Comentario Religioso del Evangelio. Vigésimo Octavo Domingo durante el año.
Provincia Mercedaria
de Chile

Comentario Religioso del Evangelio. Vigésimo Octavo Domingo durante el año.

Domingo 13 de Octubre, 2013

 
"Su valentía, su perdón y alegría por amor a Jesucristo son para nosotros una permanente llamada a ser fieles hasta la muerte. Este es un domingo de gloria y gratitud que brotan de nuestro corazón redentor".

COMENTARIO RELIGIOSO

Domingo 13 de octubre

VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO DURANTE EL AÑO 

 

Ciclo C

 

Primera lectura: 2Rey 5,10.14-17.

Salmo 97, 1-4

Segunda lectura: 2Tm 2, 8-13.

Evangelio: San Lucas 17, 11-19

 

                Este domingo 13 de octubre tiene un especial significado para la Familia Mercedaria. 19 de sus religiosos son beatificados hoy en Tarragona, España, pertenecientes a la Provincia de Aragón, nuestra Provincia madre y cuna de la Orden de la Merced. Son los 19 mercedarios que cayeron bajo el arma asesina de los enemigos de la fe cuyo lema era “la Iglesia ha de desaparecer para siempre”. Corría el año 1936 y el P. Mariano Alcalá Pérez y 18 de sus compañeros ofrecieron sus vidas en testimonio de su fe en Dios. Su martirio es un potente testimonio de fidelidad hasta dar la vida como Cristo la dio por nosotros, como dice el compromiso central del Cuarto Voto de Redención que profesamos desde casi ya 800 años de vida y servicio redentor. Su valentía, su perdón y alegría por amor a Jesucristo son para nosotros una permanente llamada a ser fieles hasta la muerte. Este es un domingo de gloria y gratitud que brotan de nuestro corazón redentor. Es un tremendo testimonio de fe que corona el Año de la Fe que estamos viviendo desde el 11 de octubre de 2012.

                En este espíritu quiero invitarte a saborear la Santa Palabra de Dios, manjar que sacia nuestra hambre y fortalece nuestra vida de fe.

                La primera lectura de hoy nos remite a la historia de Naamán, el Sirio. Se nos quiere llamar la atención acerca de la actitud que asume finalmente este enfermo de lepra: cumple la palabra que “el hombre de Dios”, el profeta Eliseo, le ha mandado decir. Se baña en el Jordán y queda limpio de su ma. Naamán, reconociendo la maravilla de su sanación, vuelve donde el profeta para agradecerle. Esto es lo que hoy la liturgia quiere inculcarnos. Dios siempre obra grandes cosas no sólo con sus elegidos sino con todo hombre. Quien reconoce este proceder del Señor tendrá las ganas de agradecer y reconocer lo que ha vivido abiertamente. Prestemos atención a lo que dice este pagano: “Reconozco que no hay otro Dios en toda la tierra, fuera del Dios de Israel”. Y esta es la sustancia de la confesión de nuestra fe.

                La segunda lectura continúa con el segunda carta de San Pablo a Timoteo. Estamos ante una exhortación del Apóstol “encadenado como malhechor” por el nombre de Cristo. El núcleo de la misma es una ferviente invitación a perseverar en la fe aunque el precio de esta fidelidad sea tan alto como soportarlo todo por amor a los elegidos. Y para lograrlo lo mejor es acordarse de Jesucristo, de su misterio pascual, de su muerte y resurrección, sin las cuales no hay verdadera fe cristiana ni salvación. Si el discípulo se asemeja a su Señor y Maestro vivirá también con Él la vida resucitada a condición que muera con Él. El Señor permanece fiel a sus promesas, a pesar que nosotros le seamos infieles. Es el milagro del amor único de Dios por nosotros.

                El evangelio de hoy nos sigue invitando a seguir con Jesús su camino hacia Jerusalén, es decir, su ascensión a la gloria del Padre. El episodio que se nos narra sólo está en el evangelio de Lucas. En su camino le salen al paso diez leprosos que se mantienen a distancia como mandaba la ley, ya que eran considerados impuros desde la perspectiva ritual y excluidos de la comunidad social. Y la lepra además era considerada un castigo divino. Estaban confinados en grupos fuera de la ciudad.

                Estos hombres gritan a Jesús: “Ten piedad de nosotros”, siendo ésta una forma como el israelita pobre y menesteroso clama a Dios en medio de sus necesidades. La expresión nos es familiar también a nosotros y expresa nuestra confianza en el poder de perdón que tiene Jesús frente a nuestros pecados. El rito penitencial de la misa nos hace también clamar desde nuestra indigencia moral como lo hacen estos diez leprosos.

                En este grito hay un sentimiento de confianza como quien sabe que al que claman tiene poder de liberarles de su mal.

                Notemos que la respuesta de Jesús no contiene ninguna palabra o gesto sanador. Les ordena que vayan a presentarse al sacerdote. Así lo mandaba la ley. El que era sanado debía presentar su ofrenda y obtener del sacerdote un certificado de su sanidad. De esta manera se reintegraba al culto y a la sociedad. Aquí nada indica que ya están sanados. Jesús simplemente los manda cumplir la ley.

                En el camino quedan limpios de su lepra. Y entonces se nos indica el detalle que contiene el mensaje de este evangelio: sólo uno de los diez sanados vuelve donde Jesús a darle gracias. Era precisamente un samaritano, considerado extranjero y muy mal visto por los judíos de Jerusalén. Jesús se sorprende de esta situación inesperada. Los otros nueve no han reconocido lo que Jesús ha hecho por ellos. La gratitud nace del reconocimiento previo que Cristo ha hecho mucho por nosotros.

                La gratitud se aprende en el corazón de la familia, no es espontánea ni natural. Uno tiene que ser educado en el reconocimiento del otro y del bien que los otros nos hacen. Sin este aspecto clave de nuestra educación en casa, es muy difícil esperar la gratitud. Es igual que aprender a saber pedir las cosas con el sencillo “por favor” y dar gracias con el hermoso “muchas gracias”. Ambas pertenecen a la buena educación y cortesía con que tenemos que tratar a Dios y a los hermanos. Ambas formas están desapareciendo del diario trato y se ha instalado la actitud prepotente, orgullosa y autosuficiente.

                Que Jesús nos enseñe a ser agradecidos y bien educados, que es saber tratar con caridad a los demás y al Señor. Los buenos modales son nuestra carta de presentación, la puerta que abre el corazón de Dios y de los demás.

                Dios les bendiga con su amor. Hasta la próxima.

 

Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.



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