3° DOMINGO DE CUARESMA (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

3° DOMINGO DE CUARESMA (A)

Sábado 11 de Marzo, 2023

 


         ¡Señor! Dame de esa agua para que no tenga más sed

                ¡Cómo avanza el  tiempo y ya estamos entrando a la tercera semana de Cuaresma! Hoy vivimos el Domingo Tercero de Cuaresma. Nos quedan dos domingos más para todavía reemprender el camino de “vuelta a la casa del Padre” como hijos pródigos metidos muchas veces en las profundidades del pecado. Cuando iniciamos este Tiempo Litúrgico de la Cuaresma escuchamos la llamada del profeta Joel: “Volved a mí de todo corazón.. rasgad vuestro corazón, volved al Señor, vuestro Dios”(Joel, 2, 12-13). ¿Lo recuerdan? Y todo dentro de una inamovible convicción: “El Señor se apiadó de su tierra y perdonó a su pueblo”(v.18). Así la Cuaresma es un tiempo de gracia, un tiempo de misericordia, de perdón y de reencuentro. ¿Qué hemos hecho ya en estas dos semanas cuaresmales que han concluido? ¿Acaso se ha notado en tu vida este tiempo de gracia especial? Naturalmente que me dirás que “no he tenido tiempo”. Esa es la excusa más frecuente que se escucha. Pero hay un gran engaño en esta respuesta. Primero, porque cada persona organiza su tiempo de acuerdo a sus prioridades. Siempre podríamos darnos un espacio y un tiempo si realmente quisiéramos para orar, para leer y pensar la Palabra de Dios, para ir a misa, para confesarme, para compartir con la familia.  Cada uno organiza sus tiempos de acuerdo a sus prioridades. Puede suceder que tenemos tiempo para todo pero no tenerlo para Dios y la vida cristiana. Al entrar en la tercera semana cuaresmal sería muy bueno y saludable el que te preocuparas de la vida espiritual que recibiste en tu bautismo. Porque una fe cristiana que no se alimenta termina desapareciendo de la vida real del creyente. Cuando tienes sed buscas el agua y la bebes. Igual pasa con la sed de Dios y hambre de Dios que hay dentro de tu persona, en las honduras más íntimas. Pero si no alimentas esa vida divina que recibiste en tu bautismo, terminarás por perderla. La Cuaresma es un tiempo intenso para reavivar la fe en Dios. ¡Cuánta falta nos hace tener una fe viva! Hace mucho bien prestarle atención al evangelio de este domingo tercero de Cuaresma. Jesús se presenta como un sediento peregrino sentado al borde del pozo, después de caminar bajo el abrasador sol y el polvoriento camino, cansado y sediento. ¿Acaso no vivimos muchas veces este mismo panorama vital? Nos sentimos cansados y agobiados por el peso del día, del trabajo y de la difícil convivencia. También como Jesús, experimentamos necesidades profundamente humanas. Jesús también  necesitó de la ayuda de aquella mujer que ni siquiera era judía sino samaritana, es decir, habitante de Samaría. “Dame de beber”, dijo el Señor como cualquiera de nosotros cuando tenemos una necesidad. La mujer mostró de inmediato su reparo: ¡Cómo! ¿No eres tú judío? ¿Y te atreves a pedirme de beber  a mí que soy samaritana?. ¡Mirad, al Maestro, dueño de todo, pidiendo como cualquier necesitado, agua a una extranjera! Y el evangelista Juan nos ofrece una observación que hace más admirable el gesto de Jesús, su humildad diciendo que los judíos y los samaritanos no se trataban. Esta lección de apertura, de salir al encuentro del otro, de abrir y crear un puente de entendimiento y fraternidad, es colosal. Y cuando se acoge a Jesús, se desencadena una cadena de acontecimientos tan saludables que hacen posible la verdadera liberación interior de la persona que le abre su vida, su historia, sus penurias y aspiraciones. Es que donde Jesús es recibido y acogido la vida no puede ser la misma de antes. La samaritana representa el proceso interior que Jesús desencadena en la persona a partir de algo tan simple como “Dame de beber”. “Muchos de los habitantes de aquel pueblo creyeron en Jesús movidos por el testimonio de la samaritana, que aseguraba: Me ha adivinado todo lo que he hecho”.

