno de los llamados “profetas mayores” Ezequiel que desempeña su misión profética entre los deportados de Israel en Babilonia hacia el inicio de la primera deportación del año 592 a.C.  Pero lo peor acontece en el año 587 a.C. la destrucción del templo de Jerusalén y la segunda gran deportación de judíos a Babilonia. Ezequiel era sacerdote. La primera lectura de este domingo nos sitúa hacia el año 593. Lo más característico de Ezequiel son las “visiones”. El capítulo 2 comienza así: “Levántate, hijo de hombre, porque voy a hablarte” (v.1). La expresión “hijo de hombre”, aplicada por Dios a su profeta es propia de Ezequiel y quiere subrayar la distancia entre Dios y el hombre. No olvidemos que se convierte en una expresión típica de Jesús en el evangelio: Jesús se llama a sí mismo: “hijo del hombre”. Con la expresión “hijo de hombre”, que aparece 93 veces en este libro de Ezequiel y significa simplemente “hombre”, y pretende mostrar la fragilidad y debilidad humana del profeta, frente a Dios que lo llama. Pero, más tarde, la expresión “Hijo de hombre” va a ser un título mesiánico aplicado a un ser divino y se aplicará a Jesús. En realidad, la vocación no es un deseo propio, siempre es llamado de Dios, es decir, de fuera del sujeto que lo siente. Y es tan importante que así sea, porque esa llamada de Dios dota al profeta de autoridad en sus palabras y acciones. Incluso servirá para discernir entre un profeta verdadero y un falso profeta. En la historia humana emergen estos falsos profetas que se atribuyen una supuesta autoridad recibida de Dios. Dios llama o convoca y así muestra su poder. Dice Ezequiel: “Me invadió el espíritu mientras me hablaba y me puso en pie; y oí al que me hablaba” (v.2). ¿Para qué llama? Dios dice: “Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, nación rebelde, que se han rebelado contra mí… (v. 3). Siempre Dios llama para encomendar una misión o tarea ante el pueblo elegido. Para Ezequiel no es fácil. Dios le anuncia que lo envía a un pueblo rebelde, porque hablará a “hijos duros de rostro y de corazón empedernido”. Será una misión compleja, no exenta de tribulaciones. Y, no puede dejar de hablar todo aquello que Dios le manda comunicar, lo escuchen o no lo escuchen. Cumplir una vocación implica aceptar riesgos, sinsabores, rechazos, tribulaciones. Una vocación auténtica no es placentera pero eso no significa que deberá vivirse en tristeza o agobio o desesperanza. Un signo evidente de la auténtica llamada divina es el gozo del elegido, la fortaleza frente a los obstáculos de su misión. Y, finalmente, el llamado para comunicar la palabra de Dios no puede pretender agradar a los oyentes; deberá siempre cumplir con el encargo que ha recibido. Dios siempre llama. Hoy sigue llamando a edificar su Reino entre los hombres. Llama a vivir con dedicación exclusiva a su servicio y al de los demás. Una hermosa vocación en la Iglesia es la de San Pedro Nolasco, vocación de servicio redentor a favor de los cautivos cristianos del siglo XIII. Esa vocación mercedaria permanece en la Iglesia de hoy como un precioso ideal, lo que no significa que sea fácil vivirla pero si alguien es llamado no tenga miedo en ponerse en camino. Así lo hizo Ezequiel, María, José, Pedro, Pablo, etc.

                Salmo 122, 1b- 4 es una oración confiada en medio de la hostilidad, un canto de peregrinación. El retorno de los desterrados en Babilonia no es un triunfal regreso que abunda en optimismo como lo imaginaban mientras vivían desterrados lejos de su patria. El regreso y la reconstrucción  del  Pueblo, tanto material como espiritual, se realizó en circunstancias muy penosas dejando en claro las dificultades que sentían los retornados. El único motivo de esperanza que les  quedaba era su confianza en la protección divina: “Levanto mis ojos hacia ti, que habitas en el cielo…Así miran nuestros ojos al Señor, nuestro Dios, hasta que se apiade de nosotros” (v.2). ¿No será también para nosotros una fuerte llamada para poner nuestra confianza en el Señor en los tiempos que vivimos?

                De la segunda  Carta de San Pablo a los Corintios 12, 7-10

                ¡Qué importante es este texto paulino que nos proclama la segunda lectura de este domingo! La vanagloria es una tentación muy frecuente entre creyentes. Fácilmente el ser humano, sobre todo, dotado de talentos o tareas especiales, puede sentir la tendencia de envanecerse o creerse especial; también puede acontecerle al cristiano si olvida que todo lo ha recibido como un don inmerecido. Se requiere una gran capacidad de humildad, de sencillez y de verdadero conocimiento de sí mismo para no ser atrapado por ese feo defecto de la autorreferencialidad como la llama el Papa Francisco. Una buena traducción del inicio de este texto puede ser así: “Para que  no se me suban los humos a la cabeza, tengo una espina clavada en mi carne…” San Pablo nos ofrece una dramática confesión a los corintios y a nosotros: dice tener un aguijón como clavado en su carne (= en su persona), un emisario de Satanás que le abofetea. ¿A qué se refiere el Apóstol? No es posible saberlo. ¿Puede ser una enfermedad o el rechazo del evangelio por parte de sus hermanos judíos o el constante problema que produjeron los judaizantes en sus comunidades? Sea lo que fuere estamos aquí ante un mensaje muy potente. El apóstol o simplemente el cristiano no es un superhombre; simplemente es un ser humano, alguien que debe sobrellevar con hidalguía su condición humana frágil, vulnerable. Pidió San Pablo ser liberado de esta atadura humana débil y la respuesta es para no olvidarla nunca: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”. Y sólo desde la vida en Cristo puede ser comprendida esa sentencia contradictoria: “Por eso estoy contento con las debilidades, insolencias, necesidades, persecuciones y angustias por Cristo”. ¡Cuánto nos cuesta aceptar nuestras limitaciones! Hay que aprender a llevarlas con Cristo para que tengan sentido redentor. Dios nos quiere santos, a pié descalzo, como peregrinos junto a los demás.

