4° DOMINGO DE CUARESMA (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

4° DOMINGO DE CUARESMA (A)

Sábado 18 de Marzo, 2023

 


¡SEÑOR! Disipa las cegueras que hay en mí

                Entramos a la cuarta semana de Cuaresma del ciclo litúrgico A. La Semana Santa está a las puertas. El tiempo pasa inexorablemente y los plazos se cumplen aunque quisiéramos prolongarlos o ignorarlos. Así nos damos cuenta que vamos en camino, somos peregrinos, somos itinerantes en este mundo. Para muchas personas Cuaresma, Semana Santa, Pascua de Resurrección no les dice nada, absolutamente nada, porque no son parte de su camino existencial. Semana Santa más le huele a un tiempo para un descanso, una especie de prolongación de las vacaciones de verano. Son muchos los que en esos días santos viajarán para hacer un alto en las agobiantes jornadas de trabajo. Para quienes hemos recibido la preciosa tradición cristiana, Semana Santa es un tiempo de hermoso recuerdo del acontecimiento absolutamente central de la vida de Nuestro Señor Jesucristo: su Pascua. Y quien habla de pascua, habla de “paso” de una realidad a otra, paso de la muerte a la vida nueva. Y así ya entramos a hablar en el mejor lenguaje de la vida cristiana, aunque hoy hay una gran mayoría de creyentes para quienes lo cristiano es un vago e indefinido recuerdo. Un joven ya maduro, abre su diálogo conmigo diciendo “no creo en nada”. En el desarrollo del diálogo me comenta que fue bauzado, que hizo su primera comunión y que incluso fue acólito. Todo en verbos que indican pasado. Hoy vive con su frase de entrada: “no creo  en nada”. Y nótese que procede de un hogar cristiano. De hecho está preocupado por su madre para que reciba la unción y la comunión, pues está muy delicada de salud. Esto es lo que está pasando hoy a gran escala. Muchos fueron cristianos practicantes y luego los ha arrastrado la avalancha de la incredulidad o del ateísmo práctico. Sería largo explicar las características de la sociedad occidental que nació y se plasmó bajo el alero del cristianismo como evolucionó hacia un ateísmo práctico e ideológico. Una de las explicaciones que nos ofrece el teólogo y obispo Walter Kasper es que siempre después de eventos desastrosos mundiales surge como reacción una ola de ateísmo. Esta situación actual es una búsqueda de respuesta ante el temible Covid 19 que paralizó al mundo y la simplicidad de mucha gente, creyente o no creyente, que este virus ha sido enviado por Dios porque Dios es omnipotente y conoce todas las cosas. Dios sería el causante de los grandes desastres que han afectado a la humanidad como el cataclismo de Lisboa, las dos guerras mundiales, el exterminio de los judíos en los campos de concentración de los alemanes y ahora el Covid 19 que produjo estragos en todos los pueblos de la tierra. Esta ola de ateísmo práctico está invadiendo el mundo. Agreguemos que no es menor el impacto de los tristes acontecimientos de los abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por algunos integrantes de la Iglesia, del clero y de la vida religiosa. Ha costado volver al cauce de una vida cristiana más comprometida y testimonial. Volver a Dios, volver a Cristo, volver al Evangelio, volver a la Iglesia, volver es una palabra necesaria porque muchos cristianos se han alejado, se han despistado y como ese joven también tienen de entrada: “No creo en nada”. Porque muchos cristianos no tienen una formación cimentada en el encuentro con la Palabra de Dios y han alimentado su vida creyente con más devoción o sentimiento que con razones profundas para creer. La Semana Santa es una oportunidad para despertar en nosotros el anhelo de vivir en proceso pascual tras huellas de Jesucristo. Es la gran oportunidad para renovarnos en la vida nueva de Jesús muerto y resucitado. No sólo se trata de celebraciones sino de renovar el compromiso de vivir en proceso pascual, es decir, de abrazar la vida nueva de Jesús abandonando la vieja levadura del pecado. ¿Será esto posible? Sí y siempre es posible con la gracia redentora de Jesús. ¡Ánimo que se puede!

