DOMINGO DE PASCUA – RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO DE PASCUA – RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO (C)

Domingo 17 de Abril, 2022

 
"En la perspectiva del evangelio de San Juan podemos acceder al misterio pascual de Jesús, ya que, en el mismo momento que Jesús es levantado en la cruz, y cuando cumple completamente la voluntad del Padre, entregando su Espíritu, cuando le traspasa la lanza su costado y brotan gotas de agua y de sangre, Jesús está venciendo el pecado y la muerte; ha resucitado".

¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado

¡Aleluya! Cristo  ha resucitado ¡Aleluya! No nos cansamos de gritarlo aunque hay tanto cristiano que se quedó en el viernes santo. Parece que nos convoca más el dolor, el sufrimiento, la angustia, la soledad que no la vida, la salvación, la resurrección, la esperanza, la comunión fraterna. Sin embargo, la novedad no el padecimiento extremo que vivió Jesús bajo la desenfrenada rabia y odio de sus opositores. La novedad es la VIDA NUEVA Y ETERNA, esa maravillosa posibilidad que se nos abre con el Resucitado. Es el motivo central de nuestra alegría, de nuestro gozo pascual que hemos hecho realidad en la vigilia pascual, esa verdadera lectura de la realidad en clave de luz como es el gigante relato de la creación con que Dios echa a andar la vida en su prodigiosa grandeza y variedad. No olvidemos que la máxima obra creadora es el hombre. Luego, las sombras y tinieblas representadas por la esclavitud del pueblo de Dios en Egipto y las fidelidades e infidelidades que sazonan la historia humana y la historia de la salvación. En ningún momento Dios abandona su obra y su Palabra, una y otra vez, invita a vivir como pueblo de Dios y renueva sus promesas de liberación. Todo ello no conduce sino a la  esplendorosa Luz del Resucitado. Hay un testimonio privilegiado de este gozo que invade siempre a la Iglesia cada vez que recuerda y celebra la Semana Santa. Es la Homilía sobre la Pascua del Obispo de Sardes en Lidia llamado Melitón de Sardes. Fue contemporáneo de los emperadores romanos Antonino Pío que gobernó entre el año 138 al 161 y de Marco Aurelio que gobernó entre los años 161-180. La Homilía sobre la Pascua fue recién descubierta en el siglo XX. De ella un trozo para el deleite espiritual. Dice Melitón de Sardes: “Los profetas predijeron muchas cosas sobre el misterio pascual, que es el mismo Cristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Él vino del cielo a la tierra para remediar los sufrimientos del hombre; se hizo hombre en el seno de la Virgen, y de ella nació como hombre; cargó con los sufrimientos del hombre, mediante su cuerpo, sujeto al dolor, y destruyó los padecimientos de la carne, y él, que era inmortal por el Espíritu, destruyó el poder de la muerte que nos tenía bajo su dominio. Él fue llevado como una oveja y muerto como un cordero; nos redimió de la seducción del mundo, como antaño de Egipto, y de la esclavitud del demonio, como antaño del poder del Faraón; selló nuestras almas con su Espíritu y los miembros de nuestro cuerpo con su sangre. Él, aceptando la muerte, sumergió en la derrota a Satanás, como Moisés al Faraón. Él castigó la iniquidad y la injusticia, del mismo modo que Moisés castigó a Egipto con la esterilidad. Él nos ha hecho pasar de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al reino eterno, y ha hecho de nosotros un sacerdocio nuevo, un pueblo elegido, eterno. Él es la Pascua de nuestra salvación.. Él se encarnó en el seno de la Virgen, fue colgado en el madero, sepultado bajo tierra y, resucitando de entre los muertos, subió a lo más alto de los cielos. Éste es el cordero que permanecía mudo y que fue inmolado; éste es el que nació de María, la blanca oveja; éste es el que fue tomado de entre la grey y arrastrado al matadero, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; éste es aquel cuyos huesos no fueron quebrados sobre el madero y que en la tumba no experimentó la corrupción; éste es el que resucitó de entre los muertos y resucitó al hombre desde las profundidades del sepulcro”. (Breviario, Tomo II, p.432s).

  • PALABRA DE VIDA

Hech 10, 34.37-43            Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y Jerusalén                                                                                                                         

Sal 117, 1-2.16-17.22-23  Este es el día en que actuó el Señor; alegrémonos

Col 3, 1-4             Por tanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo

Jn 20, 1-9            Todavía no habían entendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos

