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Provincia Mercedaria
de Chile

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Domingo 03 de Noviembre, 2019

 
Conocer a Jesús tiene siempre consecuencias. Cuando se trata de pobres que no tienen nada o muy poco, no tienen que dejar nada externo como bienes materiales cuando quieren seguir a Jesús. Pero ¿qué sucede cuando el que se encuentra con Jesús es un rico en bienes materiales? ¿Qué pasa cuando el convertido es un rico, qué pasa con sus bienes? A esto responde el evangelio de Zaqueo, verdadero paradigma del que conociendo a Jesús, no sólo se despoja con prontitud de lo material sino que permite que su corazón también sea transformado por la gracia, para abrazar el proyecto de la justicia del Reino de Jesús.

¡Señor! Ayúdame a aceptar que Tú me encontraste

               ¡Cuánta falta nos hace Jesucristo en nuestras vidas! La Palabra sale a nuestro encuentro en esta dura situación que seguimos sobrellevando y nos ofrece un precioso ejemplo de la misericordia de Jesús. Ésta es muy elocuente si consideramos la condición del beneficiado de la misma y, en esta ocasión, conocemos el nombre: Zaqueo que en griego se dice Dsakjaïos y en hebreo zakkay = puro, justo, un jefe de los recaudadores de impuestos para Roma, natural de Jericó o “ciudad de las palmeras”. Herodes el Grande la reconstruyó con magnificencia. Tengamos presente que el adjetivo “puro” se refiere a la pureza cultual de quien se acerca a Dios y secundariamente adquiere un sentido moral o espiritual. En los evangelios se les llama a los recaudadores de impuestos “publicanos” derivado del latín que señala el carácter público de su oficio. Es el “recaudador de impuestos” un agente subalterno del administrador general de los dineros públicos. Era despreciado y asimilado a los “pecadores públicos” por su relación con el poder pagano ocupante y por sus frecuentes recortes pidiendo más de lo que correspondía. A los pueblos no les han faltado Zaqueos pero “tanto va el cántaro al agua que termina rompiéndose”.  La sociedad soporta y ha visto desfilar, por desgracia, una larga lista de corrupciones en todos los niveles. Ni siquiera nuestra Iglesia se escapa de esta penosa realidad. Creo que lo que Chile está viviendo estos días es una explosión de rabia e impotencia frente a la corrupción de miembros de los poderes del Estado y de las instituciones privadas. La corrupción es un flagelo terrible y ya lo advertían los Obispos en Aparecida. Y sobre esta lacra social no se hace una reflexión que permita asumir los costos sociales, políticos, económicos, éticos y espirituales que la corrupción provoca. Este es el “enemigo silencioso” que corroe a los pueblos y permea todas las estructuras que permitirían una sociedad sana y solidaria. En cada “apropiación indebida” o “recorte de los dineros públicos” han quedado muchos pobres sin casa digna ni hospital ni educación ni salud… etc. Quienes fueron juzgados nunca devolvieron ni siquiera un centavo de lo apropiado indebidamente. Es hora de asumir la cuenta dolorosa de la corrupción y rectificar como Zaqueo: “Se puso de pie ante el Señor y le dijo: Señor la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más” (Lc 19,8). También nosotros como Iglesia tenemos que devolverle a la gente un testimonio moral y espiritual que les permita volver a dejarse convencer por Jesús, acogiéndolo. El Presidente de la República llamó a cuidar las instituciones, porque están heridas y marcadas por el flagelo de la corrupción, lo que les ha hecho perder credibilidad.

PALABRA DE VIDA

Sab 11, 22-12,2                “Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho”. 

 Sal 144, 1-2.8-11.13-14 Bendeciré al Señor siempre y en todo lugar.

2Tes 1, 11-2,2                   “Que Dios los haga dignos de su llamado”.

Lc 19, 1-10                         “El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

              

               Les invito a mirarnos en el espejo de la Palabra de Dios de este domingo. Sólo la Palabra puede convencernos de la urgencia de la conversión personal y social como desafío irrenunciable de nuestra fe en el Señor de la Historia.

