"El milagro de la solidaridad brota de la Eucaristía donde Cristo se nos da como comida, para que vayamos a repartirlo por el mundo a través de la evangelización y testimonio".
DOMINDO 18° DEL TIEMPO ORDINARIO
Textos Isaías 55, 1-3 “¿Por qué gastan dinero en lo que no alimenta?”
Salmo 144 “El Señor es clemente y compasivo”
Rom 8, 35.37-39 “..ni criatura alguna nos pondrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro”
Mt 14, 13-21 “Dadles vosotros de comer”
Cuatro condiciones para ser solidarios
Es extraordinariamente importante lo que el profeta Isaías nos propone en el capítulo 55 del cual hoy leemos tres versículos cuando invita al pueblo de Israel: “Presten atención y vengan a mí, escúchenme y vivirán”. Cuatro verbos que indican acciones bien definidas para el creyente de todos los tiempos y sin las cuales no es posible discernir la Palabra de Dios en nuestra vida. En primer lugar, prestar atención significa efectivamente dejar de preocuparse de otras cosas que no sea la voz del Señor. Esta invitación forma parte del verdadero acto de escuchar. Sólo se escucha cuando se presta atención al que nos habla, al Señor, al prójimo, al Espíritu Santo, a la Iglesia.. Fijar la mirada, dirigir la atención hacia el que nos habla, querer escuchar realmente son aspectos inseparables. Ir al encuentro del Señor que nos habla. Son muchas las oportunidades en que el Señor hace esta invitación: “Venid a mí, todos los que están cansados y agobiados”. Es muy importante la cercanía de los interlocutores. El Señor quiere entrar en contacto con nuestra persona real, con todo el ser que cada uno es. Se trata de un encuentro interpersonal: el Tú eterno de Dios y el yo humano de cada uno. Desde esta aproximación humana de Dios en la persona de Cristo y del hombre concreto que es cada uno emerge la escucha: no puedo escuchar al que no creo que vive, al que no considero presente, al que ignoro y no me interesa escuchar. Sólo es posible escuchar al Señor si creo en Él, si deseo acoger sus palabras, si quiero caminar en su presencia.. “Ojalá escuchen hoy la voz del Señor” nos propone el salmista. Es el propósito permanente del creyente, escuchar al Señor en el ajetreo del diario vivir, en los hechos alegres y tristes de la vida, en la trama de la historia del mundo y de la Iglesia. Hace mucha falta escuchar y escucharnos, como Dios siempre nos escucha. Y entonces Dios promete: “y vivirán”. Porque no escuchar al Señor es morir, es ignorar el sentido profundo de las cosas, es quedar atrapados en las cosas materiales e inmediatas que nos envuelven. Dios es un Dios viviente, da la vida y la ofrece incesantemente en su Hijo Jesús: “He venido para que tengan vida y vida en abundancia”.
En estas condiciones podemos comprender la gran promesa de Dios a los hombres: “Sellaré con ustedes alianza perpetua”. La Alianza o testamento o pacto que Dios nos ofrece se concreta en el envío de su Hijo Amado quien sella este pacto perpetuo con su propia sangre y con su gloriosa resurrección. La Alianza es libre iniciativa de Dios, es invitación a entrar en esa amistad y comunión tan especial que Él nos ofrece. Claro que de nuestra parte tendremos que estar dispuestos a acogerla, recibirla y comprometernos a vivirla: “Tú eres mi Dios y nosotros somos tu pueblo”. Esa gratuidad incluso saciará nuestra sed y nuestra hambre, colmará con creces nuestras más hondas aspiraciones.
El evangelio nos ofrece una estupenda lección de lo que significa la promesa de Isaías. Lo que el gran profeta anunciaba se cumple en Cristo y en la comunidad que le sigue, la Iglesia. Los hechos nos “hablan”, nos interpelan. Veamos.
- Tanto el rechazo que vive Jesús entre los suyos, último episodio narrado por Mt 13, 53 – 58 y luego la muerte violenta de Juan Bautista en manos del caprichoso rey Herodes, relato con que se inicia el capítulo 14 de Mateo, deben haber impactado fuertemente a Jesús. Nuestro evangelio de este domingo comienza señalando ese estado de ánimo que envuelve a Jesús. Dice Mateo: “Al enterarse, Jesús se fue de allí en barca, él solo, a un paraje despoblado”. Los hechos nos “hablan” sean éstos agradables o tristes. Jesús comprende que su misión estará marcada por acogidas y rechazos que pueden llevarlo a vivir el final trágico de Juan Bautista, precisamente por decir y vivir la verdad. La Iglesia y cada cristiano debe también aceptar este camino, el camino de la cruz.
- Jesús no se encierra en su problema o preocupación. El relato nos indica que “Jesús desembarcó y, al ver la gran multitud, sintió compasión y sanó a los enfermos”. Son muchos los lugares que nos remiten a la compasión de Jesús: tiene compasión de la viuda de Naín, el samaritano “sintió compasión ante el herido botado en el camino”, el padre tiene compasión del hijo que regresa a casa, el pródigo, y nuestro pasaje que lleva a ofrecer alimento a una multitud hambrienta y a sanar los enfermos.
- La compasión es un amor que mueve las entrañas de Jesús, que nace de lo más íntimo de su ser. No es un simple “sentir lástima” sentimiento muy frecuente en nuestro contacto con el dolor ajeno que no conduce a una acción real de consuelo, ayuda y alivio. La compasión de Jesús revela la misericordia o amor de Dios mismo de quien se dice a cada momento en la Biblia que “clemente y compasivo, rico en misericordia”. Jesús, en sus palabras y sus acciones nos está mostrando el amor de nuestro Padre del Cielo. Se dice que la compasión y misericordia brotan de las entrañas del ser humano y esto es muy fuerte en el amor materno.
- La compasión auténtica como la de Jesús se implica en la situación de necesidad que vive el otro. En este caso Jesús capta la necesidad de la multitud que lo sigue. Contrasta la actitud de los discípulos que sólo desena deshacerse del problema: “El lugar es despoblado y ya es tarde; despide a la multitud para que vayan a los pueblos a comprar algo de comer”. Jesús no comparte la solución ofrecida sino que los implica en la búsqueda de una solución. ¡Cómo nos parecemos a los discípulos!
- La respuesta de Jesús es iluminadora: “No hace falta que vayan; denle ustedes de comer”. Pobres discípulos, ellos que querían deshacerse del problema cuanto antes, ahora viene su Maestro y los mete de lleno en la situación; no hay escapatoria o se comprometen o no sirven para el Reino.
- Descubren la inmensa distancia entre la multitud hambrienta y sus pobres recursos: sólo los suyos aprenden la lección, no sólo escuchando la Palabra sino también en directa relación con la realidad. Siempre es más grande la masa que la pequeña porción de levadura; los discípulos sabemos que nunca será suficiente, siempre habrá una distancia enorme entre nuestros pequeños medios y la multitud necesitada.
- Jesús tomó la iniciativa pero a partir de los insignificantes dones que los discípulos tenían. Hizo la multiplicación de los panes y no sólo se satisfacen todos sino que quedó para seguir multiplicando los dones. El verdadero protagonista del relato es Jesús. Los discípulos reparten entre la multitud lo que Jesús les entrega. El milagro de la solidaridad brota de la Eucaristía donde Cristo se nos da como comida, para que vayamos a repartirlo por el mundo a través de la evangelización y testimonio.
Que tengan un buen Domingo. Vaya a celebrar con sus hermanos. Fr. Carlos A. Espinoza I.