COMENTARIO DEL EVANGELIO Y EUCARISTÍA EN ESTE 5°DOMINGO DE PASCUA (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

COMENTARIO DEL EVANGELIO Y EUCARISTÍA EN ESTE 5°DOMINGO DE PASCUA (A)

Sábado 09 de Mayo, 2020

 
¿Qué condiciones se requieren para ser y permanecer como discípulo de Jesús? El contexto de este evangelio es el de la última Cena de Jesús con sus discípulos. Y se nos plantea una cuestión muy importante y trascendente como es la decisión de cada uno frente a Jesús.

¡Vuelve, Señor Jesús, vuelve pronto y llévanos contigo!

                “No se inquieten”, dice Jesús a los discípulos que están muy lejos de estar  tranquilos y serenos. Se les viene la noche sobre ellos, no la noche física diaria sino la otra noche, la de quedar solos, con la sensación de abandono. Jesús está despidiéndose de ellos y toda despedida, la de los seres queridos, es un momento crítico y difícil. Hay dolor por la ausencia del ser amado, en torno al cual han ordenado sus vidas, han sentido su compañía y experimentado su presencia que los robustece frente a su fragilidad. La comunidad cristiana está hecha de seres humanos frágiles y no de superhombres y mujeres. “Quedarse solos” o “quedar solo” es una experiencia muy difícil de llevar. Estamos hechos para estar con otros, para sentirnos acompañados. El otro, que el evangelio   convierte en mi hermano, mi hermana, mi madre, mi padre con quien estoy llamado a crear una nueva forma de convivencia, de proyecto y de futuro, que llamamos “fraternidad” o “comunidad fraterna” responde plenamente a la orientación original de todo ser humano. Los discípulos han hecho con Jesús “muy buenas migas”. Han aprendido a conocerlo,  les resulta parte integrante de sus vidas, Jesús los conoce y los acepta a cada uno con su propia identidad. Su convivencia con ellos, unos pocos años, ha creado vínculos cercanos hasta el punto que Jesús les ha ido preparando para este momento, cuando ya no estará con ellos y ellos deberán asumir la gran responsabilidad de ir por todas partes, no sin riesgos ni dificultades, a anunciar el Reino. En este clima humano y espiritual se comprende el evangelio de este domingo. Jesús los invita a confiar en él y en el Padre y les recuerda la promesa de dejarlos pero para prepararles  un lugar en la casa definitiva del Padre y los conforta con la promesa de volver a buscarlos para que donde está él también estén ellos, en la casa del Padre. Jesús confía en los suyos y le parece normal que ya sepan el camino que Jesús hará en su vuelta al Padre. Pero no. Las intervenciones de Tomás y de Felipe después señalan que todavía no han entendido del todo. ¡Cómo nos parecemos a los discípulos, más de lo que normalmente creemos! Tantas  veces hemos dado por conocido el misterio de Jesús y su propuesta del Reino. Pero  si somos honestos y honestos con el Señor, debemos reconocer que tenemos más preguntas que respuestas. Nuestro camino creyente está en pañales para  una gran mayoría de cristianos. No han vivido un proceso gradual de su fe, se han quedado con el bautismo y con frecuencia en un recuerdo nostálgico de la primera comunión. Y una adhesión así a Jesucristo y a su Evangelio no da para vivir el duro camino de la maduración de un ser humano para quien viene a resultar su fe como un mero recuerdo infantil. El grave problema de hoy es que no hay un proceso integrador entre la vida humana y la fe cristiana. La fragmentación de la vida actual, esto de vivir la vida como retazos separados, tiene consecuencias preocupantes porque la persona vive su vida como un tejido de pequeños retazos de variados colores, formas que no permiten la unidad de vida en su rica variedad de componentes como lo físico, lo psíquico, lo societario, lo ético,  lo religioso y trascendente. Nuestra inquietud de hoy es esta desintegración de la persona humana y falta de unidad con sentido. La vida fragmentada, dividida en aspectos autónomos, separados, desconexos nos ha llevado a esta falta de centro con que cada uno vive. Y si no hay centro personal no hay posibilidad de integrar ni ordenar el variopinto yo. Entonces que Jesús diga que Él es el Camino, la Verdad y la Vida puede ser que ya no nos diga nada, porque cada uno tiene la impresión que se pueden hacer variedad de caminos, vivir un sinfín de vidas y afirmar un infinito número de verdades. Todas con minúscula, que es simplemente el mundo del yo fragmentado.   

