6° DOMINGO DE PASCUA (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

6° DOMINGO DE PASCUA (A)

Sábado 13 de Mayo, 2023

 


¡SEÑOR JESÚS!, no nos desampares en medio  de la tormenta

                Estamos viviendo tiempos de miedo y sufrimientos porque la pandemia no viene nunca sola, trae un séquito de males y sabemos que no podemos volver a como era antes; más bien, tendremos que contar con el terrible virus por mucho tiempo. La epidemia no se acaba por decreto ni por la fuerza del deseo, no tiene fecha de término ni dejará de estar al acecho aunque su momento más álgido pareciera haber pasado. Y la Palabra sale a nuestro encuentro como una luz de consuelo y esperanza. Si la acogemos desde nuestra triste realidad presente y nos dejamos iluminar por ella, nos hará un bien enorme y nos ayudará a comprender mejor nuestra existencia humana histórica de unas creaturas frágiles, imagen que no se aviene con la sensación de poder o la desafiante palabra inglesa de power. Estamos ante el hombre poderoso, titánico, un trasatlántico omnipotente pero en estos momentos en peligro de hundimiento. La modernidad y la postmodernidad nos han creado  una imagen del hombre que conquista todo y lo pone a su servicio. Este estilo de poder, de dominación, de engreimiento y orgullo ha tenido desastrosas manifestaciones de su pequeñez. El siglo pasado, considerado el siglo más violento de la historia humana, produjo millones de muertos que pretendemos olvidarlos como triste resultado de las feroces guerras mundiales, los conflictos étnicos, las revoluciones que pretendieron instalar aquí y ahora el paraíso, claro sin Dios ni religión y a costa de balas y bombas. Se nos olvidan los horrores de la violencia y la destrucción de la moral y de los pueblos mediante el imperio de las drogas. Dejemos que la Palabra nos ayude a situarnos en la dura realidad del ser humano y de su historia. Un virus ha puesto las cosas en su lugar. Poderosos imperios están enfrentados a una pandemia y no saben cómo se enfrenta. El virus ha dejado a la luz pública el triste espectáculo de generaciones sin sentido de responsabilidad, porque no acatan las normas mínimas que demanda este desafío gigantesco ni tienen tampoco conciencia de bien común. Son hijos e hijas de la ilusión del power total con que fueron formados. No son “hijos del rigor, de las carencias, de la pobreza de medios”. No, ellos nacieron en un mundo donde no podía faltarles nada y tenían siempre derechos  a exigir pero no deberes. Nos estamos curando con nuestra propia miopía. De bocas de sus padres salió un absurdo principio: “A mi hijo no le faltará nada”. En lugar de formar un hombre o mujer situado en la realidad humana de siempre, formaron eso que hoy estamos contemplando: personajes que se sienten poderosos, individualistas, egocéntricos y autorreferentes hasta el límite. Necesitamos que la Palabra de Dios nos vuelva a situar donde encontraremos la salvación, en la vida de cada día, no solos sino en comunión con los demás, no buscando el disfrute infinito sino con capacidad de sacrificio y servicio a los más necesitados. Esta pandemia y sus cuarentenas puede ser la oportunidad para un cambio de dirección, siempre y cuando tengamos todavía la capacidad de asombrarnos. En estos meses han salido del anonimato las más lacerantes realidades de las más variadas formas de pobrezas que viven grupos numerosos de personas que viven en nuestros países y ciudades. Los rostros de la miseria extrema no han faltado. ¿Seguiremos construyendo un estilo de vida que esconde el drama humano de la pobreza en todo sentido? El virus no ha respetado el abismo entre ricos y pobres, entre pueblos desarrollados y en vías de desarrollo. Nos ha dejado frente a las más lacerantes contradicciones que no queremos ver.   

PALABRA DE VIDA

Hch 8, 5-8.14-17               “Oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo”.

