2° DOMINGO DURANTE EL AÑO(C)
Provincia Mercedaria
de Chile

2° DOMINGO DURANTE EL AÑO(C)

Sábado 15 de Enero, 2022

 


¡Señor! Haznos sensibles y atentos como María a las necesidades de los demás. No nos dejes caer en la tentación de la indiferencia   

         Nos gustan las manifestaciones de afecto, de cariño, de amistad y cuando éstas no están en la persona que tenemos al frente nos sentimos incómodos porque no sabemos qué piensa, qué desea, qué espera. Manifestar nuestro mundo personal abre el camino al encuentro verdadero con el otro. Una persona muy callada y poco comunicativa nos provoca una cierta inquietud, porque pensamos que somos nosotros los causantes de esa actitud poco abierta. Es bueno manifestar los sentimientos, las emociones, los estados de ánimo, las necesidades, los sueños, los anhelos… así se ayuda a construir la comunicación con el otro. Se puede decir que si no manifiestas tus ideas, tus deseos, tus fallas, tus errores es muy difícil que logres comprender lo que significa compartir, vivir en el amor fraterno. He aquí una de las cosas bellas de nuestro Dios. Dios no es un ser cerrado, mudo, ciego, sordo…nuestro Dios es un ser vivo y como tal abre su corazón al hombre, su creatura hecha para ser también su interlocutor. Dios se manifiesta, no quiere estar encerrado en su lejana distancia del más allá. Dios se manifiesta siempre y de tan variadas maneras que siempre nos sorprende. Se ha manifestado desde los orígenes de la creación en las obras creadas por Él. Todo lo hizo bien y sus creaturas pueden descubrirlo en ese admirable ordenamiento cósmico y de la naturaleza. Dios se manifiesta en sus obras, las inmensas como las galaxias, y las pequeñas como el ser humano pequeñito. Se manifiesta en su Palabra y por ella conocemos su pensamiento, sus sueños para con nosotros. Dios nos sueña libres, solidarios, fraternos, felices, armoniosos, agradecidos, Dios siempre nos sueña redimidos, salvados, reconciliados. Dios nos quiere en fiesta permanente como esos participantes del matrimonio que se echaron al cuerpo 600 litros del mejor vino que María había gestionado ante su Hijo, también enfiestado junto a sus discípulos. Nuestra vida cristiana es una fiesta interminable, porque tenemos “el mejor vino”, a Jesús mismo con nosotros. Este domingo seguimos con el tercer elemento de la epifanía de Jesús: es una trilogía fantástica. Se manifestó a los pastores y sabios de Oriente; se manifestó en el bautismo en el Jordán como “el Hijo predilecto del Padre”, y ahora, se manifiesta en la conversión del agua en vino como nos lo relata el evangelio de Juan. Pero las manifestaciones no terminan. Jesús se nos manifiesta en la comunidad de sus discípulos, en “su Iglesia”. Nos reunimos los domingos para celebrar la manifestación de la comunión y unidad de sus discípulos en torno a su mesa, porque “donde dos o más se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”. Se manifiesta el Señor en la eucaristía, fiesta de su Pascua. Se manifiesta Jesús en el pobre y reconocerlo nos llevará al cielo. Y se nos manifiesta en su Palabra de vida, en toda la Escritura. Y María, su madre, hace posible que Jesús inicie su misión al interceder por los afligidos esposos al ver que se terminó el vino de la fiesta. Especial resonancia tienen las palabras de María a los sirvientes: “Hagan lo que él les diga”. Y María seguirá recordándonos a través de los siglos la misma sugerencia. Y de este modo nos recuerda que la palabra de su Hijo no sólo hay que oírla sino hay que llevarla a la práctica. ¡Cuántos cristianos se quedan sólo en la escucha del evangelio, olvidando que siempre hay que llevarlo a la práctica, a la vida real! Así María es la perfecta discípula de Jesús, su Hijo.

PALABRA DE VIDA

 Is 62, 1-5              A ti te llamarán mi Preferida y a tu tierra la Desposada

Sal 95, 1-3.7-10                 Anuncien las maravillas del Señor por todos los pueblos.

