7° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

7° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

Domingo 23 de Febrero, 2020

 
Los diez versículos del texto de hoy son tan importantes como los que ya escuchamos en el domingo pasado. Parte el texto mostrando la postura de Jesús frente a la ley del talión y el desarrollo inaudito del amor al prójimo.

7° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

¡Señor Jesús! Ayúdanos a actuar como tu Padre Eterno

                Están de moda los protocolos, en los tiempos pasados eran los estatutos o reglamentos, las pautas de acción, en síntesis, el manual de disciplina. Y en estos domingos, el Señor nos está ofreciendo unos protocolos básicos para los que acepten ser sus discípulos. El domingo pasado ya nos ofreció la primera hoja de ruta con indicaciones bien precisas: “antes se dijo pero yo les digo”. Esta es la fórmula clave para comprender la novedad de su propuesta. Si no fuera así, tendríamos la sensación que el evangelio de la bienaventuranzas es más de lo mismo, más mandatos o normas. Pero no. Jesús quiere recordarnos cómo se vive su novedad, su vida nueva. Ese “antes” sólo es posible entenderlo desde el absoluto “pero yo os digo”. La novedad no es otro mandato sino la mismísima Persona de Jesús, que proclama las dichas para los pobres y para todos los que estén dispuestos a aceptarlo. Jesús no es otro Moisés, semejante al líder carismático del Antiguo Testamento; es el Hijo de Dios al que es necesario escuchar y seguir, la definitiva propuesta salvífica del Padre. Tiene la autoridad de Dios para fijar las condiciones que un discípulo debe vivir si quiere salvación y vida en abundancia. El domingo pasado escuchamos las cuatro primeras propuestas, no para opinar sobre ellas ni someterlas a discusión, porque “no son al gusto del consumidor” sino la manera concreta con que el discípulo pone en práctica la minuta o protocolo para vivir como tal. En este domingo escucharemos la quinta y sexta “antítesis” como les llaman los especialistas. Las escuchamos y las meditamos para sacar las consecuencias prácticas que Jesús nos propone que vivamos. Nos podemos fijar que estas aplicaciones prácticas del programa de las bienaventuranzas, programa de y para la vida concreta, no corresponden a la lógica humana que cada uno defiende. Los discípulos deben actuar contra toda lógica humana, lo que indica que la puesta en práctica del protocolo de Jesús no dejará de producirnos resistencia o violencia incluso para poner en práctica el programa del discípulo de Jesús. ¿Estamos dispuestos a reconocerlo y a abrazar todas sus consecuencias? He ahí la cuestión de fondo. Nuestro comportamiento debe reflejar el comportamiento de Dios, como el Hijo lo manifiesta. Ya sabemos que esto nos asusta pero esa es la pauta a seguir si quieres ser discípulo verdadero. Y como no somos dioses sino humanos tendremos que vivir muy atentos a nuestro comportamiento diario. ¡Qué programa nos ofrece Jesús! Sigamos “poniendo la mano en el arado” sin mirar para atrás. Sólo así se puede abrir surco de auténtica novedad liberadora en medio del mundo de hoy. Es decir, ser santos en camino.  

PALABRA DE VIDA

Lv 19, 1-2.17-18                “Sean santos, porque yo, el Señor, su Dios, soy santo”.

Sal 102, 1-4.8-13              El Señor es bondadoso y compasivo.

1 Cor 3,16-23     “¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?”

Mt 5, 38-48         “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”.

                Se me ocurre citar las palabras de Benedicto XVI por considerar su reflexión tan certera cuando dice: “De esta manera, el Sermón de la Montaña plantea la cuestión de la opción de fondo del cristianismo, y como hijos de este tiempo sentimos la resistencia interior contra esta opción, aunque a pesar de todo nos haga mella el elogio de los mansos, de los compasivos, de quienes trabajan por la paz, de las personas íntegras…Sí, las Bienaventuranzas se oponen a nuestro gusto espontáneo por la vida, a nuestra hambre y sed de vida. Exigen “conversión”, un cambio de marcha interior respecto a la dirección que tomaríamos espontáneamente. Pero esta conversión saca a la luz lo que es puro y más elevado, dispone nuestra existencia de manera correcta” (Jesús de Nazaret, 127). “Sólo por la vía del amor, cuyas sendas se describen en el Sermón de la Montaña, se descubre la riqueza de la vida, la grandiosidad de la vocación del hombre”(id.)

                Pasemos a la Palabra de Dios de este séptimo domingo. Sólo la Palabra de Dios puede cambiar en profundidad el corazón del hombre; por eso es importante que tanto los creyentes individualmente considerados como las comunidades entren en intimidad cada vez mayor con ella.