               Del Libro de la Sabiduría, 11, 22 – 12, 2

               El texto de la Sabiduría que escuchamos hoy, es considerado uno de los más bellos del Antiguo Testamento. Y con toda razón. Junto con resaltar la omnipotencia de Dios por sobre el mundo creado, que no pasa de ser “como grano de arena o como gota de rocío mañanero”, el autor resalta la misericordia infinita de Dios para con sus creaturas: “Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan” (v. 23). La omnipotencia de Dios también se muestra en el perdón que restituye al hombre pecador a su dignidad. Esto es tan consolador que llena de esperanza y abre a la confianza. Dios se compadece de todos, sin importar la gravedad de sus pecados y así quiere que todos los hombres se salven. Nos anima recordar esta siempre necesaria buena noticia ante un mundo que vive sin esperanza y en una porfiada desconfianza de todo y de todos. La misericordia es la otra cara del amor de Dios por nosotros: “Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado” (v. 24). Todo existe por esa voluntad amorosa con que ha sido creado por Dios. Y el relato del Génesis sobre la creación repite sin parar “y vio Dios que todo era bueno”. Y cuando hemos olvidado estas certezas de nuestra fe, el hombre se siente con derecho a destruir la creación mediante su apetito consumista insaciable. Vemos nuestras ciudades y nos es difícil decir que son los lugares acogedores y dignos de los seres humanos que las habitan. Una espiritualidad ecológica es esencial en estos tiempos, dado el desprecio por el medio ambiente, la falta de sentido con que se mira el mundo creado por Dios. Termina este precioso texto diciendo: “Todos llevan tu soplo incorruptible” (12, 1). Otro olvido gigantesco en la sociedad de hoy, razón por la cual asistimos al interminable listado de seres humanos maltratados, marginados, desterrados, muertos, sin esperanza. Todo hombre y mujer poseen una dignidad que nadie se las puede arrebatar, son creaturas de Dios. El tema de la vida no se reduce al penoso tema del aborto, siendo el más grave de los atentados contra vida humana, pero igualmente perverso es el espectáculo de la extrema pobreza, de los atropellos a la dignidad humana, etc. El Señor no se cansa de llamarnos y de ejercitar su paciencia misericordiosa: “Por eso corriges poco a poco a los que caen, les recuerdas su pecado y los reprendes, para que se conviertan y crean en ti, Señor” (12.2). El pecador se equivoca cuando piensa que Dios no ve ni se da cuenta del mal en que está metido. El Señor, por el contrario, no nos abandona. Espera nuestra conversión y nuestro acto de fe en Él. Admirable actitud de Dios sin lugar a dudas. En los más diversos vericuetos del camino del hombre, el Señor nos está siempre esperando para ejercer su amor misericordioso. ¿Entendemos así la acción de nuestro Dios y Padre? ¿O seguimos creyendo que es un padre vengativo que gusta ver sufrir a sus hijos? ¡Cuán extraña es nuestra imagen de Dios, cuán lejos está de la Divina Revelación!

               Salmo 144, 1-2.8-11.13-14 es un himno alfabético de alabanza a Dios y el centro es el Señor que se revela por medio de sus obras, como un Rey grande, justo y poderoso, pero también bondadoso y compasivo con todos (vv. 8-9) Hermoso es el v. 14 “El Señor sostiene a los que caen y endereza a los que están encorvados”. Hay que destacar una certeza creyente muy olvidada, la bondad de Dios hacia sus criaturas. Hay un sentido profundo de orfandad, una carencia de un vínculo sustentable de la existencia humana como es la relación amorosa con Dios.

               De la segunda carta de San Pablo a los cristianos de Tesalónica 1, 11- 2,2

               Una emoción especial sentimos ante este texto. Es la primera carta de San Pablo, dirigida precisamente a la comunidad cristiana de Tesalónica. Y es el primer escrito del Nuevo Testamento compuesto el año 51 d.C. en Corinto. Nos permite penetrar en la vida y preocupaciones de las comunidades cristianas situadas en el mundo griego o helénico. Una de las inquietudes de los cristianos de la primera época fue precisamente la pronta venida de Jesús por segunda vez. Creían que la Parusía estaba a las puertas. San Pablo les pone en aviso sobre los infaltables “profetas” y agoreros que perturban con sus anuncios de la inminente llegada del Día del Señor. Y les invita a permanecer cumpliendo su llamado o vocación y su misión apostólica. Hay que preocuparse de la vida cristiana y de la evangelización, más que de “fin del mundo”, “catástrofe cósmica” y otros anuncios de moda que mantienen a los incautos bajo presión incesante. Es mejor preocuparse de la conversión y de la misión que Jesús nos encomendó. Si así fuera, no tendríamos tiempo para andar detrás del último anuncio catastrófico de las redes sociales, por ejemplo. Es muy tentador dejarse arrastrar por los anuncios apocalípticos que nunca faltan en el mundo, sobre todo en los tiempos de crisis y de compromisos más certeros. Parecemos más preocupados del acabo del mundo que de su transformación por obra del Espíritu de Dios. Lo primero sólo provoca miedo, lo segundo compromiso y vida.

