6° Domingo de Pascua. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

6° Domingo de Pascua. Comentario del Evangelio

Domingo 21 de Mayo, 2017

 
Revisemos nuestra relación personal y comunitaria con Cristo, si efectivamente está marcada por el amor a Él, si se sustenta en una profunda e íntima relación de amor con Él y si estamos inmersos en el dinamismo de la comunión trinitaria.

6° DOMINGO DE PASCUA (A)

AÑO DE CRISTO REDENTOR

 “Al recibir la fe y el bautismo, los cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo que lleva a confesar a Jesús como Hijo de Dios y a llamar a Dios “Abba”. Todos los bautizados y bautizadas, “a través del sacerdocio común del Pueblo de Dios”, estamos llamados a vivir y transmitir la comunión con la Trinidad, pues “la evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria” (DA 157).

Textos

Hch 8, 5-8.14-17               “Oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo”.

Sal 65, 1-3.4-7.16.20 ¡Aclame al Señor toda la tierra!

1Pe 3, 15-18       “Cristo sufrió muerte en el cuerpo, resucitó por el Espíritu”.

Jn 14, 15-21        “Yo pediré al Padre que les envíe otro Defensor que esté siempre con ustedes”.

                Hoy la liturgia nos quiere preparar para celebrar Pentecostés, aunque falten dos semanas para ello. La Palabra de Dios de este sexto domingo de Pascua contiene varias referencias al Espíritu Santo. Es cierto que Jesús se va de nuestro lado, vuelve al Padre de donde vino. Sobre todo el evangelio de San Juan nos ofrece un hilo conductor que revela ese paso de Jesús de este mundo al Padre, en el ambiente íntimo y tenso de la última cena. Porque en verdad fue la última cena de Jesús humanamente presente entre los suyos. Sólo hacerse la idea de quedar solos, sin esa presencia aglutinante y aseguradora del Maestro entre sus discípulos, constituyó un auténtico proceso de cambio muy profundo para la novel comunidad cristiana. En esta coyuntura aflora en las palabras de Jesús las promesas del “otro Paráclito”, el Espíritu Santo, “para que esté siempre con ustedes”. Es el mismo Espíritu que ha resucitado a Jesús de entre los muertos nos dice la segunda lectura de hoy. Es el Espíritu que los apóstoles transmiten a través de la imposición de manos como nos lo recuerda la primera lectura. El Espíritu Santo no viene por su cuenta sino que es enviado por el Padre y el Hijo glorificado. Que estas referencias al Espíritu Santo nos ayuden también a pedirlo con fe e insistencia, porque de su acción en cada bautizado y en la Iglesia entera depende la vida eterna, la salvación, el testimonio, la misión, la santificación, en una palabra toda la vida cristiana.

                Dejemos que sea la Palabra de Dios la que suscite en nuestro interior esa plegaria y esa contemplación de la acción maravillosa del Espíritu de Dios en nuestra vida personal y comunitaria, en el mundo y en la sociedad. ¡Ven, Espíritu Santo, a iluminar nuestra inteligencia con tu admirable luz divina!

                Del Libro de los Hechos de los Apóstoles

                El personaje central del texto de la primera lectura de hoy es Felipe que en griego es Filippos y significa “amigo de los caballos”. Está mencionado entre los siete hombres elegidos según Hch 6,5 y se le reconoce como “uno de los siete evangelistas” (Hch 21,8). Es interesante prestarle atención a Samaría, considerada una población de mezcla de razas, razón por la cual en el siglo I de nuestra era los samaritanos eran considerados heréticos, legalmente impuros. Jesús tuvo un comportamiento sorprendente como lo recuerdan los evangelios. La iglesia primitiva no podía sino seguir ese trato benevolente del Maestro hacia los samaritanos. Felipe es el elegido para llevar la Buena Nueva a esta tierra, de tantas formas despreciada y llena de manifestaciones religiosas sincretistas. La misión evangelizadora encomendada a uno de los elegidos por los Apóstoles es exitosa. Al anuncio del Evangelio, los oyentes ven y oyen las señales de cambio o liberación de los males que afligen a la gente y todos rebosaban de alegría. Pero Felipe “no se arranca con los tarros”. Comunica a los Apóstoles de inmediato lo que está pasando con la evangelización en Samaría. Es un detalle sumamente importante porque revela que la misión nunca es propiedad individual del misionero de turno y que la Iglesia es una y vive esa unidad sustancial en la conciencia de estos misioneros de la primera hora. Los Apóstoles enviaron a Pedro y a Juan quienes confirman la fe de los recién convertidos rezando “para que recibieran el Espíritu Santo”. Realizan el gesto de la comunión eclesial: “Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo” (v.17). ¿Qué me enseña este relato? ¿Se puede ser cristiano sin Iglesia, sin comunidad? ¿Es el bautismo un asunto particular privado? ¿Se puede “creer a mi manera”?