               

 PALABRA DE VIDA

1Sam 16, 1.5-7.10-13     Levántate y úngelo, porque es éste

Sal 22, 1-6                El Señor es mi pastor, nada me puede faltar

Ef 5, 8-14                   Ahora son luz por el Señor

Jn 9, 1-41            Fue, se lavó y al regresar ya veía

                Dejemos que la Palabra de Dios nos ilumine la mente y mueva nuestro corazón, rudo y empedernido, tan resistente a la acción del Espíritu Santo y tan tormentoso como lo recuerda el profeta Jeremías. Volvamos a la belleza de nuestra vocación y misión cristiana, volvamos a Dios. Es tiempo de retomar el ritmo de comunidad en movimiento. Hoy nos está atacando otra contagiosa pestilencia como es el temor y casi el terror. No hay respuesta a la grave inseguridad que emerge por todos lados como una amenaza angustiante. No hay sino palabras que más que propuestas de acciones son deseos, pensamientos, anhelos, divagaciones, ideología. Así estamos y no tenemos otra luz que Cristo. Aumenta el número de los ciegos que no quieren ver la realidad y Jesús es la Luz que las tinieblas rechazan una y otra vez. Cada cristiano es luz pero no deja de estar sacudido por la oscuridad del mundo de hoy, aunque cada época ha tenido su oscuridad tenebrosa, la nuestra es mucho más densa y compleja.

                Del primer libro de Samuel 16, 1.6-7.10-13

                El texto nos recuerda aquel momento, particularmente delicado, cuando Samuel, el sacerdote de Dios, debe discernir cuál de los ocho hijos de Jesé quiere Dios como rey de Israel. Saúl, el primer rey, había hecho las cosas a su manera y terminó muy mal. El texto nos deja una lección clara: nuestras miradas no son coincidentes con los caminos de Dios. Nos fijamos en las apariencias externas pero Dios ve el corazón. Dios no ve cómo ven los hombres, tiene su propia manera de examinar a cada uno. Esto indica que cuando actuamos o elegimos o decidimos es muy mal consejero quedarse con la propia mirada o juicio; es saludable asumir nuestra fragilidad en el ver y juzgar con el propósito de buscar, junto a otro, qué es lo que corresponde hacer o decidir. Dos o más ayudan a ver mejor. Samuel era sacerdote pero no por eso podía eximirse de este sano ejercicio de discernir lo que Dios quiere. Por otro lado, Dios elige a su manera, normalmente lo más insignificante y pobre. Esto  no dejará de plantear graves objeciones a la búsqueda de personas que cumplan con los perfiles deseados. Aun así confiamos en la rectitud de la búsqueda pero, en el plano de la jefatura de un pueblo, del gobierno de una diócesis, etc. etc. el discernimiento es muy importante. Samuel unge  al más pequeño, pastor de ovejas, “de buen color, de hermosos ojos y buen tipo o buena presencia”. No tenía las condiciones atléticas de los otros hermanos ni la fuerza física que se esperaba. Dios elige a quien quiere. La unción con aceite lo consagra en medio de sus hermanos como rey y, desde aquel momento, “invadió a David el Espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante” (v. 13). En David, el ungido por Dios, se nos ofrece la futura realidad del Mesías, también ungido por el Padre en el bautismo con el Espíritu Santo que desciende sobre él y permanece con él. Y el cristiano será también ungido en su bautismo y recibe el Espíritu Santo que se queda en él morando como en su templo. Gracias a la unción adquirimos la triple condición de reyes, profetas y sacerdotes. Y formamos un pueblo de reyes, de profetas y sacerdotes. ¡Qué bella dignidad hemos adquirido por Cristo! Cuidémosla y vivámosla.

                Salmo 22, 1-6 es uno de los más bellos salmos en el que el salmista expresa, en sublime lírica, la serena emoción de su intensa confianza en el Señor. La primera parte, los versículos 1 – 4, está toda dedicada a la imagen de Dios Pastor que cuida y protege a sus fieles. La segunda parte, versículos  5 – 6, reafirman la confianza en Dios pero  frente a los enemigos. ¡Qué bien nos hace rezar con este salmo para sostener la confianza en Dios en momentos de tanta angustia e incertidumbre!

