4° DOMINGO DE CUARESMA (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

4° DOMINGO DE CUARESMA (A)

Domingo 22 de Marzo, 2020

 
La narración parte de ese inmenso contraste entre la alegría y luminosidad de la fiesta judía de las Tiendas, en que el atrio del templo era iluminado con grandes antorchas y la proclamación de que Jesús es la Luz del mundo a través de un signo, el ciego de nacimiento que recupera la vista.

¡SEÑOR! Disipa las cegueras que hay en mí

                Estamos inmersos en una situación que hace unos meses atrás ni siquiera imaginábamos que pudiera influir tanto en nuestro mundo, tan ordenado y tan “científico” donde daba la impresión que habíamos llegado, por fin, al sueño de eliminar el dolor y vivir un mundo completamente organizado para que el goce, “el pasarlo bien”, fuera ya no una quimera sino una palpable realidad. Pero todo ha vuelto a dejarnos atónitos. Estamos asustados y miramos tan cerca la posibilidad de la muerte, puesto que el famoso corona virus ha logrado lo que ninguna ideología ha logrado, la igualdad. Todos estamos  en jaque, ricos  y pobres, nobles y plebeyos, creyentes  y agnósticos, sabios y necios, etc. La igualdad está a  la vista, la enfermedad y la muerte no respetan estatus sociales, económicos,  ideológicos. Es admirable el esfuerzo de los estados y sus gobiernos como también la pléyade del personal médico y de la salud. Al fin al cabo son ellos que forman “la primera línea” del bien y de la misericordia, sin parar. Ellos tocan a cada momento el drama que se personaliza en cada enfermo. Su ejemplo revela la grandeza de su vocación y misión. Ellos no hacen estadísticas sino que viven y sienten la inmensa tarea que es ayudar a sanar al enfermo. Inmensa legión de hombres y mujeres que quedan expuestos permanentemente a ser ellos mismos víctimas de la enfermedad que combaten. Estamos ante una pandemia que está en pleno desarrollo y es indispensable  asumir nuestra propia responsabilidad como integrantes de la sociedad y de la Iglesia, sobre todo, obedeciendo las indicaciones que la autoridad nos propone con el fin de evitar que el virus se convierta en un inmanejable contagio colectivo. Tenemos que asumir las restricciones de desplazamientos y quedarnos en casa. Es una forma de ascesis completamente actual e indispensable. Nos hace bien en el tiempo de cuaresma. Es indispensable asumir las normas básicas de higiene y cuidado personal pero también aceptar las restricciones de ciertas formas de nuestras relaciones sociales. Aislarse y cuidar la propia salud y así ayudar a cuidar la salud de los demás. En este sentido hay que comprender la supresión de las misas y las celebraciones litúrgicas aunque parezcan incomprensibles para algunos creyentes. Estamos ante una emergencia mundial y cuidar la salud es uno de los principales deberes de las personas   creyentes y no creyentes. Volvamos a la ascesis, entendida como esa capacidad de renunciar incluso a las cosas lícitas cuando está en juego la vida y la salud de todos. Llegó la hora de la verdad que hace unos meses no era más que la noticia que llegaba desde lejos. Ahora está instalada entre nosotros y debemos asumir con dignidad el desafío de velar por la salud y la superación de esta  gravísima situación que vivimos como humanidad y como país.            

                PALABRA DE VIDA

1Sam 16, 1.5-7.10-13     Levántate y úngelo, porque es éste

Sal 22, 1-6                El Señor es mi pastor, nada me puede faltar

Ef 5, 8-14             Ahora son luz por el Señor

Jn 9, 1-41            Fue, se lavó y al regresar ya veía

                Dejemos que la Palabra de Dios nos ilumine la mente y mueva nuestro corazón rudo y empedernido, tan resistente a la acción del Espíritu Santo y tan tormentoso como lo recuerda el profeta Jeremías. Volvamos a la belleza de nuestra vocación y misión cristiana, volvamos a Dios.