                Quienes hayan seguido “desde el interior” esta Semana Santa, sobre todo, el Triduo Pascual, se darán cuenta la especial significación del Viernes Santo y la inmensa significación del Sábado Santo como el día del reposo del Hijo de Dios en el sepulcro y de la enorme soledad que rodea este reposo junto a la Virgen María y a la Iglesia entera que permanece en serena y prolongada espera. En estos días santos se conjugan realidades muy profundas para el ser humano y su salvación eterna. Por desgracia no siempre estamos preparados para entrar en la hondura existencial que nos envuelve como la penosa realidad del pecado, la finitud, la fragilidad, el dolor y la muerte. En la historia de Jesús, rechazado, ofendido, martirizado, crucificado, muerto y sepultado, se dibuja nuestra propia realidad humana individual y colectiva. La gran diferencia está en que Jesús asume este camino libre y voluntariamente, pues sabe que su propuesta de un mundo distinto no podía dejar indiferentes a quienes viven y sacan provecho de ese mundo viejo. Se ofreció por amor e hizo suya la causa de los pecadores desgraciados, de todos los vivientes de este planeta  y de toda galaxia donde haya vida. La profundidad de ese amor no nos es posible dimensionarlo porque nuestras medidas humanas están determinadas por nuestro egoísmo. Sin embargo, estamos llamados a ponernos en el camino de Jesús, en el camino del amor hasta el extremo, precisamente porque ha vencido el mundo viejo de pecado y muerte y nos abre a una inesperada oportunidad de apropiarnos de la vida nueva que Él nos regala a raudales. Esto significa proclamar hoy, a todo pulmón y a los cuatro vientos, que ha resucitado el que fue sacrificado en la cruz la tarde del viernes santo. Queremos nuevamente participar de esa vida nueva para que sea el fermento de un hombre nuevo en cada creyente, que  se comprometa a transformar el oscuro mundo en una realidad iluminada por la Luz de Cristo, muerto y resucitado.

                Dejemos que la Palabra de Dios nos ayude a penetrar en el sentido más profundo del misterio pascual de Cristo que estamos celebrando.

                De Hechos 10, 34. 37-43

                El texto de los Hechos 10, 34. 37-43 nos relata la estadía de Pedro en casa del capitán  Cornelio. Lo central de este texto es el testimonio de Pedro acerca de Jesús de Nazaret y muy específicamente su muerte y resurrección; lo que cambia es el auditorio en esta ocasión. Son oyentes paganos pero el testimonio es el mismo que ha dado ante los oyentes judíos. Les recuerda Pedro que Jesús de Nazaret empezó a mostrarse en Galilea a partir del bautismo de Juan Bautista, fue ungido por Dios con Espíritu Santo y lo dotó de poder para hacer el bien y sanar a los poseídos del Diablo. Y lo más importante es que los apóstoles son testigos de todo lo que hizo Jesús en Judea y Jerusalén y de cuanto sucedió con su muerte y resurrección. Recalquemos este dato que es fundamental: cuanto podemos afirmar de Jesús muerto y resucitado es gracias a los testigos directos que compartieron con Él la predicación pública y los acontecimientos decisivos en nuestra salvación. Estos “testigos oculares” son el fundamento apostólico de nuestra fe cristiana. Los Apóstoles vieron y oyeron cuanto testimonian sobre Jesús, muerto y resucitado para el perdón de los pecados.

                El Salmo 117 es un himno procesional de acción de gracias hecha por una victoria de Israel, considerada como una nueva oportunidad en la que se pone de manifiesto el amor de Dios por su pueblo. Nosotros cristianos, acogemos este testimonio y gracias a él, somos discípulos de Jesús, motivo suficiente para alabar y reconocer las grandes maravillas del Señor obradas en la persona de su Hijo Jesucristo. “Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él”, nos hace responder la Iglesia con el salmo 117. Ciertamente no es comparable una victoria de Israel con el triunfo de Jesucristo, muerto y resucitado, sobre el pecado y la muerte, verdaderos enemigos del hombre; pero el salmo y la historia de Israel forman parte de esa victoria decisiva que ha logrado el Hijo de Dios.

                De la carta de San Pablo a los cristianos de Colosas 3, 1-4

                La segunda lectura está tomada de la Carta a los cristianos de Colosas 3, 1-4. El texto hay que entenderlo como parte del tema de la Vida Nueva con Cristo que parte en Col 2, 20 y concluye en Col 3,4. Podemos leer el conjunto de este bello texto donde se describe la vida cristiana, no en el vacío sino en cercanía con la vida del mundo donde vivimos los cristianos. Siempre cuesta mantener aquella paradoja que establece el Señor: los discípulos de Cristo están en el mundo pero no son del mundo. Es exactamente la situación de los cristianos de Colosas: están tironeados por las cosas de la tierra y de ahí se desprende la invitación, siempre actual y necesaria, que hace San Pablo cuando les dice: “Por tanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios” (v. 1). Pero ¿cuándo hemos resucitado con Cristo? Sin lugar a dudas, hemos resucitado con Cristo en el bautismo y con esto el creyente ha roto con el mundo anterior, configurado de prácticas ascéticas, prohibiciones de alimentos y ritos y creencias esotéricas. El cristiano es un liberto de Cristo. En el bautismo sepultamos al hombre viejo que cada uno era y ha nacido una creatura nueva. Este cambio tan radical ha acontecido ya, y el cristiano comprende que su vida está escondida con Cristo en Dios. En la Vigilia Pascual, el agua y la renovación de los promesas bautismales ocupan un espacio muy significativo, porque es la forma de participar de la muerte y resurrección de Cristo, aquí y ahora. De esta manera, la Pascua no es sólo un rito o un recuerdo; es un abrazar la nueva vida que hemos vuelto a renovar en esta Pascua 2022. Tenemos que morir al mundo viejo del pecado ya que nuestra vida está “oculta con Cristo en Dios”, como dice san Pablo, si es que hemos resucitado verdaderamente con Cristo. De lo contrario, seguiríamos muertos envueltos en el pecado y la muerte.

