Agosto suena a cumpleaños, a fundación, a promesa viva. En el corazón del siglo XIII, en medio de las tensiones entre cristianos e islámicos en el Mediterráneo occidental, nace la Merced. Nace como respuesta, como acto de amor osado, como fruto de una fe encarnada que no se contenta con rezar sino que busca liberar. Es la Barcelona pujante, abierta al comercio y al dolor humano del cautiverio, la que se convierte en cuna de esta obra: una ciudad que se transforma en hospital de misericordia.
Allí, un laico: Pedro Nolasco, junto a otros hombres y mujeres movidos por la fe y la compasión, pone en marcha una cofradía redentora. No están solos: la Iglesia local los sostiene, el obispo los anima, y el joven rey con sus consejeros les ofrece respaldo. Todo se articula para gestar algo nuevo: una familia espiritual que convierte las rutas comerciales en caminos de redención.
El rey Alfonso X lo expresó con claridad: “Sacar a los hombres del cautiverio es cosa que place mucho a Dios porque es obra de piedad y de merced.”
Cada agosto volvemos a ese origen con gratitud. Recordamos la noche luminosa del 1 al 2 de agosto, cuando la tradición habla de la inspiración de María a Nolasco. Celebramos el 10 de agosto como fecha fundacional. Y en este mes, la memoria mercedaria se vuelve coral: evocamos a Antonio Pisano, Pedro Urraca, Lutgarda Mas, Ramón Nonato, los mártires de Castilla, Inocencio López y Lucía Etchepare… y tantas otras vidas ofrecidas al servicio de la libertad y la dignidad.
La Virgen de la Merced, patrona, madre y protectora, sigue siendo el rostro maternal que inspira y acompaña. Su fiesta (en las distintas fechas que cada provincia conmemora) nos recuerda que el carisma mercedario no es pasado, sino presente y futuro. Un llamado constante a abrir las puertas, soltar cadenas y transformar ciudades y corazones en casas de merced.
Fuente: Secretaría Pastoral Provincia Mercedaria de Chile.