  1Cor 12, 4-11     Pero todo lo realiza el mismo y único Espíritu repartiendo a cada uno como quiere

  Jn 2, 1-11            Hagan lo que él les diga

                Un 17 de enero de 1235, en la ciudad italiana de Peruggia, a través de la Bula Devotionis vestrae, el Papa Gregorio IX oficializó la presencia de la Orden de la Merced en la Iglesia universal a través del acto de erección canónica. Son 787 años que han pasado desde aquella memorable aprobación oficial de la Iglesia y por la cual la Orden Redentora, fundada por San Pedro Nolasco, era ratificada como inspiración del Espíritu Santo y podía extenderse por todo el mundo. Damos gracias a Dios, Padre de infinita misericordia, que ha inspirado el noble propósito al santo fundador de seguir las huellas de Cristo Redentor, Maestro y Modelo de la liberación de los cautivos. Que María de la Merced, inspiradora de esta maravillosa obra de misericordia, nos siga recordando a mercedarios y mercedarias lo que les dijo a los sirvientes en las bodas de Caná: “Hagan lo que él les diga”.

                Pasemos a contemplar las maravillas de Dios a través de su Palabra, verdadero manjar para sostener la fe de su pueblo e invitación permanente a convertir nuestra vida.

                Del libro de Isaías 62, 1-5

                Estamos situados en el Tercer Isaías, capítulos 56 – 66, el mensaje de la esperanza para un pueblo desganado y desencantado porque el retorno a Jerusalén no ha sido tan espectacular como lo soñaron en el cautiverio babilónico. Siempre es posible vivir un choque entre las visiones idealizadas y la realidad concreta. Somos muy parecidos a estos desterrados retornados a su tierra. Nuestro texto de esta primera lectura está dentro de un poema donde se resalta la nueva Jerusalén (Is 61, 10 – 62, 9). A través de este poema el profeta intenta seducir a los oyentes para que se entusiasmen por una ciudad que todavía está en ruinas. Entonces sueña con una ciudad que puede volver a ser “ciudad de Dios”, fortaleza del Señor. Y cuando se trata de levantar el ánimo por algo que parece ya no vale la pena, hay que poner energía y convicción en lo que sí Dios puede hacer. El profeta está comprometido con el anuncio divino y tiene que cumplir su tarea, aunque cueste y los oyentes no estén convencidos. Así se abre nuestro texto: “Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que irrumpa la aurora de su justicia y su salvación brille como antorcha” (v.1). Leyendo este texto y relacionándolo con nuestro estado espiritual como Iglesia, podemos extraer una estupenda enseñanza. Como discípulos misioneros de Cristo deberíamos tener en este tiempo una muy lúcida conciencia, que las cosas ya no son como hace dos o tres décadas atrás; el mundo o sociedad en que estamos ya no es la misma de hace unos años atrás. Hay mucho desánimo y pesimismo radical, hay pocas ganas de vivir y trabajar codo a codo por un mundo distinto; hay mucho católico que vive lejos de toda referencia a Cristo, a la Iglesia, al evangelio. Imitemos entonces, al profeta: pongamos energía y convicción en nuestra tarea evangelizadora, despertemos de largo letargo o pesadilla que hemos vivido como Iglesia. Si nuestro anuncio es lánguido y plano, sin vislumbrar un entusiasmo y convicción, no vamos a mover a nadie. Es la vitalidad espiritual que le inyecta el Papa Francisco a esta Iglesia adormilada y cómoda que tiene miedo de anunciar con la vida y el testimonio diario. ¿Qué signos indican que estoy adormilado frente a la vida, a la fe, al compromiso con el Señor?

                El salmo 95 es un canto a la realeza de Señor. Dos realidades de la historia de la salvación fundamentan la majestuosa soberanía de Dios, la creación con su admirable orden que Él le dio y el juicio que restablecerá la justicia y el orden que destruye la iniquidad de los hombres.   