               Del evangelio según san Lucas 18, 1 – 9

               Conocer a Jesús tiene siempre consecuencias. Cuando se trata de pobres que no tienen nada o muy poco, no tienen que dejar nada externo como bienes materiales cuando quieren seguir a Jesús. Pero ¿qué sucede cuando el que se encuentra con Jesús es un rico en bienes materiales? ¿Qué pasa cuando el convertido es un rico, qué pasa con sus bienes? A esto responde el evangelio de Zaqueo, verdadero paradigma del que conociendo a Jesús, no sólo se despoja con prontitud de lo material sino que permite que su corazón también sea transformado por la gracia, para abrazar el proyecto de la justicia del Reino de Jesús.

               La relación de Jesús con los publicanos, y Zaqueo era “jefe de los recaudadores de impuestos y muy rico”, dice el texto (v. 2), se expresa en el perdón que les otorga cuando se han acercado a Él. Si, en general, el publicano o recaudador de impuestos era despreciado y asimilado a los pecadores públicos por su relación con el poder pagano ocupante, los impuestos eran para Roma, y por sus frecuentes cobros excesivos de los mismos, Jesús los acoge. ¿Qué implica el perdón de Jesús respecto a la fortuna mal adquirida? El evangelio de este domingo nos ayuda a descubrir lo que la gracia le exige a un hombre rico.

               Un día este hombre rico, que seguía su propio estilo de vida como jefe de los recaudadores de impuestos, sintió algo nuevo, una curiosidad por saber quién era Jesús. Para ello, emprende el intento por acercarse por donde Jesús iba a pasar; a primera vista, encuentra obstáculos: mucha gente y bajo de estatura, que le impiden lograr su propósito. Frente a estos obstáculos, Zaqueo se las ingenia y se adelanta un poco, se sube a un árbol desde donde esperaba cumplir su deseo, pues por allí pasaría Jesús. Y, he aquí que acontece lo inesperado. Dice el relato: “Cuando Jesús llegó al sitio, alzó la vista y le dijo: - Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa” (v. 5). Jesús rompe toda norma de urbanidad: se hace el invitado a casa de Zaqueo y se hospedará. Jesús conoce a Zaqueo en su miseria, se adelanta y llama. Y Zaqueo lo recibe: “Bajó rápidamente y lo recibió muy contento” (v. 6). Admiramos la fineza de Jesús y la prontitud y alegría de este pecador. No es fácil para Jesús el camino que ha tomado a favor de este pecador rico. Dice el texto que: “Al verlo, murmuraban todos, porque entraba a hospedarse en casa de un pecador” (v. 7). No podemos esperar el aplauso por nuestra coherencia con el Señor y su Evangelio. Generalmente recibiremos la incomprensión de los de fuera, los que no logran comprender la fuerza del amor misericordioso de Dios y también de los de dentro, la propia familia, la comunidad.

               Zaqueo descubre que aceptar a Jesús es recibir la gracia de Dios y que implica un cambio de actitud y de conducta. No bastan los deseos, es necesario ponerlos en práctica: Donde he robado haré justicia dando cuatro veces más de aquello que he quitado; y la mitad de mi dinero, lo pondré a disposición de los demás. Esto significa acoger a Jesús: cambiar de estilo de vida. Por eso Jesús declara: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también él es hijo de Abrahán, porque el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo perdido” (v. 9 – 10).

               Concluyamos. ¿Pienso que la vida cristiana sólo se refiere a la vida espiritual? ¿Acepto que ser cristiano tiene consecuencias prácticas que repercuten en todos mis semejantes? ¿Qué consecuencias sociales y económicas tiene la salvación cristiana? ¿Acaso Cristo no vino a proponer un cambio a todo nivel? ¿Estoy atento al “paso de Dios” por mi vida concreta?

               Que el Señor nos bendiga y nos guarde.                        

      Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

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