DOMINGO DE LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO DE LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR (C)

Viernes 07 de Enero, 2022

 


 ¡Señor! Ayúdame a vivir mi identidad de ser hijo de Dios en medio del mundo de hoy

                En el espacio humano es muy importante y significativa la celebración. El sentido de la celebración no se agota, sin embargo, en los eventos espectaculares de Navidad y Año Nuevo. Durante el año marcamos las fechas más significativas como el cumpleaños, los aniversarios, una premiación, etc. El ser humano no se comprende sin este sentido celebrativo, lúdico, recreativo, alegre y contagioso. La celebración no se hace solo sino siempre es compartida por los amigos, los familiares, los ciudadanos, los miembros de una organización, etc. Pero también los cristianos tenemos nuestras celebraciones siendo la más importante por su ritmo semanal el Domingo, “día del Señor”. Es el día de Jesús, muerto y resucitado, sufriente y glorioso. El domingo humano como el nuestro anticipa el domingo definitivo del cielo. Mientras peregrinamos hacia la patria definitiva, somos convocados y nos reunimos a celebrar “nuestra Pascua”, porque Jesús logró un triunfo que nos beneficia a todos, la victoria sobre la muerte y el pecado, razón por la cual Él es la causa de nuestra alegría, es el motivo central de nuestro encuentro dominical. Y cuando un cristiano, que es un bautizado, no participa, no asiste, no comparte ni quiere encontrarse con los demás hermanos, está dando la hora. Porque está fallando en un aspecto central de la vida cristiana como es la tendencia a encontrarse con los demás, a no encerrase en sus cosas. Hay que comprender que “ser o estar bautizado”  que es lo mismo que decir “soy cristiano”, es abrirse a la comunión con Dios, con Jesús, con los hermanos, con la comunidad. Porque Jesús nos “ha abierto el cielo” que Adán cerró con su desobediencia. Y el cielo que Jesús nos abrió no es un condominio privado, una parcela de agrado para unos pocos, o un espacio para unos pocos elegidos. El cielo es nuestra fiesta interminable, imparable, continua de la comunión inimaginable del amor. Si eres bautizado no te olvides de la fiesta del Señor con su pueblo, la santa eucaristía, la fiesta cristiana semanal. No serás salvado solito y aislado. Dios quiere salvarnos siempre como su pueblo, en comunión de vida, de fe, de esperanza y de amor. Celebramos esta extraordinaria buena noticia: somos hijos de Dios, gracias a nuestro bautismo. Y el ciclo navideño se cierra con la fiesta del Bautismo de Jesús. Y la verdadera identidad y grandeza de un cristiano es ser hijo de Dios. Lo somos realmente. Nuestros bautismo nos dotó de esta condición que nadie ni nada puede borrar. Esta convicción se expresaba en el viejo catecismo católico de nuestros abuelos que repetían el axioma teológico: el bautismo imprime carácter, es decir, es un sello imborrable de la vida de quien lo recibe. Y el bautismo es la puerta de entrada a la salvación. Nadie que no haya recibido el bautismo puede recibir los otros sacramentos. Y como las situaciones son muy variadas en esta vida humana, la Iglesia enseña que también existe el “bautismo de deseo” y el “bautismo de sangre”. Es tan sencillo de entenderlo que una persona que no tiene acceso alguno a la fe cristiana, si desea vivamente recibir el bautismo, pero las circunstancias no se lo permiten de ninguna manera, esa persona se salva con toda certeza. Y si una persona, sufre el martirio sin haber recibido el bautismo y lo hace por Cristo, aún sin conocerlo, por las circunstancias de persecución contra la fe cristiana, esa persona se salva.

  PALABRA DE VIDA

Is 40, 1-6.9-11                    Como un pastor, Él apacienta su rebaño

Sal 103, 1-4.24-25.27-30             ¡Bendice al Señor, alma mía!