PALABRA DE VIDA

Éxodo 17, 1-7    Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo

Sal 94, 1-2.6-9                Cuando escuchen la voz del Señor, no endurezcan el corazón

Rom 5, 1-2.5-8 El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo                                                                                                             

Jn 4, 5-42            Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber

 

                 Del libro del Éxodo 17, 1-7        

                Las protestas no son tan modernas como parece y como señalan algunos “analistas” que quieren hacernos creer que la historia humana comenzó con la modernidad. La Palabra de Dios deja constancia del hecho en varios pasajes como en éste del libro del Éxodo de la primera lectura de este tercer domingo de cuaresma. Las carencias tampoco son tan actuales, siempre las ha habido desde que el hombre habita nuestro planeta. Así  el pueblo israelita nace a partir de una carencia de libertad y abundancia de esclavitud bajo el dominio de los faraones egipcios. Tampoco dejan el estado de esclavitud por iniciativa propia; son sacados de allí por la “mano poderosa de Dios” que llama a Moisés y lo envía a cumplir la complicada misión de sacarlos de Egipto. Logrado  el objetivo central de su misión por encargo de Dios, el pueblo liberado comienza a vivir las más variadas carencias en el desierto de pan, carne, agua. Expresan su malestar e incluso se rebelan contra Moisés y contra Dios. Por eso, el texto bíblico conserva dos palabras hebreas bien significativas de la situación del pueblo: Masá que significa “prueba, tentación” y Meribá que significa “protesta, murmuración”. La “prueba” y la “protesta” es por carencia de agua, resaltando, sin embargo, la pronta respuesta de Dios como madre solícita y misericordiosa. Agua y alimento, elementos esenciales de la vida, en los pueblos antiguos, debían ser provistos por la madre a los integrantes de la familia. En el texto que nos ocupa se expresa que Dios cumple con su pueblo  aquella tarea como una madre proveedora. Al mismo tiempo, se resalta el brazo poderoso de Dios como de un guerrero invencible que los sacó de Egipto. El mandato es también digno de atención: “Golpea la roca y saldrá agua para que beba el pueblo” (v.6). Agua y roca son dos elementos muy opuestos y sirven para señalar la misma oposición entre la libertad y la pasada vida de Egipto que el pueblo añora, sin lograr asumir un proyecto de libertad todavía. Es el pueblo – roca (esclavitud) de donde brotará agua- vida (libertad) por la acción de Dios. Finalmente Dios manda a Moisés: “Empuña el bastón con el que golpeaste el Nilo y camina” (v. 5). Así se expresa que es la misma acción divina la que golpea y guía para transformar la realidad. Ser libre cuesta un largo proceso de aprendizaje paciente y perseverante, no sin añoranzas aunque sean esclavizadoras y opresoras. El famoso refrán dice  “echar de menos las cebollas de Egipto” sirve para indicar que el hombre aún liberado tiene la tentación de volver a su esclavitud pasada, aunque le  haya sido fuente de sufrimientos. En la experiencia de Israel podemos también nosotros leer nuestro propio camino de Iglesia y de cada creyente individual.

                Salmo 94, 1-2.6-9 nos remite a una liturgia procesional de entrada al santuario y claramente tiene dos partes. La primera de los v.1-7 es la invitación  de los encargados del culto a la asamblea para entrar en el recinto sagrado con vítores y aclamaciones y luego en los v. 8-11 una exhortación divina  a no volver a la rebeldía de la antigua generación del desierto en Meribá y Massá. Nos hace bien recordar ambas lecciones de la historia del pueblo elegido de la antigua alianza, para que nuestro encuentro dominical sea festivo y oyente de la Palabra.

