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Domingo 20 de Octubre, 2019

 
El evangelio de hoy contiene una parábola con dos protagonistas muy opuestos entre sí: por una parte, un juez y, por otra, una viuda. Desde el comienzo, Jesús orienta el sentido de la parábola cuando dice: “Para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse, les contó una parábola” (v. 1).

¡Señor Jesús! Haznos Mensajeros de tu Reino

               El Mes Misionero que el Papa Francisco ha querido que celebremos para recordar y revitalizar el compromiso con la misión evangelizadora que todo bautizado tiene, nos ayuda a tomar conciencia de la dificultad real con que nos encontramos en el actual momento de nuestro país y del mundo en general. La misión de la Iglesia choca con aspectos cada vez más difíciles de resolver tales como el relativismo práctico en que estamos inmersos que, al decir del Papa, “es todavía más peligroso que el doctrinal”. ¿Por qué razón? Porque el hombre descarta a Dios desplazándolo del centro de su vida real y, al desplazarlo, pone el centro en sí mismo. Así, cada uno  empieza a vivir según sus conveniencias circunstanciales. Son otros los intereses que mueven la vida y determinan las prioridades; de esta manera, todo lo demás resulta relativo. Las consecuencias de esta actitud vital, marcada por el yo propio como centro absoluto  de la vida, hacen muy difícil entrar en el espíritu del Evangelio de Jesús. Y donde no hay lugar para Dios, tampoco hay lugar para el otro, de tal modo  que tampoco hay prójimo. Y si falta el otro como persona con la cual se puede vivir un encuentro, dialogar, escuchar, consolar, ayudar…la vida se convierte poco a poco en un sin sentido. El relativismo rompe los vínculos, ignora la realidad del otro, edifica en sí mismo respuestas solitarias. Los cristianos y todas las personas de buena voluntad pueden romper este círculo del encierro del yo ofreciendo una propuesta de vida contracorriente que recibe un alentador nombre de Buena Noticia, Buena Nueva. Y, ¡cuán acertada es esta propuesta para este mundo “cerrado” y encerrado en el sujeto solo y aislado! Gracias a Dios hay por todas partes estas pequeñas células de vida nueva y constituyen la levadura en la masa gigantesca de relativismo de egocéntricos y narcisistas. Abrir la vida al Otro y a los otros es lo más maravilloso que nos puede pasar. Admirable es el ejemplo de Jesús, nuestro Salvador, y admirable la inmensa legión de discípulos y discípulas que hoy, en palabras y acciones, hacen presencia de esa realidad nueva en medio del mundo, que es el Reino de Dios. La misión es esencial a nuestra vida cristiana. ¡Hay de mí, dice Pablo, si no evangelizo! ¿Podrías decir tú lo mismo?        

PALABRA DE VIDA

Ex 17,8-13          “Mientras Moisés tenía los brazos levantados, vencía Israel”.

Sal 120, 1-8        Nuestra ayuda está en el Nombre del Señor.

2Tim 3, 14- 4,2  “Proclama la Palabra de Dios”.

Lc 18, 1-8           “Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque nos haga esperar?”

               Jesús es Maestro de la oración cristiana. Enseñó porque es necesario aprender a orar. No sabemos orar y necesitamos ser instruidos por el Señor y por la comunidad de los discípulos. Es necesario volver siempre de nuevo a aprender este arte de los labios del Maestro. No se trata de una actividad esporádica ni de vez en cuando. Jesús enseña que hay que orar siempre, sin descanso. ¿Por qué? Porque orar es “tratar de amistad con quien sabemos nos ama”, dirá Santa Teresa de Ávila. Y una amistad se acrecienta con el encuentro frecuente y el diálogo ininterrumpido, diálogo de amor. Así la oración cristiana es el diálogo de los hijos con el Padre. No siempre somos conscientes de este vínculo filial, la filiación adoptiva en que nos insertó el bautismo. Ya no somos siervos o esclavos sino hijos en el Hijo de Dios, nos recuerda San Pablo. En la oración se renueva nuestra hermosa condición de ser hijos del Padre único, que nos permite edificar la fraternidad universal. No basta con una hermandad horizontal; es esencial el vínculo vertical con el Padre de todos, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Orar y rezar son dos acciones distintas. Rezar es recitar formas aprendidas de memoria que constituyen la forma llamada oración vocal. Tiene ventajas y desventajas: nos facilita el contacto con Dios pero corremos el peligro de recitar por costumbre, por rutina, sin compromiso personal. Orar es aprender a contemplar, a entrar en el santuario interior donde se acoge la Palabra, se la rumia, se la gusta.

