16° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

16° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)

Viernes 15 de Julio, 2022

 


¡Señor Jesús! Que nuestro gozo sea escucharte

                En esta semana que termina hemos tenido la alegría de celebrar la fiesta de Cristo Redentor que para nosotros mercedarios es considerado nuestro “maestro y modelo” en el arte de la redención de cautivos. Gracias a esta experiencia original de San Pedro Nolasco tenemos el privilegio de ser identificados como “redentores de cautivos”, al estilo de Cristo. Esta certeza teológica está en el corazón de la espiritualidad mercedaria y es el sello de la identidad de la Familia Mercedaria que colorea el conjunto con el sello redentor. Y donde está Cristo está también su Madre que, para los mercedarios es simplemente “Nuestra Madre”. Todavía más, María de la Merced es “madre de los redentores y de los cautivos”, ya que Ella es la primera discípula y modelo de seguimiento de todo discípulo de Jesús. El sentido redentor y mariano configuran el estilo de vida consagrada y apostólica de la Orden de la Merced. Religiosos, religiosas y laicos beben de este manantial redentor y mariano y es el aspecto constitutivo de la Familia Mercedaria, “familia servidora , fraternidad evangelizadora” como dice canto. Y, por otra parte, recordamos los cien años de la Pascua del gran P. Pedro Armengol Valenzuela Poblete dentro del marco festivo del pasado sábado 9 en el templo  Basílica de la Merced. La solemne eucaristía fue presidida por el cardenal Arzobispo de Santiago Mons. Celestino Aós. Al término de la misma, el P. Provincial Fr. Mario Salas y el P. Daniel Mendoza descubrieron una ofrenda floral en el altar donde reposan los restos del ilustre mercedario chileno en la nave norte del templo, mientras los asistentes le brindaron un cariñoso aplauso.  Luego el P. Provincial leyó un mensaje resaltando la personalidad y obra del P. Valenzuela. A continuación el grupo de Madrigalistas de la Universidad de Santiago ofrecieron un hermoso concierto en homenaje al recordado P. Pedro Armengol Valenzuela Poblete (1843 -1922).

                Dejemos que la Palabra de Dios de este 16° domingo nos ayude a seguir la senda de nuestra vida cristiana inmersa en el mundo real, el de todos los días. Estamos ante una situación especial. Por una parte, tratando de retomar el ritmo de la normalidad post pandemia. No ha sido fácil. Nos damos cuenta que la pandemia sigue presente de muchas maneras en nuestras vidas. Si difícil fue tomar en serio las medidas de autocuidado que la autoridad sanitaria fue proponiendo para vernos libres del contagio y sus consecuencias, no ha sido menos el retomar el ritmo de la vida normal post pandemia. No puede ser de otra manera porque somos seres emocionales y con sentimientos y no sólo pensadores. Los efectos emocionales de la pandemia se seguirán manifestando por mucho tiempo. Esto se va expresando en los miedos o temores con que estamos enfrentando el diario vivir. Hay que recuperar el valor y sentido del encuentro y del  encuentro comunitario como la eucaristía, por ejemplo.  Una tentación no menor es la facilidad para suspender o postergar o incluso declararse en receso por un buen tiempo de parte de quienes han hecho promesa de vivir la fraternidad evangélicamente entendida. Tenemos que reforzar la convicción que sin encuentro la fraternidad se convierte en una quimera. Pero ¿por qué esto es así? Por una razón fundamental que hoy la Palabra de Dios en sus tres lecturas y en el salmo 14 nos presentan la belleza del encuentro y de la escucha de la palabra que le da sentido al mismo               

PALABRA DE VIDA

Gn 18, 1-10         Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo

Sal 14, 2-5                Señor, ¿quién entrará en tu Casa?

Col 1, 24-28        Nosotros anunciamos a Cristo

Lc 10, 38-42        María, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras

Un sugerente dicho de los Padres del desierto sirva para situar el poder de la Palabra: La naturaleza del agua es suave, mas la de la piedra es dura. Pero si se suspende un recipiente que deja caer agua sobre la piedra, poco a poco la perfora. Del mismo modo, la Palabra de Dios es suave y nuestro  corazón duro; sin embargo, cuando el hombre oye con frecuencia la Palabra de Dios, se abre su corazón al temor de Dios” (Apotegmas de los Padres, dicho de Abba Juan). Dejemos que la Palabra siga, gota a gota, haciendo su silenciosa tarea de ablandar nuestro corazón. 

