33° DOMINGO DURANTE EL AÑO
Provincia Mercedaria
de Chile

33° DOMINGO DURANTE EL AÑO

Viernes 13 de Noviembre, 2020

 
San Mateo nos ofrece otra estupenda parábola para ayudarnos a comprender el Reino de Dios que Cristo nos anuncia y hace presente en sus palabras y en sus obras. Se trata de una de las parábolas más conocidas, la de los talentos del capítulo 25 de su evangelio.

¡Señor Jesús! Ayúdanos a trabajar los talentos de tu Reino para transformar nuestro mundo según tu proyecto redentor

                Estamos en el penúltimo domingo de este año litúrgico del ciclo A y la Palabra nos invita a estar vigilantes y activos en espera de la vuelta del Señor Jesús al final de los tiempos. Es la parusía, palabra griega que procede del verbo griego “par-eimí” que significa “estar presente”, de donde parusía significa “presencia” o “venida”. Frecuentemente se habla de la “segunda venida del Señor Jesucristo”. Es posible que esta forma de expresar una verdad de fe tenga su origen en lo que pasaba en el mundo grecorromano donde la palabra parusía o venida designaba las visitas oficiales de los emperadores a sus súbditos o pueblos sometidos a su dominio. La verdad de fe, que es la Venida de Jesucristo al final de los tiempos, no puede sino expresarse en lenguaje humano o imágenes que son cercanas a nuestro modo de hablar o de entender. En nuestra condición de peregrinos en esta tierra no tenemos  otro modo de comprender las cosas espirituales que usando comparaciones, cosas parecidas.  El tema de la “venida del Señor” está muy presente en la apocalíptica del Antiguo Testamento. Relacionado con la “venida del Señor”, hay otro tema relevante el llamado “Día del Señor” entendido como aquella presencia de Dios que hará el juicio sobre la historia y establecerá la justicia. En ese “día del Señor” habrá castigo para los malvados que se enseñorean en la historia y verdadera justicia para los sufridos justos que  permanecen fieles a Dios en medio de la adversidad reinante. Respecto  al Nuevo Testamento tenemos que decir que se aleja claramente de esta concepción de la venida del Señor. En efecto, es clarísimo  el estilo y mensaje de Juan Bautista que se inscribe en la corriente de la apocalíptica veterotestamentaria, sobre todo, al anunciar la venida del Mesías como un juicio y  castigo mediante  las imágenes del fuego y el hacha que está puesta pronta a ser descargada sobre el árbol, diametralmente opuesto a la actitud y anuncio del Reino por parte de Jesús. La “venida del Señor”, en su primera puesta en escena, se identifica con una invitación a abrazar el amor de Dios que se nos ofrece gratuitamente en la persona concreta de Jesús de Nazaret. No cabe duda que es la última oferta de gracia, la definitiva que el Padre hace a través de su Hijo a la humanidad entera. Por eso, la clave de lectura del evangelio es precisamente ser Buena Noticia, Buena Nueva, para el mundo sometido al pecado y a la muerte. El “día del Señor” es la Pascua de Jesús y en Él, nuestra Pascua, es decir, la victoria definitiva de Dios sobre los dos grandes enemigos del hombre,  la muerte y el pecado. En  el Crucificado  y Resucitado ha sido vencido el poder maligno del pecado y la muerte. La segunda venida es la reconciliación de todas  las cosas en Cristo, vencedor del mal. Porque nuestra historia presente y nuestra vida miran hacia esa doble dirección: por una parte, a la plenitud de la redención ya realizada en la persona de Jesús, en toda su vida terrena y especialmente en su muerte y resurrección y gloriosa ascensión a la derecha del Padre. Es la “memoria” que vivimos y celebramos en nuestra liturgia. “Hacemos  memoria” de lo que Jesús realizó por nosotros entregándose libre y soberanamente a la muerte para liberarnos del pecado y de la muerte y de la victoria de su gloriosa resurrección. Por eso la liturgia es “acción de gracias”. Pero, nuestra segunda mirada se fija en el tiempo futuro, el de la consumación y plenitud de la totalidad de la creación en Cristo y por Él en Dios. “Ven, Señor Jesús” es el grito de nuestros deseos y anhelos.

PALABRA DE VIDA

Prov 31, 10-13.19-20.30-31          La mujer que teme al Señor merece ser alabada 

Sal 127, 1-5        ¡Feliz quien ama al Señor! 

