DOMINGO DE PASCUA, RESURRECCIÓN DEL SEÑOR (B)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO DE PASCUA, RESURRECCIÓN DEL SEÑOR (B)

Domingo 04 de Abril, 2021

 


Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado

                “He aquí la invitación que hago a todos: acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo. Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejémonos amar por Jesús, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda regar la tierra, custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la paz”. Es la palabra e invitación paternal que nos hace el Papa Francisco como pastor de la Iglesia y miembro de esta humanidad que deja secarse el manantial de la vida nueva, al darle la espalda al Creador y Padre; que no cuida la creación de Dios sino que la usa y la contamina indiscriminadamente y pretende fundar una “ciudad terrena” con la pretensión de hacer florecer la justicia y la paz pero sin Creador ni Padre. Porque la resurrección de Cristo es más que el revivir de un cuerpo sin vida; si fuera sólo eso, sería muy poco significativa, y quizás no nos diría mucho. Pero no. La resurrección es un acontecimiento que produce un vuelco inesperado en el transcurso de nuestra temporalidad o finitud. Cristo con su resurrección rompe el círculo de nuestra desgracia como lo señala San Pablo: por la ley entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte. No podíamos romper este encierro fatal por nuestra cuenta; fue necesario que Dios, en su infinita misericordia, lo hiciera a través de su Hijo Amado, quien “nació de mujer y bajo la ley”, “sometiéndose en todo a nuestra condición humana, menos al pecado”, que “se ofreció a sí mismo por nosotros, padeciendo y muriendo en la cruz por nosotros”. Pero su Padre no podía dejar a su Hijo bajo el dominio de la muerte. Al resucitarlo rompe el círculo de muerte y nos abre en su Hijo muerto y resucitado el camino de la Vida Eterna. Por eso el Papa Francisco nos apremia con la invitación: “Acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo. Dejémonos renovar, dejémonos amar por Jesús, dejemos que la fuerza de su amor transforme nuestras vidas”. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos la vida, nuestra Pascua es Jesucristo, nuestro Redentor. “Jesús es el templo, escribe el P. Cantalamessa, que los hombres destruyeron, pero que Dios ha vuelto a edificar, resucitándolo de la muerte: “Destruid este templo – había dicho el mismo – y en tres días lo levantaré”; y el evangelista explica que “él hablaba  del templo de su cuerpo” (Jn 2, 19-21). El cuerpo de Cristo en la cruz es, pues, el templo nuevo, el centro del nuevo culto, el lugar definitivo de la gloria y de la presencia de Dios entre los hombres” (La Fuerza de la Cruz, p.72). Hemos vivido una Semana Santa nuevamente especial con templos cerrados, sin presencia de fieles y con los  medios posibles ya que estamos en cuarentena como nos aconteció el año pasado. Durante esta larga Pandemia hemos ido aprendiendo a difundir la liturgia, la Palabra de Dios, la celebración de la eucaristía a través de los medios digitales. Son una ventana que se abre y permite por lo menos mantener la comunicación con las personas y comunidades. Naturalmente no pueden reemplazar la celebración de la fe y de los sacramentos de forma presencial, con la comunidad reunida y participante. No podemos, sin embargo, olvidar la prioridad ética de cuidar la salud propia y la de los demás, lo que se hace efectiva sólo si respetamos las normas establecidas por la autoridad competente. Con ellas se persigue un bien mayor que es la salud de los ciudadanos. Que el Señor Resucitado nos colme de alegría y nos haga fieles  testigos suyos en medio de esta situación de excepción que estamos como país y humanidad enfrentando de la mejor forma dentro de lo posible.