                De la carta a los Romanos 5, 1-2. 5-8

                El mensaje de esta segunda lectura se resume en los versículos iniciales cuando san Pablo señala: “Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo” (v. 1). De ello nos ha venido hablando hasta ahora. Alcanzamos la salvación, es decir, la relación con Dios en paz, la que había roto el pecado desde Adán hasta Jesucristo y esto significa que somos salvados por y mediante la fe en Jesucristo y no por la Ley ni las obras de la Ley. Lo que ya poseemos es gracias a “que resucitó de la muerte a Jesús, Señor nuestro, que se entregó por nuestros pecados y resucitó para hacernos justos”. De este modo podemos afirmar que “ahora hemos sido justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de Jesucristo Señor nuestro” (v. 1). Por la muerte y resurrección de Cristo se ha quitado el gran impedimento, el pecado, que nos separaba de Dios. Cristo lo ha destruido con su entrega redentora a favor de todos los hombres. Gracias a la fe en Cristo somos amigos de Dios, estamos en paz con el Padre de nuestro Señor Jesucristo. El centro de atención ya no es sólo el tema de la justicia que Dios ofendido puede reclamar al hombre pecador, sino el predominio del amor: “hemos alcanzado la gracia en la que nos encontramos” (v. 2). Poseemos el don gratuito de la redención  ya no por nuestros méritos y esfuerzos humanos sino por Jesucristo, y esto no lanzado a un futuro sino con la fuerza del “ahora”, en nuestra condición de cristianos en el aquí y ahora, en nuestra vida diaria. ¡Cuánto nos cuesta ser cristianos en el día a día, las 24 horas de la jornada! Tendemos a separar lo cristiano, entendido como ritos o ceremonias solamente, de la vida corriente. “Ahora” es el día a día que el cristiano vive “en gracia de Dios”. Se nos habla de un “estar en paz con Dios” y se tiende a confundir con un estado de bienestar psicológico o humano. Hay que entender la paz en el sentido bíblico: el don máximo que puede gozar aquel que es amigo de Dios. Los santos hablan de la “amistad con Dios”, se los identifica como los “amigos de Dios”. No cualquier bienestar es sinónimo de paz sino  aquella cercanía y amistad con el Señor. Esto es lo que Cristo ha restaurado con su entrega redentora. Y desde aquí podemos comprender la magistral certeza del cristiano: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazón por el don del Espíritu Santo” (v. 5).

                Del evangelio de san Juan 4, 5-42           

                Durante estos tres domingos de Cuaresma vamos a disfrutar de la Buena Nueva tomada del evangelio de san Juan. Hoy empezamos con el llamado “Libro de los Signos” desde el capítulo 2 al 12. El encuentro de Jesús con la mujer samaritana es una extraordinaria manera de presentar una catequesis bautismal como inicio del encuentro de Jesús con la samaritana, representación del proceso que vive todo cristiano, pues Jesús es quien da el agua viva. El domingo siguiente el encuentro de Jesús con el ciego de nacimiento, pues Jesús es la luz del mundo y el quinto domingo Jesús resucita a Lázaro, Jesús es la vida que vence la muerte, pues Jesús es la resurrección y la vida.   Pasemos a examinar algunos detalles interesantes que hay que tener en cuenta para una mejor y más profunda comprensión del extenso relato de este tercer domingo de cuaresma, sobre todo para captar el progresivo simbolismo del camino de la fe. Al respecto señalemos los siguientes:                                                                                                                                                                                       Preparativos del encuentro. Jesús abandona  Judea, atraviesa Samaría y se dirige a Galilea. La escena acontece en Samaría, en Sicar, donde se encuentra el pozo de Jacob. Los judíos y los samaritanos no eran amigos, tenían grandes diferencias que hacían su trato conflictivo. La escena acontece alrededor del pozo: en la cultura del medio oriente éste es un lugar clave para la sobrevivencia y es lugar de encuentro social. Hay que ir al pozo todos los días o frecuentemente a sacar el agua. No todos los encuentros son amistosos alrededor del pozo, también hay conflictos y riñas. El pozo pertenece a la cultura del pueblo. Y a este lugar de encuentro llega también Jesús “fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era mediodía” (v. 6). Llega también “una mujer de Samaria a sacar agua” (v. 7).

                Inicio del diálogo. Jesús toma la iniciativa: “Dame de beber”. Siempre es el Señor que toma la iniciativa para llamar y para enviar. Nadie elige ser cristiano, siempre es Cristo el que llama y así se inicia un proceso de intercambio mutuo hasta llegar a la madurez de una opción por Él y su reino. El diálogo se hace desde la propia situación del interlocutor. La mujer samaritana señala su sorpresa de que un judío le pida de ver a ella que es samaritana. Así expresa la postura de los samaritanos respecto a los judíos. Y tenemos que descubrir en esta mujer la representación simbólica del pueblo de Samaría. La pedagogía de Jesús es hermosa. Le responde dejando en claro la doble ignorancia de la mujer: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva” (v.10). La mujer entra poco a poco en otra dimensión del encuentro con el tema del “agua viva”. Jesús le aclara hablando de las dos aguas: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, porque el agua que le daré se convertirá dentro de él en manantial que brota dando vida eterna” (vv.13-14). Así Jesús suscita en la mujer un más profundo interés: “Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed y no tenga que venir acá a sacarla” (v. 15). Fruto del diálogo, al comienzo áspero, se han invertido los papeles: si Jesús es el que abre el diálogo y pide de beber, ahora es la mujer la que pide de “esa agua”.