1Tes 5, 1-6          El Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche

Mt 25, 14-30        Entra a participar del gozo de tu señor

                La Palabra de Dios que se proclama no es sólo un conocimiento de verdades sino también una verdadera comunicación de una vida nueva que el cristiano y la comunidad eclesial acogen como palabras y acciones de Dios. La liturgia es acción iluminada desde la Palabra y es Palabra hecha acción. Meditar la Palabra no puede nunca convertirse sólo en un ejercicio de la mente o de la razón; también es confrontación honesta con la propia vida y la realidad. Con la Palabra de Dios que sale a nuestro encuentro revisemos nuestro compromiso con el Señor y con los hermanos.

                Del libro de los Proverbios 31, 10-13.19-20. 30-31

                El Libro de los Proverbios pertenece con toda razón a lo mejor de la literatura sapiencial que data ya de la época de Salomón pero tiene su apogeo en los tranquilos años de la dominación persa y primer siglo de la dominación griega. El libro de los Proverbios es una colección de sentencias de diversa naturaleza, a saber, hay comparaciones, refranes, consejos. En el inicio de nuestro acercamiento a la Palabra de Dios de este domingo nos encontramos con el capítulo 31 del libro de los Proverbios con que concluye. Estamos ante un poema alfabético, es decir, cada verso se inicia con una letra del alfabeto hebreo de tal modo que el conjunto del poema nos ofrece ordenadamente el alfabeto hebreo. Este poema es un elogio de la mujer ideal y probablemente fue comprendido como una alegoría o descripción de la sabiduría personificada como se la describe en el capítulo 8, 22ss.  La palabra hebrea que el griego traduce como “proverbios” es mashal que encierra una amplia gama de estilos literarios como refranes, sentencias sapienciales, adivinanzas o enigmas, fábula, parábola o alegoría; todo esto cabe dentro del mashal hebreo pero lo común a todas ellas es expresar una verdad por medio de imágenes. El libro de los Proverbios pertenece a la llamada literatura sapiencial de la Biblia y junto al Eclesiástico es el más abundante en poemas y sentencias sapienciales. En razón de la brevedad y sentido, la liturgia selecciona unos versículos de este célebre poema alfabético que es como el broche de oro del libro de los Proverbios. El contenido esencial de este elogio de la buena ama de casa es la vida de la mujer, esposa y madre, que es apoyo y sostén de su familia. Ella está en el centro de la familia patriarcal: hace el bien todos los días, trabaja desde el amanecer hasta el anochecer para proveer a las necesidades de todos, habla con sabiduría, abre su mano para ayudar al desvalido, sus hijos la felicitan y su marido merece el respeto de todos en las puertas de la ciudad. Pero por sobre todas sus cualidades sobresale el temor del Señor, principio de la sabiduría. Como estamos  en tiempos más lejanos a la concepción cristiana de la vida es indispensable decir que el temor del Señor no tiene nada que ver con la percepción común y corriente de miedo o terror que la persona siente frente a algo que percibe como perjudicial o amenazador para su vida. El temor del Señor es un sentimiento de reverencia ante Dios que se manifiesta, él mismo o sus ángeles; al oír “No temas” o “No tengan miedo”, el hombre cambia su temor en adoración y en confianza filial que aleja todo miedo. Este es el sentido del “hombre piadoso” en oposición al pecador empedernido que tiembla ante Dios. El amor expulsa el temor humano e instala la reverencia y piedad genuina hacia Dios. Esta lectura busca hacernos tomar conciencia que la fe auténtica en el Señor se traduce en una vida provechosa para sí y para los demás. De esta figura creyente es imagen la mujer hacendosa o buena dueña de casa. La Palabra de Dios no es un conjunto de verdades abstractas sino genera, cuando es escuchada y acogida, un modo o estilo de vida constructivo y ejemplar. Y el buen ejemplo es una de las más elevadas formas del amor sincero al prójimo. ¿No nos estarán haciendo mucha falta los buenos ejemplos? ¿No sería hora de dejar de difundir hasta la saciedad los malos y pésimos ejemplos de nuestro tiempo? ¿Qué estamos proyectando sobre las nuevas generaciones con tanta corrupción y mentira? La formación en valores si no va acompañada del buen ejemplo de vida es una falacia.