PALABRA DE VIDA

Hechos 10, 34.37-43       Y nos envió  a predicar al pueblo y a atestiguar que él fue constituido por Dios juez de vivos y muertos

Sal 117, 1-2.16-17.22-23               Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él 

Col 3, 1-4            Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo Secuencia Cristianos, ofrezcamos al Cordero pascual nuestro sacrificio de alabanza

Jn 20, 1-9             Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos  

                ¿Qué es el Misterio Pascual y qué tiene que ver con nosotros? La muerte de Cristo fue un acto de amor. En la Última Cena, Él anticipó la muerte y la transformó en el don de sí mismo. Su comunión existencial con el amor de Dios, y este amor es la verdadera potencia contra la muerte, es más fuerte que la muerte. La Resurrección fue como un estallido de luz, una explosión del amor que desató el vínculo hasta entonces indisoluble del “morir y devenir”. Las palabras y gestos de la Cena, la muerte y Resurrección están juntas. Esta tríada es lo que llamamos Misterio Pascual, origen y fuente de la que proviene la Eucaristía. Dejemos que la Escritura nos ayude a vivir esta transformadora realidad de Cristo muerto y resucitado.

                Del Libro de los Hechos de los Apóstoles 10, 34.37-43

                El Libro de los Hechos es la lectura frecuente en este Tiempo Pascual. Su autor es el mismo del tercer evangelio, es decir, el médico Lucas que habla expresamente de su primer libro en el que narra lo que hizo y enseñó Jesús desde el comienzo hasta el momento de su Ascensión al cielo. Así se refiere este texto al evangelio de San Lucas y luego nos habla del segundo tomo o segunda parte del único libro, es decir de la unidad del tercer evangelio y del Libro de los Hechos. Y esta segunda parte se refiere a la manera cómo los apóstoles se convierten en sus testigos  en Jerusalén, en toda Judea y Sanaría, y hasta los confines de la tierra. Es de notar que hay un movimiento geográfico interesante: mientras que en el evangelio de Lucas, Jesús inicia su misión en Nazaret y culmina en Jerusalén con la Pascua del Señor, en los Hechos la expansión del Evangelio se inicia en Jerusalén y se extiende al resto del mundo. La única obra de San Lucas se puede considerar como un díptico de dos historias que se continúan, la historia de Jesús y la historia de la Iglesia. Pero no es una crónica histórica simplemente. La obra de Lucas muestra la acción del Espíritu Santo, gran animador de la Iglesia, mediante la predicación de los Apóstoles. El verdadero agente de la evangelización es el Espíritu del Resucitado a  través de la Palabra de Dios.

                El texto de la primera lectura de este día de la Resurrección se sitúa en el ámbito del capítulo 10 que refiere el episodio de la conversión de Cornelio, centurión de Cesarea, de la cohorte itálica, pagano. Fundamentalmente nuestra primera lectura refiere el punto central del discurso de Pedro en casa de Cornelio. ¿Qué es lo central del texto? Ante un auditorio de origen pagano, Pedro repite lo que ya ha anunciado ante los judíos, es decir, su testimonio acerca de Jesús, su muerte y resurrección. Recuerda que este testimonio es por encargo del mismo Jesús. Una expresión digna de destacar, referente a Jesús, es la siguiente: “Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos” (v.42).  Dios, mediante la resurrección, instituyó a Jesús como juez soberano de toda la humanidad, tanto de los vivos como de los muertos, lo que acontecerá en su gloriosa segunda venida, razón de nuestra espera vigilante. Finalmente recordemos que a esta predicación primitiva de los Apóstoles se le llama kerigma primitivo y se refiere al primer anuncio de la Iglesia naciente acerca de Jesucristo muerto y resucitado. ¿En qué sentido se dice que el cristiano es un “discípulo misionero” de Jesucristo? ¿Qué consecuencias tiene ser discípulo misionero de Cristo?

                El salmo 117 es un solemne canto litúrgico de acción de gracias. En su origen es una acción de gracias por una victoria de Israel que se considera como una nueva oportunidad en la que se pone de manifiesto el amor de Dios por su pueblo. Con cuánta mayor razón podemos cantarlo al celebrar la victoria más espectacular de Dios al resucitar a su Hijo y vencer así la muerte y el  pecado. La resurrección de Jesús es la más grande acción del poder de Dios.

