28° DOMINGO DURANTE EL AÑO(A)
Provincia Mercedaria
de Chile

28° DOMINGO DURANTE EL AÑO(A)

Sábado 10 de Octubre, 2020

 
Es la palabra contundente de la mesa de la Palabra de este domingo. Es la tercera parábola que ha sido contada por Jesús, en la víspera de su pasión y muerte. Es evidente el rechazo de los dirigentes de Israel hacia Jesús y ésta es la clave de comprensión del texto. Al mismo tiempo se nos ofrece una de las más hermosas imágenes de lo que es el Reino de Dios, proclamado por Jesús: un banquete de bodas, un convite, una cena.

28° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

¡Señor Jesús! Gracias infinitas por la invitación a tu banquete, donde tú mismo eres el Pan vivo bajado del cielo

                Todos invitados al banquetes del Reino que Jesús proclama en todas partes. Siempre se ha soñado en una humanidad congregada como un solo cuerpo y esfuerzos no faltan por hacerlo posible. La Biblia y especialmente el evangelio de hoy emplea la imagen del banquete de bodas. Ya  el uso frecuente de esta imagen arroja luz sobre el aspecto positivo y alentador que tiene el celebrar y, sobre todo, celebrar un banquete de bodas del hijo de un rey, como es el caso de la parábola de hoy. La parábola es una comparación de una realidad espiritual como es el Reino de Dios con una realidad humana por todos conocida como es el banquete de bodas. Jesús propone las tres parábolas que hemos escuchado en estos últimos tres domingos y las tres las pronuncia delante de los representantes religiosos del pueblo: los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. De este modo los confronta con su actitud de rechazo y beligerancia que mantienen los que detenta el poder espiritual y religioso del pueblo judío. En los invitados que, llegada la hora del banquete al que han sido gratuitamente invitados, comienzan a excusarse de no asistir, los jefes religiosos de Israel tenían que sentirse representados al escuchar a Jesús. No dejan de llamar la atención los motivos para excusarse: el  campo, los negocios, es decir, las preocupaciones materiales terminan por ahogar la relación con Dios y obstaculizan la fe. Pero no sólo esto. Los demás de los excusados arremeten contra los servidores del rey, se apoderan de ellos, los maltratan y los matan. ¿Quiénes son los servidores del rey? Los profetas que Dios envió constantemente para anunciar la Palabra de Dios, invitar a la conversión, denunciar las infidelidades  y los castigos que merecen. Pese a esta activa oposición y rechazo que Jesús está narrando en esta parábola ante los mismos representantes del pueblo, el banquete no se suspende sino que se abre a una sorprendente decisión del rey. Ya que los primeros invitados no eran dignos de participar del banquete manda a los servidores a salir a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren al banquete nupcial que está preparado. La sala se colma de insospechados invitados, buenos y malos, uno de los cuales no tenía el traje de fiesta. ¿Qué significa este hombre sin el traje de fiesta? Significa que no todos responden con sinceridad de fe. Un hombre que no tiene traje de boda es alguien  que no está dispuesto a cambiar. Ha venido al banquete por las ventajas que puede obtener para sí, pero no es un verdadero hijo de Dios. Así los invitados al banquete deben dar prueba de su dedicación, por eso la sentencia que se impone es la  misma que se impone a los infieles. El pueblo de Israel siempre se había considerado pueblo escogido de Dios, pero Jesús señala que los únicos escogidos son los que responden con fidelidad a su llamado. La parábola toca un asunto de constante inquietud. La Iglesia, los miembros de la  Iglesia, no siempre estamos con el traje de fiesta puesto, es decir, no somos siempre testigos creíbles, convencidos y convincentes. Vivimos una fe tibia, sin sabor a Reino de Dios, sin energía espiritual. Nos convertimos en “más de lo mismo”, somos  mundanos y no hay mucha diferencia en nuestras conductas y juicios con aquellos que no creen, no somos luz del mundo ni sal de la tierra como lo espera el Señor. Bajo el pretexto de estar a tono con los tiempos, parece que nos hemos ido al otro lado del péndulo y nos confundimos con el  mundo sin más. Es para pensarlo.      

