Domingo de Pascua de Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Provincia Mercedaria
de Chile

Domingo de Pascua de Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Domingo 27 de Marzo, 2016

 
"En la perspectiva del evangelio de San Juan, en el mismo momento que Jesús es levantado en la cruz y cuando cumple completamente la voluntad del Padre entregando su Espíritu, cuando le abren el costado con la lanza y brotan gotas de agua y de sangre, Jesús está venciendo el pecado y la muerte; ha resucitado".

DOMINGO DE PASCUA – RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Textos

Hech 10, 34.37-43            “Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y Jerusalén”.

 Sal 117                 Este es el día en que actuó el Señor.

Col 3, 1-4             “Por tanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo”.

Jn 20, 1-9            “Todavía no habían entendido que, según la Escritura, él debía resucitar                                             de entre los muertos”.

Quienes hayan seguido “desde el interior” esta Semana Santa, sobre todo el Triduo Pascual, se darán cuenta la especial significación del Viernes Santo y la inmensa significación del Sábado Santo como el día del reposo del Hijo de Dios en el sepulcro y de la enorme soledad que rodea este reposo junto a la Virgen María y a la Iglesia entera que permanece en serena y prolongada espera. En estos días santos se conjugan realidades muy profundas para el ser humano y su salvación eterna. Por desgracia no siempre estamos preparados para entrar en la hondura existencial que nos envuelve como la penosa realidad del pecado, la finitud, la fragilidad, el dolor y la muerte. En la historia de Jesús rechazado, ofendido, martirizado, crucificado, muerto y sepultado se dibuja nuestra propia realidad humana individual y colectiva. La gran diferencia está en que Jesús asume este camino libre y voluntariamente, pues sabe que su propuesta de un mundo distinto no podía dejar indiferentes a quienes viven y sacan provecho de ese mundo viejo. Se ofreció por amor e hizo suya la causa de los pecadores desgraciados, de todos los vivientes de este planeta  y de toda galaxia donde haya vida. La profundidad de ese amor no nos es posible dimensionarlo porque nuestras medidas humanas están determinadas por nuestro egoísmo. Sin embargo, estamos llamados a ponernos en el camino de Jesús, en el camino del amor hasta el extremo, precisamente porque ha vencido el mundo viejo de pecado y muerte y nos abre a una inesperada oportunidad de apropiarnos de la vida nueva que Él nos regala a raudales. Esto significa proclamar hoy, a todo pulmón y a los cuatro vientos, que ha resucitado el que fue sacrificado en la cruz la tarde del viernes santo. Queremos nuevamente participar de esa vida nueva para que sea el fermento de un hombre nuevo en cada creyente, que  se comprometa a transformar el oscuro mundo en una realidad iluminada por la Luz de Cristo, muerto y resucitado.

                Dejemos que la Palabra de Dios nos ayude a penetrar en el sentido más profundo del misterio pascual de Cristo que estamos celebrando.

                El texto de los Hechos 10, 34. 37-43 nos relata la estadía de Pedro en casa del capitán  Cornelio. Lo central de este texto es el testimonio de Pedro acerca de Jesús de Nazaret y muy específicamente su muerte y resurrección; lo que cambia es el auditorio en esta ocasión. Son oyentes paganos pero el testimonio es el mismo que ha dado ante los oyentes judíos. Les recuerda Pedro que Jesús de Nazaret empezó a mostrarse en Galilea a partir del bautismo de Juan Bautista, fue ungido por Dios con Espíritu Santo y lo dotó de poder para hacer el bien y sanar a los poseídos del Diablo. Y lo más importante es que los apóstoles son testigos de todo lo que hizo Jesús en Judea y Jerusalén y de cuanto sucedió con su muerte y resurrección. Recalquemos este dato que es fundamental: cuanto podemos afirmar de Jesús muerto y resucitado es gracias a los testigos directos que compartieron con Él la predicación pública y los acontecimientos decisivos en nuestra salvación. Estos “testigos oculares” son el fundamento apostólico de nuestra fe cristiana. Los Apóstoles vieron y oyeron cuanto testimonian sobre Jesús, muerto y resucitado para el perdón de los pecados.

                Nosotros acogemos este testimonio y gracias a él, somos discípulos de Jesús, motivo suficiente para alabar y reconocer las grandes maravillas del Señor obradas en la persona de su Hijo Jesucristo. “Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él”, nos hace responder la Iglesia con el salmo 117.

