DOMINGO 26° DURANTE EL AÑO ( B )
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO 26° DURANTE EL AÑO ( B )

Sábado 25 de Septiembre, 2021

 


¡Señor! Dame valor para ser y vivir como tu discípulo

                Hoy el evangelio de este domingo nos pone ante un tema central del seguimiento de Jesús y las exigencias del Reino de Dios. Me refiero a la radicalidad. Es cierto que no hace mucho tiempo que los acentos estuvieron puestos en las renuncias que implica el ser cristiano, las prácticas ascéticas y las mortificaciones, llegando al extremo de desconectar estos medios con su absoluto fin que es el seguimiento de Jesús y la belleza del Reino. Se llegó a dar la impresión que ser cristiano era ser asceta, mortificado, sacrificado y dispuesto a toda renuncia. Gran parte de los cristianos adultos mayores de hoy se formaron en la “escuela del rigor” donde la clave era  “la renuncia al mundo”. Nuestro camino cristiano era la práctico del no y se quedó en el tintero el Sí y cundo hubo sí era en minucias. Parece que hoy venimos de la ley del péndulo cuyo movimiento se da entre extremos. Posiblemente nuestra vida cristiana y sacerdotal no ha logrado hacer suyo el objetivo central del Concilio Vaticano II cuando llamaba a renovar la  vida cristiana. Pero ¿qué entendemos por renovar? Es impresionante como la palabra “renovación”, “refundación”, y ponga usted otras han llenado década de nuestra historia religiosa y los frutos parecieran ser escuálidos. Creímos que la renovación de la vida cristiana y religiosa era cuestión de palabras novedosas, que suenan bien y quitan el hambre por un tiempo. Pero no.  Esta deformación convirtió al cristianismo en la “religión de los no o renuncias”. ¿Tiene algún sentido abrazar una visión así hoy y siempre? ¿Qué falla en este esquema moral y ascético? Le falta el centro absoluto de la fe: Jesucristo muerto y resucitado. No hemos hecho el compromiso de llevar una moral o un código moral a secas. Nos mueve una Persona con la que queremos vivir la experiencia del encuentro y del diálogo en el amor. Desafortunadamente  para muchos cristianos les resulta más fácil y llevadero un conjunto de normas y ritos que escuchar la voz del Señor en el día a día de una vida normal. Más aún, de tener que discernir ese paso de Dios en medio de su existencia, tantas  veces opaca y rutinaria. No es cierto que el evangelio sólo diga que hay que renunciar a sí mismo, tomar la cruz y cargarla. El Evangelio dice que quien se decida a la práctica del seguimiento de Jesús, si alguien quiere venir en pos de mí, dice Jesús, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. El centro no son las renuncias sino la Persona del Amado, Jesús de Nazaret. La radicalidad afecta al conjunto del seguimiento de Jesús y a la acogida del Reino de Dios. Ciertamente seguir a Jesús es una decisión radical ya. Y acoger sus consecuencias, las renuncias también radicales, es el camino  de hacerlo posible. Son renuncias posibles de realizar, claro está no por el puro esfuerzo humano, ascético y moral, sino por el poder del Espíritu de Dios. “Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible”. Hoy, la palabra “radical o radicalismo evangélico” está bajo sospecha e incluso para buenos cristianos. Muchos piensan que son exageraciones y que se puede vivir cristianamente “en la medianía vital”, “sin ponerle tanto color”. Así generamos una vida mediocre, tibia, sin fuerza ni convicción, sin energía y espíritu. Miedo a los compromisos radicales, a los Sí con sabor a definitivo, a jugársela con la camiseta puesta, la del Evangelio y del Reino. Muchos cristianos creen que la radicalidad es para frailes y monjas. En realidad, la radicalidad no tiene límite de edad ni condición, es para todo el que quiera ser discípulo o seguidor de Jesús y su Reino. Y la Iglesia está necesitando volver  a la radicalidad evangélica de siempre. Necesitamos evangelizarnos de verdad.

PALABRA DE VIDA

Núm 11, 16-17.24-29     ¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor!

