3° DOMINGO DE ADVIENTO (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

3° DOMINGO DE ADVIENTO (A)

Sábado 10 de Diciembre, 2022

 


¡SEÑOR JESÚS! QUEREMOS ACOGER TU BUENA NOTICIA

                Una tremenda invitación preside nuestra celebración eucarística de este tercer domingo de Adviento. En efecto la antífona inicial de la misa de hoy comienza así: “Estad siempre alegres en el Señor. Os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca”(Flp 4,4-5). Esta es la razón por la que se llama domingo Gaudere, aunque todo el Adviento es una invitación a alegrarse, porque “el Señor viene”, porque viene a salvarnos. ¡Qué bien nos hace vivir en este espíritu de la liturgia! Porque últimamente estamos tristes, preocupados, ansiosos, silenciosos, todos síntomas de esta tensa calma. A pesar de esta situación social que vivimos, la liturgia de Adviento nos invita a despertar del sueño de la rutina y de la mediocridad; debemos abandonar la tristeza y el desaliento. “El Señor está cerca” y no debiéramos silenciar esta buena noticia. Ciertamente “El Señor está cerca” de nuestros dolores, de nuestras penurias, de nuestras fatigas. Siempre está cerca de nosotros aunque no lo vemos y no lo sentimos. Olvidamos que nos ha dicho “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”. Esto es muy consolador: saber que no estamos solos ni menos aún “olvidados de la mano de Dios”. Pero todo esto sólo es posible si cada uno y todos dejamos que Dios entre cada vez más en nuestra vida, en nuestros hogares, en nuestros barrios, en nuestras comunidades para tener una luz en medio de tantas sombras. Si esto no es posible, nos quedaremos atrapados irremediablemente en los lazos de las tinieblas y de la muerte. El Adviento nos recuerda también que en el camino de la alegría es indispensable ser constantes y pacientes en la espera del Señor que viene. Como Juan Bautista manda preguntar desde la cárcel, también nosotros, desde nuestra situación social, preguntamos a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” Hoy muchos continúan lanzando la misma pregunta. Y los hombres a lo largo de los siglos han intentado realizar un cambio en el mundo lejos de Jesús, lejos de los pobres, lejos de Dios. Han inventado imperios gigantescos, promovido dictaduras y revoluciones y el resultado siempre es el mismo. Se han sacrificado multitud de personas y el mundo nuevo no ha llegado. La respuesta de Jesús es modesta y humilde pero incisiva, tajante, profética. “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven”, es la respuesta de Jesús. Nadie puede hablar mejor de Jesús que quien lo ha oído y visto, quien lo ha escuchado y visto. Se requieren ambas disposiciones en quienes lo siguen. Sin escucha no se puede conocer la persona, no se puede ser discípulo de Jesús. La Buena Noticia no se transmite por un escrito sino escuchando a quien habla a través de ese escrito. Por eso el Evangelio es mensaje, es palabra hablada y quienes lo comunican son mensajeros, heraldos, predicadores. Lo más importante es ser “oyentes de la palabra” como dice el teólogo Karl Rahner. Con su presencia, los pobres, los humildes, los ciegos y cautivos comienzan a ser protagonistas de una nueva situación cuyo centro es el amor del Padre y la comunión fraterna de los hombres. Es el auténtico mundo nuevo que hace posible la alegría verdadera, cuando el amor acerca a los hombres y los hace más hermanos. Y Juan Bautista cumple lo que dice la Escritura: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino”. Con toda razón se lo identifica con la Voz que clama en el desierto. Es el profeta que anuncia y denuncia con la palabra y con el testimonio de su vida. Llama a la conversión sincera para recibir al que Dios envía como su Mesías, a Jesucristo. Cuando nos reunimos a celebrar nuestra eucaristía no dejemos pasar la liturgia de la Palabra; más bien, escuchemos atentamente lo que se nos anuncia en cada encuentro.  

PALABRA DE VIDA

Is 35, 1-6.10        Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes

Sal 145, 6-10             Señor, ven a salvarnos.               

Sant 5, 7-10                Tengan paciencia hasta que vuelva el Señor                                   

Mt 11, 2-11         ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?