                De la Carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 3, 1-4

                El texto está dentro del tema de la vida nueva cuya fuente es el bautismo y que comienza a desarrollar el Apóstol en el capítulo 2, 20 hasta el 3, 1-4. Estamos ante una de las más bellas descripciones de la vida cristiana. El centro del texto está en el bautismo, entendido como la mayor ruptura del hombre con el mundo viejo y la inaudita apertura a un mundo nuevo de insospechadas consecuencias para su vida presente y futura. De este modo, el cristiano vive una muerte a los poderes de este mundo porque participa en la muerte y resurrección de Cristo. El cristiano, que inicia su camino precisamente en el bautismo, parte viviendo un proceso pascual ya que muere al hombre viejo al ser sumergido en el agua bautismal y resucita con Cristo a la vida nueva. Este “paso o pascua” del bautizado no es un hecho cualquiera; implica una vida nueva “oculta con Cristo en Dios”.  Es importante darse cuenta que este proceso pascual no es fruto de la acción del hombre como sería un esfuerzo ascético o moral intenso; si ha muerto con Cristo es para resucitar con Él a una realidad que comienza  a vivir ya aquí y ahora en el diario caminar. El proceso pascual cristiano tendrá una manifestación plena cuando efectivamente ya no vivamos para el pecado ni la muerte sino para Dios en Cristo Jesús. El compromiso del cristiano no se reduce a las obras o apostolados sino que se refiere al testimonio y compromiso con esa vida nueva de Jesucristo en medio de la sociedad donde vive. De esta manera la vida cristiana se proyecta más allá de la vida presente y adquiere el sentido de la esperanza escatológica del Reino en plenitud. ¿Por qué tanto cristiano tiende a olvidar el dinamismo pascual que compromete se ser y vida enteros? ¿Por qué reduce su vida cristiana a ciertos momentos, a ritos y prácticas esporádicas? ¿Nos hemos dado cuenta que se nos pide ser y actuar como hombres nuevos?

                La secuencia es un hermoso himno que debe recitarse en este Domingo de Pascua y en la Octava Pascual. Exalta la acción de Jesucristo como Cordero que nos ha redimido, que nos reconcilia con el Padre, que estuvo muerto pero ha resucitado.

Cristianos,  ofrezcamos  al Cordero pascual  nuestro sacrificio de alabanza.

El Cordero ha redimido a las ovejas: Cristo, el inocente, reconcilió a los pecadores con el Padre.

La muerte y la vida se enfrentaron en un duelo admirable: el Rey de la vida estuvo muerto, y ahora vive.

Dinos, María Magdalena, ¿qué viste en el camino? 

He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del Señor resucitado.

He visto a los ángeles, testigos del milagro, he visto el sudario y las vestiduras.

Ha resucito Cristo, mi esperanza, y precederá a los discípulos en Galilea.

Sabemos que Cristo resucitó realmente;

Tú, Rey victorioso, ten piedad de nosotros.

               

                Del evangelio según san Juan 20, 1-9

                “La fe cristiana se mantiene o cae con la verdad del testimonio de que Cristo ha resucitado de entre los muertos”, dice Benedicto XVI en Jesús de Nazaret, Segunda parte, p. 281. Y agrega: “Sólo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del hombre. Entonces Él, Jesús, se convierte en el criterio del que podemos fiarnos. Pues, ahora, Dios se ha manifestado verdaderamente”. Siendo como es la piedra angular de nuestra fe cristiana, no debemos olvidar que  los testigos del Nuevo Testamento sobre el Resucitado no podían comprender lo que anunciaban y creían firmemente. En efecto, ellos no sabían que era resucitar de entre los muertos y sólo el encuentro con la realidad del Resucitado los llevó a aprender lo que ello significa. Por otra parte, cuando hablamos de resurrección no se entiende una reanimación de un cadáver como en el caso de Lázaro y otros muertos que resucitó Jesús. Todos ellos han vuelto a la vida humana que tenían y luego han muerto. El Nuevo Testamento no deja lugar a dudas que la resurrección de Jesús es algo nuevo, que en la “resurrección del Hijo del Hombre” ha ocurrido algo completamente diferente como es romper las cadenas para ir hacia un tipo de vida totalmente nuevo.

