3er DOMINGO DE CUARESMA (B)
Provincia Mercedaria
de Chile

3er DOMINGO DE CUARESMA (B)

Sábado 06 de Marzo, 2021

 
El evangelio de San Juan nos ofrece una página que muchos recuerdan para reforzar su propia violencia. El relato de la expulsión de los vendedores del templo aparece en los cuatro evangelios (Mt 21, 12-13/ Mc 11, 15-17/ Lc 19, 45-46 y Jn 2, 13-25). En el evangelio de este domingo Jesús cambia de escenario desde su breve paso por Cafarnaún sube a Jerusalén con motivo de la fiesta de la Pascua. Hay que señalar, para comprender bien el sentido y profundidad de la escena del templo, que estamos ante la revelación de Jesús a través de los signos.

¡Señor Jesús! Templo viviente del Padre, purifícanos.

                Un gran teólogo nos ayuda a comprender los alcances profundos de la escena del evangelio de hoy que nos presenta a Jesús entrando en el templo y expulsando a los vendedores de animales y cambistas, cuando afirma que “la encarnación del Verbo de Dios en el seno de la Virgen María inaugura una etapa absolutamente nueva en la historia de la Presencia de Dios: etapa nueva y también definitiva, pues ¿qué mayor don podrá ser dado al mundo? No hay ya sino un templo en el que podamos adorar, rezar y ofrecer y en el que encontremos verdaderamente a Dios: el cuerpo de Cristo. En él el sacrificio deviene enteramente espiritual al mismo tiempo que real: no sólo en el sentido de que no es otra cosa que el mismo hombre adhiriéndose filialmente a la voluntad de Dios, sino también en el sentido de que procede en nosotros del Espíritu de Dios que nos ha sido dado… Cada uno personalmente y todos en conjunto, en su misma unidad, son el templo de Dios, porque son el cuerpo de Cristo, animado y unido por su Espíritu. Así es el templo de Dios en los tiempos mesiánicos. Pero en ese templo espiritual, tal como existe en la trama de la historia del mundo, lo carnal continúa todavía no sólo presente, sino dominador y obsesionante. Cuando todo haya sido purificado, cuando todo sea gracia, cuando la parte de Dios aparezca de tal modo victoriosa que “Dios sea todo en todos”, cuando todo proceda de su Espíritu, entonces el Cuerpo de Cristo será establecido para siempre, con su Cabeza, en la casa de Dios”. (Y.M. Congar, El misterio del templo, Barcelona, 1964).  Sírvanos este aporte de reflexión de uno de los grandes pensadores del post concilio Vaticano II para comprender mejor la escena evangélica de este domingo. El templo reemplazó la tienda de campaña donde se guardaba el Arca de la Alianza, ese cofre bellamente ornamentado que para Israel no era sino la presencia de Dios en medio del pueblo en el desierto. Cuando se estableció la monarquía en Israel, aunque David quiso edificar una casa digna para Dios, el plan lo realizó su hijo Salomón. El Templo de Jerusalén era una obra monumental tanto en dimensiones como en belleza. En tiempos de Jesús el templo de Jerusalén era el centro espiritual de Israel. Muchas veces Jesús fue al templo especialmente con motivo de la fiesta anual de la pascua y observó su movimiento gigantesco. Una de esas ocasiones es la que hoy nos relata el evangelio de San Juan. El gesto de Jesús se sitúa en la línea de las acciones proféticas tan frecuentes en el Antiguo Testamento. Nos puede llamar la atención el gesto de Jesús y nos puede parecer violento, sobre todo bajo la concepción de un pacifismo muy en boga. Jesús invita a construir o mejor aún  a reconstruir la soberanía de Dios, su Padre, cosa que es también indispensable en nuestra vida. “Los templos de Cristo son las almas santas cristianas dispersas por todo el mundo. Exultemos, porque se nos ha concedido la gracia de ser templo de Dios; pero, a la vez, vivamos con el santo temor de violar este templo de Dios con obras malas. Temamos lo que dice el apóstol: “Si uno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él” (1Cor 3,17). Ese Dios que sin cansancio ha creado el cielo y la tierra por su Verbo, se ha dignado poner en ti su morada; por eso debes portarte de suerte que no ofendas a tan gran huésped. Que el Señor nunca encuentre en ti, en su templo, nada sucio, oscuro o soberbio: porque desde el momento en que hallase en ti un motivo de ofensa, sin dudarlo, se alejaría, y si el Redentor te abandona, inmediatamente se apoderaría de ti el mentiroso” (Cesáreo de Arlés, Discursos, 229,2).