                Estamos en el tercer domingo de Adviento y encendemos el tercer cirio de la corona, porque esperamos que la luz, que es Cristo, ilumine los caminos de los seres humanos. Se trata de mantener viva la fe en Él y despierta nuestra esperanza en el mundo nuevo, que puede ser posible si lo acogemos y nos convertimos de verdad. No es fácil sostener una esperanza en un mundo nuevo cuando nos acostumbramos a vivir en la opacidad de un mundo muy necesitado, necesitado de sentido, de motivación, de vida, de felicidad, de amor y de paz. Hasta en el rezo de la Salve, aquella antigua y venerada oración mariana, no dejamos de repetir con profunda confianza: “A ti clamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”. Se habla de carencia de utopías en el mundo actual. Se dice que ha desaparecido la razón teológica e incluso la razón filosófica y se ha instalado un “pensamiento líquido”, es decir, un pensamiento sin nada firme ni estable. Una rara sensación de conformismo y falta de esperanza de que podemos soñar todavía en un mundo nuevo, si realmente aceptamos a Aquel que puede cambiar nuestros corazones. No basta con leyes y más leyes, no basta con economías florecientes pero carentes de humanización y espiritualidad, no basta con consumo materialista como único fin ni con ideologías a granel. ¿Quién puede ayudarnos a soñar con un mundo distinto? ¿Quién puede hacer posible un cambio de fondo para que nazca un hombre nuevo que forje una nueva humanidad? Adviento nos conduce a la respuesta que buscamos. Con Juan Bautista, encarcelado como nosotros, aunque no entre rejas como estaba él, no tengamos miedo a preguntarle: “Señor Jesús, ¿eres tú o tenemos que esperar a otro?”.

                Dejemos que la Palabra de Dios nos acompañe en nuestras búsquedas y nos introduzca en la respuesta de un Dios que “habita entre nosotros” como uno de nosotros y viene a salvarnos.

                De la profecía de Isaías 35, 1-6.10

                La primera lectura está tomada del profeta Isaías, el profeta del Adviento. Se trata de un oráculo o anuncio relacionado con los tiempos mesiánicos como si fuera el oráculo final de todas las profecías. Para comprender este precioso texto es necesario ubicarlo históricamente en los tiempos del doloroso exilio que vivió Israel en Babilonia, por el año 598 a.C. cuando Nabucodonosor tomó por primera vez la ciudad de Jerusalén y se llevó cautiva una primera parte de la población a Babilonia. Y el año 587 a.C. vuelven a tomar la ciudad santa, la destruyen completamente y deportan a su población a Babilonia. Es la desaparición de Israel. Desde el punto de vista de la esperanza mesiánica, el presente texto es la más preciosa  continuación y culminación de todo lo anunciado por Isaías en torno al Mesías del futuro. El capítulo 35 está en perfecto contraste con el capítulo 34 donde se describe a Edom en su desastroso futuro por haber oprimido a Judá. El texto que nos interesa contiene una serie de bendiciones y buenos augurios para Jerusalén, la Jerusalén del postexilio babilónico. Esta es la razón por la cual este capítulo 35 parece más relacionado con el Segundo Isaías que con el primero, ya que el Segundo Isaías se sitúa en el ámbito del exilio babilónico.

                En los primeros versículos el autor pinta, con los más vivos colores naturales, la tierra de Judá e Israel, convertida en el más bello de los vergeles, en el mejor de los paraísos. Confluyen imágenes y metáforas de insospechada belleza en esta cálida fantasía oriental, logrando un cuadro de sugerentes espacios. Todo este marco de belleza y fantasía para expresar, mediante imágenes y colores, la ilusión y confianza totales en Dios de un pueblo en destierro, carente de todo aquello que había sido la alegría de su corazón. Todo el desierto y la tierra reseca como el arenal se convierten en vergel donde florece la alegría y el gozo, con lo mejor del Líbano, del Carmelo y del Sarión, tres montañas famosas por sus árboles, pastos y flores.

                Pero la acción de Dios no sólo queda al descubierto en la naturaleza sino también en la realidad humana. La Gloria de Dios se trasparenta abriendo los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos; robusteciendo los pies de los cojos y guiando a los vacilantes, convirtiendo el desierto en estanque y la estepa en torrentes. Sobre todo, caminarán los rescatados del Señor por la Vía Sacra, llenos de gozo y alegría, sin peligro alguno, los llevará hasta la Ciudad Santa. Tengamos muy presente este mensaje a la hora de leer el evangelio de hoy. Es un “sueño encantador” que abre los horizontes de resplandores inusitados, frente al agobiante panorama de la historia que hacemos los hombres, tantas veces prescindiendo de Dios. Es un texto para gozarlo en su pureza y belleza que nos hace bien meditarlo para no dejar que nuestro espíritu se haga agrio, sombrío, desesperanzado y deprimente por la dura realidad que construimos los seres humanos tantas veces, sin aprender todavía la historia de pecado y de maldad en la que una y otra vez volvemos a caer. ¿Será todavía posible la esperanza de un mundo nuevo?