                Del libro del Génesis 18, 1 - 10

                Estamos en la gran segunda parte del Libro del Génesis, el primero de los “cinco libros sagrados”, que abarca desde el capítulo 12 al 50 y trata de las historias patriarcales. El texto de esta primera lectura del 16° domingo del ciclo C, está inserto en una gran sección desde el capítulo 12,1 a 25, 18, y se refiere al Ciclo de Abrahán y su hijo Isaac. El capítulo 18, 1 – 15 se refiere a la misteriosa aparición del Señor en Mambré a Abrahán, aunque por razón de brevedad hoy leemos sólo los versículos 1 a 10. El texto comienza describiendo el escenario: Abrahán está sentado a la sombra de su tienda en Mambré, con Sara, su esposa, tras la cortina de entrada, se ve sorprendido por la presencia de tres caminantes. Abrahán sale a su encuentro y los invita a descansar y a comer y beber lo que ha sido preparado con prontitud y esmero. Así queda de manifiesto el gesto de la hospitalidad generosa y abierta a los caminantes. Nótese que Abrahán no sabe quiénes son los visitantes. Sólo en el desarrollo de la acción y del diálogo uno de ellos se identifica como el Señor y los otros dos como sus mensajeros. Vamos a prestarle atención a las actitudes de Abrahán que incluso podrían parecer exageradas: al ver los hombres parados ante él, corrió a su encuentro y se inclinó en tierra; le suplica que no pase de largo, hará que traigan agua para que se laven los pies y descansen debajo del árbol; les ofrece pan que ordena a Sara amasarlo; corrió al corral y eligió lo mejor y mandó a cocinarlo. Los atendió personalmente mientras ellos comían bajo el árbol. Todo esto es la hospitalidad humana y creyente. Es un precioso ejemplo de la delicadeza y acogida que el Padre de la fe nos enseña. El premio que Dios regala a Abrahán: “Para cuando yo vuelva a verte, en un año, Sara habrá tenido un hijo. Sara lo oyó, detrás de la puerta de la carpa” (v. 10). Aquí se ratifica la promesa que Dios hizo a Abrahán de darle un hijo de su mujer Sara. Nuestro Dios sale al encuentro del hombre, instala un diálogo, abre un espacio para iniciar el largo camino de la promesa de salvación. Dios asume la forma humana para ponerse al nivel de nuestra condición histórica. Dios se abaja de su gloria y entra a nuestro diario vivir y desde aquí nos habla. ¿No habría que prestarle más atención a la vida misma para encontrarnos con el Señor? ¿Cuántas veces nos visita el  Señor en nuestra vida diaria pero no lo reconocemos ni lo acogemos?

                El Salmo 14, 2 – 5 enumera las características indispensables que deben adornar la vida del “huésped del Señor”, a saber, el que quiera acceder al Templo y celebrar el culto. No se mencionan ritos externos sino condiciones del ámbito ético – moral. Y con cuánta razón, porque un culto vacío es aquel carente de amor a  Dios y de la  práctica de la justicia. Volvamos a  leerlo y a meditarlo porque es un excelente ayuda para el “examen de conciencia” frecuente. Se destacan unas actitudes completamente en sintonía con el evangelio de Jesús, lo que prueba que el plan de Dios es uno solo: que el hombre se salve y viva la bondad de Dios.

                De la Carta de San Pablo a los Colosenses 1, 24 - 28

                Ya leímos el domingo pasado un sorprendente himno a Jesucristo Salvador y primogénito de toda creatura. Hoy, como segunda lectura, continuamos con el capítulo primero de esta carta y leemos unos versículos finales del mismo himno profundamente cristológico. El tema de fondo es el ministerio de Pablo. Dice: “Por disposición de Dios he sido nombrado ministro de la Iglesia al servicio de ustedes, para dar cumplimiento al proyecto de Dios” (v. 25). Y clarifica de inmediato cuál es ese proyecto de Dios: “el misterio que estuvo oculto desde toda la eternidad y que ahora Dios quiso manifestar a sus santos” (v. 26). El plan de la salvación que el pueblo escogido creyó que sólo era para los judíos, rompe ese límite y abraza también a los paganos, es decir, para todos los hombres y mujeres del mundo sin distinción de raza o nación. A Pablo se le ha revelado este proyecto de Dios, mantenido en secreto a lo largo de los tiempos, pero ahora anunciado y proclamado por el Apóstol. Ese misterio escondido es la persona de Jesucristo, “espléndida riqueza, Cristo para ustedes, esperanza de gloria” dice Pablo con esa certeza que le viene de su propia experiencia de encuentro con el Señor. En esto consiste su ministerio y el servicio de su misión apostólica. La meta final que busca el Apóstol es que “todos alcancen su madurez en Cristo” (v. 28). Para lograrlo, Pablo anuncia, aconseja y enseña a cada uno de los cristianos para que alcancen la verdadera sabiduría que no es otra que Cristo y su evangelio. Podemos preguntarnos si Cristo y su redención universal son para nosotros el corazón y el centro de nuestra vida cristiana y de nuestra misión apostólica. ¿Es para mí Jesucristo y el evangelio una espléndida riqueza por la que vale la pena entregar la vida entera? ¿Qué significa “completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia”? Cada cristiano tiene que vivir el “proceso pascual” para asemejarse a su Señor. Tomar la propia cruz y estar decidido a seguir a Jesús hasta su mismo destino doloroso de la pasión y muerte en la cruz. ¿Puedes decir como san Pablo: “Ahora me alegro de sufrir por ustedes”?