                PALABRA DE VIDA

                Hch 6, 1-7            Elijan a siete hombres de buena fama, dotados de Espíritu                                       Sal 32, 1-2.4-5.18-19 Señor, que descienda tu amor sobre nosotros                                                 1Pe 2, 4-10         Los que antes no eran pueblo, ahora son pueblo de Dios                                          Jn 14, 1-12          Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí

                 La tristeza es un sentimiento humano que muchas veces nos invade el alma y es sobre todo potente cuando experimentamos la ausencia del ser querido. Ese es el clima que rodea nuestra vida cuando no estamos con Jesús, cuando nos quedamos sin fe en Dios y en Él. La virtud sobrenatural de la fe es la virtud de la misteriosa compañía de Dios con nosotros. El hombre moderno ha dado la espalda a Dios y se ha quedado rumiando su terrible soledad. Inútilmente intenta disimular su orfandad buscando y apoderándose de las cosas materiales que tampoco llenan el vacío interior. La soledad y aislamiento de nuestro tiempo es el resultado del descarte de Dios y de su Hijo Jesús. La fe nos conecta, nos vincula, nos hace plenos, nos lanza al inmenso océano del amor divino que siempre es también humano. Eso significa vivir en una comunidad fraterna como la Iglesia, la comunidad cristiana, la comunidad religiosa, la comunidad educativa, la comunidad mercedaria, etc. La fe nunca es una afirmación solitaria de un Dios “a mi manera” sino es la integración positiva y alegre en una comunidad con otros que creen en Dios y creen en Jesucristo. Y creen al hombre y a la persona humana. Y creen a la comunidad.

                Entremos en el maravilloso mundo de la Palabra de Dios. Dejémonos sorprender por la belleza de la Verdad, de la Vida y del Camino que podemos gozar en la Persona de Jesús, muerto y resucitado, tal como nos lo propone el Evangelio de hoy.

                Del Libro de los Hechos de los Apóstoles 6, 1-7

                Seguimos con los Hechos de los Apóstoles, primera historia de la Iglesia, obra del gran médico evangelista San Lucas. Descubrimos lo que la fe en el Señor, muerto y resucitado, va produciendo en el mundo a través de la predicación de los Apóstoles, testigos del Resucitado. Con el capítulo 6 comienza otra parte de los Hechos. Un nuevo grupo emerge en la Iglesia de Jerusalén: los helenistas o griegos. El texto de la primera lectura de hoy nos ayuda a comprender que la construcción de la comunidad cristiana no estuvo exenta de dificultades por tratarse de seres humanos. Y de ahí que las dificultades en algún momento quedarían al descubierto. Sabemos que había dos grupos en la comunidad: los de lengua griega o “helenistas” y los de lengua hebrea o “judíos convertidos”. El problema concreto que los primeros manifiestan es que sus viudas son desatendidas en la distribución diaria de los alimentos. La situación parece trivial pero revela un problema más de fondo como lo muestra la reunión general que convocan los Apóstoles. Éstos proponen una solución que todos aceptan: la elección de siete servidores o diáconos helenistas como lo señalan sus nombres griegos. Su tarea es distribuir los alimentos a las viudas “helenistas”. Los Apóstoles se dedicarán a la oración y al ministerio de la predicación de la Palabra de Dios. Elegidos los siete “helenistas”, los Apóstoles, después de orar, les imponen las manos. Mediante este gesto les trasmiten el encargo y la gracia de Dios para cumplirlo. La imposición de manos es la comunicación del Espíritu del que las impone sobre quien le son impuestas. Mediante este gesto  esencia está la diversidad de razas, de culturas, de idiomas, de posición social, etc. Sólo en el diálogo, el discernimiento, la oración, la reflexión y la apertura sincera es posible encontrar soluciones viables y saludables. Hacer comunidad es una grande tarea común. ¿Qué aprendemos de este proceder? Primero, las dificultades no se ignoran ni se las niega; por el contrario, se las reconoce como tales. Segundo, no se resuelven por decreto sino consultando en los niveles que corresponde. Tercero, se hace discernimiento, es decir, se analizan los hechos, se busca la mejor solución, se hace oración y se toma la decisión. Tercero, se reconoce la autoridad de los Apóstoles y de sus sucesores los Obispos. Cuarto, la comunidad continúa su camino acogiendo y viviendo lo que se ha resuelto. Todo esto bajo la acción del Espíritu Santo. Por desgracia muchos buenos creyentes no se dan por enterados de este proceso comunitario de madurez evangélica y optan por caminos tan equivocados como el chisme, la crítica, el tirar piedras y esconder la mano.