                De la carta de San Pablo a los Efesios 5, 8- 14

              Estamos inmersos en la vida cristiana que ya resplandece en las noveles comunidades cristianas en suelo pagano. El gran problema es que estos convertidos al evangelio no han dejado del todo su anterior condición social y religiosa pagana. El texto de esta segunda lectura señala claramente, a través de  símbolos de luz y tinieblas, lo que acontecía  a estos cristianos venidos del paganismo. El tono es exhortativo, invita a considerar los dos estilos de vida que han llevado: “Porque si en un tiempo eran tinieblas, ahora son luz por el Señor: vivan como hijos de la luz” (v. 8). Hay un “antes” y un “ahora” cuando hablamos en verdadero lenguaje cristiano. Todos podemos tener un “antes” de haber vivido un encuentro personal con Jesucristo y un “ahora” que despliega la belleza de una vida iluminada. Efectivamente, no es nuevo el panorama en que viven las comunidades cristianas de entonces y de hoy. Había perversiones y vicios vergonzosos en el imperio romano como signos de una decadencia moral generalizada. Nada nuevo en el “ahora” de nuestras sociedades. También se los consideraba como hechos normales y bien vistos. Precisamente en eso consiste la tiniebla: andar en una vida oscurecida por los vicios y corrupciones. Aunque se aplauda y apruebe, la oscuridad no cambia. Esta tensión entre volver a las tinieblas o permanecer en la luz es nuestra realidad. Entendemos entonces el llamado urgente del Apóstol a los cristianos: “Nadie los engañe con argumentos falsos...No se hagan cómplices de los que obran así” (v. 6.7). Dejarse engañar y hacerse cómplices es muy grave desde el punto de vista de los frutos de la luz, “toda bondad, justicia y verdad”. Clave de la conducta cristiana: “Sepan discernir lo que agrada al Señor” (v.10). Pero también es indispensable “desenmascarar el mal” para lo cual se requiere coherencia: “No participen en las obras estériles  de las tinieblas, al contrario denúncienlas” (v. 11). Y la primera forma de denuncia es tratar de vivir en la luz, es el testimonio personal y ojalá comunitario del estilo nuevo de Jesús. Un buen examen de conciencia nos ayuda a saber dónde estamos parados y viviendo. Todavía tenemos tiempo para convertirnos de verdad en este tiempo tan oportuno de la cuaresma. ¿Cómo quieres vivir la Pascua de Jesús y tu propia pascua si no quieres dejar el mal camino, el pecado y las tinieblas del mal?

                Del Evangelio según San Juan 9, 1 - 41

                Seguimos con el Libro de los Signos del cuarto evangelio (Jn 2 – 12). El domingo pasado nos gozamos con el precioso relato del encuentro de Jesús con la samaritana de Jn 4,5-42. Si no lo ha leído y meditado todavía es tiempo, nunca es tarde para Dios. Hoy, en este 4° domingo de cuaresma, continuando con la bella catequesis bautismal de la comunidad primitiva cristiana, nos acercamos al sexto signo, según el orden seguido por San Juan y, como es habitual estas catequesis, contiene varios diálogos y controversias que ayudan a comprender lo sucedido, es decir, el signo que Jesús realiza devolviendo la vista a un ciego de nacimiento. La narración se abre con ese inmenso contraste entre la alegría y luminosidad de la fiesta judía de las Tiendas, en que el atrio del templo era iluminado con grandes antorchas y la proclamación de que Jesús es la Luz del mundo a través de un signo, precisamente con lo contrario de esa alegría y luminosidad, que es la ceguera de nacimiento de un pobre ciego que, gracias a Jesús, recupera la vista, por una parte y, por otra, la penosa realidad de los fariseos que presumen ver pero en realidad permanecen en las tinieblas. El texto nos ofrece un atractivo dinamismo interno en el camino de un creyente, un itinerario tan real que el cristiano tiene que abrazar si quiere permanecer fiel a su fe en Jesús, Luz del Mundo.