                Del evangelio de san Lucas 10, 38 – 42

                No olvidemos que estamos siguiendo con Jesús y sus discípulos el camino hacia Jerusalén, lugar de su entrega radical en la muerte y victoria esplendorosa en su resurrección. En este camino Jesús nos instruye, instruye a sus discípulos sobre las exigencias y condiciones de un discípulo suyo, de aquellos primeros y de los de todos los tiempos. Entre ellos nos encontramos nosotros. Vamos aprendiendo a ser discípulos y para ello escuchamos al Maestro que nos introduce en los secretos del Reino. Hoy nos encontramos con la grata hospitalidad de una mujer: Marta. Ella “lo recibió en su casa” (v. 38). Nos llama poderosamente la atención que una mujer manejara sus bienes y que acoja a un hombre en su casa. Esto en el ámbito judío. Recuerden que cuando regresan los discípulos y encuentran a Jesús hablando con la samaritana en el broquel del pozo, dice San Juan que quedaron extrañados que estuviera hablando con una mujer. Jesús rompe esquemas y abre horizontes insospechados. Jesús recibe la amable hospitalidad de Marta y así rompe costumbres marginadoras y excluyentes.

                Fijémonos en otro interesante aspecto que resalta San Lucas. Así dice el texto: “Tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras” (v. 39). Fijémonos que la actitud de sentarse a los pies del maestro es la postura propia del discípulo en el mundo judío. Pero recordemos que en los tiempos de Jesús las mujeres no accedían al estudio de la ley ni tampoco aprendían de ningún maestro. Nuevamente subraya San Lucas que Jesús rompe la costumbre y acepta mujeres en calidad de discípulas y las instruye en su escuela. María está viviendo una hermosa realidad: puede escuchar a Jesús y puede aprender de él. Jesús la acoge y la considera discípula y la instruye como lo hace con sus discípulos varones.

                La reacción de Marta, que no entiende el significado de la actitud de María, su hermana, simplemente se siente sola en la tarea y expone su queja al maestro: “Maestro, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en los quehaceres? Dile que me ayude” (v. 40). Marta cumple  con las normas de la acogida y de la hospitalidad. Parece que representa muy bien aquella mentalidad del cumplir lo mandado y desde ahí mirar la conducta de los demás. Nos representa muy bien cuando nos conformamos con “ir a misa el domingo” y cumplir lo mandado para ser un buen cristiano. Nos importa poco si lo hacemos por amor, por generosidad. El cumplimiento solo no permite entrar en la realidad que descubrió María: el Señor y su Reino. Notemos aquí que Marta se refiere a Jesús como “Señor” en griego Kúrie, ¿no te importa que mi hermana me deje sola para servir? Entonces, dile que me ayude”.  

                Las palabras de Jesús iluminan el camino a seguir cuando dice: “Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas, cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y no le será quitada” (v. 41- 42). Nos habla el Señor,  Kyrios,  y su palabra debe ser escuchada por todos los creyentes del mundo y de todos los tiempos. Cristo como Señor tiene autoridad como Dios para enseñarnos el modo de ser sus discípulos. Lo reconocemos como Nuestro Señor, muerto y resucitado. Y le prestamos atención como discípulos suyos, escuchándolo como María, la hermana de Marta.

                La repetición del nombre, en este caso “Marta, Marta” es una reprensión cariñosa pero que hay que prestarle atención. Invita a reflexionar la conducta o actitud. Jesús no dice que las tareas que Marta desarrolla sean defectuosas o no sirven; lo que realmente reprocha en Marta es estar atareada, inquieta, preocupada por las tareas de casa. Es la actitud conque  procede, el espíritu que le mueve a cumplir las tareas propias de la acogida y hospitalidad. Es dejarse invadir o absorber completamente por los deberes. Su actitud de acogida es recta pero no lo es el modo de encararla. María ha elegido la mejor parte, es decir, nada hay mejor que elegir a Jesús. Termino diciendo que estas dos actitudes perviven en nosotros: a veces nos domina el activismo agobiante, en otras necesitamos calmarnos y empezar a darle más atención a lo verdaderamente importante en la vida, que no es otra persona que la de Jesús, el Señor, es decir, el que tiene autoridad y poder para pedirnos un cambio esencial, una actitud distinta frente al agobio de los trabajos aunque sean pastorales.  ¿Realizo mis deberes y tareas nerviosamente, con gran desgaste de energía, con la sensación de agobio? ¿No sería bueno realizarlas pero con un espíritu distinto, por amor, con entrega, con alegría? Revisemos nuestro modo de vivir, nos hará bien.

                Una recta comprensión del evangelio de hoy no permite aceptar el famoso dilema entre la vida activa y la vida contemplativa. Esto nos lleva a mirar desde una visión dicotómica la vida cristiana. Lo único importante es que la Persona de Jesús siempre sea el centro de atención de todo discípulo y discípula.

                Una cita del gran Benedicto XVI sirva para comprender mejor el evangelio de hoy. “La persona humana debe trabajar, sí; empeñarse en las ocupaciones domésticas y profesionales; pero ante todo tiene necesidad de Dios, que es luz interior de amor y de verdad. Sin amor, hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo estéril y desordenado. Y ¿quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo?”.

                Un abrazo y hasta pronto.                                                   

        Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.  

 

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