                SECUENCIA

                Cristianos, ofrezcamos al Cordero pascual nuestro sacrificio de alabanza.                                             El Cordero ha redimido a las ovejas:

Cristo, el inocente, reconcilió a los pecadores con el Padre.

La muerte y la vida se enfrentaron en un duelo admirable:

                                  el Rey de la vida estuvo muerto y ahora vive.                                                  Dinos, María Magdalena, ¿qué viste en el camino?                                                                        

He visto el sepulcro de Cristo viviente y la gloria del Señor resucitado.                                                     He visto a los ángeles, testigos del milagro,                                                                                                      he visto el sudario y las vestiduras.                                                                                                                        Ha resucitado Cristo, mi esperanza, y precederá a los discípulos en Galilea.                          Sabemos que Cristo resucitó realmente.                                                                                                              Tú, Rey victorioso, ten piedad de nosotros.         

Del evangelio según san Juan 20, 1-9

                Y, finalmente, en el evangelio de San Juan 20, 1-9, nos encontramos con el tema del sepulcro vacío. La primera en percatarse es María Magdalena cuando muy temprano, todavía estaba oscuro, va al sepulcro y se da cuenta que la piedra estaba retirada. Luego de esta constatación hay un acelerado movimiento: corre la Magdalena para comunicarle el hecho a Pedro y al discípulo amigo de Jesús; ambos salen en dirección al sepulcro corriendo, aunque le gana el discípulo más joven. A pesar de llegar antes al sepulcro, constata que las sábanas que envolvían el cuerpo de Jesús estaban en el suelo, pero no entra al sepulcro. Cuando llega Pedro, éste sí entra al sepulcro y constata que están los lienzos en el suelo y el sudario que envolvía la cabeza de Jesús  estaba en lugar aparte.

                Ni la Magdalena ni Pedro ni Juan ven al Señor. Simplemente lo que constatan que no está en el sepulcro. El sepulcro está vacío. Cuando ingresa el discípulo amigo de Jesús al sepulcro, vio y creyó. Queda claro que aún  no habían comprendido las Escrituras que afirman que  Jesús resucitaría  de entre los muertos.  El testimonio que habla acerca de Jesús Resucitado de entre los muertos es la Sagrada Escritura. Aceptar su testimonio y comprender su promesa es fundamental para  encontrarse con el Resucitado. No hay que buscar al Resucitado entre los muertos, es decir, en el sepulcro, morada de los muertos. Simplemente Vive y hay que creer “sin haberlo visto”.

                En la perspectiva del evangelio de San Juan podemos acceder al misterio pascual de Jesús, ya que, en el mismo momento que Jesús es levantado en la cruz, y cuando cumple completamente la voluntad del Padre, entregando su Espíritu, cuando le traspasa la lanza su costado y brotan gotas de agua y de sangre, Jesús está venciendo el pecado y la muerte; ha resucitado. Su presencia espiritual se manifestará en diversos signos como los sacramentos. Por eso, quien ve los patentes signos de vida nueva se abre a la fe, escrutando el sentido último de la Escritura porque toda ella nos habla de Cristo.

                Terminemos nuestra breve reflexión diciendo que la Pascua cristiana es la clave de lectura de la salvación. Se trata de ese “paso” del hombre a dejarse transformar más y más por el misterio que Cristo ha vivido en su muerte y resurrección. No nos quedemos en la exterioridad de unos ritos o representaciones plásticas, que seguirán siendo necesarias, pero no olvidemos el misterio de la fe cuya centralidad es el misterio pascual de Jesucristo. La liturgia pedagógicamente nos va ayudando a entrar en ese misterio de vida nueva pero siempre nos invita a descubrir la unidad del mismo. En la misa anunciamos la muerte y proclamamos la resurrección de Jesús como un solo acto que nos salva.

                Les deseo una Feliz Pascua de Resurrección. Que el Señor nos siga renovando el espíritu, el alma, el corazón, la mente, los afectos, la vida misma para que seamos fermento de vida nueva en el mundo de hoy. Que María, la fiel discípula de Jesús, nos acompañe en esta aventura de ser creyentes cristianos católicos  en estos tiempos, hombres y mujeres nuevos.

                Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.



Provincia Mercedaria de Chile
Curia Provincial
Dirección: Mac - Iver #341, Santiago Centro
Teléfonos: 2639 5684 / 2632 4132