EUCARISTÍA Y COMENTARIO DEL EVANGELIO EN ESTE 12°DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

EUCARISTÍA Y COMENTARIO DEL EVANGELIO EN ESTE 12°DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

Sábado 20 de Junio, 2020

 
Estamos en el segundo gran discurso de Jesús (Mt 9,36 – 11,1), llamado “discurso de la misión”. En éste se inserta el texto del evangelio de hoy. El discurso de la misión se divide en dos partes: el envío de los discípulos (Mt 10, 1-15) y el anuncio del destino que les aguarda (Mt 10, 16-42).

¡Señor Jesús! Líbranos de nuestros enemigos ocultos y demoledores, nuestros miedos

“Lo que te desmorona – dice Michel Quoist - no son solo los golpes que recibes del exterior sino lo malo que encierras en ti y se mueve, fermenta, se pudre. La envidia que te corroe, la que confiesas con franqueza o la que se arrastra por debajo de tus tristezas, tus enojos, tus palabras, tus mutismos. El despecho por no lucirte, por no destacar, por no ser preferido. El miedo frente a tal persona, acontecimiento, tentación; miedo de no gustar, miedo de fallar, miedo de faltar”…a fracasar, a no alcanzar las expectativas, miedo a infectarse, a enfermar gravemente, a morir y para que seguir. Nuestra vida se desarrolla en medio de diversidad de miedos según la etapa del desarrollo que nadie puede saltarse. Hay miedos terribles por su fuerza destructiva. Hay muchos que  quedan irremediablemente presos, cautivos de sus miedos o fantasmas. Hay miedos de la infancia, miedos de la adolescencia, de la juventud, de la adultez y de la ancianidad. Es doloroso quedar pegado a miedos ancestrales. El miedo es una fuerza destructiva mientras no se le reconoce, no se le analiza y no se le acepta como parte de nuestra historia personal o comunitaria. Hay miedos reales y miedos fantasmales.  Hay miedos ocultos y miedos notorios. Hay una forma de educación cimentada en el miedo. Hay padres que usan sus miedos para formar a sus hijos haciéndolos desconfiados y  timoratos. Y cuando son padres muy religiosos usan a Dios  como contención de los  hijos. Muchos creyentes viven su fe  cimentada  en el terror a Dios, el  Juez implacable que anota todo  en el libro y tomará cuenta de todo, absolutamente de todo. El miedo conduce a una religiosidad terrorífica. Hay mamás que usan el miedo como herramienta cuando no se la pueden con los hijos y presentan  al papá como el terrible y castigador. El miedo también tiene consecuencias sociales. Es típico el miedo a los demás, sobre todo, en nuestra actual sociedad. Miedo al extranjero, terror a los revolucionarios y terroristas, miedo a los carteles de la droga, miedo a…. Usted me puede completar la larga lista. El miedo es un fenómeno humano bien profundo. San José tuvo miedo de acoger a  su embarazada esposa María. Pedro tuvo miedo de hundirse y morir cuando Jesús le llamó a caminar sobre el agua envalentonada. Jesús experimentó el profundo miedo humano en la oración de Getsemaní. Hoy Jesús nos advierte sobre este “enemigo interior” que también puede paralizar la misión evangelizadora. Jesús nos incentiva la confianza, antídoto contra el virus contagioso del miedo que sacude a los modernistas consumidores compulsivos y tecnócratas del nuevo absolutismo de la ciencia y la técnica, que todavía no salen de su asombro frente a la hecatombe mundial de la economía y todas  sus consecuencias, producidas por un ser orgánico casi invisible, “un David insignificante frente al Goliat del mundo moderno  sin Dios ni moral”. Extrema Jesús la  imagen para  infundirnos confianza  y seguridad: “Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados”. Por favor, no tomes la imagen al pie de la letra. La expresión quiere señalar simplemente que el Padre Dios nos cuida y en sus manos estamos siempre a salvo. La otra imagen es la de los pájaros: el Padre los cuida y ni uno cae  al suelo sin su voluntad: “No temáis: vosotros valéis más que todos los pájaros”. Gracias, Jesús, te pasaste. Gracias por confiar en estos miedosos y timoratos creyentes de siempre. A pesar nuestro, tu Reino no detiene su marcha y tu evangelio sigue siendo la Buena Nueva que nos conforta y consuela. Gracias infinitas.       

