La historia de la Merced está tejida por hombres y mujeres que, como Pedro Urraca, han vivido hasta el extremo la lógica del Evangelio. Nacido en 1583 en Jadraque, España, partió siendo adolescente a Sudamérica junto a su hermano franciscano. Fue en Quito donde el Señor le salió al encuentro y encendió en él el fuego de la vocación religiosa, que lo llevó a profesar en la Orden de la Merced el 2 de noviembre de 1605, asumiendo el nombre de Pedro de la Santísima Trinidad.
Ordenado sacerdote, se instaló en la Recoleta de Belén en Lima, donde se entregó con fuerza a la oración, la predicación y la dirección espiritual. En uno de sus viajes a España conoció al místico mercedario Juan Falconi, con quien compartió la pasión por una vida interior profunda y centrada en Cristo crucificado.
Pedro Urraca convirtió su convento en un centro de irradiación espiritual, especialmente para los pobres, los penitentes y quienes buscaban orientación en su camino de fe. Su obra más conocida, Modos suaves y fuertes para andar el alma importunando a Dios, refleja el ardor de un corazón enamorado del Señor y su deseo de contagiar esa pasión a otros.
Aunque a menudo se lo recuerda por su radical espíritu de penitencia, no fue el sufrimiento por sí mismo lo que lo movió, sino el amor total a Cristo crucificado, a quien buscó imitar incluso en medio de enfermedades y dolores. Sus contemporáneos veían en él a un hombre que irradiaba paz, sabiduría y una profunda capacidad de consolar y alentar.
Hoy, sus restos descansan en la Basílica de La Merced de Lima, que sigue siendo lugar de peregrinación, especialmente frente a la gran cruz con la que el venerable Pedro Urraca realizaba sus penitencias. Allí, miles se acercan buscando renovar su fe, pedir su intercesión y recordar que la santidad no es un ideal lejano, sino un camino concreto que se construye con cada acto de amor, sacrificio y fidelidad.
Su testimonio nos desafía a preguntarnos: ¿Estoy dispuesto a abrazar la cruz como camino de vida plena y redentora?
Oración por su intercesión
Señor, Dios nuestro, uno en esencia y trino en personas, ya que tantas gracias y favores concediste a tu siervo Pedro, infundiéndole profundo amor hacia los misterios adorables de la Trinidad, la Pasión de tu divino Hijo y la pureza de María; concédenos, por tu infinita misericordia, que sea elevado a la gloria de los santos, y que nos sirva de modelo en el amor a estos sublimes misterios de nuestra fe. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Fuente: Secretaría Pastoral Provincia Mercedaria de Chile.