¡Señor Jesús! Creo que Tú eres el Hijo de Dios
Los difíciles días de nuestra convivencia no han concluido. Hay signos preocupantes de dos actitudes y sus respectivos valores que se echan de menos. Me refiero al respeto y a la tolerancia, ambos muy significativos para recuperar una convivencia justa y pacífica. Sin estas dos actitudes básicas no es posible hablar y vivir en sociedad civilizada. El respeto implica reconocer al otro como alguien que goza de la misma dignidad humana, que es aceptado como alguien que tiene el derecho a ser reconocido. El respeto es la consideración, atención o deferencia que se debe a una persona; es un valor que nos lleva a reconocer y honrar la dignidad de las personas y a atender a sus derechos. El respeto al otro reclama el respeto a sí mismo. En el mandamiento fundamental que dice “ama a tu prójimo como a ti mismo”, se expresa la esencia del respeto al otro. O en otra feliz expresión del Antiguo Testamento, en el Libro de Tobías: “No hagas a nadie lo que no quieres que hagan contigo”. Toda persona debe ser tratada como tal, en su dignidad de ser humano. Pero todo nace y se sostiene en el amor a ti mismo, es decir, tu manera de comprender tu propia persona. No puedes respetar a otro si tú no te respetas a ti mismo. Y el respeto se muestra en una variedad de formas o actitudes tales como la cortesía, la amabilidad, el agradecimiento, la puntualidad, el buen trato, el perdón, la acogida, la comprensión, el diálogo, la ayuda, el servicio, la alegría, etc., en suma, en los modales y normas de la buena educación. Precisamente esto es lo que está en crisis profunda. Hay deficiente consideración por el otro ser humano. ¿Cómo recuperar esta clave virtud social? ¿Se podrá vivir un proceso democrático constituyente sin haber solucionado la anarquía reinante en este momento? Y otro de los pilares de la convivencia democrática es la tolerancia, entendida como aquella disposición para admitir en los demás una manera de ser, de obrar o de pensar distinta de la propia. Si bien reconocemos la igualdad esencial entre los seres humanos también es necesario reconocer las diferencias entre las personas. Las diferencias enriquecen la convivencia cuando las aceptamos como aspectos reales en las personas. No olvidemos la hermosa Palabra de la carta a los Hebreos: “La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Si queremos vivir en clave cristiana el tiempo de hoy tenemos que acoger y escuchar la Palabra de Dios, porque sólo ella nos puede cambiar el corazón y la mente. Y cuando eso acontece entonces podemos descubrir la hondura de la persona humana, su inmenso valor que está escondido en el corazón de cada uno. Y esa Palabra tomó nuestra condición humana en el vientre purísimo de María y se manifestó como “hombre verdadero y Dios verdadero”. Así quienes tenemos la dicha del vivir el encuentro con esa maravillosa persona que es Jesucristo no podemos sino seguirlo cada día poniendo en práctica sus enseñanzas e imitando su ejemplo. Él vino al mundo por amor, toma nuestra condición humana por amor, y se ofrece por amor a la horrenda muerte de cruz. Al iniciar un nuevo año propongámonos seguir las huellas de Cristo para seguir ofreciendo el testimonio del más grande amor que no es posible imaginar: el amor redentor, el amor que sana y levanta.
PALABRA DE VIDA Isaías 49, 3-6 Yo te destino a ser luz de las naciones
Sal 39, 2-4.7-10 Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
1Corintios 1, 1-3 Elegido por designio de Dios para ser apóstol de Cristo
Juan 1, 29-34 He visto el Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre Él.
“No se comienza a ser cristiano, decía Benedicto XVI, por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”(DA 243). Pero, ¿qué es indispensable para que este encuentro ocurra en la vida de una persona? Se necesitan testigos que con su testimonio atraigan a quienes han experimentado en sus vidas ese Alguien especial que hizo posible en ellos esa hermosa experiencia que, “encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de quien les hablaba, ante el modo cómo les trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida que había en sus corazones”(DA 244). ¿Quiénes son hoy los testigos de esta Persona, de Jesús de Nazaret, el Cristo? Si los testigos, que son los cristianos bautizados, ya no viven una experiencia de encuentro tan hondo y fecundo con Cristo como es de esperar, parece lógico que la Persona central del cristianismo comience a ser ignorada, desconocida incluso por los mismos que debieran ser testigos y dar testimonio de Él. Vivimos una crisis como testigos y una notable debilidad del testimonio cristiano en nuestra sociedad. Objetivamente se habla menos de Jesús y su Evangelio. Al parecer estamos con pobreza de testigos y de testimonios cristianos, de la estatura espiritual de Juan Bautista o de Pablo de Tarso. Y si callan los testigos, Cristo y su reino pasan al olvido o pierden trascendencia tal que se reducen a momentos o chispazos de fe.
En este segundo domingo durante el año nos vamos a fijarnos en las lecturas desde lo que hemos reflexionado acerca de testigos y testimonio. La Palabra tiene poder para sacudir nuestra rutina y despertarnos a la belleza de un compromiso cristiano más valeroso para los tiempos de indiferencia y de tanto pensamiento líquido, sin fundamento ni consistencia que nos envuelve.
