Comentario Religioso del Evangelio.
Provincia Mercedaria
de Chile

Comentario Religioso del Evangelio.

Domingo 10 de Agosto, 2014

 
Domingo 19º durante el año - 796 Aniversario de la Orden de la Merced – San Lorenzo, Mártir, Patrono de los Diáconos - En el mes de la Solidaridad

COMENTARIO RELIGIOSO

Domingo 10 de agosto 2014

 

Textos:

                1Reyes 19, 9.11-13  “Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor             

                Salmo 84, 9-14  “Muéstrame, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”

                Rom 9, 1-5          “Y de ellos desciende Cristo según su condición humana”

                Mt 14, 22-33     “Después subió a la montaña para orar a solas”.

 

Es imposible que en este domingo 10 de agosto de 2014 no haga una referencia a una fecha muy significativa en el calendario de la Iglesia. Me refiero al aniversario de la Fundación de  la Orden de la Merced. En efecto, un 10 de agosto de 1218, hace de esto ya 796 años, en la catedral de Barcelona, España, Pedro Nolasco y sus compañeros daban inicio a esta obra redentora bajo el título de la Merced; no era un acto privado ni de rutina. Tuvo su importancia ya que fue presidido por el Obispo de la Ciudad Dom Berengue de Palou y contó con la presencia del rey Don Jaime I de Aragón y los notables  de la ciudad. Hoy estamos llamados a dar gracias a Dios por este don que hizo a la Iglesia a través de San Pedro Nolasco, el don de la redención de los cautivos cristianos en manos de los musulmanes en aquella época.

                Pongamos atención a la Palabra de Dios que hoy se nos proclama en nuestros encuentros dominicales. ¿Qué mensaje quiere el Señor comunicarnos hoy? Para captarlo será muy bueno que escuchemos su Palabra con atención con el afán de acogerla y dar nuestra respuesta de una renovada fe en Él.

                La primera lectura del ciclo del gran profeta Elías en el libro primero de los Reyes tiene un indudable encanto y suscita nuestro asombro. Nuestro texto de hoy está situado dentro de la peregrinación que emprende Elías al desierto. En esta huída queda insinuada la situación histórica del pueblo de Israel. Pero, esta huída llena de desaliento y sólo buscando la muerte, se convierte en una peregrinación desde esa fuerza de Dios que lo atrae, lo envuelve en un camino de regreso y subida al Monte de Dios, el Horeb. Es admirable que desde el desierto, desde esa búsqueda de la muerte, Elías, gracias a la comida milagrosa que se le ofrece, sea protagonista de la experiencia del primer Israel. Se nos describe un itinerario muy interesante y sus etapas son la ciudad, el desierto, la montaña, el ángel y la presencia de Dios. En este itinerario queda descrita simbólicamente la existencia humana, la de cada uno como una existencia de altibajos. Incluso la existencia del creyente nunca es rectilínea sino comparte los vaivenes de la misma vida humana. Actitudes y sentimientos que sucesivamente afloran en el ánimo de Elías a lo largo del camino son una buena lectura de nuestro propio peregrinar en esta vida, una peregrinación en búsqueda de Dios, de su presencia. ¿Y cuáles son esas actitudes y sentimientos que invaden el espíritu del profeta Elías mientras hace camino caminando? Miedo intenso a ser perseguido para matarlo, tedio o aburrimiento por el fracaso de la misión que ha cumplido, hastío expresado en ese reclamo tan humano de “hasta cuándo, Señor, ya mándame la muerte”, hambre y sed, desesperación desde lo hondo, culpabilidad, debilidad, cansancio, etc. ¿Acaso no esto también nuestro panorama en muchas circunstancias? Pero al final del camino, fortalecido con el alimento que el ángel le manda comer y beber, reemprende el camino de vuelta, ya no a la realidad que había dejado, sino hasta el monte de Dios. Aquí vive una experiencia de Dios, un momento fugaz que se convierte en un momento fundamental para la vida del profeta. Ante el profeta pasan el viento huracanado, el terremoto y el fuego, tres elementos naturales muy frecuentes en las manifestaciones de Dios que relata el Antiguo Testamento. Sin embargo, Elías no descubre a Dios en esos elementos tan cercanos a su personalidad. Descubre al Señor en la suave brisa, en un susurro apenas audible. No hallar a Dios en aquellos elementos es una prueba más dentro del itinerario hacia Dios y aceptar la voz callada que trae la presencia sobrecogedora del misterio de Dios.

                Me he detenido en la primera lectura porque es una rica lección espiritual y humana para nosotros que junto a los discípulos a merced de un mar embravecido y amenazante, sentimos también que debemos hacer un itinerario que va desde la ciudad hasta la soledad de la montaña donde Dios se hace presente. Los discípulos del evangelio de hoy son como nosotros: asustadizos, llenos de miedos, incapaces de reconocer al Señor Resucitado, gritones y chillones, confundimos al Señor con un fantasma. ¡Cuántos miedos nos suscitan  nuestra actual situación humana y eclesial! Al igual que Elías tenemos que hacer la peregrinación hacia Dios, hacia Cristo. Y tenemos que aceptar que ya no manejamos la presencia de Dios ni tampoco la persona de Jesús. Hay que dejar que sea Él el que se revele, se identifique: “Soy yo, no teman”. Dios nos tendrá que remitir desde el silencio, desde el ir a la montaña de Dios, su manera de manifestarse y nosotros renunciar a pretender verlo a nuestra manera.

                Pedro nos representa muy bien. En nuestra impetuosa forma de ir a Dios de cualquier modo, como él también experimentamos la sensación de hundirnos en el mar movedizo de nuestras necesidades. Dios no nos negará las osadías y locuras que inventamos para ir  a nuestra manera a su encuentro. Desde nuestras experiencias fallidas gritamos llenos de miedo: “Señor, sálvame”. Tampoco dejará de tendernos la mano de mil maneras para ponernos a salvo.

                Ser creyente, ser cristiano, ser hombre, es una gran aventura. Hay que hacer un proceso de maduración humana y espiritual. Vivir ese proceso que tiene sus ritmos, crisis y renovaciones, no es sólo fruto de nuestra voluntad; hay que dejarse conducir, hay que dejar que Dios sea Dios y nos conduzca a intimidad de su misterio de amor. No hay que acostumbrarse a Dios ni convertir nuestra vida de fe en rutina sabida. Estamos llamados a emprender la vida siempre con nuevas tareas personales, no fáciles ni claras.

                La intensidad interior dependerá no sólo de estrategias espirituales; es obra de la gracia divina que hay que acoger y dejarle que vaya trabajando el hombre nuevo que tenemos que ser. Miramos el ejemplo de Jesús, retirado en la montaña, después del ajetreo apostólico con las multitudes alimentadas y socorridas. Permaneció una jornada completa allí.  Esta es una lección extraordinaria para nosotros que vivimos tanto ajetreo humano y material. ¡Qué poco tiempo estamos dedicando a la oración personal! Ya no se ora en familia. Incluso las comunidades cristianas abandonan este aspecto central de la experiencia creyente bajo el pretexto de trabajar por los demás. Y sin ese encuentro diario con el Señor sólo buscaremos a Dios en nuestros vientos  huracanados (las pasiones), terremotos (crisis) y fuegos (nuestros instintos).

                Que tengan un buen domingo. Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.

 

 

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