DOMINGO 21° DURANTE EL AÑO
Textos
Is 22, 19-23 “Pondré sobre sus hombros la llave de la casa de David”
Sal 137, 1-3.6.8 Tu amor es eterno, Señor
Rom 11, 33 -36 “¡Qué insondables son sus designios!”
Mt 16, 13 -20 “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”
Está servida la mesa del Pan de la Palabra para este domingo, día del Señor, y faltan los invitados al banquete eucarístico, porque esta es la clave de nuestro encuentro dominical. El Señor nos reúne en su casa alrededor de su mesa para nutrirnos de los sabrosos manjares que nuestra alma necesita constantemente. No nos alimenta a cada uno, separado del otro, sino que nos invita a ser y vivir en comunidad de discípulos y discípulas. La Eucaristía como la fe siempre se viven en comunidad, en el encuentro fraterno con los demás. La “crisis de la dimensión comunitaria” de la vida y de la fe es consecuencia del individualismo asfixiante en que estamos metidos pero también la miopía de los cristianos para no ver la gran oportunidad que hoy tenemos de mostrar el hermoso valor humano y cristiano de la fraternidad en comunidad.
Iniciemos este contacto con la Palabra de Dios de este domingo con la invocación al Espíritu Santo para que sea él el que abra nuestra mente y nuestro corazón al mensaje que el Señor quiere comunicarnos a través de estos pasajes bíblicos que el mismo Espíritu inspiró a los autores sagrados. No olvidemos invocar a María, la Virgen oyente de la Palabra, para que con ella podamos también nosotros acoger el mensaje de este domingo.
El texto de Isaías 22 está dirigido a los habitantes de Jerusalén. Los hechos aquí referidos corresponden a la sorpresiva retirada de Senaquerib que estaba a punto de conquistar la ciudad en el 701 a. C. Este hecho llenó de entusiasmo a sus habitantes pero el profeta insiste que, a pesar de esta retirada del enemigo, la amenaza sigue aunque se han preparado militarmente sin confiar en el Señor. Esto llega hasta el punto de instalar como mayordomo de palacio de David a un extranjero. En medio de esta situación histórica concreta se sitúa el texto sobre el nuevo mayordomo para Jerusalén. Por eso, comienza hablando el profeta de una destitución del cargo y la propuesta de que Dios llamará a un hijo de Israel para que ocupe tan importante cargo. Pongamos atención en el siguiente detalle: “Pondré en el hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá”. Es la misma palabra que Jesús dirige a Pedro como lo leemos en el evangelio de hoy. Tengamos en cuenta que este mayordomo o encargado de las llaves del palacio es el más importante de los oficios vinculados con la ciudad o el reino.
Seguimos con la Carta a los Romanos en la segunda lectura. Es la continuación del texto del domingo pasado. Después de señalar que la futura conversión de los de su raza, los judíos, está unida a la incorporación de los paganos al Pueblo de Dios, San Pablo expresa su admiración por el secreto de todo este plan divino de la salvación. Porque en realidad la historia de la salvación no acontece por casualidad o según un desarrollo puramente natural. Hay un extraordinario plan o designio cuyo autor es Dios mismo. Con el Apóstol también nosotros podemos decir agradecidos: “¡Qué profunda es la riqueza, la sabiduría y prudencia de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones, qué incomprensibles sus caminos!”. No sólo descubrimos la grandeza de Dios contemplando la creación, la naturaleza sino también contemplando la historia y nuestras propias historias, todas ellas tejidas con infinito cariño, a pesar de los tropiezos humanos.
El evangelio de Mt 16, 13 – 20, identificado como “confesión de Pedro”, toca un aspecto absolutamente central de la vida cristiana: identificar el ser de la persona de Jesús. Sin esto, la fe se disuelve en creencia vaga. El texto nos comunica los hechos reales de Jesús pero tal como lo ha entendido y vivido la comunidad. Todo lo que sabemos de Jesús está siempre mediado por el testimonio de una comunidad de discípulos que llamamos “comunidad primitiva cristiana”. Quien quiera abrazar la fe en Cristo tiene que acoger el testimonio de su comunidad, es decir, de quienes vivieron con Él y lo reconocieron como Resucitado. La fe se cimenta en la larga hilera de testigos que han conocido al Señor a través de esa comunidad, la Iglesia Católica cuyo cimiento son los Apóstoles y cuya misión nace del mandato expreso del Resucitado.
El tema de la identidad es clave en todo tiempo. No hay cosa más perniciosa que la pérdida de identidad o el silenciar la identidad. El cristiano que no identifica a quien sigue, a Jesucristo, podrá ser cualquier cosa menos un discípulo misionero. La pregunta sobre Jesús, ¿quién es Jesús? Sigue tan vigente como en la primera hora de la comunidad cristiana. Es una cuestión abierta y esto explica la inmensa cantidad de libros que se escriben acerca de la identidad de Jesús, del cristiano, de la Iglesia, etc. ¿Quién Jesús para mí, para nosotros? Y la respuesta siempre pasa por la necesidad de tener un encuentro personal con Jesucristo vivo. Esta es la clave de la llamada incesante del Papa, del Obispo, del Sacerdote, del Catequista, etc. Toda la Iglesia es “Iglesia de Cristo” porque su misión fundamental es anunciar a Cristo y su Evangelio para muchos sean sus discípulos en medio del mundo.
Las respuestas a la pregunta por la identidad de Jesús, como lo hicieron los discípulos, pueden ser variadas: lo que dice la gente, lo que se me ocurre humanamente hablando que podría ser Jesús, lo que dicen los programas pagados de la televisión, lo que escribió alguien por ahí con intenciones determinadas, etc. Pero la única respuesta está en la divina revelación, lo que Dios ha comunicado acerca de su Hijo. Es el punto de vista de Dios que Jesús le recalca a Pedro cuando éste ha confesado: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Nadie de este mundo puede haberle manifestado a Pedro semejante confesión de fe. Sólo Dios puede revelarlo. Nadie accede al misterio de Dios si Dios mismo no quiere hacerlo. Conocer a Jesús en su identidad única como Hijo del Padre es obra del Padre Eterno.
Jesús le da un nombre nuevo a Simón: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Junto al nuevo nombre, cosa muy frecuente en la Biblia cuando Dios llama a alguien para una misión específica, es hacerlo mayordomo de esa comunidad nueva que quiere edificar Jesús: mi Iglesia. Pedro desarrollará una función central en esta nueva comunidad, la Iglesia de Cristo, función en torno a la comunión universal.
Que el Señor nos permita vivir con Él un encuentro personal que nos incorpore a su comunidad con un verdadero compromiso. Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.