                Digamos que el evangelio de San Juan nos ofrece hoy La carrera de los dos discípulos al sepulcro (Jn 20, 1-10). Es posible descubrir que después de los acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección, san Juan va poniendo de relieve gradualmente el nacimiento y el crecimiento de la comunidad de los discípulos y su fe pascual. En la primera escena, María Magdalena, después de descubrir el sepulcro vacío va a decir a Pedro y a los demás que el cuerpo del Señor ha desaparecido del sepulcro. Es el tema de los vv. 1-2. Y en la segunda escena los dos discípulos corren a verificar personalmente el anuncio imprevisto. Es el tema de los vv. 3-10.                              Este relato de Juan indica que María de Magdala va sola,  muy temprano al sepulcro, el día domingo y constata que la piedra que tapaba el sepulcro de Jesús ha sido quitada y, totalmente desconcertada, lleva esta noticia a los discípulos.  El interés del evangelista está en destacar que la  resurrección de Jesús acontece el domingo, “el primer día después del sábado” y por la mañana, muy temprano antes de la salida del sol. Le interesa el descubrimiento que “había sido quitada la piedra” y, por cierto, la relación de este suceso con los discípulos del Señor,  muy especialmente de Pedro y del discípulo amado. La visita de María Magdalena, muy temprano y al sepulcro, tiene como finalidad de ofrecer un dato y de crear un problema: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto” (v.2).

                Queda claro que los discípulos no estaban preparados para acoger una noticia semejante que Jesús había resucitado. En boca de la Magdalena queda expresada una verdad que representa a todo el grupo: “No sabemos dónde  le han puesto” expresa muy bien la ignorancia de los primeros testigos del acontecimiento. Así la fe pascual fue para los discípulos de Jesús  como un despertar. Esta primera etapa los sorprende sin preparación y se puede considerar como una ceguera en los primeros testigos de la resurrección. Y este dato es  fundamental para el inicio y desarrollo de la fe pascual.

                El texto de Jn 9, 3-10, la búsqueda  de los signos visibles del Señor, recuerda que al oír la noticia de que la piedra de entrada del sepulcro había sido quitada y que no estaba allí el cuerpo de Jesús, Pedro y el discípulo amado acuden a toda prisa al sepulcro. Los dos discípulos que habían comenzado juntos el seguimiento del Señor en los momentos dolorosos de su pasión (Jn 18, 15-16), vuelven a encontrarse unidos para alcanzar a su Maestro, a pesar de la derrota del Gólgota. Y lo hacen con una renovada adhesión a su Maestro. Su carrera espontánea e inquieta revela su  amor y su veneración y hace pensar en el ansia de la Iglesia que busca los signos visibles de su Señor, sobre todo cuando se encuentra en dificultades por su ausencia y no consigue verlo. Y el discípulo amado corre más rápidamente y llega primero al sepulcro “se asomó y vio que las vendas de lino estaban allí pero no entró” (v. 5). Luego llegó Simón Pedro, entró en el sepulcro y “comprobó que las vendas de lino estaban allí; estaba también el paño que habían colocado sobre la cabeza de Jesús pero no estaba con las vendas, sino doblado y colocado aparte” (v. 6-7).

                La cercanía de ambos discípulos con Jesús es de distinto orden. El discípulo amado está muy cerca de Jesús en la última cena, acompaña a Jesús cuando lo detienen, está al pie de la cruz acompañando a María a quien recibe en su casa  sostiene con su Maestro un vínculo cimentado en el amor. Y el amor es intuitivo, más ágil y de mayor prontitud. Sin embargo, el discípulo  amado, habiendo llegado primero al sepulcro no entró. Simón Pedro, que tiene la responsabilidad de los hermanos y siente el peso de la institución, va más lento pero llega y tiene el privilegio de entrar primero al sepulcro. Pedro está frente a los signos, en orden perfecto, del sepulcro vacío que indica  que el Señor no está ahí. Los signos del Resucitado son evidentes. No ha habido ni rapto ni ocultamiento. Jesús se liberó por sí mismo.  “Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero. Vio y creyó” (v.8).  La presencia en el sepulcro vacío de dos testigos oculares responde  a las exigencias del derecho judío y subraya sobre todo  la autenticidad de los signos del acontecimiento pascual. En esta primera etapa inicial de la fe pascual el discípulo todavía no percibe la profundidad de la acción de Dios, constata de los signos pero todavía no logra alcanzar la plenitud de la fe pascual, es decir, al Señor Resucitado mismo.

                ¡Feliz Pascua de Resurrección!

                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

 

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