Tercer Domingo del Tiempo Ordinario
Lecturas:
Primera lectura: Neh 8, 2-4. 5-6. 8-10;
Salmo 18, 8-10. 10-15;
Segunda lectura: 1Cor 12, 12-14. 27; Evangelio: Lc 1, 1-4; 4, 14-21
En el Evangelio de hoy, vemos como Jesús se presenta a los suyos en la sinagoga de Nazaret, dejando claro cual es su misión y a quienes son los destinatarios de sus anuncio, interesante será notar como el evangelista va explicitando la verdad que quiere comunicar dejándonos claro que él es transmisor de unas enseñanzas que han realizado una comunidad creyente, que han sido “testigos oculares y predicadores”. Cuando estamos celebrando el año de la Fe, es importante tener presente que la comunidad creyente se entiende sólo en el encuentro con el Señor y la posterior transmisión de ese “acontecimiento”. Es relevante no olvidar esto, sobre todo cuando estamos llamados a ser comunidades de Fe misioneras.
Lucas, quiere transmitir la verdad de Jesús recogida por los primeros discípulos y testigos de la Buena Noticia. Podríamos decir que hay una transmisión viva de la cual da cuenta el evangelista, y de la que nos quiere hacer parte, recogiendo con fidelidad las enseñanzas recibidas.
Hay dos elementos en el texto del evangelio de hoy que es importante considerar al iniciar nuestra reflexión, en primer lugar , Jesús se presenta como el enviado de Dios, por lo tanto, viene a cumplir una misión preparada desde antiguo, y por otra parte, él es portador de una buena noticia que tiene que ser anunciada a unos destinatarios específicos.
Jesús realiza su anuncio en Galilea, en la sinagoga de Nazaret, pues su identidad se entiende en la medida que es posible referirlo a las profecías que hablan del Mesías prometido. Además es en un espacio vinculado a la Ley de Moisés, que viene a tomar plenitud en Cristo. Es él quien da plenitud a la Ley, en cuanto exégeta del Padre y movido por el Espíritu, por eso, es relevante que sea él quien lea el texto del profeta Isaías y también quien lo comenta, en un tiempo que se actualiza como palabra operante en el hoy: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido, me ha destinado para anunciar la buena noticia a los pobres, a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista…”.
Sin lugar a dudas con Cristo se da plenitud a la ley y a los profetas, con él se inicia un tiempo nuevo que viene a transformar las antiguas maneras de entender la relación de Dios con el hombre, en este sentido, es significativo que se omitan en el texto del evangelio las palabras que en la profecía de Isaías hablaban de venganza, dando cuenta, que el tiempo inaugurado por Cristo es una realidad nueva.
Para nosotros como mercedarios el mensaje es fundante, sabemos que la Buena Noticia del Evangelio esta dirigida a los marginados y excluidos, a los cautivos; pues ellos son los destinarios privilegiados del mensaje de salvación. Por eso, es buena noticia, pues el tiempo de gracia se ha iniciado con Cristo, que nos viene a dar esa libertad de hijos que nos alcanzó con el misterio pascual.
Como mercedarios nos vemos interpelados en cuanto depositarios de un mensaje de libertad que tiene que ser anunciado a todo oprimido y excluido. Es preciso dar la vista a los ciegos, romper cadenas, a aquellos que se niegan a ver la verdad del Evangelio, a aquellos que protegen intereses egoístas ajenos al mensaje de Jesús, protegidos en el poder y la arbitrariedad de sus seguridades malolientes, que Cristo viene a destruir; pues él esta del lado de los débiles, de los indefensos, de los que nada pueden frente a los poderosos que protegidos en sus rótulos y falsas sobriedades pretenden acallar la verdad y la justicia que Cristo viene a comunicar. Es finalmente la fuerza del amor, que libera de todo temor y zozobra.
Cristo, el Ungido del Señor, nos restaura con su mensaje nuevo, nos ofrece esa felicidad prometida desde antiguo, pues la liberación humana ha sido inaugurada; que este Domingo, en nuestros oídos resuenen con más fuerza que nunca las palabras de Jesús, pues hoy es preciso levantar nuestro corazón a la esperanza que nos trae el Redentor.