                De la primera carta a los corintios 12, 4-11

                Esta carta fue escrita por San Pablo desde Éfeso donde permaneció entre los años 54 a 57 evangelizando esta importante ciudad marina de Asia. Mientras desplegaba su labor a todo dar, le llegaron pésimas noticias de Corinto en el sentido de divisiones internas y escándalos en la comunidad cristiana. Así nació la Primera Carta a los Corintios, aunque en realidad escribió una primera que está perdida. En el texto de esta segunda lectura, Pablo aborda asuntos doctrinales que le han consultado como también comportamientos a seguir sobre delicados asuntos morales que afectan a la comunidad. La carta resulta un testimonio infaltable para el caminar de todas las comunidades del pasado, del presente y del futuro. De este escrito hoy leemos un trozo del capítulo 12, los versículos 4 a 11 donde el principal acento recae sobre la existencia de una gran diversidad de dones que tienen el mismo origen. En estos versículos, el Espíritu es un término fuertemente subrayado y repetido con frecuencia. El protagonista central de la vida interna de la comunidad es el Espíritu Santo y todo, absolutamente todo, es obra del Espíritu Santo, hasta la misma profesión de fe que afirma que “Jesús es el Señor”. En la triple y casi perfectamente simétrica composición de los versículos 4-6, se afirman la variedad de dones, servicios y actividades y su común origen “trinitario” en el mismo Espíritu, el mismo Señor y Dios “que obra todo en todos” (v.6).                                                                                                                                 .                              Un segundo aspecto clave lo encontramos a continuación: “A cada uno se le da una manifestación del Espíritu para el bien común”. Aquí se afirma que la manifestación del Espíritu, es decir, la manifestación de los dones personales, se le dan a cada uno para beneficio de toda la comunidad, para el bien común. Esto se desarrolla en los versículos 8-10. Se trata de una enumeración que se inicia con la expresión de sabiduría y de conocimiento, que son enunciados en primer lugar; luego se mencionan tres dones milagrosos: la fe que obra prodigios, curaciones y milagros; finalmente profecía y su discernimiento, así como lenguas y su interpretación. El versículo 11 es un resumen del pasaje entero y se centra en la acción del Espíritu Santo en la comunidad cristiana. Es el Agente de la santidad del pueblo de Dios.

 

                Del evangelio según san Juan 2, 1-11

                El evangelio de este domingo es siempre iluminador y sigue trasmitiendo jovialidad y alegría de la buena. Es una fiesta, no lo olvidemos. Es una fiesta de matrimonio. Es un encuentro comunitario donde María, la madre de Jesús, y Jesús y sus discípulos están dentro de los invitados. Cada uno imagine ese clima de contagiosa alegría y de compartir simplemente la vida. ¿Dónde estaba María, la mamá de Jesús? Con toda probabilidad metida en los menesteres de la familia que debía atender a sus invitados, mientras Jesús y los suyos conversaban animadamente de las cosas humanas que normalmente afloran en esta ocasión. Todos están “enfiestados”, están alegres y contagian ese optimismo tan sano del encuentro familiar y fraterno. Les ruego que vayan leyendo el texto tratando de imaginar los detalles de los cuales también tienes alguna experiencia. Ya es muy bonito incluso como experiencia humana que la gente se reúna a celebrar el matrimonio, una de las experiencias más plenas que el ser humano puede alcanzar en esta vida. Y que conste que la Biblia emplea la imagen del matrimonio como expresión plástica del amor de Dios (esposo) con su pueblo (esposa).  

                Pero ¿dónde está el punto central? ¿Cuál es el mensaje? Resulta que este episodio es una epifanía de Jesús, una manifestación del Mesías esperado. Él trae buena noticia a los hombres, Él nos trae el Reino de Dios y lo expresa a través de un signo: cambia el agua en un vino nuevo. Una de las mejores imágenes de la llegada del reino es la imagen del banquete de bodas donde está presente el Esposo Jesús. El vino nuevo representa todas las bendiciones que Jesús nos ha traído. Si la fiesta se acaba cuando se acaba el vino, Jesús indica que, con la sobreabundancia de agua convertida en vino, la alegría del Reino ya no acaba más. Jesús nos regala la alegría y la esperanza, que contamos con Él hasta el fin de los tiempos. Y este signo, el primero que Jesús hace, es fruto de la intervención de María que, a pesar de la primera resistencia del Hijo, ella confía absolutamente en que hará lo que ella pide. María, “adelanta la hora de Jesús” y éste se manifiesta en su gloria de Mesías y los discípulos creen en él.

                Este episodio reúne las cualidades de un buen relato breve; no sobra ni una palabra, pero está lleno de significados literales y simbólicos. La misma boda es un signo de nueva vida. Jesús es el auténtico esposo que la humanidad esperaba y este primer signo es fundacional, en el sentido que Jesús inaugura la fundación del nuevo pueblo de Dios redimido con su sangre y sostenido con la eucaristía. La presencia e intervención de María aquí al inicio de la misión de Jesús y al término de la misma en la cruz indican que estamos ante una nueva creación, una nueva humanidad.

                 Que el Señor los guarde y los bendiga.                        

  Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.    

 

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