14° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

14° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)

Sábado 02 de Julio, 2022

 
En la perspectiva de san Lucas la misión no queda encerrada en los Doce Apóstoles sino que se abre a otros discípulos representados por estos setenta y dos misioneros. Jesús los envías delante para que preparen el ambiente y así Él pueda luego evangelizar. “La mies es mucha y los obreros pocos” dice Jesús (v. 2). Por lo tanto, en el campo de Dios, en la Iglesia, hay trabajo para todos.

¡Señor Jesús! Gracias por confiar en nosotros

                Entramos al séptimo mes de este año 2022. Julio huele a escolares en vacaciones de invierno, a frío realmente invernal y  a lluvia que nos alegra y sostiene la esperanza que no nos falte el vital elemento en medio de la amenaza de una prolongada sequía. Como  nunca podemos clamar con esas palabras del salmista cuando  dice: “Como anhela la cierva los arroyos, así te anhela mi ser, Dios mío. Mi ser tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver el rostro de Dios?”(Sal 42-43, 2-3). La sed de la que habla el salmista es el ansia o anhelo de ir al templo para unirse a la liturgia que el pueblo de Dios celebra. El orante pone como ejemplo de esa sed que  invade su ser es comparable a la sed o anhelo que experimenta la cierva por los arroyos de agua con la que calmará su sed. La imagen es muy ilustrativa de lo que debiera sentir todo creyente en su relación con Dios. Pero si falta esa sed de Dios, del Dios vivo, ¿cómo podría el hombre buscarlo y desearlo? Normalmente bebemos en otras fuentes que están a la mano de todos con el anhelo de apagar la sed de Dios, pero esos sucedáneos de Dios no apagan la sed verdadera y el hombre sigue sediento. ¿Qué cosas parecen que apagan la sed de lo eterno? Son muchas las cosas que encontramos en el camino que aparentan apagar nuestra sed de lo eterno, de Dios. El dinero es la primera fuente donde creemos está la felicidad y lo buscamos  con pasión. Pero no, porque no  solo no apaga la sed de eternidad sino que poco a poco anula la sed de Dios y nunca se sacia de tener más dinero y bienes materiales. Por eso Jesús fue tan tajante con el tema del dinero y la riqueza cuando nos planteó una decisión radical: o Dios o el dinero, pero nunca las dos cosas al mismo tiempo. “Os aseguro que es muy difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos” (Mt 19, 23). No dice que es imposible sino que es muy difícil que eso acontezca. Una condición indispensable para entrar en el Reino de los Cielos es estar disponible para anunciarlo y vivirlo siempre. Se trata de una nueva economía, la del Reino donde el verdadero tesoro no son los bienes y la posesión de los mismos sino acoger a Jesús y su Reino como  lo único necesario hasta el punto que todo lo demás sea “añadidura” y no fin ni objetivo fundamental de la existencia. La riqueza y la acumulación de bienes materiales no libera sino  amarra la vida, el corazón, es decir, no logra apagar la sed verdadera que el hombre experimenta, la sed de Dios, pero a la hora de decidirse y acoger las exigencias de Jesús y del Reino se prefiere continuar sirviendo al dinero y a las cosas materiales. Los bienes de esta tierra tienen un poder que cautivan al ser humano hasta el punto que lo esclavizan y lo dominan. ¿De qué tenemos sed? ¿Qué deseo o que anhelo? ¿Qué me esclaviza? ¿Cómo he ido apagando la sed de Dios en mi vida? ¿Qué preocupaciones invaden mi vida y no me dejan espacio para “entrar en mi santuario personal”? El próximo sábado 9 de julio celebramos la Fiesta de Cristo Redentor, maestro y modelo del mercedario y mercedaria. Puede ser esta fiesta íntima de la Orden de la Merced una oportunidad para que en esta semana nos preparemos a examinar la sed que en estos momentos moviliza mi vida. El sábado 9 de julio recordaremos al P. Pedro Armengol Valenzuela Poblete, ese ilustre Mercedario Chileno que hizo posible la titánica obra de restaurar la Orden de la Merced en Europa prácticamente en proceso de extinción en la segunda mitad del siglo XIX. Fue Maestro General de la Orden por espacio de 31 fructuosos años. Falleció el 10 de julio de 1922 en el convento de la Merced de Santiago. Y nosotros queremos recordarlo al cumplir su primer centenario de su Pascua. Sus restos reposan en un altar de la Basílica de la Merced de Santiago. La gratitud y admiración de la Orden hacia este religioso, sabio estudioso, hombre de servicio incansable, de estilo sencillo y austero, amante de su Orden Mercedaria, no pueden dejar de expresarse siempre. El sábado 9 de julio próximo haremos una celebración especial a partir de las 12 horas en la Basílica  de la Merced de Santiago.

