En un mundo que a menudo valora el ruido por sobre el silencio, el 8 de junio nos invita a recordar y agradecer el nacimiento de una vocación mercedaria silenciosa y profundamente redentora: la de las monjas mercedarias descalzas. Fue en 1617, en la localidad española de Lora del Río, donde se fundó el primer monasterio femenino de la recolección mercedaria, gracias al impulso espiritual de fray Juan Bautista del Santísimo Sacramento y María Ana de Jesús.
Desde aquel humilde comienzo (con tres monjas provenientes del convento de la Asunción de Sevilla) esta forma de vida se propagó con fuerza en el siglo XVII. En apenas un año, la comunidad ya albergaba quince monjas profesas y varias novicias. Con el paso del tiempo se imprimieron las primeras constituciones, el Manual y el Ceremonial, que garantizaron la dignidad litúrgica y la unidad en el culto divino.
Las monjas mercedarias descalzas, desde su clausura como ofrenda, han sostenido la obra redentora de la Orden. Su "esclavitud" libremente asumida entre los muros del claustro se convirtió en una de las formas más altas de libertad espiritual. Con su oración constante y el cuarto voto redentor, se asociaron al mismo carisma que llevó a los frailes a entregar la vida por los cautivos.
Hoy, ocho monasterios (desde España hasta India y Kenia) continúan custodiando este legado vivo de contemplación, generosidad y redención, que, aunque poco escrito, ha sido inmensamente fecundo. Su historia es una llama que nos inspira a vivir nuestra vocación con entrega silenciosa y amor liberador.
Fuente: Secretaría Pastoral Provincia Mercedaria de Chile, adaptado de “La Merced en la liturgia”.