                Del libro del Levítico 19, 1-2.17-18

                Este libro del Pentateuco, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, es una obra especial. Se inserta entre la llegada de los israelitas al Sinaí como se narra en Ex 19 y su salida según Números 10. Es la razón porque se encuentra en el Pentateuco. Es obra del mundo sacerdotal o clerical y de ahí el nombre de Levítico. Su centro es el Templo y el culto en Jerusalén ya que en el siglo V a. C. Israel estaba bajo el dominio de Persia y debían cuidar su identidad cimentada, además del Templo y el culto, en la Torá. Estamos ante un libro repleto de normas y leyes, tradiciones y costumbres, lo que hace su lectura un poco tediosa. Su sentido religioso profundo es de perenne actualidad: el hombre se enfrenta con Dios desde su conciencia de pecado e indignidad, con el deseo de liberación y reconciliación. Nos servirá como cristianos el recordarlo pero ya no desde el templo y la Ley sino desde Cristo y su Reino.

                El texto de esta primera lectura está inserto en el llamado Código de Santidad que abarca los capítulos 17 a 26 del levítico. Se puede prestar atención a expresiones tales como “Yo soy el Señor”, “Yo, el Señor, su Dios, soy santo”, “Yo soy el Señor, que lo santifico”, etc. Y la santidad es atributo esencial de Dios que la manifiesta en acciones y manifestaciones en la naturaleza y en la humanidad. Dios, absolutamente trascendente, actúa para transmitir y comunicar su santidad. De nada serviría conocer que Dios es santo si tal santidad no se comunica y transmite para arrastrar al ser humano e introducirlo en la esfera de lo divino. El texto de hoy comienza con una afirmación central que le da sentido y unidad a todo el capítulo 19, es decir, a todos los variados preceptos que contiene, cuando dice: “Sean santos, porque yo, el Señor, su Dios, soy santo” (v. 2). Todos los aspectos de la vida humana, individuales y sociales, están inmersos y se orientan a santificar el Nombre de Dios. Dentro de este panorama espiritual central es muy significativo el conjunto de normas justas hacia el prójimo entre los versículos 9  a 18. Dentro de éstos, prestemos atención al siguiente texto: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor” (v. 18). Es la misma expresión que Jesús nos propone como el culmen y centro de la Ley y los Profetas, junto con el amor a Dios.  La santidad se la encuentra en la responsabilidad integral con que cada creyente vive su propio estado de vida, de manera coherente, auténtica y en fidelidad al Señor. Hay que distinguir santidad de otros aspectos secundarios como ascetismo, actitud piadosa, voluntarismo moral, espiritualismo, mortificación, perfeccionismo. La santidad siempre es referencia esencial y dinámica a Dios y el ser humano está llamado a entrar en esa dimensión propia de Dios, lo que es posible por la acción de su Espíritu y de su Hijo Amado Jesucristo. El hombre entra a un proceso de divinización, es decir, participa de la vida misma de la Trinidad Santísima desde su bautismo.

                Salmo 102, 1-4.8.10.12-13 es un himno a la bondad de Dios que el salmista hace a modo de soliloquio o reflexión en su interior y expresa la alabanza que ensalza la extraordinaria bondad del Señor y su generosidad con los humildes y oprimidos. Y una verdad tan escasa en ciertos tiempos incluso dentro de la Iglesia el que Dios no es un juez rígido sino “como un padre cariñoso con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles”. Podemos orar con este bellísimo salmo en medio de las acechanzas del miedo, la incertidumbre y la rabia que nos envuelven.