PALABRA DE VIDA

Jer 20, 10-13                      Pero el Señor está conmigo como un guerrero temible

Sal 68, 8-10. 14.17. 33-35       Respóndeme, Dios mío, por tu gran amor

Rom 5, 12-15     La gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo fueron derramados abundantemente sobre todos

Mt 10, 26-33     Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno

                La mesa de la Palabra de Dios está servida y se ofrece a los comensales que el Señor ha llamado a compartirla. Cada uno está invitado a gustar qué bueno es el Señor y qué sabroso es el pan que sale de su boca. Dispongámonos a saciar nuestra hambre y sed de lo eterno, de lo infinito y definitivo; dejemos este mundo de lo cotidiano por un tiempo, para centrar nuestra atención en el Pan de Dios, Jesucristo y su Reino. ¡Espíritu Santo!, ven a iluminar nuestras inteligencias e infúndenos esa confianza irrevocable de Jesús en las manos del Padre amoroso.  

                Del libro del profeta Jeremías 20, 10-13

                Jeremías es uno de los profetas “mayores” de Israel cuya vida está inmersa en una adhesión de fe inquebrantable en el Señor, con una conciencia vocacional maravillosamente descrita pero también con los sinsabores y temores propios del hombre en camino. Se trata de esa experiencia de sentirse asediado, acorralado, urgido y casi sin resistencia humana; los peligros son variados pero es aquí donde el profeta descubre el poder de Dios que no lo suelta de su mano y lo mantiene en pie, llenándole de fortaleza y confianza. El texto que hoy nos comunica la primera lectura pertenece al género literario de las confesiones, es decir, el autor  deja traslucir en el texto sus angustias, sus miedos y también sus reclamos ante Dios. Se trata de una experiencia existencialmente profunda y quizás el siguiente texto nos  logre abrir una ventanita de la interioridad del gran Jeremías en su dilema de adentro: “Y me dije: No me acordaré más de él, no hablaré más en su Nombre. Pero la sentía dentro como fuego ardiente encerrado en los huesos: hacía esfuerzos por contenerla y no podía”. El interlocutor al que se refiere el profeta es Dios y su Palabra. Por causa de la Palabra del Señor, que Jeremías proclama,  vienen insulto y burla constantes. ¿Qué hacer entonces? ¿Callar? Pero no puede, la Palabra es como “fuego ardiente encerrado en los huesos”. Es decir, el hombre que se acerca al misterio de Dios percibe el abismo de distancia que media entre el Señor que lo llama y envía y su pobre condición humana. Y nótese que Jeremías se ha comportado como un auténtico profeta de Dios, porque  ha hecho y dicho lo que Él le ha ordenado. Sin embargo, el resultado de esta obediencia fiel no logra otros resultados que obstinación y odio, amenazas y deseos de venganza, amenaza y prepotencia. En medio de esta situación, el profeta siente en carne propia la fuerza seductora del mal. No sucumbe y reafirma su confianza irrevocable en el Señor, que su firme adhesión a la Palabra y a la misión es  más fuerte que todos sus enemigos juntos. Nadie sabe de antemano que le espera en su camino discipular y misionero. Simplemente el seguidor de Dios y de Jesús pone la mano en el arado y abre surco pero no sabe cuál será la situación que lo envuelva. No le faltarán seducciones y engaños pero lo único cierto es que Dios lo sostendrá en medio de los peligros. ¿Qué me seduce hoy, qué cosas me engañan y pretenden sacarme del camino del Reino? ¿Qué cosas minan la confianza en el Señor? ¿Siento que anunciar el evangelio hoy es como abrir surco en el mar?