                Salmo 32,1-2.4-5.18-19 es un himno de alabanza que canta el poder de Dios manifestado en la creación, la historia y la vida cotidiana. Es muy oportuna la invitación de los dos primeros versículos, nos hace siempre falta alabar más a nuestro Señor reconociendo sus obras. ¡Ojalá pudiéramos disfrutar de aquello que dice “su alabanza está siempre en mi boca”! Los versículos 4-5 reconocen que la Palabra de Dios es creadora ya que con ella Dios sostiene el mundo creado y el mundo humano. Y los versos 18-19 destacan la presencia benéfica de Dios en el diario vivir, lo que se expresa como “divina providencia”. Dios no abandona su obra: la creación, la humanidad y vida diaria. El creyente vive bajo los paternales cuidados de Dios, nuestro Padre. ¡Cómo nos cuida el Señor en esta terrible pandemia que estamos viviendo!

                De la primera carta del Apóstol san Pedro 2, 4-10

                El texto de esta segunda lectura nos ofrece la imagen bíblica de la piedra. Los versículos 1-3 con que comienza este capítulo 2 se refieren a la imagen de una comunidad de discípulos - niños recién nacidos que se alimentan con la leche espiritual “para crecer sanos”. Luego entra el autor al tema de la piedra, una imagen de resonancias bíblicas importantes. Famosa es la roca de la cual Moisés hizo brotar agua para el pueblo sediento en el desierto. En los evangelios se compara la doble casa construida sobre arena o sobre roca y sirve para señalar que la vida del discípulo se edifica sobre sí mismo o sobre la roca, Jesucristo. Jesucristo es “piedra de tropiezo”, es decir, ineludible en el camino del hombre, de todo hombre. Dos son las aplicaciones importantes de la imagen de la roca: designa a Jesucristo, roca espiritual de donde brota la vida nueva, y designa a Cefas – Piedra referida a Pedro como roca sobre la cual  Jesús quiere edificar su Iglesia. Con la imagen de la roca o de la piedra, se quiere señalar la solidez o firmeza y la unicidad,  para referirse a Dios como roca o piedra de Israel. Jesucristo es la piedra angular sobre la cual se edifica y en tal sentido los cristianos son piedras vivas del templo de Dios, cohesionado y unido por la piedra angular. La imagen de la piedra viva, Jesucristo y las piedras vivas, los cristianos, sirve para describir un discipulado maduro en todo sentido, humana y espiritualmente, capaz de ser y vivir como pueblo de Dios. Entonces ¿habrá “discípulos y discípulas como niños/as recién nacidos” en estado de infantilismo e inmadurez espiritual, que forman comunidades con las mismas características? O ¿habrá discípulos/as con la adecuada madurez integral, con solidez y maciza unidad interior como la piedra, capaces de forman comunidades sólidamente fundadas en los valores del Reino? ¿Sobre qué estamos edificando nuestra vida personal y comunitaria? Es un tema de indudable actualidad a todo nivel, ya que nuestros modelos de referencia social son adolescentes exitistas, que tocan las estrellas con tal facilidad que muy rápidamente caen a los profundos abismos de la desesperación. ¿Somos cristianos maduros, responsables, liberados, solidarios, fraternos, hombres y mujeres “nuevos” pascuales, redimidos? ¿O al menos en camino de serlo? ¿Somos comunidades maduradas al calor de la exigencia y de la cruz que significa seguir las huellas de Jesús?

