Un verdadero realismo sin renuncia
Provincia Mercedaria
de Chile

Un verdadero realismo sin renuncia

Martes 04 de Agosto, 2015

 
Una reflexión a partir de lo que estamos viviendo como país en este tiempo.

En el último tiempo hemos experimentado, sin lugar a dudas, un clima social no poco convulsionado. Las reformas que se han colocado en el Parlamento no sólo han dado pie a discusiones y diálogos donde de un modo u otro todos nos hemos hecho partícipes, sino también el modo de cómo camina nuestro país ha mutado, y esto no significa que el cambio se vea reflejado por el mero dato económico que a todas luces ya no es positivo, sino que un simple diagnóstico refleja un diverso escenario social,  económico, e incluso anímicamente nos encontramos en una situación diferente. Qué decir con lo que ha significado la así llamada “gran reforma educacional”, que claramente está trayendo y conllevará grandes cambios, esperamos en Dios sean con la pretensión inclusiva que, al menos en el discurso, ha movido a nuestras autoridades en llevar adelante estos proyectos.

Si uno colocase en el papel las intenciones que están moviendo el querer y quehacer de quienes dirigen nuestra patria, y observa la necesidad por ejemplo de hacer un país con más oportunidades, con menos desigualdad, con la posibilidad de crecimiento que no sólo se circunscriba a unos pocos, que más jóvenes tengan y pongan a disposición sus talentos sin menoscabar su futuro por el factor económico, que haya una mejor atención en nuestros servicios de salud, entre otros tantos elementos, ¿quién podría restarse? ¿quién podría negarse a una proyección en esa perspectiva? El sentido común nos diría que es evidente que son pretensiones que a todos nos convoca; es una ruta que, desde nuestro ser cristiano, no podemos renunciar. Es esa la realidad sin renuncia que no podemos restarnos. Pero tampoco seamos ingenuos;  lo que en la intención se busca no siempre se refleja en la realidad, y aquí nos parece oportuno resaltar un aspecto no menor y que estando a la base de estas luchas, se pierde de vista en sus fundamentos; nos referimos al verdadero significado y comprensión del valor de la vida. So pretexto de una búsqueda y esfuerzo incansable para que todos tengamos una mejor calidad de vida, se está despreciando e incluso queriendo eliminar vidas que de ningún modo pueden defenderse. Sea esta la ocasión para no sólo defender el valor de la vida desde su concepción hasta su muerte natural, sino también para hacer evidente la contradicción de quienes queriendo luchar por una mejor calidad de vida, desprecian la vida de quienes a ellos no pueden alegar ni reclamar.

El proyecto de ley que el Ejecutivo ha querido defender y colocar en discusión legislativa, el cual se plantea eufemísticamente como “aborto terapéutico” con tres causales bien específicas, no hace sino colocar en el tapete el talante social en el cual nos estamos moviendo. La cultura del descarte se hace notar con fuerza, el perverso experimento eugenésico del mundo nazi que a tantos provocó y hasta el día de hoy nos provoca repudio entrañable, está más cerca de nuestras prácticas de aquello que podamos pensar; todavía más la valoración y respeto a los derechos humanos que para muchos quiere ser un motivo de vida y constante esfuerzo por justicia y verdad, no puede soslayar el esfuerzo por defender los derechos del que está por nacer.

Esta reflexión no quiere desatender el valor indiscutido que tiene la madre, incluso de esa mujer que traumáticamente en no pocas ocasiones se ha visto obligada a abortar, y que hemos de acompañar y hacer ver el amor y perdón que Dios regala siempre; mucho menos desoye o no mira el ejercicio de la libertad que ha de vivirse siempre por parte de esa mujer, pero nuevamente no podemos invertir posiciones y llamar bien a lo que es un mal. Es claro que eliminar un ser humano, una persona gestándose en el vientre de su madre es un mal en sí mismo y nunca una terapia. No permitamos que el abrazo de un bien sea a través de un mal disfrazado.

Dios bendiga el discernimiento de cada cristiano, y de cada ser humano que busca el bien. No sea que en el realismo sin renuncia, perdamos de vista el norte fundamental de la vida y se renuncie a ese derecho del que no pudiendo defenderse pide que nadie se olvide de él.

Que el Señor les regale paz y bien a todos.

 

Fr. Ramón A. Villagrán A., O. de M.

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