 Tit 2, 11-14; 3,4-7            Y derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por    medio de Jesucristo

Lc 3,15-16.21-22         Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi   predilección

                Estamos ante una nueva “epifanía” o manifestación de Jesús, así como el domingo pasado contemplamos la manifestación del Niño Jesús a los sabios de Oriente a quien reconocieron como “el rey de los judíos que ha nacido en Belén”, hoy se nos revela como el Hijo muy querido que Dios nos envía. No es extraño que así sea. Durante el Año Litúrgico la Palabra de Dios nos interna, cada domingo, en el infinito misterio de la Persona de Jesús, nuestro Salvador. Dejemos que esta Fiesta del Bautismo del Señor nos ayude a seguir penetrando en el secreto profundo de su divina y humana Persona. Los textos bíblicos de este Domingo nos dan pistas para ir seguir a Jesús, en el conocimiento místico o espiritual de Jesús. Jesús es “la puerta por donde entramos al santuario de Dios”.

                Del Libro de Isaías 40, 1-5.9-11

                Estamos en la puerta de ingreso al Segundo Isaías, que conforman los capítulos 40 al 55. La belleza de este II Isaías radica en comprender su obra en clave de un segundo Éxodo de Israel, y ciertamente será más bello que el primero que vivió Israel a cargo de Moisés. Contradictorio de todas maneras, porque el pueblo al que le escribe está en el destierro, sufriendo lejos de su tierra, en tierra extranjera en Babilonia. La belleza de la visión de este autor anónimo radica en descubrir que en la misma experiencia de destierro, con todo lo trágico y doloroso que sea, es el lugar de la redención de Israel, porque es aquí donde el pueblo es purificado para que emerja un nuevo Israel. Es el sueño de futuro, esa capacidad que el Espíritu de Dios revela para saber “leer” el tiempo amargo que se está viviendo  como una promesa renovada. Es una voz que clama en el desierto. Y el desierto es sinónimo de estrechez, de sacrificio, de sufrimiento, de necesidad. ¿Qué rostro tiene mi desierto, nuestro desierto eclesial, o de familia o de país, o de comunidad cristiana, o comunidad religiosa? Nuestros desiertos son muchos y persistentes. ¿Debemos evitar los desiertos, esos espacios de dificultades diversas? No. Son parte de nuestro caminar. Negarlo es necedad, hipocresía, engaño. Hasta la Iglesia vive sus desiertos, dolorosos, amargos, porque quienes la formamos somos seres débiles, frágiles, vulnerables ante el mal. Leamos esta primera lectura desde nuestras dificultades, problemas, obsesiones, privaciones, incomprensiones. Y te garantizo que te dará una sensación profunda de consuelo y esperanza. Si crees que tú no tienes tu desierto, no podrás comprender este maravilloso pasaje bíblico. A pesar de nuestras experiencias, tantas veces dramáticas, la esperanza subsiste y se afianza justamente en medio de la necesidad, del sufrimiento, las dificultades. El cristiano sabe que si quiere seguir a Cristo tiene que estar dispuesto a cargar con su cruz y renunciarse a sí mismo. Soñar con un cristianismo sin cruz es una ilusión sin sentido, pero con solo cruz, sin resurrección, es igualmente absurdo.    

                El salmo 103 es un original y bello himno que celebra la obra divina de la creación. Nos ayuda a descubrir que todo lo creado nos remite al poder y sabiduría de Dios, que todo lo ordena para nuestro bien. Hace falta ejercitarse más en la dimensión contemplativa de lo que nos rodea, pero también de cultivar la religiosa capacidad de asombro: ¡Señor, Dios mío!, ¡que grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad y te envuelves con un manto de luz. Tú extendiste el cielo como un toldo” , dice el salmista en un arrebato de admiración y de fe.