               Dejemos fluir la Palabra de Dios que se nos proclama este domingo.

               Del Libro del Éxodo 17, 8-13

               La primera lectura de hoy está tomada del segundo libro del Pentateuco, los cinco libros sagrados de la Torá o Ley de Israel, el del Éxodo. La lectura de hoy se refiere al episodio bélico de Israel con Amalec o los amalecitas, unas tribus del sur, en la región del Neguev. Se trata de un grupo nómada que toma la iniciativa de  atacar a Israel y ante lo cual Moisés propone una estrategia a Josué con un pequeño grupo de hombres de guerra, mientras él, provisto del bastón de los prodigios en la mano, suplica desde lo alto de la colina. La suerte de la batalla depende de este gesto: mientras Aarón y Jur mantienen en alto los brazos de Moisés, Josué remata la victoria de Israel. Fijémonos que Moisés no es presentado como un caudillo militar y guerrero sino como un intercesor y un taumaturgo: lleva en la mano el bastón de los prodigios como una vara mágica pero cuidado, es una imagen que puede ser malinterpretada. Es un recurso literario para hablar de la acción salvadora de  Dios. La victoria de Israel no se atribuye ni el bastón ni al gesto suplicante ni al Moisés orante, sino a Dios, de cuya obra sólo se puede hablar por esos signos u otros semejantes. La actitud de Moisés en oración es la del que suplica al Dios soberano, que no puede ser manipulado y que libremente  responde a la súplica del hombre. Por esta razón, este episodio nos ayuda a comprender el lugar de la oración y la absoluta centralidad de la acción salvadora de Dios. La oración no es manipulación de un “poder divino” sino humilde súplica a Dios omnipotente y libérrimo en sus acciones. La lección para nosotros y para todos los tiempos es la misma: la gracia de Dios se concede a través de la súplica hecha con fe y perseverancia. El “arma” que usa Moisés no es la espada sino la oración y la imagen es la del orante e intercesor de su pueblo ante el Dios omnipotente. Y la victoria que Israel logra no es el fruto de las armas sino de la plegaria creyente de Moisés. Y otro aspecto fundamental de este relato es que la esperanza se nutre más en la oración que en las armas y medios puramente humanos. ¿Cómo oro normalmente? ¿Creo firmemente que la plegaria hecha con fe y constancia es el camino para la acción de Dios?

               Salmo 120, 1- 8 es un canto de peregrinación y se articula como un diálogo entre los grupos de peregrinos hacia la Ciudad Santa que, mientras van de camino, buscan con su mirada entre los montes la definitiva montaña de Sión donde se alzaba el Templo. Es lo que expresa el primer versículo: “Levanto mis ojos a las montañas: ¿de dónde me vendrá la ayuda?. En el resto del bello salmo Dios toma la figura de un centinela, vigilante para proteger a sus fieles. Nos hace bien recitar este salmo en medio de nuestra peregrinación diaria al encuentro con el Señor.

               De la segunda carta de San Pablo a Timoteo 3, 14 – 4, 2

               Estamos ante la última recomendación a Timoteo, centrada en la Sagrada Escritura que “desde niño conoces” (v. 15). Inspirada por Dios, la Sagrada Escritura es fuente de sabiduría para salvarse por la fe en Cristo y para guiar a la comunidad que le ha sido encomendada, a través del ministerio de “enseñar, argumentar, encaminar e instruir en la justicia” (v. 16). Una afirmación fundamental dice la Sagrada Escritura de sí misma: “Toda Escritura es inspirada” (v. 16) por Dios, por el soplo del Espíritu Santo. El cristiano se convierte en “hombre de Dios” y “mujer de Dios” por la Palabra, es decir, en personas que escuchan, practican y proclaman la Palabra de Dios. En este sentido se comprende a los cristianos como “profetas” junto a su condición de “sacerdotes” y “reyes”. Es la Palabra “formadora y capacitadora” del cristiano para que realice las obras buenas que el Señor espera. La Palabra es transformadora y en este sentido es eficaz en su cometido, es decir, en la conversión del hombre. Concluye esta recomendación, tomando a Dios y a Jesucristo como testigos y teniendo como horizonte el final de la historia, con una intensa invitación a Timoteo: “Proclama la palabra, insiste a tiempo y destiempo, convence, reprende, exhorta con toda paciencia y pedagogía” (v.2). Las acciones del ministerio están expresadas en formas imperativas para expresar la necesidad y urgencia del anuncio de la Palabra de Dios. Es una de las  mejores formas de expresar la vocación y misión del ministerio ordenado: obispo, sacerdote y diácono, dentro de la Iglesia, como servidores de la Palabra de Dios.