                Confrontación con la vida. La petición de la mujer todavía revela el deseo que Jesús le hiciera la vida más fácil al solucionarle el problema de la sed y de acarrear el agua día a día. Otro paso: “Ve, llama a tu marido y vuelve acá” (v. 16), le dice Jesús. “No tengo marido” responde la mujer. La palabra de Jesús es clarificadora para la mujer: “Tienes razón al decir que no tienes marido; porque has tenido cinco hombres, y el que tienes ahora tampoco es tu marido. En eso has dicho la verdad” (v. 17-18). Si la mujer samaritana representa al pueblo de Samaria, estos cinco maridos de que habla Jesús son los cinco dioses originales que adoraban  los samaritanos. Primer reconocimiento de la persona de Jesús de parte de la mujer: “Señor, veo que eres profeta” (v. 19). El profeta es un hombre que habla en nombre de Dios, un hombre escogido para comunicar la Palabra de Dios. La mujer reconoce su pecado, la idolatría del pueblo, el culto a los dioses. Esto da pie a que Jesús señale el fin de la adoración al Padre en montes y templo de Jerusalén; desde ahora la adoración será “en espíritu y en verdad” y Jesús mismo es la presencia de Dios que los hombres deben reconocer. Segundo reconocimiento de parte de la mujer: “Sé que vendrá el Mesías – es decir el Cristo -. Cuando él venga, nos lo explicará todo” (v. 25) dice la mujer. Entonces Jesús le dice: “Yo soy, el que habla contigo” (v. 26). Estamos ante el único caso en que Jesús revela directamente su identidad y lo hace a una mujer de una raza despreciada y no de raza judía, escoge a una pecadora y no a una santa, escoge una mujer y no a un hombre. Dios pone los ojos en los últimos y los eleva. Los caminos de Dios, los de la fe, son inescrutables y pasan todos por Jesús y confluyen en Jesús, el Hijo del Padre.

                Compromiso. “La mujer dejó el cántaro, se fue al pueblo y dijo a los vecinos: Vengan a ver un hombre que me ha contado todo lo que yo hice: ¿No será el Mesías?”(v. 28). La mujer se ha convertido en apóstol y mensajera de la Buena Noticia. No hay llamado sin misión. Lo que anuncia no es una nueva doctrina sino a una Persona que le ha llevado a descubrir su vida de pecado y dolor. El testimonio mueve los corazones cuando está hecho desde la autenticidad y humildad. Muchos abrazan el camino de la fe gracias a este testimonio. La evangelización es tarea de todo bautizado, pero la clave está en la calidad y profundidad del encuentro con Jesús, Mesías, no sólo hombre sino también Dios. Muchos bautizados siguen todavía pegados en el pozo de los bienes puramente materiales, del dinero, del estatus social, del partido o ideología de turno, etc. No despegan nunca porque no dejan que la Palabra de Jesucristo empiece a anidarse en el corazón. Hoy se requieren cristianos como esos samaritanos que le dijeron a la mujer: “Ya no creemos por lo que nos has contado, porque nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es realmente el salvador del mundo” (v. 42). La mujer  de este evangelio es figura de la Iglesia que nos anuncia y nos ofrece la vida nueva del Señor Jesucristo.

                Este precioso relato del encuentro de Jesús con la samaritana nos revela que Jesús es el pozo profundo de donde brota el agua viva que apaga la sed de eternidad que está en el corazón del ser humano. Al mismo tiempo, nos muestra el esplendor de la catequesis como camino de fe y de encuentro con el Señor. Es un relato vital, una forma permanente de anunciar a Jesucristo y de acrecentar nuestra fe en Él.

                Un saludo fraterno.                                

                                       Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

 

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