                De la Primera Carta de Pedro

                ¿Cómo debe comportarse el cristiano en medio de una sociedad pluralista y no necesariamente creyente? No es una situación nueva por cierto. Hay épocas en que el tema es más agudo como aconteció a las primeras comunidades cristianas en medio adversos como el judaísmo y el paganismo del imperio romano. La segunda lectura de hoy nos sigue animando a sostener una conducta cristiana, incluso si el mantenerse creyentes significa persecución y hostigamiento. El estilo de vida que sigue el cristiano no coincide con otros estilos de vida que hay en el mundo, si quiere ser fiel a su Maestro y Señor. Puede ser que nuestra forma de vivir como cristianos produzca rechazo e incluso agresividad pero un criterio sano establece el autor de esta carta: “Honren a Cristo como Señor de sus corazones” (v. 15). Ya les ha dicho antes que “Esa es su vocación, porque también Cristo padeció por ustedes, dejándoles un ejemplo para que sigan sus huellas” (1Pe 2, 21). Ante el rechazo, el cristiano tiene la ocasión de defenderse ante quien le pide explicación de su esperanza, pero les dice: “háganlo con modestia y respeto, con buena conciencia” (v.16). Una recomendación de suma importancia en la actualidad, pues tenemos que reconocer el pluralismo religioso para no caer en los fanatismos demoledores de la convivencia pacífica. Se trata de mantener firme la fe pero sin confusiones ni intransigencias. ¿Qué me enseña este pasaje? ¿Qué significa para mí “sufrir con Cristo”? ¿Doy testimonio del bien obrar según el ejemplo de Jesús? ¿Llevo en la práctica un estilo de vida evangélico? ¿O tiendo a acomodarme a todo lo que oye decir o hacer? ¿Hago discernimiento de valores, criterios y acciones desde el evangelio?

                Del evangelio según san Juan

                El evangelio de hoy es la continuación del mismo capítulo 14 que comentamos el domingo pasado. Se trata de la promesa del Espíritu Santo que el mismo Jesús promete que pedirá al Padre que mande a los suyos “otro Paráclito” (v. 16). El término griego que equivale al latino de ad-vocatus se traduce como abogado defensor. ¿Quién es el primer Paráclito ya que Jesús dice que pedirá al Padre que envíe “otro Paráclito”? Y si hay “otro” debe haber uno primero. El primer Paráclito es Jesús, el Hijo hecho hombre en el vientre purísimo de la Virgen, porque vino a defender al hombre del acusador por esencia, el Demonio. Cumplida su misión redentora como defensa a favor del hombre, Cristo vuelve al Padre y éste envía al Espíritu como Defensor y Consolador, para que permanezca para siempre con los creyentes, habitando dentro de cada uno y de la comunidad. El Espíritu Santo viene para unir y fortalecer a la comunidad de los discípulos. Y este es el primer paso para prepararla  para su lucha contra el mundo y lo mundano, lo opuesto a Cristo y a su Buena Nueva. En esta lucha o confrontación, el Espíritu tendrá un papel central porque fortalecerá y defenderá a los discípulos amagados por el mundo malo.

                Notemos que con la Venida del Espíritu Santo es posible una relación entre Dios Padre y los discípulos, gracias a la mediación del Hijo y del Espíritu Santo, una relación íntima de reciprocidad. Así dice Jesús: “Aquel día comprenderán que yo estoy en el Padre y ustedes en mí y yo en ustedes” (v. 20). Pero esta comunión trinitaria es sólo posible bajo una condición esencial: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos” (v.15). Es la misma que repite el texto al final: “Quien recibe y cumple mis mandamientos, ése sí que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él” (v. 21). Esto quiere decir que sin el amor a Jesús, lo que se manifiesta en la observancia de los mandamientos, el hombre queda fuera de la comunión trinitaria, se encierra en sí mismo y pierde la capacidad de recibir y comunicar a Dios. No olvidemos que estas maravillosas palabras fueron pronunciadas en el ámbito de la última cena de Jesús con los suyos. Y tienen la fuerza para comprender que este admirable sacramento nos introduce, una y otra vez, en el ámbito de la misteriosa comunión trinitaria de cada uno y de la comunidad. En verdad se cumple cabalmente la palabra de Jesús: “No los dejo huérfanos, volveré a visitarlos” (v. 18). El “otro Paráclito”, “el Espíritu de la verdad” será memoria constante del amor de Jesús y del Padre y eso significa estar en la verdadera vida divina.

                Revisemos nuestra relación personal y comunitaria con Cristo, si efectivamente está marcada por el amor a Él, si se sustenta en una profunda e íntima relación de amor con Él y si estamos inmersos en el dinamismo de la comunión trinitaria. “Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos” es la doxología que sintetiza la gran acción de gracias eucarística y el amor-comunión de las divinas personas de la Santísima Trinidad. “Una auténtica propuesta de encuentro con Jesucristo debe establecerse sobre el sólido fundamento de la Trinidad – Amor. La experiencia de un Dios uno y trino, que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio del otro”, dicen los obispos en Aparecida (DA 240).

                Un saludo fraterno y que el Señor nos bendiga con su gracia.

                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

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