               Del evangelio de san Lucas 18, 1-8

               El evangelio de hoy contiene una parábola con dos protagonistas muy opuestos entre sí: por una parte, un juez y, por otra, una viuda. Desde el comienzo, Jesús orienta el sentido de la parábola cuando dice: “Para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse, les contó una parábola” (v. 1). Otra traducción dice: “Les propuso una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desanimarse”(Biblia de Jerusalén). El sentido de la parábola es hacernos un llamado a perseverar en la oración, a ser insistentes, constantes, a confiar que Dios no dejará de atender nuestra situación, aunque tarde en responder.

               La perseverancia no es una virtud muy querida en la cultura de la velocidad como la nuestra. Tenemos la impresión que el deseo debe cumplirse en el instante, lo más rápido posible como quien aprieta un botón y tiene al instante lo que desea. La parábola contradice esta convicción moderna. Las cosas importantes acontecen bajo otra ley, la de la espera fiel, la de la vigilancia alerta. Dios no es una máquina reproductora de deseos humanos instantáneos. Dios no hace milagros a gusto del consumidor. No está en nuestras manos manipular a Dios, obligarlo a respuestas rápidas, determinando lo que debe hacer o no hacer. Dios hará cuando quiera, es el Ser más libre que podemos imaginar. Como queremos todo rápido y a nuestra manera, la perseverancia en la fe, en la esperanza, en la plegaria se nos hace cuesta arriba, razón por la cual vivimos inmersos en una sensación de vértigo, de frustración constante, de insatisfacción vital. Estamos enfermos de desesperanza.

               La parábola describe dos actitudes posibles. Por una parte, la del juez “que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres” (v. 2). Es un símbolo de una porción de la humanidad de los poderosos, que se ensalzan, que hacen alarde de su poderío y riquezas. Es paradojal que sea un “juez injusto”, es decir, quien se supone tiene el deber de hacer justicia se convierte en un “  juez injusto”. Este juez injusto tiene clara su condición: “Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres” (v.4). Esta es una verdad del tamaño de una montaña. Si alguien da la espalda a Dios, no lo considera ni lo tiene en cuenta, esto significa “no temer a Dios”, la misma actitud tendrá con el prójimo al no reconocerlo en su dignidad y por lo tanto no respetarlo como otro. El hombre moderno ha dado la espalda a Dios y quiere edificar una sociedad “laica”, sin Dios. ¿Será posible este “proyecto”?

               Por otra parte, la contrapartida es la viuda, símbolo de los empobrecidos de la tierra y de todos los tiempos. Representa a quienes han perdido toda esperanza que los hombres puedan hacer de la tierra un espacio de justicia y paz. Entonces claman justicia, sin cesar hacen oír su grito desesperado, y como la viuda, que en la Biblia es el signo de la persona pobre, desvalida y abandonada, ablanda el corazón empedernido del juez injusto y éste decide hacerle justicia. Los pobres pueden siempre hacer oír sus gritos, alzar su voz y seguir esperando y esperando.

               Jesús hace una invitación: “Fíjense en lo que dice el juez injusto”(v.6). ¿Qué ha dicho? “Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, así no seguirá molestándome” (v. 4.5). Pero Jesús continúa: “Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos si claman a él día y noche? ¿Los hará esperar?(v.7). Esta es la clave de lectura de la parábola. Jesús recuerda la gran propuesta de Dios: que los empobrecidos de la tierra, como en el caso de la viuda, se convenzan que el primer interesado en su causa es Dios mismo. Dios está a favor de los pobres en la más amplia gama de situaciones de injusticia y atropello que sufren. Lo normal es que los pobres pierdan toda esperanza, incluso abandonen a Dios creyendo que no vale la pena seguir creyendo, amando y esperando. Por eso la advertencia de Jesús: “Sólo que, cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?”(v. 8). Para que no se apague nuestra fe y perdamos la esperanza, nos manda orar sin pausa: “¿No hará justicia a sus elegidos si claman a él día y noche?(v. 7). El Reino no es ideología ni estrategia populista; el Reino es “esperar contra toda esperanza”. María, la poetisa de la liberación, canta: “Derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos”(Lc 1, 52-53). Ella refleja las convicciones de una creyente cuyo testimonio irradia a lo largo de los siglos como un canto de la auténtica liberación a favor de los empobrecidos, marginados y excluidos de la tierra.                                             

Un saludo fraterno.

Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

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