                Salmo 145,6-10 es un salmo de alabanza a Dios, defensor de los oprimidos. Así como Dios mostró su poder creando el cielo y la tierra y permanece fiel para siempre, así también muestra su poder con los oprimidos, hambrientos, cautivos, ciegos, encorvados, extranjeros, viudas y huérfanos. Dios tiene poder para socorrer a la inmensa humanidad doliente y cambiar el sombrío panorama que nos envuelve. “Señor, ven a salvarnos” es una preciosa súplica que bien vale la pena integrar en nuestra peregrinación hacia el Reino.

                De la Carta de Santiago 5, 7-10

                La segunda lectura, tomada de la Carta de Santiago, 5, 7-10, nos recuerda la importancia de una de las virtudes cristianas indispensables como es la paciencia o perseverancia en medio de las pruebas. La imagen del labrador que sabe esperar el tiempo de la lluvia temprana y tardía, sobre todo en Palestina, tierra muy  árida que, mientras no lleguen las lluvias, nada puede hacer el labrador en la siembra. Debe esperar pacientemente. Así el cristiano debe saber esperar la venida del Señor sin murmuraciones ni protestas. Y como el labrador palestinense que vive atento al ritmo de las lluvias, debe también el cristiano estar atento a la venida del Señor, dispuesto a sufrir como sufrieron los profetas. Paciencia, constancia, perseverancia son virtudes que apuntan a la capacidad de permanecer, de resistir, de aguantar, sin huir sino mantenerse firme en medio de las dificultades o contratiempos. Todas se engloban en el concepto de la resiliencia o capacidad de sobreponerse positivamente a situaciones adversas. Cuando se refiere a Dios se dice “Dios es fiel, es paciente”. Son las pruebas de la vida las que dejan claro el temple o carácter del hombre creyente. Si el discípulo de Jesús huye a la primera dificultad que encuentra en su camino, no es buen soldado para la guerra. La paciencia es una virtud indispensable del amor fraterno entendida como capacidad de sobrellevar las dificultades del encuentro interpersonal. La llamada del apóstol Santiago es apremiante para nuestro estilo impaciente de vida. Estamos convencidos que todo debe obtenerse en el mismo instante de desearlo. Creemos que la conversión es instantánea como el café o tan veloz como una llamada de celular. La invitación del apóstol es muy oportuna y necesaria a todo nivel. Hay que saber respetar los ritmos humanos y ello con la paciencia y la fortaleza. Es necesaria una vida cristiana virtuosa y muy encarnada en nuestra realidad humana. La conversión no es nunca instantánea. Por el contrario es un largo y trabajoso proceso que involucra toda la persona humana.

                Del evangelio según san Mateo 11, 2-11

El evangelio de hoy reúne aspectos interesantes sobre la relación de Juan Bautista, el Precursor, y Jesús, el Mesías. Desde ya se nos presenta a Juan corriendo la misma suerte de todos los verdaderos profetas que incomodan por su testimonio y su predicación. Juan está en la cárcel y desde aquí ha oído hablar de la actividad del Mesías y envía a sus discípulos a preguntarle: “¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro?”(v. 3). En esta pregunta de Juan, también Mateo expresa la situación que está viviendo la comunidad cristiana de su tiempo y su relación con los discípulos de Juan. Es posible descubrir en nuestros evangelios que las comunidades cristianas debieron enfrentarse con los discípulos de Juan Bautista que no terminaban por reconocer a Jesús como Mesías y seguían fieles a su maestro Juan Bautista. La pregunta de Juan Bautista no significa que él dudaba de Jesús que fuera el Mesías sino más bien expresa la extrañeza de Juan al observar un tipo de Mesías tan distinto de lo que él esperaba como señala Mt 3, 10-12.  

