5°DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

5°DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

Domingo 09 de Febrero, 2020

 
Vayamos a los textos y dejemos que nos hablen al corazón bajo la luz del Espíritu Santo, el llamado “maestro interior” del discípulo de Jesús y de todo hombre de buena voluntad. La Palabra es una antorcha que incrustada en el corazón de cada uno irradia luz sobre toda la persona y sobre el mundo que le rodea.

¡Señor! Que mi vida sea una pizca de luz y de sal

               ¡Qué llamada nos hace el Señor en la Palabra de este domingo! Y al escucharlo puede aparecer la tentación de entenderla desde nuestra megalomanía modernista, la misma que domina la sociedad de nuestro tiempo. Sólo bastaría contemplar la brillantez y grandiosidad de los espectáculos artísticos de hoy, una verdadera euforia de los medios técnicos que permiten desarrollar, a través de la espectacularidad de los efectos de sonido, luz, movimiento y color que dejan al respetable público  con la pasajera sensación de lo increíble. Todo ese esplendor se deshace rápidamente cuando retornamos a nuestra realidad. ¿Estará Jesús pensando en este tipo de espectacularidad cuando nos identifica con la luz y la sal de la tierra? Naturalmente  que no. El mismo no vivió así su anuncio del Reino y su propia vida mesiánica. Jesús no hizo un montaje, una escenografía que nos dejara con la boca abierta. Él ha vivido en medio de la cotidiana realidad marcada por la presencia de los pobres, los enfermos, los lisiados, los pecadores, los cobradores de impuestos, los pescadores, la multitud hambrienta y extraviada como “ovejas sin pastor”. ¿Solucionó todo Jesús en este mundo? No. Su propuesta sigue siendo muy sencilla y humilde. Su ministerio no fue espectacular, más bien cercano, avecindado en la pobre tierra de Galilea y rodeado de aquellos que nunca son los más importantes a los ojos de la sociedad. Entonces es tiempo de abrir los ojos y no sigamos soñando en una iglesia poderosa y llena de consideración social. Hay que ponerse en la senda concreta de Jesús. No pretendamos ser  grandes lumbreras ni espectaculares transformadores de la realidad. Se espera que seamos una pizca de luz y una pizca de sal, y eso bastará para iluminar y sazonar el mundo. Las imágenes que el Señor emplea no son para llenarnos de una superioridad ante el mundo sino para hacernos tomar conciencia del sentido de nuestra misión y del testimonio que debemos dar. No podemos  ignorar nuestras sombras, nuestra condición humana real. El Señor cuenta con ella y quiere que así y todo seamos una pizca de luz y una pizca de sal, pero lo suficiente para iluminar y sazonar nuestra vida y el mundo. Es tiempo de volver a la humildad de los comienzos, volver a Galilea porque es el camino de Jesús, nuestro camino también si queremos seguir siendo significativos para el mundo de hoy. 

PALABRA DE VIDA

Isaías 58, 7-10   “Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador…”.

Sal 111, 4-9        Para los buenos brilla una luz en las tinieblas.

1Cor 2, 1-5         “No quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado”.

Mt 5, 13-16        “Ustedes son la luz del mundo”.

              

              Vayamos a los textos y dejemos que nos hablen al corazón bajo la luz del Espíritu Santo, el llamado “maestro interior” del discípulo de Jesús y de todo hombre de buena voluntad. La Palabra es una antorcha que  incrustada en el corazón de cada uno irradia  luz sobre toda la persona y sobre el mundo que le rodea. Dejemos entrar esa luz en lo más profundo de nuestro ser para que así transforme nuestra lúgubre morada en morada iluminada. Eso significa dejarse redimir por el amor misericordioso de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