PALABRA DE VIDA

Is 66, 10-14         Como a un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo                            

Sal 65, 1-3.4-7.16.20 ¡Aclame al Señor toda la tierra!                                                                             

Gál 6, 14-18      Lo que importa es ser una nueva creatura                                                                     

Lc 10, 1-12.17-20              Vayan, que yo los envío como ovejas entre lobos

                 En el Documento de Aparecida se recuerda que “los fieles laicos son los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el pueblo de Dios y participan de las funciones de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo” (DA 209). “Para cumplir su misión con responsabilidad personal, los laicos necesitan una sólida formación doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento para dar testimonio de Cristo y de los valores del Reino en el ámbito de la vida social, económica, política y cultural” (DA 212).

                La Palabra sale a nuestro encuentro, en medio de nuestras encrucijadas vitales y sociales para iluminar nuestro espíritu y ensanchar nuestro corazón. Dejémosla entrar, porque ella quiere permanecer con nosotros, pues su gozo es estar con los hombres.

                Del Libro de Isaías 66, 10-14

                La Primera lectura está tomada del Tercer Isaías, es decir, de Isaías 56 – 66, y se refiere a un pueblo que renace de las peripecias del destierro en Babilonia, gracias a la obra de Dios que los devuelve a su tierra de Israel. Una sugerente imagen como es el parto sirve para expresar la futura restauración del pueblo elegido y de Jerusalén, la ciudad santa. Al mismo  tiempo, este canto subraya la exclusividad de Dios en el acto de dar la vida y de sostenerla, lo que constituye una excelente prueba a favor del valor sagrado de la vida humana, tema tan central en la reflexión acerca de todo atentado a la vida como el aborto, la tortura, la eutanasia, etc. El texto de la primera lectura de este domingo nos presenta a la nueva Jerusalén que el profeta vislumbra como una esperanza cierta en el futuro. Ha pasado el tiempo de duelo, el tiempo del cautiverio y de la desolación de la ciudad santa y sus habitantes. Por eso hay que alegrarse y gozar con la nueva ciudad, representada como una madre que amamanta a sus hijos, los lleva en brazos y sobre las rodillas los acariciará (v. 11.12). Se anuncia una paz abundante y mucha prosperidad, cosas muy distintas al calamitoso estado antiguo marcado por las injusticias y la corrupción que la dominaban. Una conclusión alentadora anuncia el profeta: “La mano del Señor se manifestará a sus siervos, y su cólera, a sus enemigos” (v. 14). El mensaje de esta profecía no puede ser más urgente para la Iglesia y la humanidad, sobre todo ante una generalizada crisis de confianza y falta de esperanza que nos invade por doquier. Confiar que solo Dios puede hacer nacer la vida y crear  un mundo nuevo, parece descartado ante la confianza ciega puesta en la ciencia y la técnica como únicas capaces de cambiar las cosas en nuestra tierra. ¿No sería hora de reinstalar a Dios en nuestra vida, en nuestra sociedad, en la cultura, en la educación, en la economía, en la convivencia? ¿Hacia dónde vamos si prescindimos de Dios? ¿Te dice algo nuestra situación eclesial y nacional con la promesa que Dios nos hace a través de  Isaías?

                El Salmo 65, 1-7.16.20 es un canto de alabanza y de acción de gracias donde el protagonista es la comunidad, el pueblo elegido que recuerda las intervenciones de Dios entre las cuales descuella el Mar  y el Río, referencias al Mar Rojo en su salida de Egipto y el Río Jordán, último paso  del pueblo elegido para la toma de posesión de la tierra de Canaán (vv. 1-12). La segunda parte de este salmo es una acción de gracias individual situada en el Templo de Jerusalén (vv. 13 – 20). ¿Qué motiva mi alabanza y acción de gracias en este día? ¿No será el celebrar la acción de Dios manifestada en la resurrección de Jesús?