                Salmo 68 es la respuesta que damos al anuncio de la Palabra y en completa sintonía con la humilde y confiada confesión de Jeremías, este salmo es una súplica angustiosa en medio de las desgracias que vive el salmista por causa de su religiosa fidelidad a Dios y su apasionado cariño por el templo como lo expresa en los vv. 8-10. La súplica está cimentada en el gran amor y fidelidad de Dios (v.14.17) y en la actitud misericordiosa de Dios hacia los pobres (vv.33-35). Estamos viviendo una situación que nos aprieta el alma y  nos exige el máximo de consideración y responsabilidad para salir de esta gravísima realidad que no será fácil salir de ella pero se puede si ponemos nuestra confianza en el Señor. Te invito a orar con este salmo durante esta semana, te hará bien.

                De la carta de San Pablo a los Romanos 5, 12-15

                La segunda lectura de este domingo nos acerca a uno de los escritos paulinos más hermosos. En concreto, la comparación entre Adán y Cristo (Rom 5, 12-21). De esta sección la liturgia toma los cuatro versículos decisivos en el ámbito de esta comparación entre Adán, el primer hombre, y Cristo, el segundo. ¿Qué pretende esta comparación? Mostrar la liberación del pecado y de la muerte que vive el cristiano gracias a Jesucristo. El versículo 12 plantea el principio de solidaridad que aúna a toda la familia humana en un destino común, es decir, la relación corporativa que existe entre Adán, el primer pecador y heraldo de la muerte, y su descendencia. De esta manera dice el Apóstol: “Así también la muerte se extendió a toda la humanidad, ya que todos pecaron”. Nacemos y crecemos en una humanidad adámica, pecadora y destinada a la muerte. Es una visión extraordinaria que lleva a descubrir el sentido corporativo del pecado y de su consecuencia la muerte; de este modo, nos invita a superar la sola visión del pecado como realidad individual y privada. Es un reclamo frecuente de los teólogos el hecho que el sacramento de la penitencia haya sido reducido a un individual y solitario encuentro del pecador con el ministro, perdiéndose casi por completo esta dimensión corporativa o comunitaria del pecado. De ahí el llamado de interesantes autores a redescubrir a la Iglesia santa y pecadora. El pecado produce estragos en la convivencia, en la sociedad, en la comunidad. Por eso se puede hablar del “pecado del mundo” como la sumatoria  infinita del mal que cada uno aporta al mal comunitario. Si fue tan desastrosa la experiencia de “nuestro primer padre” que marca con un sello constante todas las dimensiones de la vida humana, cuánto más grandiosa es la obra liberadora de Jesucristo. Si la desobediencia de Adán nos arrastró a todos a la ruptura con Dios y con el prójimo, a la muerte e infelicidad, la obediencia de Jesucristo nos atrajo sólo bendiciones. Así lo expresa San Pablo: “Porque si por el delito de uno murieron todos, mucho más abundantes se ofrecerán a todos el favor y el don de Dios, por el favor de un solo hombre, Jesucristo” (v. 15). La obediencia del Hijo Amado del Padre nos redimió de la vieja condena de la desobediencia de Adán. ¿Qué relación ves entre esta Palabra revelada y el bautismo de los niños? ¿Sólo se bautizan los que tienen conciencia de sus pecados personales? ¿Qué aspectos de nuestra comunidad cristiana revelan constantemente la presencia del mal? ¿Es la conversión y la santidad asuntos privados de cada uno solamente?