               De libro del profeta Isaías 58, 7-10  

               Isaías 58, 7-10 corresponde al Tercer Isaías (cc. 56-66). El capítulo 58 se refiere al ayuno, esa práctica ascética o de mortificación que está universalmente presente en los más diversos sistemas religiosos e incluso ideologías de corte espiritual; en Israel se lo comprende como una preparación para el encuentro con Dios. Con el ayuno “se humilla el alma”, así surge la actitud de dependencia respecto de Dios. Hoy se ayuna por diversas motivos: se ayuna para conseguir un beneficio del gobierno, se ayuna para bajar de peso y cuidar la silueta física, se ayuna por motivos de salud y prescripción médica, etc. La advertencia del profeta apunta a algo muy frecuente en el mundo religioso y consiste en olvidar la justicia como la gran tarea que Dios nos propone. Así dice: “El ayuno que yo quiero es compartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no despreocuparte de tu hermano” (v. 7). El profeta advierte acerca de un peligro frecuente: las prácticas religiosas como el ayuno, la oración, la limosna corren el serio peligro de convertirse en prácticas mecánicas y externas. Frente a esto hay que cuidar lo fundamental en la relación con Dios que es la justicia. La advertencia profética no pasa de moda y continúa siendo un auténtico llamado con urgencia. Muchos cristianos  tienen una gran preocupación por sus prácticas religiosas individuales; esto no estaría mal si con el mismo fervor y entrega atendieran al prójimo en tan variadas y difíciles circunstancias de hoy. Sería la única forma de combatir el individualismo que nos hace tanto daño. Es bueno hacernos un examen detenido cómo estamos practicando la justicia en nuestra propia situación. Y ¿cómo saber si estamos en el buen camino? El texto de la primera lectura de hoy señala unos criterios claros cuando habla de los frutos que produce la práctica de la justicia y constituye un buen ejercicio de examen de la calidad de vida humana y cristiana que cada uno lleva. Sólo así “surgirá tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía” (v.10). El mediodía se considera la máxima luz solar de un día, “cuando la luz del sol está en su cumbre”. Sugerente simbolismo para señalar la justicia que está iluminando una vida humana y evangélica. Practicar las obras de misericordia, las siete corporales y las siete espirituales, es hacer brillar tu luz como la aurora de la salvación.

               Salmo 111, 4-9 es un elogio del hombre justo que no es otro que “el hombre generoso”, cuyo cumplimiento cabal y justo de las obligaciones respecto de su prójimo le atrae la bondad de Dios. Con este salmo pidamos nosotros también practicar la generosidad con los demás en el amplio campo de la justicia y la caridad. Hay que volver a una moral de la generosidad como una actitud fundamental de la convivencia  propiamente humana y evangélica. No cabe la generosidad allí donde lo único que importa es mi propio bienestar y nada más.

 

               De la primera carta a los Corintios 2, 1- 5

               La Primera Carta a los Corintios nos sigue iluminando el camino comunitario y evangélico que San Pablo recuerda a los fieles de Corinto y también a nosotros. En el capítulo 2, el Apóstol enfrenta el binomio constituido por la sabiduría humana y la sabiduría superior, que él llama “la sabiduría de Dios, misteriosa y secreta” (v. 7). La sabiduría humana se expresa en la elocuencia, en el discurso persuasivo y convincente, en palabras sabias y persuasivas. Es el camino que Pablo no ha seguido al anunciarles el misterio de Dios. Ha seguido un camino opuesto al de los sabios de este mundo cuando afirma que “débil y temblando de miedo me presenté ante ustedes” (v.3). Su saber y sus credenciales no son otra cosa que Jesucristo: “Al contrario decidí no saber de otra cosa que de Jesucristo, y éste crucificado” (v. 2). Así el Apóstol no ofrece ningún conocimiento humano superior, una filosofía o ciencia humana, según los criterios de la sabiduría del mundo. La fuerza del mensaje cristiano nace y se sostiene en el Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones. Es el Espíritu, el “maestro interior”, que hace que los corintios y todo cristiano alcance la sabiduría misteriosa de Dios, es decir, Cristo y éste crucificado. Así la fe se funda en el misterio divino y no en razonamientos humanos. El fundamento de nuestra fe no son razones y argumentos humanos sino el misterio de Dios que se manifiesta “en el poder divino”, “el poder del Espíritu Santo”. Pero ¿estamos aceptando al Crucificado como fuente de vida nueva? Tenemos hoy un gran problema con el sufrimiento del justo y nuestra cristología práctica tiende a silenciar el misterio del Crucificado y sin éste no hay redención del pecado, liberación de la muerte ni salvación. ¿Qué imagen de Cristo presentamos en nuestra catequesis, liturgia, espiritualidad, pastoral?