PALABRA DE VIDA

Is 25, 6-10                           El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros

Sal 22, 1-6                           El Señor nos prepara una mesa.

Flp 4, 12-14.19-20            Yo lo puedo todo en Aquél que me conforta

Mt 22, 1-14                        ¿Cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?

                La Palabra nos exige cultivar la experiencia del silencio, ya que como dice la Dei Verbum 66,  es necesario redescubrir el puesto central de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia lo que quiere decir también redescubrir el sentido del recogimiento y del sosiego interior. Es necesario entrar en el silencio de Jesús y de María para captar el sentido auténtico de las palabras que Dios nos dirige. El recogimiento nos da la paz interior, espacio para descubrir lo verdadero. Entremos a meditar estos textos sagrados que nos transmiten la Palabra de Dios.

                Del libro del profeta Isaías 25, 6-10

                El pasaje del profeta Isaías 25, 6-10 es el primer peldaño de la escala que nos lleva al corazón de Dios. Estamos dentro del llamado Isaías I, capítulos 1 a 39, que serían propiamente del profeta Isaías que sintió su vocación profética el año 742 a.C. Desarrolló su actividad profética en Jerusalén hasta al año 698 a.C. El capítulo 25 es un himno de los salvados, un cántico de acción de gracias. La liturgia de la Iglesia nos propone los versículos 6-10 que se refieren al banquete escatológico, es decir, el banquete del final de los tiempos. Lo primero que debemos advertir es la referencia a la Montaña o Monte Sión. Ya hemos indicado en otras ocasiones acerca de la importancia del Monte en la revelación bíblica. La salvación escatológica o definitiva tendrá lugar en un centro, no sólo para Israel sino para todos los pueblos. Es el Monte Sión donde está situada la Ciudad Santa de Jerusalén, es el Monte de la presencia de Dios en medio de su pueblo. El segundo aspecto es la imagen del festín o banquete. Y éste se refiere a la fiesta. Y la fiesta se relaciona con dos valores muy importantes en la tradición bíblica: la hospitalidad y la comensalidad, ambas forman parte de la vida comunitaria, social y religiosa de Israel, razón por la cual el compartir es parte esencial de la religión bíblica. Incluso los sacrificios de animales en el templo incluían como momento importante el comer parte de la carne ofrecida a Dios; se trata de la comida sacrificial. Y el tercer aspecto que hay que destacar es la dimensión universal de la salvación, lo que es muy importante de comprender porque Isaías es un profeta judío que rompe la exclusividad de la salvación sólo para Israel y anuncia una apertura de la misma para todos los pueblos. El plan de Dios nos sorprende constantemente y nos alegramos que así sea pues Dios quiere la salvación de todos los hombres. Sírvanos este texto de Isaías para romper nuestros exclusivismos elitistas con que organizamos nuestro mundo e incluso en el plano religioso. ¿Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva? ¿Creemos en la comunión de los santos?

                Salmo 22, 1-6 es uno de los salmos más conocido y usado en nuestras celebraciones litúrgicas y se lo conoce simplemente como El Buen Pastor. Manifiesta la intensa confianza del orante en el Señor y poéticamente es muy hermoso. En los cuatro primeros versículos se describe la realidad de Dios como Buen Pastor que cuida y protege a sus fieles. Podemos recitarlo en varios momentos de nuestra jornada para acrecentar precisamente la confianza, desgastada por la situación social que vivimos tan violentamente a partir del 18 de octubre del año pasado y agravada por la pandemia que nos ha encerrado prácticamente  todo este año y no sabemos cuánto tiempo más tendremos que luchar por sobrevivir. Y sin confianza nos consume el miedo.