                Del primer libro de Samuel 16, 1.6-7.10-13

                El texto nos recuerda aquel momento, particularmente delicado, cuando Samuel, el sacerdote de Dios, debe discernir cuál de los ocho hijos de Jesé quiere Dios como rey de Israel. Saúl, el primer rey, había hecho las cosas a su manera y terminó muy mal. El texto nos deja una lección clara: nuestras miradas no son coincidentes con los caminos de Dios. Nos fijamos en las apariencias externas pero Dios ve el corazón. Dios no ve como ven los hombres, tiene su propia manera de examinar a cada uno. Esto indica que cuando actuamos o elegimos o decidimos es muy mal consejero quedarse con la propia mirada o juicio; es saludable asumir nuestra fragilidad en el ver y juzgar con el propósito de buscar, junto a otro, qué es lo que corresponde hacer o decidir. Dos o más ayudan a ver mejor. Samuel era sacerdote pero no por eso podía eximirse de este sano ejercicio de discernir lo que Dios quiere. Por otro lado, Dios elige a su manera, normalmente lo más insignificante y pobre. Esto  no dejará de plantear graves objeciones a la búsqueda de personas que cumplan con los perfiles deseados. Aún así confiamos en la rectitud de la búsqueda pero, en el plano de la jefatura de un pueblo, del gobierno de una diócesis, etc. etc. el discernimiento es muy importante. Samuel unge  al más pequeño, pastor de ovejas, “de buen color, de hermosos ojos y buen tipo o buena presencia”. No tenía las condiciones atléticas de los otros hermanos ni la fuerza física que se esperaba. Dios elige a quien quiere. La unción con aceite lo consagra en medio de sus hermanos como rey y, desde aquel momento, “invadió a David el Espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante” (v. 13). En David, el ungido por Dios, se nos ofrece la futura realidad del Mesías, también ungido por el Padre en el bautismo con el Espíritu Santo que desciende sobre él y permanece con él. Y el cristiano será también ungido en su bautismo y recibe el Espíritu Santo que se queda en él morando como en su templo. Gracias a la unción adquirimos la triple condición de rey, profeta y sacerdote. Y formamos un pueblo de reyes, de profetas y sacerdotes. ¡Qué bella dignidad hemos adquirido por Cristo! Cuidémosla y vivámosla.

                Salmo 22, 1-6 es uno de los más bellos salmos en el que el salmista expresa, en sublime lírica, la serena emoción de su intensa confianza en el Señor. La primera parte, los versículos 1 – 4, está toda dedicada a la imagen de Dios Pastor que cuida y protege a sus fieles. La segunda parte, versículos  5 – 6, reafirman la confianza en Dios pero  frente a los enemigos. ¡Qué bien nos hace rezar con este salmo para sostener la confianza en Dios en momentos de tanta angustia e incertidumbre!

                De la carta de San Pablo a los Efesios 5, 8- 14

              Estamos inmersos en la vida cristiana que ya resplandece en las noveles comunidades cristianas en suelo pagano. El gran problema es que estos convertidos al evangelio no han dejado del todo su anterior condición social y religiosa pagana. El texto de esta segunda lectura señala claramente, a través de  símbolos de luz y tinieblas, lo que acontecía  a estos cristianos venidos del paganismo. El tono es exhortativo, invita a considerar los dos estilos de vida que han llevado: “Porque si en un tiempo eran tinieblas, ahora son luz por el Señor: vivan como hijos de la luz” (v. 8). Hay un “antes” y un “ahora” cuando hablamos en verdadero lenguaje cristiano. Todos podemos tener un “antes” de haber vivido un encuentro personal con Jesucristo y un “ahora” que despliega la belleza de una vida iluminada. Efectivamente no es nuevo el panorama en que viven las comunidades cristianas de entonces y de hoy. Había perversiones y vicios vergonzosos en el imperio romano como signos de una decadencia moral generalizada. Nada nuevo en el “ahora” de nuestras sociedades. También se los consideraba como hechos normales y bien vistos. Precisamente en eso consiste la tiniebla: andar en una vida oscurecida por los vicios y corrupciones. Aunque se aplauda y apruebe, la oscuridad no cambia. Esta tensión entre volver a las tinieblas o permanecer en la luz es nuestra realidad. Entendemos entonces el llamado urgente del Apóstol a los cristianos: “Nadie los engañe con argumentos falsos...No se hagan cómplices de los que obran así” (v. 6.7). Dejarse engañar y hacerse cómplices es muy grave desde el punto de vista de los frutos de la luz, “toda bondad, justicia y verdad”. Clave de la conducta cristiana: “Sepan discernir lo que agrada al Señor” (v.10). Pero también es indispensable “desenmascarar el mal” para lo cual se requiere coherencia: “No participen en las obras estériles  de las tinieblas, al contrario denúncienlas” (v. 11). Y la primera forma de denuncia es tratar de vivir en la luz, es el testimonio personal y ojalá comunitario del estilo nuevo de Jesús. Un buen examen de conciencia nos ayuda a saber dónde estamos parados y viviendo. Todavía tenemos un poco de la cuaresma.