               Del evangelio según san Mateo 5, 13-16

               San Mateo 5, 13-16 nos ayuda a seguir interiorizando el sermón de la Montaña, que no leímos el domingo pasado porque  coincidió con la Fiesta de la Presentación del Señor. La clave del texto de hoy son dos imágenes simbólicas muy claras: sal y luz. Son dos breves parábolas que cierran la introducción al sermón de las bienaventuranzas. Estos dos elementos son tan necesarios en la vida ordinaria de la gente y Jesús los convierte en dos símbolos que prácticamente se encuentran en todas las religiones y culturas, con el fin de indicar el sentido de la misión y del testimonio de sus discípulos.

               Si bien la novedad del texto de hoy no está en el uso de estas imágenes de sal y luz, lo verdaderamente novedoso es la aplicación personalizada de ambos a los discípulos que hace  Jesús. No es una afirmación general, impersonal, sino muy directa: “Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo” (vv. 13. 14). Para la tradición bíblica, las propiedades de la sal – dar sabor y preservar los alimentos- es un símbolo de la sabiduría. Para san Mateo, la sabiduría es la Palabra de Dios, la Buena Nueva o Evangelio que se hace carne en la vida de los discípulos. El Evangelio no es una teoría, o un tratado de moral sino una forma de vida, un estilo de vivir que se hace real en cada cristiano. Eso significa que el cristiano es sal de la tierra. “La sal, dice Benedicto XVI, en la cultura de Oriente Medio, evoca varios valores como la alianza, la solidaridad, la vida y la sabiduría”                                                                                                               Prestemos atención a la advertencia que sigue: “Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se le devolverá su sabor? Sólo sirve para tirarla y que la pise la gente”. ¿Qué significa esta advertencia? Si el cristiano, que es sal de la tierra, pierde su capacidad de sazonar y mantener vivo el evangelio en la sociedad donde vive, corre el peligro de convertir el evangelio en ideología y su vida en un anti testimonio de los valores del mismo; y, no sólo no da testimonio de lo que cree, sino que aleja a los demás del evangelio por su mal ejemplo práctico. Se requiere urgentemente un testimonio de una vida cristiana seria y consecuente, un cristiano creíble, convencido y convincente para preservar la fuerza transformante del Evangelio en un ambiente cada vez más alejado del sentido cristiano de la vida y del mundo. Que el Evangelio sea pisoteado por la gente significa que, a falta de un testimonio firme y en serio de los cristianos, éste será un sistema más entre miles, una ideología. Es la urgente llamada que nos ha hecho hace más de 50 años el Concilio Vaticano II cuando el apreciado San Juan XXIII quería una renovación profunda de la vida y testimonio cristiano. Es la misma fuerza de Aparecida cuyo documento corre el riesgo de convertirse en letra muerta. Y es la apremiante llamada del Papa Francisco en palabras y gestos para “poner a la Iglesia en salida”. “La Iglesia  necesita una conversión sin precedentes, un “corazón nuevo” para vivir y comunicar la Buena Noticia de Jesús con más verdad y más fidelidad a su persona, su mensaje y su proyecto del reino de Dios”, dice José Antonio Pagola. 

               “Ustedes son la luz del mundo”. Es la segunda breve parábola que está en la misma línea de la primera de la sal. Convengamos que con esta segunda imagen es más fuerte el nexo de la luz con el mensaje de Jesús, reflejada en la conducta diaria de los discípulos. San Pablo ofrece un paralelo entre la vida anterior de los cristianos como “un vivir en tinieblas” pero “ahora son luz en el Señor, vivan como hijos de la luz”. Lo propio de la luz es iluminar la oscuridad, hacer que las tinieblas desaparezcan. Pero de nada sirve ser luz del mundo si no hay testimonio de vida. El testimonio de vida es la prueba de fuego del discípulo auténtico. Y nuestra sociedad que ha despachado las utopías, las ideologías, las religiones, la política, aunque dramáticamente ha creado “el moderno panteón de dioses al alcance del consumidor”, no cree sino en un testimonio verdadero de lo que se cree, se espera y se ama. Si falta el testimonio de vida personal, la luz se hace opaca; la fe se hace concreta en las obras que nacen de una vida convencida. El cristiano es el candelero donde se pone la lámpara de la Buena Noticia “para que alumbre a todos en la casa”.

               Termino señalando que la Palabra nos invita a fijar nuestros ojos en Jesús, nuestro Redentor, que fue coherente con la misión que el Padre le encomendó. Él podía decir con toda razón: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no anda en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida”.

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                                                                                                                                                                                 Saludos y hasta pronto. Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.



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