Sal 65, 1-7.16.20 ¡Aclame al Señor toda la tierra!

 1Pe 3, 15-18       “Cristo sufrió muerte en el cuerpo, resucitó por el Espíritu”.

Jn 14, 15-21        “Yo pediré al Padre que les envíe otro Defensor que esté siempre con ustedes”.

                Hoy la liturgia nos quiere preparar para celebrar Pentecostés, aunque falten dos semanas para ello. La Palabra de Dios de este sexto domingo de Pascua contiene varias referencias al Espíritu Santo. Es cierto que Jesús se va de nuestro lado, vuelve al Padre de donde vino. Sobre todo el evangelio de San Juan nos ofrece un hilo conductor que revela ese paso de Jesús de este mundo al Padre, en el ambiente íntimo y tenso de la última cena. Porque en verdad fue la última cena de Jesús humanamente presente entre los suyos. Sólo hacerse la idea de quedar solos, sin esa presencia aglutinante y aseguradora del Maestro entre sus discípulos, constituyó un auténtico proceso de cambio muy profundo para la novel comunidad cristiana. En esta coyuntura afloran en las palabras de Jesús las promesas del “otro Paráclito”, el Espíritu Santo, “para que esté siempre con ustedes”. Es el mismo Espíritu que ha resucitado a Jesús de entre los muertos nos dice la segunda lectura de hoy. Es el Espíritu que los apóstoles transmiten a través de la imposición de manos como nos lo recuerda la primera lectura. El Espíritu Santo no viene por su cuenta sino que es enviado por el Padre y el Hijo glorificado. Que estas referencias al Espíritu Santo nos ayuden también a pedirlo con fe e insistencia, porque de su acción en cada bautizado y en la Iglesia entera depende la vida eterna, la salvación, el testimonio, la misión, la santificación, en una palabra toda la vida cristiana.

                Dejemos que sea la Palabra de Dios la que suscite en nuestro interior esa plegaria y esa contemplación de la acción maravillosa del Espíritu de Dios en nuestra vida personal y comunitaria, en el mundo y en la sociedad. ¡Ven, Espíritu Santo, a iluminar nuestra inteligencia con tu admirable luz divina!

                Del Libro de los Hechos de los Apóstoles 8, 5-8.14-17

                El personaje central del texto de la primera lectura de hoy es Felipe que en griego es Filipos y significa “amigo de los caballos”. Está mencionado entre los siete hombres elegidos según Hch 6,5 y se le reconoce como “uno de los siete evangelistas” (Hch 21,8). Es interesante prestarle atención a Samaría, considerada una población de mezcla de razas, razón por la cual en el siglo I de nuestra era, los samaritanos eran considerados heréticos, legalmente impuros. Jesús tuvo un comportamiento sorprendente como lo recuerdan los evangelios. La iglesia primitiva no podía sino seguir ese trato benevolente del Maestro hacia los samaritanos. Felipe es el elegido para llevar la Buena Nueva a esta tierra, de tantas formas despreciada y llena de manifestaciones religiosas sincretistas, es decir, tendencia a conciliar doctrinas diferentes. Así,la misión evangelizadora encomendada a uno de los elegidos por los Apóstoles es exitosa. Al anuncio del Evangelio, los oyentes ven y oyen las señales de cambio o liberación de los males que afligen a la gente y todos rebosaban de alegría. Pero Felipe “no se arranca con los tarros”. Comunica a los Apóstoles de inmediato lo que está pasando con la evangelización en Samaría. Es un detalle sumamente importante porque revela que la misión nunca es propiedad individual del misionero de turno y que la Iglesia es una y vive esa unidad sustancial en la conciencia de estos misioneros de la primera hora. Los Apóstoles enviaron a Pedro y a Juan quienes confirman la fe de los recién convertidos rezando “para que recibieran el Espíritu Santo”. Realizan el gesto de la comunión eclesial: “Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo” (v.17). ¿Qué me enseña este relato? ¿Se puede ser cristiano sin Iglesia, sin comunidad? ¿Es el bautismo un asunto particular privado? ¿Se puede “creer a mi manera”? ¿Tengo el dinamismo de Felipe para vivir y anunciar el Evangelio? ¿Pienso que la misión es exclusiva del Papa, de los obispos y de los sacerdotes?