                De la carta de San Pablo a Tito 2, 11-14; 3,4-7

                La segunda lectura está tomada de la breve Carta de San Pablo a Tito que se clasifica dentro del grupo de escritos del Nuevo Testamento conocido como Cartas Pastorales. Fijémonos en la enseñanza que recalca que la salvación no es auto adquirida por méritos propios sino por la gracia o favor de Dios manifestada en Jesús: “Él se entregó por nosotros, para rescatarnos de toda impiedad, para adquirir un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras” (v. 14). Esta es la clave para comprender el comportamiento moral del cristiano en medio del mundo. Desde la actitud de la “entrega” de Jesús, es decir, de su sacrificio, de su donación dolorosa, el pueblo de los bautizados aprende a vivir en conformidad con tan magnífico ejemplo de redención. Hemos sido rescatados de la impiedad por medio de Jesús. Rescatar, rescate es una palabra muy decisiva en la teología de la redención. Rescatar es sacar de aquella situación que nos esclaviza. Eso es lo que ha hecho el Señor Jesús. El costo de nuestra liberación, el rescate que significó, es la propia vida de Jesús sacrificada “hasta la muerte y muerte de cruz”. Y la eucaristía renueva incesantemente este sacrificio de Jesús por los pecadores. Con toda razón San Pablo habla de los “libertos de Cristo”. Esos son los cristianos. Sin esta liberación por pura gracia el hombre puede desear ser mejor pero no realizarlo por su cuenta. Sólo la gracia redentora de Cristo hace el milagro de la auténtica liberación. Somos un pueblo rescatado, liberado, redimido por Cristo Redentor que nos amó hasta el extremo.

                Del evangelio según san Lucas 3, 15-16.21-22

                Se concluye el tiempo de Navidad precisamente con el bautismo de Jesús en la perspectiva de san Lucas. Mientras Mateo ofrece un diálogo entre Jesús y Juan Bautista, aquí Lucas lo omite. Es mucho más fuerte para la visión de san Lucas el siguiente dato que nos puede pasar desapercibido: Jesús está entre la gente que se va a bautizar por Juan Bautista, se mezcla con los pecadores. En este hermoso detalle lucano queda claro el rasgo solidario de Jesús con la masa de pecadores, sin tener pecado como nos lo ha comunicado en el relato de la encarnación que tiene como protagonista al Ángel y a María.                                                                                                                                             El evangelio de este domingo se abre con una indicación acerca de los oyentes:” Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan Bautista no sería el Mesías” (v. 15). Lucas alude, en esta introducción al relato del bautismo de Jesús, a las esperanzas y preguntas de los oyentes- De este modo el evangelista se vuelve al provenir y éste relacionado con el Mesías y ya no con el tema de la cólera de Dios.

                La respuesta en boca del mismo Juan Bautista: “Declaró Juan a todos: “Yo os bautizo con agua” (v. 16). Esta respuesta se dirige a todos, es decir, al pueblo judío y también a los discípulos de Juan. El tema de los dos bautismos sirve para enfrentar a Juan Bautista con el Mesías. Juan reconoce que su bautismo es sólo con agua y proyecta hacia el futuro otro bautismo mejor que el suyo: “Pero está a punto de llegar alguien que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias; Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego” (v. 16).El “pero” introduce frente a Juan a alguien que es más fuerte que él. Es el Mesías frente al cual Juan Bautista reconoce su pequeñez como indica la figura de no ser digno o capaz o estar habilitado ni siquiera para desatarle la correa de sus sandalias. Así se marca la distancia y diferencia entre Juan Bautista y Cristo.

                “Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego”. Es el bautismo de Jesús que anula el bautismo con agua de Juan Bautismo. El bautismo de Juan es ya pasado, porque se opone al futuro. Ha sido superado por el presente bautismo de Jesús. En el Antiguo Testamento el Espíritu Santo solo es prometido como un don del futuro mesiánico. En los evangelios el Espíritu Santo pertenece sólo a Jesús y después de la Pascua y de la ascensión lo comunica a la Iglesia, a los discípulos.

                El Bautismo en el Espíritu Santo y el rito cristiano del bautismo no se pueden separar. Así “Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego” se refiere al bautismo de la Iglesia con su doble movimiento: del rito de la inmersión como signo de que se ha aceptado la conversión, de que se han personado los pecados y que se ha invocado el nombre de Jesús sobre el bautizado; y también a la imposición de manos como signo eficaz del don del Espíritu. El fuego es una metáfora que Lucas emplea para expresar la realidad del Espíritu Santo. Así en Pentecostés dice que “lenguas de fuego” se posaron sobre los apóstoles.  