PALABRA DE VIDA

Éx 20, 1-17          “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto”.

Sal 18, 8-11                 Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

1Cor 1, 22-25     “Y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza  de los hombres”.

Jn 2, 13-25          “Pero Jesús se refería al templo de su cuerpo”.

                Dejemos que la Palabra de Dios nos fortalezca en la más profunda convicción de que “es necesario que los cristianos experimenten que no siguen a un personaje de la historia pasada, sino a Cristo vivo, presente en el hoy y el ahora de sus vidas. Él es el Viviente que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta, entrando en nuestras casas y permaneciendo en ellas, alimentándonos con el Pan que da la vida. Por eso, la celebración dominical de la Eucaristía ha de ser el centro de la vida cristiana” (Benedicto XVI, Discurso Inaugural en Aparecida).

                Del libro del Éxodo 20, 1-17

                La primera lectura nos ofrece un texto fundamental de toda la Biblia: se trata de las diez palabras o mandamientos. Éstas diez palabras  o Decálogo (deca= diez y logoi= palabras) se sitúa en el contexto de la Alianza, un pacto o contrato que define las relaciones de Dios con el pueblo. Por eso el Decálogo es la norma por la que el Pueblo de Dios se guía, el cauce por donde responde al cometido de ser lo que es, es decir, pueblo de Dios. El decálogo son las palabras o cláusulas de la alianza que Israel ha de observar para ser pueblo “consagrado” y “propiedad escogida”. El decálogo corresponde a las estipulaciones o cláusulas que regulan la relación que se busca crear entre Dios e Israel. Este mismo sentido tienen todos los sucesivos códigos de la ley. El decálogo es un sumario de diez preceptos, seguramente el más antiguo de todos los códigos bíblicos. Su origen se remonta a la época de Moisés, la del desierto y se le puede llamar decálogo mosaico. Su forma más original era breve como por ejemplo “No matarás”. Con el tiempo se fueron agregando ampliaciones según  la fuente sacerdotal o deuteronómica. El Decálogo no se llama ley  sino Palabras porque son revelación y comunicación de Dios con quienes ya le conocen. El Objetivo del Decálogo es prolongar, perpetuar la relación creada entre Dios y su pueblo. Es palabra del Salvador (Dios) con los salvados (los israelitas). Dios les señala el camino a seguir, ya que el éxodo es anterior al Decálogo, lo que implica la prioridad de Dios y la necesidad de servirlo.  Consta de doce preceptos formulados en forma negativa y dos en positiva. En estos mandamientos se resume lo esencial de la enseñanza moral de Israel, la que da pie al llamado Código de la Alianza y a otros cuerpos legales. Por la centralidad de estos mandamientos es que se repiten en el Libro del Deuteronomio 5, 6-21. Su formulación más original es la breve formulación aunque con el tiempo recibieron ampliaciones. La estructura del Decálogo es muy digna de atención. En efecto, los tres primeros mandamientos se refieren a las normas relacionadas con Dios. Y los siete restantes se refieren a las normas relacionadas con el prójimo que comienzan por el cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean muchos en la tierra que el Señor, tu Dios, te da” (v. 12). Es el único que contiene una bendición como es la larga vida en la tierra. Este importante texto se abre con una declaración solemne: “Y dijo Dios todas estas palabras: Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud” (v. 2). A tan solemne declaración sigue el imperativo con que Dios ordena vivir estos mandamientos que tienen plena vigencia para el cristiano, aún cuando desde el encuentro con Jesús hay que comprenderlos en el ámbito del amor en su doble  dimensión, a Dios y al prójimo. Olvidar el Decálogo o ignorarlo es muy grave para la auténtica experiencia cristiana, especialmente para el compromiso con la vida nueva o moral evangélica. El Catecismo de la Iglesia Católica desarrolla el Decálogo a partir del número 2052 y hasta el N° 2557, dentro del gran tema de la Vida Nueva de Cristo, es decir, el compromiso moral cristiano, tan necesario y urgente de conocer y vivir en la actual coyuntura cultural en que vivimos la fe.