Sal 18, 8.10.12-14           Los preceptos del Señor alegran el corazón.

Sant 5, 1-6                          Ustedes han amontonado riquezas ahora que es el tiempo final

Mc 9, 38-43.45.47-48      Y el que no está contra nosotros, está con nosotros

                En el Día de Oración por Chile podemos recordar que orar por la Patria y también por la Iglesia de Chile es una manera de aceptar nuestras necesidades presentes y también nuestra impotencia para solucionar todo por nuestra cuenta. Es  una buena invitación a redescubrir la vilipendiada virtud de la humildad, como una manera de restablecer la sobriedad y  rectitud que como sociedad y comunidad cristiana necesitamos. Dejemos que la Palabra de Dios salga a nuestro encuentro y nos comunique vida y sentido para mirar la realidad con los ojos de Dios. Mejor todavía. Dejemos que la “primera discípula”, María, Nuestra Madre, nos enseñe a acoger la Palabra de su Hijo y a ponerla por obra en medio de nuestro acontecer nacional, sacudido por la incertidumbre  y por la desesperanza.  Que María de la Merced nos ayude a romper esas cadenas que no hacen ruido por fuera pero nos encadenan el alma.   

                Del Libro de los Números 11, 16-17. 24-29

                La primera lectura está tomada de uno de los libros del Pentateuco cuyo nombre es curioso para nosotros: Números. Se le llama así porque contiene dos censos y por la minuciosa aritmética que ofrece en detalles del culto. El desierto es el ambiente en que se ubica el relato y las acciones. El texto de hoy responde a una de las actitudes que Moisés toma, un poco cansado de las continuas quejas del pueblo por la situación que vive en el desierto. Moisés, disgustado, llega a decir: “Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, porque supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir” (Nm 11, 14-15). Con toda razón este capítulo 11, 1-35 contiene las quejas del pueblo y de Moisés. Esta primera lectura contiene la respuesta del Señor que ordena reunir 70 dirigentes en la tienda del encuentro, lugar donde el Señor repartirá el don de su espíritu a fin de que ellos compartan la carga del pueblo junto con Moisés. El Señor cumple lo que promete, realiza lo que anuncia su palabra y el espíritu se manifiesta. Así dice: “Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar, una sola vez” (v. 25). Sin embargo, surge la dificultad: dos hombres profetizan pero sin pertenecer al grupo de los 70. Hasta el mismo Josué pide a Moisés que prohíba semejante acción. La respuesta de Moisés es clarísima: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!” (v. 29) ¡Qué enseñanza nos deja este texto bíblico! Nuestras comunidades cristianas no están exentas de estas dificultades, de estrecheces mentales y anímicas. Dios mediante su Espíritu no está encadenado a nuestras concepciones ni a los límites estrictos de nuestra Iglesia. Esto no le resta valor ni importancia a la Iglesia, pues sigue siendo el sacramento de salvación universal, pero la acción de Dios es universal y la creación y la humanidad entera quedan bajo la acción misteriosa del espíritu de Dios. ¿Tengo la tentación de creer que sólo en mi comunidad se vive la fe cristiana? ¿Creo realmente que el Espíritu de Dios inspira y conduce a los hombres más allá de los límites de la Iglesia? ¿Tengo una mirada estrecha y poco universal?

                Salmo 18, 8.10.12-14 es nuestra respuesta al Señor que escuchamos en la Palabra del Libro de los Números y puede resumirse en el reconocimiento de la gloria de Dios en sus obras. La primera parte se refiere a las obras de la creación (2 – 7) y nuestro texto corresponde al elogio de la Ley de Dios (8-15) como lo indican los versículos señalados para hoy. Quedémonos con el vers. 10: “La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos”.