                Los versículos 21-22 contienen el bautismo de Jesús. Comienza la escena indicando que “toda la gente se estaba bautizando”. Todo el relato está consagrado al Mesías más que al precursor Juan Bautista. A Lucas le interesa la persona de Juan más como profeta y predicador que como bautista. Con esta frase inicial del v. 21 Lucas señala el éxito de Juan Bautista: la gente se va bautizando.

                Un detalle de Lucas es la breve indicación, pero fundamental. Dice: “Jesús, ya bautizado, se hallaba en oración”. Cuando Jesús también recibe el bautismo de Juan, dice San Lucas: “estaba en oración”. Vaya detalle. Que Jesús “esté en oración” mientras es bautizado significa que está en comunión con el Padre, que Jesús habla con su Padre. Y cada momento importante de la historia salvífica está precedida de esta plegaria. Ciertamente Jesús no habla solo de sí mismo con el Padre, con toda certeza también habla de nosotros, por nosotros ante su Padre. Es la magnífica lección de la auténtica solidaridad de Jesús con los pecadores, con nosotros, con todos. Es el sentido más fraterno de la plegaria si la hacemos en el espíritu de Jesús. Nuestra oración no puede ser “autorreferente”, si es cristiana es “descentrada de sí mismo”. Jesús está entre los pecadores no con teatralidad sino con verdad. Él no tiene pecado, pero no tiene dificultad de hacer suya la causa de los pecadores.

                Y Jesús ya bautizado “se hallaba en oración, “cuando se abrió el cielo”.  El cielo fue cerrado por el pecado del primer hombre. Otro hombre que entra en contacto con su Padre permite que el cielo se abra sobre él. Es uno de los efectos preciosos de nuestro bautismo: cuando éramos bautizados, se abrió el cielo para nosotros lo que significa que mientras más se intensifica nuestra relación con Jesús en la realidad de nuestro bautismo, más se abre el cielo para nosotros, es decir la relación filial con el Padre, esencia de la oración cristiana.

                “Bajó sobre él el Espíritu Santo, en forma corporal, como una paloma” (v.22). Lucas nos narra lo que realmente acontece en la historia concreta de Jesús: El mismo Espíritu desciende concretamente sobre Jesús, es decir, “en forma corporal”. La venida del Espíritu Santo es una escena histórica con una intervención divina tangible sobre Jesús. Pero esta escena no el final del bautismo de Jesús.

                El final del relato del bautismo de Jesús es lo siguiente: “Y llegó una voz del cielo: “Tú eres mi hijo predilecto; hoy te he engendrado”. Es la voz del Padre, corazón de esta epifanía de Jesús. Así Jesús sigue siendo el centro de los acontecimientos. Y es lo que también acontece cuando fuimos bautizados, somos hechos hijos del Padre. También se nos dice: “Tú eres mi hijo”. Así somos adoptados e incorporados a la familia de Dios que tiene como centro y fundamento la comunión del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Es ahí donde ingresamos, a esa comunión trinitaria, comunión de amor. Es el hábitat del bautizado. El bautismo nos introduce por pura gracia y a través de Jesús en la comunión de la Trinidad. Este es el sentido que el bautismo auténtico es solo aquel donde se hace “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Así se remarca el momento en que los bautizados “nacen de lo alto”, es el renacimiento de los hijos de Dios en el Hijo del Dios vivo. Pero la familia trinitaria se expresa prolonga en la familia humana y divina: la Iglesia.

                En conclusión, el bautismo de Jesús ayuda comprender la hondura y consecuencias del bautismo que recibe el cristiano. Lo que aconteció con Jesús se proyecta sobre el sacramento del nuevo nacimiento. Convengamos que en la sociedad actual, marcada por una fuerte tendencia individualista, el rasgo comunitario de la fe quede opacado por esta tendencia. El bautismo siempre debiera salvaguardar la dimensión comunitaria. Se oscurece la dimensión eclesial del bautismo y se impone un sentido individualista.

                Fraternalmente en Cristo.                           Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

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