                El Salmo 18,8-11 exalta la gloria de Dios manifestada en sus obras. La segunda parte es un elogio de la Ley de  Dios, en forma de un poema didáctico que va mencionando las sublimes cualidades de la Ley de Dios. Los preceptos del Señor “son más atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal” (v.11). Aprender a saborear la Palabra es siempre fuente de deleite interior, de gratitud por las maravillas que están tan cerca nuestro que muchas veces no nos damos cuenta.  

                De la primera carta de san Pablo a los Corintios 1, 22-25

                La segunda lectura nos ofrece un extraordinario aspecto de la predicación cristiana que brilla con luces propias cuando se la compara con la sabiduría de los judíos y de los griegos, es decir, la sabiduría de este mundo terreno. El centro admirable es la presencia del Crucificado como principio de salvación. El texto se abre con una certeza irrenunciable para Pablo cuando afirma: “El mensaje de la cruz es locura para los que se pierden, pero para los que se salvan – para nosotros – es fuerza de Dios”. (v. 18). Por eso el Apóstol puede exponer la razón de ser de la vida cristiana: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalos para los judíos y locura para los paganos” (v. 22), ya que ha dicho antes que los judíos piden milagros y los griegos sabiduría como camino de salvación. ¿Cómo puede Dios salvarnos a través de la fragilidad de un Crucificado? Esa es precisamente la grandeza del camino cristiano. Nos salva a través de nuestra propia realidad humana frágil y no fuera de ella. Para los sabios de este mundo esto aparece como una locura, ya que creen que el poder y los poderes de este mundo pueden salvar al hombre y a la humanidad. El proceder de Dios que va contra la lógica humana de los poderosos y sabios, confunde al redimir mediante la debilidad de un Mesías servidor humilde que regala su vida en el sacrificio de la cruz. Porque en ella se expresó el más grande amor que jamás el mundo conoció ni imaginó. Nuestro conflicto con la cruz y el Crucificado proceden de nuestro orgullo que desea conquistar por sus propios medios humanos la salvación y nos resistimos a acogerla como don o regalo inmerecido. La respuesta de Dios al orgullo humano “religioso” del hombre es precisamente la “palabra de la cruz”,  la evangelización. Ni la sabiduría de los paganos ni las señales que piden los judíos pueden contra Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Importantísimo es esta certeza cuando los hombres de hoy tienen una grave dificultad con la “palabra de la cruz” y con “el Crucificado” como auténtica fuente de salvación eterna. ¿No  habrá también un velado o manifiesto intento de silenciar la “palabra de la cruz” en nuestras construcciones pastorales y apostólicas? Se habla poco de la cruz y del Crucificado ¿por qué?

                Del evangelio de san Juan 2, 13-25

                El evangelio de San Juan nos ofrece una página que muchos recuerdan para reforzar su propia violencia. El relato de la expulsión de los vendedores del templo aparece  en los cuatro evangelios (Mt 21, 12-13/ Mc 11, 15-17/ Lc 19, 45-46 y Jn 2, 13-25). En el evangelio de este domingo Jesús cambia de escenario desde su breve paso por Cafarnaún sube a Jerusalén con motivo de la fiesta de la Pascua.

                Hay que señalar, para comprender bien el sentido y profundidad de la escena del templo, que estamos ante la revelación de Jesús a través de los signos. Si el signo de las bodas de Caná (Jn 2,1-12) deja claro que Jesús realiza la primera acción-signo donde manifiesta la naturaleza de la salvación que nos trae en la que la humanidad no tiene esperanza ni alegría (como los novios ante la falta de vino), Jesús transforma el agua en vino e instaura la fiesta definitiva de la alianza de Dios con la humanidad. En los inicios de esta revelación de Jesús está María que intercede para que Él se manifieste ya y entremos a vivir ese tiempo nuevo de plenitud. Estamos ahora en la segunda acción-signo de Jesús y ésta se desarrolla en el Templo de Jerusalén, considerado, junto a la Ley de Dios, como lo más sagrado que el pueblo de Israel tiene. Jesús realiza, como en Caná de Galilea, una acción cuyo sentido está más allá de la pura acción de expulsar los vendedores del templo. Al lector poco habituado a leer y estudiar el evangelio sólo le impacta la acción que realiza Jesús contra los vendedores y sus mercancías, es decir, se queda en la superficie de la acción y se le escapa el sentido profundo y espiritual que tiene. La acción de expulsar los vendedores del  templo da paso a la manifestación mesiánica de Jesús. De este modo, la acción mesiánica de Jesús parte mostrando la superación de las viejas instituciones de la antigua alianza e instala un nuevo orden de cosas centradas, ya no en el templo material y sus instituciones, sino en la persona de Jesús. Jesús mismo, en su realidad humana y divina, es el verdadero Templo de Dios, es decir, el lugar o santuario donde el hombre se encuentra con Dios. Por lo tanto, la expulsión no obedece simplemente a una rabieta revolucionaria de un activista sino que es un poderoso signo de que algo nuevo está manifestándose en Jesús en el ámbito de la salvación de la humanidad. Así el episodio de Caná y el del templo muestran un paso trascendental que Jesús realiza entre lo viejo (las tinajas de la purificación y las mesas de los vendedores del templo) y lo nuevo (el agua convertida en vino y la declaración de que Él es el verdadero y nuevo templo donde encontramos a Dios).