                La respuesta de Jesús constituye el corazón del evangelio de este tercer domingo de Adviento. Es notable la respuesta. Jesús no responde con una teoría sobre sí mismo. Tampoco se pronuncia directamente sobre su condición de Mesías esperado. Más bien, Jesús describe su acción liberadora mediante milagros y signos. Por eso es tan decisivo el inicio de la respuesta: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes ven y oyen” (v. 4). Las obras de Jesús, en la línea de los oráculos proféticos, dejan claro que Él es el Mesías esperado. Sin embargo, incluso para Juan y sus discípulos, la acción liberadora de Jesús resulta desconcertante. ¿Por qué? Porque no responde a los parámetros religiosos que Juan dejaba tan claros en su predicación y en sus signos. Jesús dirige su misión al pobre y necesitado. Así dice: “Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Noticia” (v. 5).                                                                 ¿Son gestos políticos extraídos de un programa de promoción social? ¿Es que Jesús estaba pensando en una ONG de solidaridad? No, aunque podrían dar pie a pensar que eso basta. Los gestos liberadores de Jesús se dirigen a las personas que necesitan vida. Y la identidad de estos gestos liberadores o redentores buscan curar, sanar y liberar la vida. La respuesta dada a los enviados de Juan se sitúa en esa cercanía de plenitud humana integral. Jesús ha venido “a darnos vida en abundancia”. Y la vida de las personas es el don más grande que cada uno lleva. Jesús ve a los ciegos, a los sordos, a los cojos, a los leprosos, a los muertos, a los pobres con una mirada que nadie más es capaz de tenerla. Jesús “ve y oye” lo que cada uno lleva y vive en su más profundo mundo personal. Muchos seres humanos, lo que necesitan para ser liberados y curados, no son las grandes organizaciones y los cambios de las estructuras. Necesitan “un poco de ternura”, lo que se expresa en acogida, palabras, gestos, diálogo, contacto, abrazos, caricias, dignificación, educación, evangelización, etc. Entonces los gestos de Jesús y los nuestros pueden ser liberadores y sanadores. Jesús se muestra como un apasionado por la vida y su lucha es contra todo lo que bloquea la vida, la mutila o la empequeñece. Jesús siempre siembra vida, salud, sentido, esperanza. Aunque es necesario luchar contra toda forma de injusticia y opresión con firmeza y tenacidad, no es suficiente para liberar a los hombres y mujeres y hacer surgir el Reino de Dios. Es necesario abrazar los gestos liberadores auténticos, cargados de ternura que ofrecen horizontes nuevos a las personas al modo como lo ha hecho Jesús. Sólo así éstos anuncian y hacen presente el Reino de Dios.

“¡Y dichoso aquel a quien yo no le sirva de escándalo!”(v. 6). Con esta frase quiere Jesús indicar que no impone la fe a nadie: pone en situación de decidir. Y dichoso aquel para quien Jesús no es motivo de tropiezo en el camino de creer en el Reino y en quien lo hace posible: Jesucristo. En Jesús se manifiesta el Padre como Dios de la misericordia que sale al encuentro del hombre para compartirle su vida divina y regalarle la Buena Noticia; sin embargo, esto no significa que todo será acogido y vivido como don inmerecido. Muchas personas pueden sentir que el Dios de la ternura y de la vida nueva no cumple con sus expectativas, no responde a sus esperanzas. Pueden sentir que Dios les defrauda, sobre todo, si se han hecho un Dios a su imagen y semejanza y del cual no están dispuestos a desprenderse. Entonces el Dios hecho carne rompe sus esquemas, no va con ellos. Esto es lo que Jesús declara: “¡Dichoso el que no se escandalice de mí!”. Nosotros, discípulos creíbles, convencidos y convincentes, sabemos que la fe en Jesucristo es un manantial de vida nueva, que Él nos ha cambiado la vida, que Él nos abre un horizonte de felicidad que no estamos dispuestos a cambiar por nada de este mundo. Para nosotros, Jesús, Hijo amado del Padre hecho hombre, no nos escandaliza ni su persona ni su mensaje ni su obra redentora. Podemos contarnos entre los portadores de esta bienaventuranza frente a un mundo que no comprende y combate persistentemente la novedad del Reino y todo lo relacionado con él como Jesucristo, la Iglesia, la vocación cristiana, la opción preferencial por los pobres, el amor solidario, el servicio redentor.

Juan Bautista que ha enviado a sus discípulos a preguntar a Jesús, queda llamado a “convertirse” acogiendo el Reino de Dios que Jesús trae. En sí mismas las obras son sólo signos y llevan a la fe sólo cuando se las compara con la constante actuación de Dios en la historia. Las obras en sí mismas sólo pueden conducir a la fe si se las lee a la luz del cumplimiento de las profecías, vale decir, a la luz de la Historia de la Salvación. Y Jesús hace la interpretación correcta de la figura de Juan desde y en la historia de la salvación.

Nos hace bien revisar si muchas veces no nos hemos quedado atrapados en la dimensión puramente social de los signos del Reino, las obras carismáticas y solidarias, incluso las obras apostólicas. Juan Bautista estaba atrapado en su manera de entender el Reino y la presencia de Jesús. Debió hacer un proceso de conversión al Reino y sus manifestaciones.

                  Un saludo fraterno.                                                                                                    Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.  

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