Del libro del profeta Isaías 49, 3-6
La primera lectura de Isaías 49, 3-6, del II Isaías o llamado también Deuteroisaías, obra de un profeta anónimo que ejerció su ministerio entre los desterrados israelitas en Babilonia durante el ascenso del rey Ciro (que gobernó del año 553 al 539 a.C.) y que el año 539 se proclamó emperador al tomar la capital Babilonia y el 538 a.C. publicó el edicto de repatriación de los judíos, nos habla del Servidor o Siervo especialmente en cuatro cantos bajo el título el Servidor. El texto de la primera lectura de este domingo pertenece al segundo cántico del Servidor del Señor y se refiere a la misión del Servidor. Bajo el nombre de Servidor del Señor se esconde un personaje anónimo, entre otros que están al servicio del Señor. Contrasta su figura sufriente con la del pueblo elegido. Así, mientras el pueblo es cobarde, el Servidor es valiente. En los tres primeros versículos de Is 49 el Servidor se refiere a su vocación profética cuya palabra tiene una fuerza divina. Pero luego evoca su desaliento y su lucha interior: “Mientras yo pensaba: En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas” (v.4). En esta situación de desesperanza aflora la certeza que el Señor lo reconforta: “en realidad mi derecho lo defendía el Señor, mi salario lo tenía mi Dios”(v.4).
Más aún, el Señor lo confirma en su misión de restaurar a Israel: “ Y ahora, ha hablado el Señor, el que me formó desde el seno materno para yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel”(v.5). El Servidor no se autoproclama sino que es elegido por Dios para llevar a cabo la salvación. Será un Servidor de Dios y ya antes de nacer, Dios lo ha separado para la tarea o misión que le encomienda, aunque nada fácil de cumplir. Le mueve una convicción absoluta: “Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza”. La salvación no quedará limitada a Israel sino que alcanzará a todas las naciones “Yo te destino a ser luz de las naciones, para llegue mi salvación hasta los confines de la tierra” (v.6). El Servidor del Señor traspasará los límites de Israel y Jacob, el pueblo elegido por Dios; su salvación llegará a toda la tierra. ¿Quién es este Servidor del Señor que nos anuncia Isaías? Jesús mismo se identificó con este anónimo Servidor del Señor del que nos habla la primera lectura de este domingo. Nosotros leemos estos cantos del Servidor en Semana Santa para ahondar en el plan de Dios que encontró en Cristo su plenitud. El Servidor es testigo de un Dios que lo ha llamado desde el vientre de su madre y lleva sobre sus hombros una misión que beneficia a Israel y alcanza a todos los pueblos. La vida y misión del Servidor es un vivo testimonio del poder de Dios como queda tan palpable en la persona, vida y misión de Jesús, nuestro Señor.
Salmo 39,2.4.7-10 es un canto de acción de gracias especialmente los versículos 2-11 y luego de súplica los versículos 14 -18. El agradecimiento surge por la liberación de una grave desgracia que ha vivido el salmista. Es una buena oportunidad para descubrir en nuestra vida una hermosa intervención del Señor que nos ha librado de alguna situación delicada y grave pero no hay nada más grave que la penosa realidad del pecado, de la ruptura con Dios.
De la primera carta de san Pablo a los Corintios 1, 1-3
La segunda lectura nos ayuda a comprender la propia experiencia de San Pablo. Parte el apóstol dejando en claro su condición de apóstol de Jesucristo, ahorrándose en esta ocasión los saludos y palabras iniciales que encontramos en otras cartas suyas. Al parecer, en la comunidad de Corinto había algunos que ponían en duda la condición de apóstol. La respuesta es clarísima y sin dilación: “Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios” (v.1). No se autoproclama apóstol sino que ha sido llamado por Dios a serlo. Tampoco es una misión en solitario; otros hermanos comparten la tarea. Pablo no es apóstol por decisión de quienes trabajan con él ni de quienes evangeliza. Dios en persona lo ha querido apóstol. Y desde ahí interviene en la vida de la comunidad que también cuenta ya con la gracia y la santidad que Dios le ha dado a todos los que creen en Cristo. La Iglesia, pastores y fieles, ha sido convocada por Dios para formar el pueblo santo y con toda razón es definida así: “..saludan a la Iglesia de Dios que reside en Corinto”(v. 2). Es digno de destacar este aspecto eclesiológico que identifica a toda la Iglesia de Dios presente y real en cada comunidad cristiana local. Cada comunidad cristiana expresa y hace visible la única Iglesia de Dios y de Cristo. Es la base teológica de la llamada “iglesia doméstica” referida a la familia cristiana. El apóstol no es señor de la comunidad sino enviado a ser servidor de la misma, especialmente de su santidad. Comprendemos mejor este saludo inicial de Pablo a la comunidad cristiana de Corinto, un puerto cosmopolita y económicamente muy próspero que lo convertían en un lugar destacado por la inmoralidad de sus costumbres. Es aquí donde la confrontación del cristianismo naciente con el pensamiento y las costumbres paganas fue más fuerte y combativo. Si leemos las cartas a los Corintios con este telón de fondo podemos valorar todavía más la acción decisiva de San Pablo entre los pueblos paganos.
