VI Domingo de Pascua
Textos:
Libro de los Hechos de los Apóstoles 8,5-8.14-17.
Salmo 66(65),1-3a.4-5.6-7a.16.20.
Epístola I de San Pedro 3,15-18.
Evangelio según San Juan 14,15-21.
Viviendo este tiempo pascual con gran alegría y entusiasmo renovado, la liturgia ahora nos va acercando a nuevas instancias celebrativas, como lo son la Ascensión del Señor y la gran fiesta de Pentecostés que tendremos oportunidad de vivir en las próximas semanas, las cuales se enmarcan en el proceso que el mismo Jesús fue haciendo con su comunidad y que hoy realiza con nosotros. En esta perspectiva la Liturgia de la Palabra de este Domingo VI de Pascua nos alienta, nutre y por sobre todo prepara: la de vivir en el Resucitado que nunca nos deja y que además nos enviará el Paráclito.
En la lectura y escucha de la Palabra de este día, nos damos cuenta del cómo la comunidad, representada en los apóstoles (Felipe, Pedro y Juan) va pregonando la experiencia vivida con el maestro como una Buena Noticia, la de haber sido convocados a una vivencia especial, la del Reino de Dios (Hechos de los Apóstoles). Vemos gestos apostólicos muy elocuentes, por ejemplo el anuncio se hace concreto en la medida que explícitamente se predica la Palabra de Dios, incluso el testimonio en medio de los nuevos convertidos genera no sólo adhesión creyente, sino también un gran gozo cristiano: “esto despertó gran alegría en aquella ciudad”. La dimensión sacramental no se hace esperar, de hecho el paso del Bautismo si bien importante y fundamental para el nuevo peregrinaje que hará esta primera comunidad, tendrá su complemento en la recepción del Espíritu Santo, la cual se hace efectiva a través de la imposición de manos de los mismos apóstoles.
En la segunda lectura, no es menor el llamado que hace Pedro a vivir en medio del mundo esta realidad de cristianos sin miedo, todo lo contrario, con entusiasmo y coherencia. Si bien es preciso predicar la Palabra de Dios, es también urgente saber que el deber ante todo es a que nuestra vida, nuestra práctica y experiencia cotidiana sea expresión de nuestro ser creyente. “Hemos de dar razón de nuestra fe, de nuestra esperanza”.
Es cierto que para dar razón de la nueva vida profesada por el cristiano, se amerita el proceso de racionalidad de la fe, de saber que antes de asumir la fe en Jesucristo se ha pensado inteligentemente ese paso, como dice Santo Tomás se ha “pensado con asentimiento”. Esto asegura el hecho que la fe no es cosa de mero sentimiento, ni tampoco una alienación tipo fuga mundi, todo lo contrario es algo que el Señor ha regalado como don, pero que se recibe desde la inteligencia y voluntad con la cual hemos sido creados; sólo desde allí podemos decir con justificación que vale la pena ser cristiano. No obstante lo anterior, es también muy cierto que ese “dar razón” tiene un complemento ineludible y urgente, el de dar razón con nuestra vida, con nuestro ejemplo, con nuestro testimonio: “háganlo con sencillez y respeto y estando en paz con su conciencia”.
¿Cómo fue posible todo esto en la comunidad apostólica? ¿cómo podemos vivir hoy este llamado que nos hace el Señor en su Palabra? ¿Qué hacer, cómo vivir generando alegría en nuestros hermanos? ¿cómo dar testimonio creíble de nuestra fe?
Aquí es donde el Evangelio es clara y fuerte respuesta: desde Dios y con Dios. El relato del evangelista Juan que leímos en este Domingo deja muy en claro por un lado, el modo de cómo Jesús ordena el vivir cristiano: desde el amor, y por otro la forma en cómo seguirá acompañando y nutriendo el caminar y misión de sus hijos: desde y con el Espíritu Santo.
No es difícil imaginar la incertidumbre que quizás se vivía en la primera comunidad cristiana para hacer efectiva la vida y misión que el maestro entregaba, pero es claro y así lo vemos en los hechos de los apóstoles y en las cartas apostólicas de los discípulos de Jesucristo de los primeros tiempos que comprendieron muy bien que su vida ya nos les pertenecía – como dice San Pablo era la conciencia clara que “Cristo vivía en cada” – y así entendían que no eran a sí mismos que predicaban sino la Buena Nueva del Reino que se hacía presente en ellos.
Ello sólo fue posible cuando el Espíritu Santo anunciado por Jesús penetró e inundó la vida de estos hijos.
¿Y nosotros? ¿cómo hacer? ¿qué hacer?
Para cada cristiano de este tiempo la respuesta del Evangelio y la invitación que desde allí surge es también eficaz. Si nos decimos cristianos, seguidores de Jesucristo resucitado es claro que no estamos solos, el mismo que llamó a los discípulos en Galilea es quien hoy nos llama a nosotros, nos convoca a algo nuevo y apasionante, pero además nos anuncia y regala una nueva vida, la que nos trae el Espíritu Santo.
Una nota no menor en el relato de este Domingo es saber que el proceso de la misión haciéndose desde Dios, se hace con Dios y con el modo pedagógico de Dios: el de la sencillez, el de la paz y la alegría. Quizás muchas veces nos desesperamos por la no escucha, la no atención y incluso la persecución; no es raro escuchar los lamentos que canonizan tiempos pasados y demonizan el presente (“antes era súper bueno, pero ahora… el mundo está mal”). No decaigamos en la marcha, hemos de vivir conscientes que el mismo Jesús nos garantizó su presencia “No los dejaré desamparados, sino que volveré a ustedes. Dentro de poco, el mundo no me verá más, pero ustedes sí me verán, porque Yo permanezco vivo y ustedes también vivirán. En aquel día entenderán que Yo estoy en mi Padre, y ustedes en mí y Yo en ustedes. El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama. Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, Yo también lo amaré y me manifestaré a él".
Por tanto amigos, suscitemos alegría con nuestra vida y anuncio, permitamos que en nuestro actuar se visualice el actuar de Dios. No es la imposición el camino cristiano, sino el del anuncio y ejemplo gozoso que predicando a Dios permite que otros lleguen a Dios.
P. Ramón Villagrán Arias O. de M.