                La segunda lectura está tomada de la Carta a los cristianos de Colosas 3, 1-4. El texto hay que entenderlo como parte del tema de la Vida Nueva con Cristo que parte en Col 2, 20 y concluye en Col 3,4. Podemos leer el conjunto de este bello texto donde se describe la vida cristiana, no en el vacío sino en cercanía con la vida del mundo donde vivimos los cristianos. Siempre cuesta mantener aquella paradoja que establece el Señor: los discípulos de Cristo están en el mundo pero no son del mundo. Es exactamente la situación de los cristianos de Colosas: están tironeados por las cosas de la tierra y de ahí se desprende la invitación, siempre actual y necesaria, que hace San Pablo cuando les dice: “Por tanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios” (v. 1). Pero ¿cuándo hemos resucitado con Cristo? Sin lugar a dudas, hemos resucitado con Cristo en el bautismo y con esto el creyente ha roto con el mundo anterior, configurado de prácticas ascéticas, prohibiciones de alimentos y ritos y creencias esotéricas. El cristiano es un liberto de Cristo. En el bautismo sepultamos al hombre viejo que cada uno era y ha nacido una creatura nueva. Este cambio tan radical ha acontecido ya, y el cristiano comprende que su vida está escondida con Cristo en Dios. En la Vigilia Pascual, el agua y la renovación de los promesas bautismales ocupan un espacio muy significativo, porque es la forma de participar de la muerte y resurrección de Cristo, aquí y ahora. De esta manera, la Pascua no es sólo un rito o un recuerdo; es un abrazar la nueva vida que hemos vuelto a renovar en esta Pascua 2016.

                Y, finalmente, en el evangelio de San Juan 20, 1-9, nos encontramos con el tema del sepulcro vacío. La primera en percatarse es María Magdalena cuando muy temprano, todavía estaba oscuro, va al sepulcro y se da cuenta que la piedra estaba retirada. Luego de esta constatación hay un acelerado movimiento: corre la Magdalena para comunicarle el hecho a Pedro y al discípulo amigo de Jesús; ambos salen en dirección al sepulcro corriendo, aunque le gana el discípulo más joven. A pesar de llegar antes al sepulcro, constata las sábanas que envolvían el cuerpo de Jesús en el suelo pero no entra. Cuando llega Pedro, éste sí entra al sepulcro y constata que están los lienzos en el suelo y el sudario que envolvía la cabeza de Jesús  estaba en lugar aparte.

                Ni la Magdalena ni Pedro ni Juan ven al Señor. Simplemente lo que constatan que no está en el sepulcro. Cuando ingresa el discípulo amigo de Jesús al sepulcro vio y creyó. Queda claro que todavía no habían comprendido la Escritura que afirma que  Jesús resucitaría  de entre los muertos.  El testimonio que habla acerca de Jesús Resucitado de entre los muertos es la Sagrada Escritura. Aceptar su testimonio y comprender su promesa es fundamental para  encontrarse con el Resucitado. No hay que buscar al Resucitado entre los muertos. Simplemente Vive.

                En la perspectiva del evangelio de San Juan, en el mismo momento que Jesús es levantado en la cruz y cuando cumple completamente la voluntad del Padre entregando su Espíritu, cuando le abren el costado con la lanza y brotan gotas de agua y de sangre, Jesús está venciendo el pecado y la muerte; ha resucitado. Su presencia espiritual se manifestará en diversos signos como los sacramentos. Por eso, quien ve los patentes signos de vida nueva se abre a la fe, escrutando el sentido último de la Escritura que toda ella nos habla de Cristo.

                Terminemos nuestra breve reflexión diciendo que la Pascua cristiana es la clave de lectura de la salvación. Se trata de ese “paso” del hombre a dejarse transformar más y más por el misterio que Cristo ha vivido en su muerte y resurrección. No nos quedemos en la exterioridad de unos ritos o representaciones plásticas, que seguirán siendo necesarias, pero no olvidemos el misterio de la fe cuya centralidad es el misterio pascual de Jesucristo. La liturgia pedagógicamente nos va ayudando a entrar en ese misterio de vida nueva pero siempre nos invita a descubrir la unidad del mismo. En la misa anunciamos la muerte y proclamamos la resurrección de Jesús como un solo acto que nos salva.

                Les deseo una Feliz Pascua de Resurrección. Que el Señor nos siga renovando el espíritu, el alma, el corazón, la mente, los afectos, la vida misma para que seamos fermento de vida nueva en el mundo de hoy. Que María, la fiel discípula de Jesús, nos acompañe en esta aventura de ser creyentes cristianos católicos  en estos tiempos, hombres y mujeres nuevos.

                Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

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