                De la primera carta de san Pablo a los Corintios 3, 16-23

                Seguimos con la primera carta de San Pablo a los cristianos de Corinto. El texto de la segunda lectura de este domingo está dentro de un contexto más amplio. En el capítulo 3 el Apóstol lleva a enfrentar la inmadurez cristiana de los fieles de Corinto. Así se abre el tema: “Yo, hermanos, no pude hablarles como a hombres espirituales, sino como a hombres simples, como a niños en la vida cristiana” (v. 1). Y, ¿por qué esta inmadurez espiritual? No pueden tolerar el alimento sólido cristiano  “dado que aún los guía el instinto”. Y la muestra de esa inmadurez son las envidias y discordias, es decir, “se dejan guiar por el instinto y por criterios humanos en su conducta”, dice el Apóstol. Así queda al descubierto que están poniendo otro cimiento para su vida personal y comunitaria. Apunta con claridad y firmeza: “Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, que es Jesucristo” (v. 11). El texto de hoy es extraordinario y constituye un cambio radical en el tema del santuario. El templo era para Israel el lugar de residencia de la Gloria de Dios. El nuevo santuario de Dios, dice Pablo, no son los edificios o templos sino las personas. Así la persona humana se reviste de una dignidad insuperable: es santuario de Dios y el Espíritu de Dios habita en ella. Por lo tanto, ¡qué maldad encubren los abusos, maltratos, injusticias, atropellos, violaciones, etc.! Concluye el texto con una certeza: “Todo es de ustedes, ustedes son de Cristo, Cristo es de Dios” (v. 22.23). Nunca seremos el centro ni el fundamento de nuestra salvación; el núcleo es el misterio de Dios que en Cristo nos regala su Espíritu. Llegar hasta aquí es propiamente la madurez espiritual del cristiano. Mientras gire en torno a sí mismo, a sus obras y a sus intereses, todavía está en la infancia o inmadurez espiritual. Desde esta antropología del cuerpo podemos calibrar más hondamente la hondura de la maldad de los abusos sexuales y toda forma de atropello a la persona humana, redimida por Cristo.

 

                Del evangelio según san Mateo 5, 38-48

                El evangelio de este domingo nos ofrece las restantes antítesis que el Sermón de la Montaña desarrolla mediante la fórmula “ustedes han oído que se dijo… Yo les digo...” Estamos dentro de esa gran sección del Sermón que confronta a Jesús y la Ley, desde el versículo 17 a 48. Los diez versículos del texto de hoy son tan importantes como los que ya escuchamos en el domingo pasado. Parte el texto mostrando la postura de Jesús frente a la ley del talión y el desarrollo inaudito del amor al prójimo. Ya el “ojo por ojo, diente por diente” significó un avance extraordinario en la convivencia humana, porque significaba poner un límite a la feroz ley de la venganza con que se resolvían las dificultades de convivencia. Sin embargo, Jesús da un paso inaudito y nos propone unas exigencias, para una gran mayoría incluso de cristianos, desconcertantes y provocativas, que rompen lo establecido o simplemente lo que más gusta o acomoda. Manifiesta Jesús un “ir contracorriente” audaz y radical, porque “muerde” nuestras más hondas tendencias. ¿Acaso no emergen desde nuestro interior inmediatamente las ganas de revancha o venganza frente al que nos hace daño? Contra este muro interior chocan las palabras de Jesús y martillean sin cesar en sentido contrario: hay que perdonar de corazón y especialmente al enemigo y esto solo por amor.

                Todo esto se entiende sólo si todavía somos capaces de confrontarnos con honestidad y franqueza frente al Sermón de la Montaña como el programa de vida del discípulo de Jesús. Para nadie es una novedad que estamos ante una sociedad cada vez más tensa, agresiva y violenta. Pero el evangelio de hoy nos pide no poner resistencia al que nos hace mal y que hay que ofrecer la otra mejilla a alguien de carne y hueso que te abofetea. Para mucha gente, estas propuestas son impracticables y responden a otra época. Sin embargo, no olvidemos que estamos tocando el núcleo más original y específico del evangelio de Jesús. Es definitivamente cierto que Jesús y su Reino significan un cambio de valores y una superación de los viejos estilos de relaciones humanas. Es el corazón del Evangelio cristiano el que está en juego y no un aspecto determinado. El amor al prójimo no es nunca un añadido, un asunto lateral de la santidad cristiana; es, por el contrario, la médula de la columna vertebral del  cristianismo. Y esto es así de real y verdadero porque la llegada del Reino de Dios significa que el amor misericordioso y compasivo de Dios se hace realmente presente en la Persona, palabras y obras de Jesús. Estamos desde entonces “en la plenitud de los tiempos”, en la etapa decisiva de la historia humana y salvífica. La novedad del Evangelio es la novedad del amor de Dios encarnado en nuestra historia personal y comunitaria. Desde aquí se obtiene la justa perspectiva para ver y oír lo que está aconteciendo ya ahora en el mundo nuevo que el Señor Jesús, con su misterio pascual, ha inaugurado ya. Esta realidad nueva afecta nuestras relaciones con Dios y con el prójimo, y ambas deben ser abrazadas al modo de Jesús, Maestro y Modelo del discípulo. Nuestra tarea solo culmina en la pascua; mientras tanto sigamos caminando guiados por el Espíritu y la Palabra, “fijos los ojos en Jesús” como nos lo recuerda el predicador en la carta a los Hebreos, y, por cierto, muy atentos a María, “la fiel discípula de Jesús” como nos lo propone Aparecida.

                Un saludo fraterno y que el Señor nos empuje hacia la belleza de la Vida Nueva.                              Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M. 

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