                Del evangelio de san Mc 6, 1- 6

                Jesús se sorprende al tropezar con la misma experiencia que nos ha presentado la primera lectura de hoy; la experiencia del rechazo al profeta que Dios envía en su nombre. Queda admirado por las falta de fe de los habitantes de su pueblo natal. La escena se desarrolla en la sinagoga de Nazaret, la ciudad donde Jesús se ha criado. Parece que esperaba ser entusiastamente acogido, pero las cosas van por otro carril. Este domingo es bastante contrastante con el domingo pasado. Si recordamos el evangelio nos ofrecía el testimonio de la fe de Jairo y la fe de la mujer hemorroísa; hoy contrasta la falta de fe de los nazarenos en Jesús que vuelve a su tierra natal. Esto se expresa en una simulada admiración por la sabiduría y obras de Jesús pero esto no disimula la oposición y rechazo a su persona y mensaje. El evangelista nos ofrece esta trama a través de cinco preguntas que se hacen los paisanos de Nazaret acerca de la sabiduría y actividad de Jesús y acerca de su parentela pueblerina. Así dice el texto:

                “¿De dónde saca éste todo eso? ¿Qué clase de sabiduría se le ha dado, que tamaños milagros realiza con sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago y José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas?” (vv. 2-3). Admiran su sabiduría pero no lo aceptan por su origen familiar y popular. Jesús para ellos es uno más del pueblo. Por otra parte, no pueden creer ni aceptar que Dios se manifieste en lo humilde y cotidiano. Imaginan que las cosas de Dios tienen que ser espectaculares, grandiosas, capaces de dejarnos con la boca abierta. Pero no. Dios hace todo lo contrario. Elige y se manifiesta en la sencillez y humildad, en los pobres e insignificantes de este mundo. Además no aceptan a Jesús porque implica acoger un cambio tan radical en las cosas humanas y divinas. El Reino lo arrebatan los pobres y son los preferidos de Dios. ¡Cuánto nos seducen los oropeles y glorias aparentes mundanas! Estamos en la cultura de la apariencia. Los envoltorios con que nos presentamos buscan provocar una admiración y una mirada que nos haga el centro de atención. Hay que ser  capaces de valorar lo más auténtico del ser humano, su identidad, su desnudez, su mundo personal. La apariencia es un obstáculo para vivir una verdadera fe.

                Jesús se asombra de su incredulidad. Dice el evangelista: “Estaba verdaderamente sorprendido de la falta de fe de aquella gente” (v.6). La incredulidad o increencia está de moda. Según las estadísticas, la indiferencia religiosa es la que más crece en el mundo de hoy, es decir, las personas que declaran no tener religión o si han tenido ya la abandonaron. Y la indiferencia religiosa es más grave que el mismo ateísmo y otras formas religiosas inadecuadas. Es de buen tono social decir que no se es creyente ni católico, quizá cristiano pero “a mi manera”. Es asombrosa la manera como gana terreno la increencia, la indiferencia religiosa y moral, la indefinición vital. Si quieres ser creyente tienes que ser valiente para confesarlo  y mejor todavía para vivirlo. Hoy sentimos que nos da vergüenza confesarnos católicos. Lo que vende es declararse agnóstico, pluralista espeso, vagamente turbulento. ¡El Señor quedaría asombrado nuevamente por la falta de fe! Por eso se pregunta: “Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?

                Un autor afirma que “en nuestra época cada vez más personas manifiestan que encuentran en Dios mismo (o mejor dicho en la manera con la cual Dios les es presentado) el motivo de su falta de fe”. Luego señala que hay tres grandes grupos en quienes el tema se da con una intensidad que no se descubre en otras épocas. El primer grupo es el de “los indiferentes que no sienten ninguna atracción o interés por lo religioso. Viven con tranquilidad como si lo religioso no existiera”. El segundo grupo es el de “los agnósticos quienes no afirman ni niegan a Dios, simplemente ponen la cosa “entre paréntesis” porque no encuentran una respuesta satisfactoria en uno u otro sentido”. Y el tercer grupo “los ateos que se sienten y se declaran como tales y entre los cuales un buen número toma conciencia de su ateísmo”.

                La pregunta de Jesús  como también su extrañeza por la falta de fe de la gente de  su pueblo Nazaret sigue teniendo plena vigencia: “Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?”

                “Nadie es profeta en su tierra” a pesar de ello debemos seguir anunciando el Reino sin descanso.

                Un saludo fraterno hasta pronto si Dios quiere.                

Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

 

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