                De la carta de san Pablo a los Filipenses 4, 12-14.19-20   

                 En la segunda lectura de hoy, San Pablo expresa el agradecimiento a los filipenses por la ayuda económica que le han brindado. Y les exhorta recordando su propia experiencia de creyente: “Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener de sobra como a no tener nada”(v. 12). Es un valioso ejemplo de vida para los creyentes de todas las épocas, demostrando una gran libertad frente al tener o no tener los bienes incluso necesarios para llevar una vida digna. Esto vale sobre todo para quienes vivimos inmersos en la cultura del tener como si fuera el único objetivo de vida. Y el desprendimiento de las cosas pertenece al sentido profundo de la pobreza evangélica, tan querida por el Señor como actitud básica para acogerlo a Él y a los demás. Lo que más nos aleja de Dios y de los demás es el apego compulsivo a las cosas. Y luego una frase para vivir con confianza y seguridad: “Yo lo puedo todo en aquel que me conforta” (v. 13). Si hay una profunda fe, es decir, una adhesión radical al Señor, es posible comprender la sentencia del Apóstol. No es la autosuficiencia orgullosa ni el afán de hacer alarde de poder total, actitudes tan frecuentes en el ser humano, lo que San Pablo resalta sino precisamente el poder soberano del Señor sobre su vida. Con Cristo todo es posible, viene a decir, pero reconoce que los filipenses hicieron bien en interesarse por sus necesidades. La confianza en Dios no nos exime de saber acoger a los hermanos que Él ha puesto en nuestro camino. Así concluye esta hermosa carta que nos ha acompañado estos últimos domingos dejándonos un ejemplo de convivencia cristiana cimentada en la persona que seguimos y reconocemos, Jesucristo, el Señor. ¿Son nuestras relaciones comunitarias acogedoras, hospitalarias, abiertas y constructivas? ¿Nos interesamos por las necesidades de los demás y ayudamos según nuestras posibilidades? ¿Puedo decir con San Pablo “todo lo puedo en aquel que me conforta”? ¿Qué desafíos me ha planteado esta pandemia?

                Del evangelio según san Mateo 22, 1-14

                Es la palabra contundente de la mesa de la Palabra de este domingo. Es la tercera parábola que ha sido contada por Jesús, en la víspera de su pasión y muerte. Es evidente el rechazo de los dirigentes de Israel hacia Jesús y ésta es la clave de comprensión del texto. Al mismo tiempo se nos ofrece una de las más hermosas imágenes de lo que es el Reino de Dios, proclamado por Jesús: un banquete de bodas, un convite, una cena. Es el simbolismo usado con frecuencia en la Biblia para señalar la abundancia de la comida y bebida, de la alegría  y de la fiesta, de la hermandad y de la gratuidad. No se participa en el banquete “por derecho propio o adquirido”. Es invitación totalmente gratuita. Y entonces el Reino de Dios es abundancia, fiesta, fraternidad pero, por sobre todo, gratuidad. Es decir es regalo, es pura donación, somos invitados y siempre seguimos siendo invitados. No nos merecemos el Reino ni tampoco lo conquistamos en base a méritos y logros. Se nos ofrece, se nos regala, se nos invita y esto constituye la esencia de nuestra relación con Dios, el divino anfitrión, simbolizado en el rey de la parábola y nosotros, todos sus invitados. ¿Estamos a la altura de semejante anfitrión? Ni soñarlo. Siempre estaremos a penas con el traje de fiesta, nuestro bautismo o nos podemos “colar” furtivamente al banquete sin estar en condiciones de aceptar la invitación, sin el traje apropiado.

                Primera nota. Los invitados no quieren asistir al banquete, se excusan con razones que dejan claro que no valoran la invitación ni tampoco la categoría de quien invita y menos aún la oportunidad de la invitación. ¿Para quién un matrimonio no es motivo de alegría y fiesta? Los invitados están metidos en otras cosas, para ellos más importantes que el banquete de bodas del hijo del rey. Las excusas son materiales y de poca importancia, como es su campo o su negocio. Pero no solo este tremendo desaire y mala educación, descortesía y desprecio; peor aún, los demás invitados ni siquiera se ecusan sino que las emprenden contra los servidores del rey, los maltratan e incluso le dan muerte por el solo hecho de recordarles la invitación al banquete.