Del evangelio de san Juan 1, 29-34
El evangelio nos ofrece el corazón de la liturgia de la Palabra de hoy. Nos regala el testimonio de Juan Bautista con el cual saca del anonimato a Jesús y lo presenta al mundo como el que estaba esperando, el que quita el pecado del mundo. Conviene darle el lugar que se merece la sentencia inicial del texto: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”(v. 29). Se trata del testimonio central de Juan Bautista sobre Jesús. Notemos que no se menciona ningún auditorio, para señalar que todos nosotros somos ese auditorio a lo largo de los tiempos y en toda época. Juan Bautista nos está diciendo a nosotros lo que es Jesús de Nazaret. Y le está diciendo a la comunidad de todos los tiempos que Jesús es “el Cordero de Dios”. Notemos que es un monólogo que sostiene Juan Bautista ante nosotros, no hay otros que pregunten o afirmen algo. Sólo el testimonio de Juan es lo que hoy escuchamos. Y lo agradecemos porque estamos entrando en el tiempo tan esperado de la manifestación del Salvador, de Jesús de Nazaret.
La expresión Cordero de Dios aparece con abundancia en el libro del Apocalipsis y se presenta a Cristo resucitado con rasgos de un cordero degollado, pero vivo y glorioso. Él conduce el combate y libera al pueblo de Dios con la fuerza de un león. Esta imagen del cordero tiene su origen en la literatura apocalíptica que coloca frente al ejército un cordero. El Cordero, Cristo, es el Señor de la historia e invita a los hombres a seguirle hasta el día de sus bodas, “las bodas del Cordero”. Cristo ha sido considerado ya como el Cordero pascual, que rescata a los hombres con el precio de su sangre, ya como el que lleva a cabo la figura profética del Servidor o Siervo de Yahvé, cordero manso y mudo, que es llevado al matadero. Sírvanos este breve resumen para valorar la misión redentora de Cristo. Las referencias al sacrificio del Cordero de Dios son pascuales.
La expresión “pecado del mundo” es muy propia del evangelio de San Juan. Con esta expresión no se identifican los pecados leves o graves individuales o grupos de pecados. La expresión se refiere a la potencia hostil a Dios que preexiste al hombre y que recibe el nombre de “diablo homicida y mentiroso”. Jesús quita o borra este pecado triunfando sobre el Príncipe de este mundo. El hombre peca cuando prefiere las tinieblas a la irrupción de la luz. Cristo nos ha quitado o borrado esta tendencia a dejarnos someter por el Diablo, enemigo de Dios. Nos ha permitido entrar en la relación con Dios, lo que propiamente significa decidirse por la luz.
La posesión del Espíritu Santo es la señal que ha visto cumplirse en Jesús y el motivo que lo lleva a proclamar al Hijo de Dios. Al respecto dice el texto: “He visto al Espíritu bajar del cielo como una paloma y posarse sobre él. Tampoco yo lo conocía, fue el que me envió a bautizar con agua quien me dijo: “Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y se posa, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo”(v.32-33). Se señala aquí otra de las misiones propias de Jesús: bautizar con el Espíritu Santo. Jesús ha sido ungido por el Espíritu y así se constituye en el Mesías esperado como lo anunciaban los profetas. Lleno del Espíritu Jesús realiza la obra redentora de redimir a los hombres de la cautividad del Príncipe de este mundo. Entonces quienes creerán en Él también nacerán de nuevo, es decir, recibirán el Espíritu de hijos por obra del Hijo de Dios que no sólo libera del pecado del mundo sino que comunica vida nueva.
Juan Bautista es un verdadero testigo: “Yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios”(v. 34). El evangelio de hoy se abre y se cierra con dos títulos fundamentales para la comunidad cristiana: Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y es el Hijo de Dios y como tal bautiza con el Espíritu Santo. Nos redime y nos consagra para ser el nuevo pueblo de Dios de la nueva y eterna alianza, sellada con el sacrificio del Cordero y con el don del Espíritu Santo del Hijo de Dios.
En conclusión, el evangelio pretende llamarnos la atención sobre la necesidad del testimonio cristiano para que Jesús pueda ser reconocido. Juan tuvo el coraje suficiente para decirlo en público; afirmando la misión de Jesús renunció a la suya; señalando en Jesús al Cordero que quita el pecado, envió hacia Jesús a todos los que habían acudido a verle a él. Por eso la conclusión del evangelio de hoy es lo que también debiera llegar a confesar todo discípulo de Jesús, como lo atestigua Juan Bautista: “Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios” (v.34). Hoy más que nunca hay que tener el valor de confesar nuestra fe en Jesucristo, el que nos redime del mal más profundo y dañino que llevamos, el pecado. Confesar nuestra fe ante un mundo hostil y combativo es ser valiente y decidido como tantos cristianos que son perseguidos por Cristo hoy, aunque se silencie su realidad en los medios de comunicación social. Se requieren valerosos testigos de Cristo en los tiempos que vivimos.
Un saludo cordial y hasta pronto. Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.