                Del evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 1-12

                ¿Qué condiciones se requieren para ser y permanecer como discípulo de Jesús? El contexto de este evangelio es el de la última Cena de Jesús con sus discípulos. Y se nos plantea una cuestión muy importante y trascendente como es la decisión de cada uno frente a Jesús. No pueden pretender los discípulos seguir gozando de la presencia física de su Maestro. Hay que enfrentar el proceso normal de la humana condición que Jesús, el Hijo del Padre, ha asumido: hay que partir, hay que morir. Y  Jesús enfrenta su propio destino amarrado al Padre, unido a la voluntad soberana de su Padre, voluntad que quiere cumplir hasta el fin y en todo su rigor y exigencia. Los discípulos no entran en esta sintonía que su Maestro comienza a ver cada vez más cerca. “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya” clama desde lo más hondo de su ser humano y divino en el huerto de los Olivos.

                Pero Jesús no es un narcisista compulsivo, donde sólo interesa lo que a él le está pasando. Por el contrario, muestra su atención a los suyos y les asegura, aunque estén angustiados e inquietos, que también ellos alcanzarán su mismo destino: serán moradores de la casa del Padre. Él debe partir para prepararles las habitaciones. Deben aprender a enfrentar solos la misión que les deja, por cierto nada fácil para hombres frágiles y miedosos. Ese paso de la cercanía humana de Jesús con ellos a otra situación donde ya “no le verán” como acostumbraban, es ciertamente un paso necesario para que crezcan y enfrenten la vida y misión que les encomienda. Mientras se quedan aquí en la tierra de los hombres, tendrán que seguir el camino que Él les ha señalado claramente. Ellos conocen la dirección general hacia donde deben caminar pero el paso a paso, el día a día, requiere de cada uno una decisión personal en cada momento. Efectivamente Jesús tiene razón al decirles: “Ustedes ya conocen el camino para ir a donde yo voy” (v. 4), pero también es cierto lo que indica Tomás: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino? (v. 5). Porque sólo una fe, una adhesión radical y madura, puede ayudar a comprender que Jesús es el camino para ir al encuentro con el Padre. Los apóstoles  y discípulos deben estar dispuestos a hacer un largo camino que les lleve a “meterse” en el mismo misterio de Jesús, el de la intimidad de éste con el Padre, porque “nadie va al Padre si no es por mí” (v.6). Esto es fácil decirlo pero no es lo mismo vivirlo en la fe para entrar a esa “casa del Padre”, “ese templo de Dios” que es el hombre Jesús. Jesús es “la puerta por donde se entra y se sale” en la comunión con el Padre. La inquietud de Tomás sigue siendo también la nuestra. Nos cuesta creer que ese hombre Jesús Nazareno sea el camino para ir al encuentro con el Padre. Y sin embargo, ese es el Camino para salvarse. En la “cristología de la calle” se escucha: yo acepto a Jesús pero no a Cristo. Que sea un hombre bueno es aceptable pero que pretenda ser Dios y el único Camino, de ninguna manera.

                La inquietud de Felipe es también la nuestra: “Señor, enséñanos al Padre y nos basta” (v.8). La respuesta de Jesús es nítida y siempre actual. Al Padre no lo veremos cara a cara aquí en esta tierra sino en la casa del Padre, en la meta final de nuestra vida. Ahora lo vemos en la cercanía y contemplación de Jesús, en su Persona, en sus palabras y acciones porque “quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (v. 9). Por eso, Jesús no es un fundador o reformador de una religión como tantas otras. Jesús es la única posibilidad de un verdadero encuentro con el misterio definitivo que atrae al hombre, sin agotarse jamás, la comunión íntima de Jesús con su Padre y nuestra entrada en ella a través de la aceptación de Jesús como el “revelador máximo” del misterio definitivo de Dios y de la vocación trascendente del hombre.

                Leamos este evangelio pausadamente y dejemos que su profunda verdad cale nuestra vida y nos ayude a vivir con plenitud tan admirable intercambio entre Dios y el hombre a través de su Hijo Amado. La vida cristiana es un caminar en fe entrando, poco a poco, en la hondura del misterio de amistad y comunión con Dios Padre en Cristo por su Espíritu. Y en esta comunión se inscribe el amor fraterno, ya que toda comunidad tiene su origen y modelo en el misterio de la Santísima Trinidad.

                Que tengan un buen domingo y muchas felicidades a las madres en su día. Que ellas ayuden a sus hijos a entrar en esta experiencia de Dios, tan importante para la configuración de la personalidad integrada y abierta al Otro y a los otros. Queremos un mundo mejor pero esto pasa por la primera escuela de  humanización y evangelización que es la familia.

                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.   

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