                Segunda nota. El rey, al recibir el rechazo a su banquete, no lo suspende sino que envía a sus servidores a invitar a cuantos encuentren, buenos y malos, en los cruces de los caminos. La sala del banquete se llenó de sorprendidos invitados. ¿De dónde vienen? “Salgan a los cruces de los caminos  e inviten a todos los que encuentren” (v. 9). ¿La razón? “El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él” (v. 8). Dios, ante nuestras excusas y rechazos, incluso violentos, no deja de buscar los comensales en las periferias de la humanidad y allí viven hacinados los pobres en una multifacética variedad; son los postergados, los marginados, los perdidos, los cautivos de siempre. Son los invitados preferenciales y no los únicos del Reino y su banquete. “Los publicanos y las prostitutas les llevan la delantera en el Reino”, nos dijo Jesús el domingo pasado, de tal modo que éstos considerados los últimos en la escala social,  pasan a ser los primeros y los que esperaba ser  los primeros en el Reino pasan a ser los últimos.

                Tercera nota. La fiesta de Dios se inicia sólo estando llena la sala; mientras tanto hay que seguir invitando al Reino, saliendo a los cruces de los caminos. Nadie queda excluido porque nadie es invitado por méritos propios  y eso es lo que pretende el evangelista san Mateo al decir que se reunieron todos los que encontraron “buenos y malos” (v. 10). Siempre la llamada es universal pero…

                Cuarta nota. Hay un episodio al final que nos llama la atención. Es el reproche al invitado que no tenía el traje de fiesta.  ¿Qué pretende San Mateo con este detalle? De esta manera quiere advertir a su comunidad cristiana sobre ciertos abusos que se cometían en ella. Con ello viene a recordar que la gratuidad de Dios compromete nuestra responsabilidad del don recibido. No cabe la descortesía e irresponsabilidad de los primeros invitados. Hay que “ponerse las pilas” y responder al don con las actitudes y acciones requeridas por la seriedad del Reino. La vocación, don gratuito que Dios nos hace, exige asumir la seriedad de un compromiso acorde con el don divino. Nada de refugiarse en la idea de que da lo mismo. La invitación al Reino es un hecho hermoso y grave al mismo tiempo.

                Actualización de esta parábola. Ciertamente la parábola del banquete tiene un sentido histórico. Ella expresa la experiencia de Jesús al anunciar el Reino de Dios. Y en este sentido los primeros invitados, los judíos, no responden como Dios esperaba. Rechazan la invitación. Pero también la parábola se refiere a nosotros que la hemos escuchado. Podemos también estar rechazando la invitación cuando otros asuntos nos acaparan totalmente la vida y nuestra respuesta de fe se va perdiendo en un sinfín de excusas, alguna valedera pero la mayoría sin fundamento. Dejamos a Dios de lado y nos entregamos al dinero y los bienes materiales creyendo que ahí está la felicidad. Así perdemos el sentido de la vida misma, nos asalta el agobio, el aburrimiento, el vacío interior, y las depresiones se quedan en nuestra vida. Muchas veces tenemos mucho dinero y bienes materiales pero estamos vacíos de lo verdaderamente importante, aún siendo cristianos bautizados. Vivimos “sin el traje de fiesta” aún estando dentro de la Iglesia o de alguna comunidad cristiana, pero “sin alma”. En el juicio definitivo que Dios hará, seremos atados de pies y manos y enviados a la crujidera de dientes, eternamente separados de Dios y de los demás. Nos farreamos la clasificación directa al mundial es una anécdota; lo más grave es farrearnos la vida nueva que el Señor nos regala y ofrece a lo largo de nuestra vida. ¿Qué sentido tiene ganar el mundo entero si nos perdemos finalmente? La actualización de esta parábola pone en jaque nuestra idolatría vergonzosa por los bienes pasajeros de esta tierra como si su búsqueda y posesión fuera la fuente de la vida y de la felicidad del hombre. Hemos perdido la brújula y ya no sabemos qué es esencial y qué es pasajero y efímero. Es el efecto lamentable del relativismo moral y espiritual que se ha impuesto como “conducta práctica”, “funcional”. Y ya no nos damos cuenta de la invitación del Señor, del evangelio, de la Iglesia, de la vida auténtica. ¿Está sucio tu traje de fiesta bautismal? Purifícate con la conversión sincera y una reparadora confesión de tus pecados.

                Un saludo fraterno y hasta pronto si Dios quiere.     

 

  Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

              

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