                De la Carta de San Pablo a los Gálatas 6, 14-18

                La Segunda lectura, tomada de la Carta de San Pablo a los Gálatas, nos transmite las palabras con que el Apóstol concluye su carta y se despide de sus lectores sin dejar de advertirles que no se sometan al rito corporal de la circuncisión, cosa pretendida por los “falsos hermanos” que se han introducido en la comunidad de los gálatas. Se refiere a judíos convertidos al cristianismo. Afirma que estos partidarios del rito legal de la circuncisión  buscan imponérselo a los cristianos de Galacia, paganos convertidos a la fe cristiana, y “sólo pretenden ser bien vistos por los demás, con el único fin de evitar la persecución por la cruz de Cristo” (v. 12). Porque quien acepta la libertad que Cristo nos ha conseguido, liberándonos de la ley y de todo régimen que pretenda someternos de nuevo a la esclavitud anterior, está dispuesto a asumir las consecuencias de permanecer libre para seguir a Cristo, tomando la cruz de cada día. Estamos ante un verdadero resumen de la carta y ese es el sentido que tiene la frase “Miren qué letras tan grandes, escritas por mi propia mano” (v.11). El texto de esta segunda lectura nos ofrece lo que fue el centro espiritual de la vida de Pablo, la cruz de Cristo. Ésta es la fuente de su mayor valor, de tal modo que todo lo demás,  aún aquello que en otro tiempo era fuente de orgullo personal en su condición de judío ferviente y comprometido, ha pasado a ser nada. ¿Por qué la cruz de Cristo es motivo de gloria y exaltación? Porque en ella Cristo ofreció su vida para liberarnos del pecado, de tal modo que desde este gesto redentor nace una nueva criatura, el hombre nuevo, recreado según el amor de Dios manifestado en la cruz de Cristo y en su gloriosa resurrección. “Lo que importa es ser una nueva criatura” (v. 15) y esto es lo decisivo y no la circuncisión carnal que ha perdido toda supuesta fuerza. La “marca” que el Apóstol lleva es la capacidad de abrazar por amor los sufrimientos por seguir las huellas de Jesús y por causa de la misión. “Ya llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús” (v. 17), es decir, el Apóstol siente que está  cada vez más identificado con el Señor Jesucristo en su misterio pascual. Por eso puede concluir: “En adelante no quiero que nadie me cause más dificultades” (v. 17). Así reafirma su autoridad apostólica y da por resuelto el problema que ha desarrollado en esta hermosa Carta a los Gálatas, llamada por Lutero “la carta de la libertad cristiana”.

                Evangelio de san Lucas 10, 1-12. 17-20

                San Lucas nos narra la misión o envío de los setenta y dos. En Lc 9, 1- 6 Jesús había hecho un primer envío de los Doce, simbolizando con ello el pueblo de Israel compuesto de doce tribus e indicando la configuración del nuevo pueblo de Dios. El cometido central de la misión es el mismo tanto para los Doce Apóstoles como para todo discípulo: anunciar el Reino de Dios. Dice en el envío de los Doce: “Y los envió a proclamar el reino de Dios y a sanar los enfermos” (9, 2). En el envío de los setenta dice: “Sanen a los enfermos que haya y digan a la gente: el reino de Dios ha llegado a ustedes” (10,9). Este es el corazón del anuncio y la Buena Noticia que debe ser proclamada en todas partes. El Reino de Dios es una expresión clave en el Nuevo Testamento y significa que Dios mismo, su amor y misericordia, se hacen definitivamente presentes en nuestra tierra. Portador de esta Buena Noticia es Jesús, el gran evangelizador que, en nombre y por mandato del Padre, anuncia o proclama a toda criatura. Significa que quien acoge a Jesús y su Buena Noticia está acogiendo a Dios mismo, el amor eterno que se nos ha manifestado. Significa reconocer y aceptar en la propia vida la soberanía de Dios, un señorío basado en el amor misericordioso. Por eso, el canto del Benedictus dice: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo” (Lc 1,68). El Reino que anuncia Jesús es el mismo Jesús, Dios hecho hombre. Frente al anuncio del Reino de Dios, los hombres quedan llamados a creer y convertirse a Jesús, es decir, a aceptar el gratuito ofrecimiento que Dios nos hace de la salvación. El Reino de Dios es pura gracia, no lo merecemos ni lo adquirimos; Dios en su infinita bondad se inclina hacia el hombre y le ofrece su don, es decir, su amor gratuito. De este modo, el Reino de Dios no es de este mundo ni nada se identifica con él. Y es el motivo y contenido de la misión de los Doce y de los Setenta y dos.