                De la Carta de Santiago 5, 1-6

                La segunda lectura nos ofrece un interpelante llamado a través de la Carta de Santiago. El mensaje que se nos ofrece en estos seis primeros versículos del capítulo cinco de esta Carta, nos ponen en sintonía con el juicio divino, con acento de lamento profético y apocalíptico. Los protagonistas son los ricos tramposos que adquieren riqueza mediante malas o turbias estrategias como extorsión y la explotación de los trabajadores. Tanto es así que la actuación tenida hacia los obreros no quedará impune. Al respecto el texto dice: “El clamor de los cosechadores ha llegado a los oídos del Señor Todopoderoso” (v. 4). Y esto nos recuerda una verdad muy presente en la Biblia: el grito de los esclavos hebreos llega al cielo o el grito de la sangre de Abel que clama al cielo. El Señor escucha nuestros clamores, atiende a nuestras súplicas, inclina su oído hacia nosotros, ve los sufrimientos de los indefensos, etc.  Son formas para hacernos comprender que Dios no ignora ni le es indiferente el sufrimiento del pobre. El versículo 5 nos insinúa la memoria de la parábola de Lázaro y el rico, que lo pasa demasiado bien en esta tierra y recibe tormentos en el infierno, mientras el pobre Lázaro, que lo pasó muy mal aquí, goza definitivamente en el cielo junto a Dios. En nombre de la riqueza, los hombres son capaces de condenar y matar al inocente, sin que éste les ponga resistencia. El versículo 6 nos deja una sensación que la justicia en esta tierra es demasiado difícil. El presente texto es la más fuerte y vehemente invectiva contra los ricos que encontramos en la Biblia. Aquí los ricos son, al mismo tiempo, impíos, en cambio los pobres son los temerosos de Dios. El autor se dirige a los ricos en general y no sólo a los opulentos cristianos que podían existir en las comunidades cristianas. María canta en su Magníficat que el Señor baja de su trono a los poderosos de este mundo y levanta a los pobres. Sólo el Evangelio puede transformar la situación que vive el pobre bajo el dominio del poder económico, político, ideológico. ¿Por qué Jesús pronunció palabras tan decisivas y duras contra la riqueza? ¿Acaso es delito tener bienes? ¿Qué relación existe entre el Reino de Dios y las riquezas?

 

                Del evangelio  según san Marcos 9, 38-43.45.47-48

                El evangelio de San Marcos nos invita a seguir, paso a paso, el camino de Jesús y con Jesús subiendo a Jerusalén y completamente centrado en la formación misionera de sus discípulos. En efecto, continuamos con la instrucción comunitaria que se abrió a partir de Mc 9, 33 ss y se prolongará hasta el versículo 50 del mismo capítulo 9. Se abre esta enseñanza con la queja de Juan que ha encontrado a un exorcista que, sin pertenecer al grupo de los discípulos, actuaba con éxito “en nombre” de Jesús (v. 38). Han intervenido tratando de impedírselo pero ha sido inútil. Queda claro que el grupo quisiera tener la exclusividad en su relación con Jesús y en el uso del poder sanador. ¿No será que perviven en los discípulos sus preocupaciones por los primeros puestos y su poder por sobre los demás? El hecho que Jesús les enseñe no significa todavía conversión y cambio de actitud.

                La enseñanza de Jesús es una exhortación a la tolerancia porque “Aquel que haga un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí” (v.39). Todo el que hace el bien no puede sino estar a favor de la causa de Jesús, aunque no esté comprometido con el grupo de los suyos. Una estupenda llamada a la tolerancia y a la benevolencia con sello universal. Todo el bien hecho al otro, tan insignificante como dar un vaso de agua, no quedará sin recompensa. “Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo” (v. 41). Por lo tanto, Jesús rechaza la intolerancia de los discípulos y les instruye sobre la universalidad de la salvación que él trae. A ellos y a nosotros que escuchamos hoy esta enseñanza nos dice Jesús: “No se lo prohibáis”. Cuando está en juego el bien, el primer deber de quienes tienen poder en la comunidad, o de los que pertenecen a ella, es no impedir el bien, sino todo lo contrario.”Nadie debe ser alejado del bien que, en parte, posee, sino más bien ser invitado al que aún no posee” comenta Beda el Venerable.  Y  Jesús es todavía más positivo cuando afirma “Nadie que haga un milagro en mi nombre puede después hablar mal de mí”. Y recordamos otra palabra de Jesús en este mismo sentido: “El que no está en contra de nosotros, está a nuestro favor”. Entonces el que no actúa como enemigo de la comunidad donde vive Jesús, ya es, en cierto sentido, parte de la comunidad. Porque hacer el bien “en nombre de Jesús” significa que Jesús ya está actuando en él y que un día se unirá visiblemente a la comunidad.