                Salmo 65, 1-3a.4-7a.16.20 es la respuesta que  surge de nuestra parte y nuestro anhelo que todos los pueblos de nuestra sufrida tierra se unan en la alabanza y acción de gracias a nuestro Dios y Señor, las que brotan de la capacidad de asombro que siempre anida en el corazón humano por las maravillas que hace nuestro Dios no sólo en la creación sino también entre los hombres, especialmente con su pueblo elegido. Nuestro encuentro litúrgico es siempre acción de gracias “en el Espíritu por medio de Jesucristo, muerto y resucitado, al Padre”. Quien se asombra puede contemplar y entrar en la acción de gracias.  

                De la Primera Carta de Pedro 3, 15-18

                ¿Cómo debe comportarse el cristiano en medio de una sociedad pluralista y no necesariamente creyente? No es una situación nueva por cierto. Hay épocas en que el tema es más agudo como aconteció a las primeras comunidades cristianas en medio tan adversos como el judaísmo y el paganismo del imperio romano. La segunda lectura de hoy nos sigue animando a sostener una conducta cristiana, incluso si el mantenerse creyentes significa persecución y hostigamiento. El estilo de vida que sigue el cristiano no coincide con otros estilos de vida que hay en el mundo, si quiere ser fiel a su Maestro y Señor. Puede ser que nuestra forma de vivir como cristianos produzca rechazo e incluso agresividad pero un criterio sano establece el autor de esta carta: “Honren a Cristo como Señor de sus corazones” (v. 15). Ya les ha dicho antes que “Esa es su vocación, porque también Cristo padeció por ustedes, dejándoles un ejemplo para que sigan sus huellas” (1Pe 2, 21). Ante el rechazo, el cristiano tiene la ocasión de defenderse ante quien le pide explicación de su esperanza, pero les dice: “háganlo con modestia y respeto, con buena conciencia” (v.16). Una recomendación de suma importancia en la actualidad, pues tenemos que reconocer el pluralismo religioso para no caer en los fanatismos demoledores de la convivencia pacífica. Se trata de mantener firme la fe pero sin confusiones ni intransigencias. ¿Qué me enseña este pasaje? ¿Qué significa para mí “sufrir con Cristo”? ¿Doy testimonio del bien obrar según el ejemplo de Jesús? ¿Llevo en la práctica un estilo de vida evangélico? ¿O tiendo a acomodarme a todo lo que oigo decir o hacer? ¿Tengo en cuenta valores, criterios y acciones del evangelio antes de tomar decisiones o compromisos?

                Del evangelio según san Juan 14, 15 - 21

                El eje vertebral del primer “discurso de despedida” (Jn 13,31 -14,27) es el tema de la despedida de Jesús. Y podemos descubrir en el trasfondo de este texto las interrogantes: Ausente Jesús, ¿cómo puede un discípulo beneficiarse de la salvación? y ¿cuál es su condición en el mundo?  El evangelio de hoy es la continuación del mismo capítulo 14 que comentamos el domingo pasado. Se trata de la promesa del Espíritu Santo que el mismo Jesús promete que pedirá al Padre que mande a los suyos “otro Paráclito” (v. 16). El término griego que equivale al latino de ad-vocatus se traduce como abogado defensor. ¿Quién es el primer Paráclito ya que Jesús dice que pedirá al Padre que envíe “otro Paráclito”? Y si hay “otro” debe haber uno primero. El primer Paráclito es Jesús, el Hijo hecho hombre en el vientre purísimo de la Virgen, porque vino a defender al hombre del acusador por esencia, el Demonio. Cumplida su misión redentora como defensa a favor del hombre, Cristo vuelve al Padre y éste envía al Espíritu como Defensor y Consolador, para que permanezca para siempre con los creyentes, habitando dentro de cada uno y de la comunidad. El Espíritu Santo viene para unir y fortalecer a la comunidad de los discípulos. Y este es el primer paso para prepararla  para su lucha contra el mundo y lo mundano, lo opuesto a Cristo y a su Buena Nueva. En esta lucha o confrontación, el Espíritu tendrá un papel central porque fortalecerá y defenderá a los discípulos amagados por el mundo malo.