                ¿Por qué son enviados setenta y dos? El número setenta nos remite, por una parte, al simbolismo del número siete y sus múltiplos en la Biblia, como expresión de totalidad, de plenitud y de perfección. Por otra, el setenta y dos nos remite al sentido simbólico de referirse a las 70 naciones que se pensaba estaba dividido el mundo como se dice en Gn 10; ahora bien, en la perspectiva de San Lucas prima la universalidad del mensaje como la universalidad de la vocación cristiana y la urgencia del anuncio. Dicho de otro modo: todos los cristianos son llamados a serlo y tienen la misión de proclamar el Reino de Dios, sin excepción. Vocación y misión son dos aspectos de un único acontecimiento como es el encuentro con el Señor Jesús y su Evangelio a través de sus enviados misioneros. El evangelio debe llegar a todas partes, a todos los hombres, a todos los pueblos. La misión evangelizadora, llamado universal a anunciar la Buena Noticia, no conoce límites geográficos, culturales, étnicos, sociales, políticos. Distinto es si todos los evangelizados están dispuestos a abrazar por la fe y el amor el Reino y sus exigencias. Dios no obliga a nadie a hacerse cristiano a la fuerza; la propuesta es gratuita y sólo se entiende en el clima de la libertad de cada uno para acogerla o rechazarla. Pero todos somos responsables del Sí o del No que pronunciemos ante el anuncio del Reino de Dios.

                Desde el Reino de Dios comprendemos la urgencia con que debe ser anunciado. San Lucas señala las condiciones que los misioneros deben abrazar. Nada ni nadie les pueden detener o entretener en el camino. Hay prisa por llevar el anuncio a todos. Los anunciadores del Reino deben estar dispuestos a desprenderse de todo lo que los ate como los bienes materiales; deben permanecer en las casas donde llegan y recibir lo necesario. Los misioneros son portadores de la paz, el gran don que Dios regala. Un signo de esta “visita de Dios” en los enviados es sanar a los enfermos.

                El regreso de los misioneros está marcado por la alegría y el gozo. Han cumplido el encargo que Jesús les mandó y han saboreado los efectos saludables que el mensaje ha producido en el pueblo. Jesús se alegra con ellos y dice: “Estaba viendo a Satanás caer como un rayo del cielo” (v. 18). Es la manera de decir que la misión realizada por Él y compartida con sus enviados, está quitando poder a las fuerzas del mal. El amor de Dios va destruyendo el poder del odio y del mal en el mundo. El Reino se abre paso sin prepotencia ni dominación sino como servicio y humildad.

                En la perspectiva de san Lucas la misión no queda encerrada en los Doce Apóstoles sino que se abre a otros discípulos representados por estos setenta y dos misioneros. Jesús los envías delante para que preparen el ambiente y así Él pueda luego evangelizar. “La mies es mucha y los obreros pocos” dice Jesús (v. 2). Por lo tanto, en el campo de Dios, en la Iglesia, hay trabajo para todos. Y otra cosa interesante es que Cristo no se limita a enviar solamente a la misión sino que establece las reglas de comportamiento de los misioneros  claras y precisas. Los envía “de dos en dos” con el fin de que se ayuden mutuamente y den testimonio del amor fraterno. Les advierte que serán “como corderos en medio de lobos”, lo que significa que deben ser pacíficos a pesar de todo y que deben llevar un mensaje de paz en todo momento.  

                Que tenga un feliz Domingo.                                                

     Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

 

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