                Del evangelio según San Mateo 10, 26-33

                Estamos en el segundo gran discurso de Jesús (Mt 9,36 – 11,1), llamado “discurso de la misión”. En éste se inserta el texto del evangelio de hoy. El discurso de la misión se divide en dos partes: el envío de  los discípulos (Mt 10, 1-15) y el anuncio del destino que les aguarda (Mt 10, 16-42). Estamos en esta segunda parte. Jesús convoca a los Doce Apóstoles y los envía a la misión de proclamar que el Reino está cerca. No sólo los envía a predicar sino también los dota del poder de sanar, liberar, expulsar demonios, resucitar muertos. El texto del evangelio de hoy está dentro de la sección dedicada al tema de las persecuciones (Mt 10, 16 – 33). De esta parte, nuestro evangelio toma los versículos 26 a 33. Una cosa llamativa de este texto es la triple repetición en labios de Jesús: “No les tengan miedo… (v.26) No teman a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma; teman más bien al que puede arrojar cuerpo y alma al infierno” (v. 28) y “Por tanto, no les tengan miedo…(v. 31). Ya podemos comprender que la misión no será fácil; por el contrario, estará llena de dificultades que pueden desanimar a cualquiera y hacerle caer en el miedo.

                Esto señala que para Jesús y los suyos el Reino o la Buena Noticia no es una causa perdida, aunque a veces lo parezca o da esa impresión.  El Reino no es un proyecto humano sino el proyecto de Dios y no sólo se anuncia con palabras sino también con obras que muestran el poder de Dios. La Palabra de Dios siempre va acompañada de acciones que muestran el poder de la redención que Dios ofrece en su Hijo y por medio  de sus enviados. En medio de la delicada misión apostólica, Dios fortalecerá y dará confianza a los que se comprometieron con Él en el anuncio del Reino.  Los enviados discípulos del Señor están bajo su cuidado y queda claro también que es el Señor de la Historia y del mundo. Es importante no olvidar que el Reino no es pertenencia de la Iglesia ni de nadie de este mundo. La  Iglesia, dice el Concilio Vaticano II, es “germen del Reino” pero no es el Reino. Es Dios el que nos ha llamado a ser trabajadores de su mies. Si tenemos esta conciencia sobre nuestro lugar en la Iglesia y el mundo, podremos entonces confiarnos con la actitud de Jeremías o de San Pablo que todo lo remite a Jesucristo. Es el Reino de Dios en medio de los hombres lo que testificamos y anunciamos.

                Pero tenemos que contar con nuestros miedos, temores y dudas. No es extraño sentir miedo ni tampoco es algo excepcional. “El miedo es una dimensión natural de la vida. Pero también hay, sobre todo hoy, una forma de miedo más profunda, de tipo existencial, que a veces se transforma en angustia: nace de un sentido de vacío, asociado a cierta cultura impregnada de un nihilismo teórico y práctico generalizado”, dice Benedicto XVI. La mejor medicina  contra el miedo es el santo temor de Dios, es decir, saber reconocer que no somos nosotros los propietarios del bien y del mal. El temor de Dios es reconocer y vivir ante la misteriosa presencia de quien nos ama y nos guarda. Una fe en Dios que nos lleva a descubrir su amor infinito en el cual nos dejamos cobijar como los pollitos bajo las alas de la gallina o de los pichones bajo las alas del águila. Con ambas referencias, la Biblia quiere hacernos comprender nuestra situación como protegidos por el amor de Dios, sobre todo, ante el rechazo y la persecución.

                Frente a la Palabra de Dios  me pregunto: ¿Tengo claro cuáles son mis miedos más frecuentes? ¿He hecho una tarea espiritual para comprender, integrar e incluso superar los miedos que me asaltan con frecuencia? ¿Cuáles son mis miedos comunitarios? ¿Le tengo miedo a la enfermedad, a la muerte, al futuro, a la edad, al oficio? ¿En quién tengo puesta mi confianza?

                Que el Señor les bendiga y acompañe y no olvidemos cultivar la virtud de la valentía, el coraje y la fortaleza ante las dificultades sufridas a causa del evangelio. Cultivemos la fidelidad personal y comunitaria hacia Jesucristo y su Buena Noticia.

                Fr. Carlos A. Espinoza  I., O. de M.  



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