                ¿Qué consecuencias se desprenden de esta enseñanza del Maestro? En primer lugar, el discípulo de Cristo no puede dejarse envolver en el sectarismo y exclusión, tentaciones tan frecuentes y poderosas. No es difícil convertir la Iglesia en grupo selecto, comunidad de elegidos con exclusividad. Se dice que nuestra sociedad es excluyente y sectaria. Eso significa que no aceptamos al otro que es diferente, que tiene otras ideas, que tiene otra cultura, etc. El espíritu de Jesús es, por el contrario, acogedor, inclusivo, amistoso. De esto nos ha estado hablando la Carta de Santiago en estos domingos.

                En segundo lugar, el discípulo de Jesús no puede tener una mirada narcisista, egolátrica, individualista hasta la saciedad. Porque el discípulo auténtico pertenece a Cristo. El discípulo vence esta tentación abriéndose constantemente al amor  solidario, servicial, generoso y sacrificado. Si ha recibido un don especial o un ministerio o un carisma no es para sí, para su deleite y provecho como podría creerlo una persona egocéntrica. Todo don es para los demás, es para servir mejor como Jesús. La  tentación de apoderarse del don y sacarle provecho personal olvidándose que todo don es para el servicio de los demás suele campear por los campos de la Iglesia y de la vida religiosa. Y la Iglesia vive un enjambre de carismas y dones que miran siempre a la comunión y universalidad. “El que os de de beber un vaso de agua en mi nombre, os aseguro que no se quedará sin recompensa” (v. 41).

                En tercer lugar, la salvación, el ministerio, la vocación, los dones que hemos recibido no pueden alimentar nuestra pretensión monopolizadora. Hay que aprender a compartir, a reconocer que los demás también son llamados a desarrollar una misión en el mundo. Monopolizar la salvación es estar muy lejos del proyecto del Reino. Dios quiere que todos los hombres se salven, aunque no todos están dispuestos a acoger la llamada. Por mucho tiempo, ciertos grupos cristianos han intentado monopolizar la santidad, adueñarse del Espíritu Santo, etc. Jesús nos enseña una lección fundamental para hoy: hay que ir al encuentro del otro. Tenemos que aprender a ser inclusivos y renunciar a sentirnos exclusivos. No tenemos “destinatarios de la misión” sino “interlocutores del único Evangelio”. El discípulo auténtico no causa escándalo. “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ataran al cuello una rueda de molino y lo tiraran al mar” (v. 42).  

                En la última parte del evangelio de hoy nos encontramos con el anuncio de una recompensa por cualquier acción en favor de los que son del Mesías, es decir, de los discípulos pero le sigue, en abismante contraste, una terrible amenaza contra quienes sean ocasión de escándalo o tropiezo para los pequeños que creen, es decir, los discípulos. El escándalo es poner obstáculo a la fidelidad a la palabra y a la persona de Jesús, hacer difícil o imposibilitar la adhesión y comunión con Él, lo que equivale a destruir la fe. Así de seria es la adhesión de fe a Jesucristo.

                ¿De dónde procede el escándalo? La raíz del escándalo está dentro, en el interior de cada uno. El lenguaje es metafórico pero eso no disminuye su fuerza ni seriedad. Son imágenes duras referidas a la mano, al pie, al ojo y los verbos son fuertes como cortar, arrancar. El gran escándalo es el pecado, esa decisión libre y voluntaria del hombre por el mal.

                Que  María, Nuestra Madre de la Merced, nos libre de todo aquello que nos aleja y aleja a otros del encuentro con su Hijo, es decir, de todo aquello que nos esclaviza y esclaviza a los más pequeños y sencillos de la comunidad de Jesús, nuestro Redentor. 

                Un saludo fraterno y mucha paz.                      

                       Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

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