                Salmo 127, 1-5 es un canto de peregrinación que resalta la bendición de los justos donde los sencillos y cotidianos placeres de la vida familiar constituyen la felicidad de los justos pero en el versículo 5 se amplía a la prosperidad de Jerusalén, la ciudad santa y a partir de ella abraza a Israel, el pueblo escogido. Con esto se afirma que la dicha de Israel queda estrechamente vinculada a la dicha de la familia y del individuo. Una vez más la Palabra de Dios nos invita a unir  y no a separar la dimensión social comunitaria con la individualidad de cada persona y de la familia, esa primera célula donde la vida y también la fe se reciben, se abrazan y maduran. Nuestro mayor pecado de este tiempo ha sido el divorcio entre fe y vida, entre individuo y comunidad.

                De la primera carta de san Pablo a los cristianos de Tesalónica 5, 1-6

                San Pablo nos sigue enseñando acerca de la venida de Cristo, su parusía. El tema de fondo es el Día del Señor, expresión típica en los profetas del Antiguo Testamento con el cual se precisa el momento decisivo de la intervención de Dios en el mundo. La finalidad de este Día del Señor se define en el Antiguo Testamento como tiempo para el castigo, la purificación o la liberación de Israel y también para el juicio de las naciones paganas. Pues bien, San Pablo retoma la expresión “Día del Señor” que, en Flp 1, 6.10; 2,16 llama también Día de Cristo, y lo relaciona con la parusía o Venida Gloriosa de Cristo como juez de vivos y muertos. Acerca de este Día del Señor comienza diciéndoles que no tiene nada que escribirles porque saben perfectamente que “el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche” (v. 2), es decir, nadie sabe el día ni el momento. Será un evento de improviso. Y como no sabemos el día ni el momento no está en nuestras manos manejarlo; simplemente debemos estar preparados y en vigilia. Ya no insiste como en otros textos sobre la inminencia de la venida sino que tomando imágenes de la tradición como la del ladrón que llega de noche o como los dolores departo que le llegan de improviso a la mujer embarazada, con el fin de indicar la sorpresa de la venida de Cristo, sin aviso. Esta venida afectará de modo muy diverso a las personas si están o no preparadas. Igualmente refuerza la idea de la preparación con las imágenes de las tinieblas y de la luz: “Todos ustedes son ciudadanos de la luz y del día; no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas” (v. 5). En la luz están los creyentes, ustedes y nosotros les dice Pablo; al lado opuesto están los otros, en las tinieblas, los que viven con una seguridad de una paz y tranquilidad engañosas que, de pronto, se rompen por la venida del Señor. Y la última imagen es la del sueño y el estar despiertos. Los que duermen están en la noche; los que vigilan la venida de su Señor están en el día y no se dejan envolver por las cosas sino viven con sobriedad. El adormecimiento del que habla Pablo es el dejarse someter por los vicios, es el embotamiento del espíritu o la pérdida de meta final que es la venida del Señor. Está lejos el pensar que los cristianos son los buenos y los no cristianos los malos. Más bien, es una invitación a permanecer despiertos y vigilantes ya que también el cristiano puede adormilarse y ya no esperar el Día del Señor. ¿En qué sentido esta llamada de San Pablo a través de las imágenes propuestas en este texto me interpela en mi actual estado de vida cristiana que llevo? ¿No he caído también en la falsa seguridad de creer que todo es paz y tranquilidad en medio de este materialismo alienante? ¿En qué se nota que esperamos al Señor?