                Estamos ante una catequesis bautismal que Juan ofrece a su comunidad. El milagro es una iluminación y una nueva creación; comienza con el barro y el lavado que Jesús ordena al ciego. Todo comienza por el encuentro de Jesús con un hombre ciego de nacimiento lo que provoca la pregunta de los discípulos acerca de la causa de la ceguera que ellos remiten al pecado de los papás o del ciego. Al respecto, hay que decir que la ceguera estaba muy extendida en Oriente y se la consideraba como un castigo de Dios.  Los ciegos estaban obligados a mendigar, aunque la ley recomendaba socorrerlos. Su curación era rarísima. Así los discípulos comparten esa convicción social generalizada.  Hay que entender la afirmación de los judíos en el segundo interrogatorio al hombre que había sido ciego: “Tú naciste lleno de pecado ¿y quieres darnos lecciones?”(v. 34) en este mismo sentido.

                Jesús rechaza de plano semejante creencia e indica el “para qué” de esa ceguera. “Ni él pecó ni sus padres; ha sucedido así para que se muestre en él la obra de Dios” (v. 3). Y la obra de Dios es la que el Padre le ha encomendado realizar a Jesús como “luz del mundo”. Es la razón de su presencia en medio nuestro. Y de inmediato realiza las acciones vinculadas al barro que nos remiten al acto de la creación del hombre (Gn 2,7) y al gesto de la unción (poner el barro en los ojos). El envío a lavarse a la piscina de Siloé, que significa enviado. Siempre las palabras de Jesús están respaldadas por sus acciones. El ciego hace lo que le indica y queda sanado de su ceguera. Se comporta como un verdadero discípulo de Jesús, “Luz del mundo”; también adquiere la luz que le permite ver. Pero esto es sólo el inicio de un largo itinerario de discípulo.

                A partir de este momento el hombre que había sido ciego y ahora ve, empieza a enfrentar los diversos obstáculos que, en definitiva, señalan que no es él el problema sino quien lo había sanado. Se abren los escenarios de controversia. El primer lío lo tiene con los vecinos: v. 8 – 12. Llama la atención la respuesta del v. 9, idéntica a la de Jesús: Soy yo. Y como no aceptan sus palabras le llevan a contar una y otra vez la historia de su sanación. El hombre sanado no sabe otra cosa que “Ese hombre que se llama Jesús... y que hizo esto y esto (v. 11). No sabe nada más de él.

                Segundo interrogatorio: los fariseos que saben que el milagro aconteció en día sábado: vv. 13 – 17. En este segundo comparendo del hombre sanado hay  otro paso en su comprensión de Jesús: “Y tú, ¿quién dices del que te abrió los ojos? Contestó: - Que es profeta” (v. 17). Para los fariseos está claro que: “Ese hombre no viene de parte de Dios, porque no observa el sábado” (v. 16).

                Tercer interrogatorio: los fariseos llaman a los padres del hombre sanado: vv. 19- 23. Resalta la respuesta que reconoce que se trata de su hijo que nació ciego pero no saben cómo  ni quién le abrió los ojos. Dejan todo bajo la responsabilidad del hombre sanado: “Pregúntenle a él, que es mayor de edad y puede dar razón de sí” (v. 21).

                Resaltemos el resultado del cuarto interrogatorio, nuevamente con el hombre sanado y ante los fariseos: vv. 24 – 34, termina con la expulsión del interrogado. Culmina el relato con el encuentro de Jesús con el hombre sanado: vv. 35 – 38. Culmina en la revelación de la identidad de Jesús a este hombre: “Jesús le dijo: Lo has visto: es el que está hablando contigo. Respondió: Creo, Señor. Y se postró ante él” (v.37.38).

                Enseñanza magistral: el que acepta a Jesús, el Hijo del Hombre, tarde o temprano, será rechazado y expulsado y perseguido por su causa. Las tinieblas, el mundo viejo, deshumanizado e idolátrico, no aceptan a Jesús y su Evangelio porque significa un vuelco radical, un cambio de orientación de la vida no sólo individual sino también comunitaria. Un modo nuevo de ver y juzgar la vida, la historia, la sociedad. ¿Estamos dispuestos a vivir así nuestra aventura de discípulos de Jesucristo?

                Que el Señor nos siga protegiendo.                                       

Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

 



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