                Notemos que con la Venida del Espíritu Santo es posible una relación entre Dios Padre y los discípulos, gracias a la mediación del Hijo y del Espíritu Santo, una relación íntima de reciprocidad. Así dice Jesús: “Aquel día comprenderán que yo estoy en el Padre y ustedes en mí y yo en ustedes” (v. 20). Pero esta comunión trinitaria es sólo posible bajo una condición esencial: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos” (v.15). Es la misma que repite el texto al final: “Quien recibe y cumple mis mandamientos, ése sí que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él” (v. 21). Esto quiere decir que sin el amor a Jesús, lo que se manifiesta en la observancia de los mandamientos, el hombre queda fuera de la comunión trinitaria, se encierra en sí mismo y pierde la capacidad de recibir y comunicar a Dios. No olvidemos que estas maravillosas palabras fueron pronunciadas en el ámbito de la última cena de Jesús con los suyos. Y tienen la fuerza para comprender que este admirable sacramento nos introduce, una y otra vez, en el ámbito de la misteriosa comunión trinitaria de cada uno y de la comunidad. En verdad se cumple cabalmente la palabra de Jesús: “No los dejo huérfanos, volveré a visitarlos” (v. 18). El “otro Paráclito”, “el Espíritu de la verdad” será memoria constante del amor de Jesús y del Padre y eso significa estar inmersos en la verdadera vida divina.

                Estamos ante una disyuntiva: o llevamos una vida “habitada por Dios” o una vida desierta, abandonada a sí misma, condenada a agotarse en los límites de la creatura. Esto nos vincula con un rico tema teológico de la “inhabitación de la Trinidad” en el interior del bautizado. “Mi vida ha sido visitada por Dios. Él habita en mi interior más profundo. Él es el dulce huésped de mi alma: “Vendremos a él y viviremos en él”. ¿Cómo es posible vivir una vida trivial teniendo como huésped a la Trinidad? ¿Cómo es posible no asombrarse por esta verdad, por esta extraordinaria realidad que nos arrebata de la soledad, ensalza la dignidad de la existencia, llena de estupor, da luz a la totalidad grisácea de nuestra vida cotidiana, sumerge en el mundo divino, hace familiar la existencia con Dios, no cesa de asombrar y maravillar, desplaza el centro de interés de toda la aventura terrena, colorea de sentido toda acción? ¿Cómo no quedar sobresaltado de alegría frente a este ser mío mortal hecho templo de la Trinidad inmortal, frente a este cuerpo mío corruptible hecho santo e incorruptible por la intimidad con su creador?”  Revisemos nuestra relación personal y comunitaria con Cristo, si efectivamente está marcada por el amor a Él, si se sustenta en una profunda e íntima relación de amor con Él y si estamos inmersos en el dinamismo de la comunión trinitaria. “Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos” es la doxología o glorificación que sintetiza la gran acción de gracias eucarística y el amor-comunión de las divinas personas de la Santísima Trinidad. Por otra parte, esta glorificación trinitaria nos prepara para vivir la intimidad de la comunión eucarística, en la que Cristo es nuestro alimento y bebida espiritual.

 

                Un saludo fraterno y que el Señor nos bendiga con su Espíritu Consolador.

                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

 

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