                Del evangelio según san Mateo 25, 14-30

                San Mateo nos ofrece otra estupenda parábola para  ayudarnos a comprender el Reino de Dios que Cristo nos anuncia y hace presente en sus palabras y en sus obras. Se trata de una de las parábolas más conocidas, la de los talentos del capítulo 25 de su evangelio. El atractivo de la parábola hace muchas veces pensar que los talentos son simplemente los dones o cualidades personales, en un plano puramente humano. Sin embargo, no hay que olvidar que la parábola se refiere al talento que era la moneda griega de mayor valor contable y tiene un equivalente a unos 6.000 denarios. El talento era una moneda equivalente a un peso de plata que variaba entre 26 a 34 kilógramos e incluso hasta 41 kilógramos. Esto permite comprender que las cantidades entregadas para que la administraran sus criados eran significativamente altas.  Pero es necesario asumir que la parábola está refiriéndose a la relación de Jesús con sus discípulos, representado por este hombre que reparte unos talentos (Jesús)  los tres siervos (los discípulos). Notemos que el dueño de los talentos (Jesús) se ausenta por un tiempo, y deja a sus servidores a cargo de su hacienda. ¿La Iglesia, la humanidad o el Reino de Dios? Los siervos de la parábola son los discípulos y los talentos son los dones que Jesús les encomienda. Estos dones no son únicamente los naturales que cada recibe sino también las riquezas que el Señor nos ha encomendado como herencia para que las hagamos producir fruto. Todo lo que Cristo nos ha encomendado se resume en el don del Reino de los Cielos. Pero este valor supremo que nos comunica Jesús se especifica en la Palabra representada por el Evangelio, en el Bautismo que nos comunica el Espíritu Santo; en la oración del Padrenuestro, verdadero itinerario que, unidos al Hijo de Dios, dirigimos también como hijos al Padre; en el perdón que hemos recibido y que debemos hacer extensivo a los demás y, por sobre todo, la Eucaristía en la que se inmola Jesucristo y nos purifica con su preciosa Sangre. Cabe pensar que también el Señor nos ha confiado al prójimo especialmente al pobre y desvalido. Todo esto es el Reino de Dios  que es él mismo presente en medio de nosotros. Acogemos el Reino cuando Dios empieza a adquirir volumen y espacio en nosotros mismos, cuando le dejamos que ejerza su señorío sobre nuestra vida.

                La parábola continúa con la vuelta del señor y toma cuenta a cada uno de los siervos. Los dos primeros se comportan muy bien porque hacen fructificar los talentos recibidos. El Reino de Dios ha sido anunciado y  dan testimonio las palabras y las obras de los trabajadores. Son alabados y reconocidos por el señor: “Muy bien, siervo honrado y cumplidor; has sido fiel en lo poco, te pongo  al frente de lo importante. Entra en la fiesta de tu señor” (v.21). Lo mismo le repite al segundo porque duplicó con su trabajo y dedicación lo que su señor le había encomendado. Pero no sucede lo mismo con el tercer siervo que escondió el talento recibido y no produjo nada con él. El Reino de Dios permaneció oculto por negligencia o estrechez de cálculos. No se aprovechó la oportunidad de trabajar el talento, por miedo, por desconfianza. Escondió el talento, no trabajó la riqueza que el evangelio le aporta. ¡Tantos cristianos están en este tercer grupo!  La reprensión es dura: “Sirviente indigno y perezoso... Quítenle la moneda de oro y dénsela al que tiene diez” (vv. 26.28). La actitud de este siervo está cimentada en la mala voluntad que supone en el señor que le ha confiado el talento y en el olvido que volvería y le pediría cuentas. Si bien la parábola nos puede hacer comprender el espíritu emprendedor y responsable del cristiano en la sociedad, la enseñanza central apunta al espíritu de responsabilidad con que se debe acoger el Reino de los Cielos: responsabilidad con Dios y con la humanidad. Los dones recibidos, tantos los naturales como los divinos, deben ser desarrollados consciente y responsablemente por cada persona. De ahí la vigilancia con que el cristiano debe vivir. ¿Con cuál de los siervos de la parábola me identifico en este momento? ¿Empleo mis talentos personales y los recibidos mediante la fe en el Señor para dar cuenta de mi vida ante el Señor que viene? ¿Hago fructificar la gracia recibida en el Bautismo para gloria de Dios y bien de los hombres?

                En conclusión. La vida cristiana no es una quietud de cementerio sino compromiso, combate, energía, entrega, fuerza, confianza, paciencia, vigilancia... en suma trabajo de buena calidad, es decir, trabajo integral de todos los ricos aspectos de la personalidad humana y cristiana. El trabajo talentoso está representado por la primera lectura de hoy: el ideal de la mujer hacendosa, trabajadora, perseverante; delicado es lo que cada cristiano debería realizar con su propia vida y con los demás. Cristianos pasivos, aturdidos, adormilados no sirven para el Reino. Las virtudes evangélicas no se obtienen rápidamente, son trabajo de toda la vida y de cada día. Ayúdame, Señor, a compartir lo que soy y lo que tengo, a ponerlo al servicio de tu Iglesia y de los que me necesitan. Líbrame de abrazar una vida estéril, sin sentido, vacía. Que tenga el valor de hacer fructificar la maravillosa existencia en Cristo. Que  no me canse, Señor, de abrir surco, de poner mi mano en el arado de una vida nueva, pascual, de comunicar Reino, de anunciar Evangelio, de ser “otro Cristo”. Que el Señor nos bendiga con la paz y prosperidad material y espiritual. ¡Cuídense!      

Fr. Carlos A. Espinoza I.

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