                Respecto a la ambientación del signo o purificación del templo, cabe señalar que está muy vinculado a la Pascua de los judíos, otro elemento central en la vida de Israel. Bueno, hasta  la fiesta principal está desperfilada y se ha convertido en una manifestación de mercado. Se trata de un culto centrado en las ofrendas pero bastante lejos del sentido original. Prestemos atención a la descripción de lo que encuentra Jesús en el templo. Jesús va al templo a orar y se encuentra con el triste espectáculo del mercado. La acción de Jesús recuerda las acciones de los grandes profetas de Israel, llenos de celo por la gloria de Dios. El versículo 16 ofrece la clave de lectura de la acción decidida y convincente de Jesús frente al espectáculo de los vendedores y cambistas. Así dice Jesús:”Y dijo a los vendedores de palomas: “Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”. Notemos que habla de “la casa de mi Padre” y no dice como en general decimos “la casa de Dios”. Con esta expresión Jesús “Casa de mi Padre” está afirmando la filiación única de Jesús con Dios, como el Hijo Amado del Padre.

                Notemos que en dos oportunidades se habla de “vendedores de bueyes, ovejas y palomas (v. 14) y “los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y bueyes” (v. 15). Bueyes y ovejas son las víctimas para los sacrificios que abundaban en la fiesta de pascua. Este detalle no deja de tener un sentido: al expulsar del Templo a los vendedores y cambistas junto con sus animales, Jesús está señalando el término del sistema sacrificial antiguo. No son necesarios estos sacrificios. El Padre no necesita de estas ofrendas, hay un mundo distinto que supone acoger a Jesús como el verdadero Templo donde nos encontramos con Dios.

                Las autoridades judías del templo piden a Jesús un signo que acredite su autoridad para actuar de una manera tan provocativa como la “purificación del Templo”. La respuesta de Jesús no va en la línea de la pregunta ni de lo que esperaban sus interlocutores, que era un signo portentoso de su mesianidad. Responde con el misterio de su resurrección: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar” (v. 19). La respuesta no es comprendida por los judíos que siguen anclados en la realidad del templo material. El evangelista nos aporta una clarificación extraordinaria cuando dice: “Pero él se refería al templo de su cuerpo” (v. 21).

                En conclusión, el nuevo templo es el cuerpo de Cristo Resucitado y él es el lugar de la presencia de Dios en medio de la comunidad y en el mundo. De ahí que el verdadero encuentro con Dios  pasa por el encuentro personal con la Persona de Jesucristo vivo. Así evitamos espiritualizar el templo hasta convertirlo en una realidad etérea; la fe cristiana es pues encarnación y visibilidad del misterio en el Señor Jesucristo y su Espíritu.

                El tema del templo va a resonar en los escritos del Nuevo Testamento bajo diversos aspectos. San Pablo dirá que nuestros cuerpos son templo del Espíritu ya que el bautismo nos ha purificado del pecado y nos ha consagrado como morada del Espíritu Santo. El gran templo es la comunidad de los creyentes en Cristo Jesús donde cada cristiana es una piedra viva que contribuye a edificar el templo espiritual que es la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. Los templos materiales son lugares  consagrados al encuentro de la comunidad cristiana con su Señor.

                Un saludo y bienvenidos al Año Escolar 2021.                  

  Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

              

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