                Del Evangelio según San Juan 9, 1 - 41

                Seguimos en el Libro de los Signos del cuarto evangelio (Jn 2 – 12). Se trata del sexto signo según el orden seguido por Juan y, como es habitual, contiene varios diálogos y controversias que ayudan a comprender lo sucedido, es decir, Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento. La narración parte de ese inmenso contraste entre la alegría y luminosidad de la fiesta judía de las Tiendas, en que el atrio del templo era iluminado con grandes antorchas y la proclamación de que Jesús es la Luz del mundo a través de un signo, el ciego de nacimiento que recupera la vista, por una parte y, por otra, la penosa realidad de los fariseos que presumen ver pero en realidad permanecen en las tinieblas. El texto nos ofrece un atractivo dinamismo interno en el camino de un creyente.

                Estamos ante una catequesis bautismal que Juan ofrece a su comunidad. El milagro es una iluminación y una nueva creación; comienza con el barro y el lavado que Jesús ordena al ciego. Todo comienza por el encuentro de Jesús con un hombre ciego de nacimiento lo que provoca la pregunta de los discípulos acerca de la causa de la ceguera que ellos remiten al pecado de los papás o del ciego. Al respecto, hay que decir que la ceguera estaba muy extendida en Oriente y se la consideraba como un castigo de Dios.  Los ciegos estaban obligados a mendigar, aunque la ley recomendaba socorrerlos. Su curación era rarísima. Así los discípulos comparten esa convicción social generalizada.  Hay que entender la afirmación de los judíos en el segundo interrogatorio al hombre que había sido ciego: “Tú naciste lleno de pecado ¿y quieres darnos lecciones?”(v. 34) en este mismo sentido.

                Jesús rechaza de plano semejante creencia e indica el “para qué” de esa ceguera. “Ni él pecó ni sus padres; ha sucedido así para que se muestre en él la obra de Dios” (v. 3). Y la obra de Dios es la que el Padre le ha encomendado realizar a Jesús como “luz del mundo”. Es la razón de su presencia en medio nuestro. Y de inmediato realiza las acciones vinculadas al barro que nos remiten al acto de la creación del hombre (Gn 2,7) y al gesto de la unción (poner el barro en los ojos). El envío a lavarse a la piscina de Siloé, que significa enviado. Siempre las palabras de Jesús están respaldadas por sus acciones. El ciego hace lo que le indica y queda sanado de su ceguera. Se comporta como un verdadero discípulo de Jesús, “Luz del mundo”; también adquiere la luz que le permite ver. Pero esto es sólo el inicio de un largo itinerario de discípulo.

                A partir de este momento el hombre que había sido ciego y ahora ve, empieza a enfrentar los diversos obstáculos que, en definitiva, señalan que no es él el problema sino quien lo había sanado. Se abren los escenarios de controversia. El primer lío lo tiene con los vecinos: v. 8 – 12. Llama la atención la respuesta del v. 9, idéntica a la de Jesús: Soy yo. Y como no aceptan sus palabras le llevan a contar una y otra vez la historia de su sanación. El hombre sanado no sabe otra cosa que “Ese hombre que se llama Jesús... y que hizo esto y esto (v. 11). No sabe nada más de él.

                Segundo interrogatorio: los fariseos que saben que el milagro aconteció en día sábado: vv. 13 – 17. En este segundo comparendo del hombre sanado hay  otro paso en su comprensión de Jesús: “Y tú, ¿quién dices del que te abrió los ojos? Contestó: - Que es profeta” (v. 17). Para los fariseos está claro que: “Ese hombre no viene de parte de Dios, porque no observa el sábado” (v. 16).

                Tercer interrogatorio: los fariseos llaman a los padres del hombre sanado: vv. 19- 23. Resalta la respuesta que reconoce que se trata de su hijo que nació ciego pero no saben cómo  ni quién le abrió los ojos. Dejan todo bajo la responsabilidad del hombre sanado: “Pregúntenle a él, que es mayor de edad y puede dar razón de sí” (v. 21).

                Resaltemos el resultado del cuarto interrogatorio, nuevamente con el hombre sanado y ante los fariseos: vv. 24 – 34, termina con la expulsión del interrogado. Culmina el relato con el encuentro de Jesús con el hombre sanado: vv. 35 – 38. Culmina en la revelación de la identidad de Jesús a este hombre: “Jesús le dijo: Lo has visto: es el que está hablando contigo. Respondió: Creo, Señor. Y se postró ante él” (v.37.38).

                Enseñanza magistral: el que acepta a Jesús, el Hijo del Hombre, tarde o temprano, será rechazado y expulsado y perseguido por su causa. Las tinieblas, el mundo viejo, deshumanizado e idolátrico, no aceptan a Jesús y su Evangelio porque significa un vuelco radical, un cambio de orientación de la vida no sólo individual sino también comunitaria. Un modo nuevo de ver y juzgar la vida, la historia, la sociedad. ¿Estamos dispuestos a vivir así nuestra aventura de discípulos de Jesucristo?

                Que el Señor nos siga protegiendo.                       

                Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

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