5° Domingo de Pascua. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

5° Domingo de Pascua. Comentario del Evangelio

Domingo 14 de Mayo, 2017

 
¿Qué condiciones se requieren para ser y permanecer como discípulo de Jesús? Hoy el evangelio nos plantea una cuestión muy importante y trascendente: la decisión de cada uno frente a Jesús. No pueden pretender los discípulos seguir gozando de la presencia física de su Maestro.

5° DOMINGO DE PASCUA (A)

 AÑO DE CRISTO REDENTOR

 “Los Apóstoles, reunidos en torno a Jesús en el cenáculo, después del anuncio de la traición de Judas, de la negación de Pedro y de la partida inminente del Maestro, quedan profundamente impresionados. El desconcierto y el miedo se ciernen sobre la comunidad, que empieza a percibir la sensación de un trágico acontecimiento. Jesús lee en el rostro de sus discípulos una fuerte turbación y, en su desorientación, un peligro para su fe. Por estos motivos les dirige estas palabras:”No estén angustiados. Confíen en Dios y confíen también en mí” (Jn 14, 1). El único remedio válido contra la angustia es la fe. Jesús les pide a los suyos que crean en Él con todo su corazón y con toda su alma” ( Giorgio Zevini, Evangelio según san Juan, p. 356).

Textos

Hch 6, 1-7            “Elijan a siete hombres de buena fama, dotados de Espíritu”.

Sal 32, 1-2.4-5.18-19                 Señor, que descienda tu amor sobre nosotros.

1Pe 2, 4-10         “Los que antes no eran pueblo, ahora son pueblo de Dios”.

Jn 14, 1-12          “Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie va al Padre si no es por mí”.

                Siempre es doloroso despedirse y no es fácil comprender la separación de los seres queridos. Es la experiencia de Jesús y sus discípulos. Él les anuncia que debe partir para volver al lado del Padre de donde ha venido para estar con nosotros. El clima que rodea a los discípulos no es de los mejores, porque les domina la angustia, el sentido de soledad y abandono, de inseguridad y separación con Aquel que han aprendido a querer e introducirlo en sus vidas de tal modo que llegan a “echarlo de menos”. La tristeza es un sentimiento humano que muchas veces nos invade el alma y es sobre todo potente cuando experimentamos la ausencia del ser querido. Ese es el clima que rodea nuestra vida cuando no estamos con Jesús, cuando nos quedamos sin fe en Dios y en Él. La virtud sobrenatural de la fe es la virtud de la misteriosa compañía de Dios con nosotros. El hombre moderno ha dado la espalda a Dios y se ha quedado rumiando su terrible soledad. Inútilmente intenta disimular su orfandad buscando y apoderándose de las cosas materiales que tampoco llenan el vacío interior. La soledad y aislamiento de nuestro tiempo es el resultado del descarte de Dios y de su Hijo Jesús. La fe nos conecta, nos vincula, nos hace plenos, nos lanza al inmenso océano del amor divino que siempre es también humano. Eso significa vivir en una comunidad fraterna como la Iglesia, la comunidad cristiana, la comunidad religiosa, la comunidad educativa, la comunidad mercedaria, etc. La fe nunca es una afirmación solitaria de un Dios “a mi manera” sino es la integración positiva y alegre en una comunidad con otros que creen en Dios y creen en Jesucristo.

                Entremos en el maravilloso mundo de la Palabra de Dios. Dejémonos sorprender por la belleza de la verdad, de la vida y del camino que podemos gozar en la Persona de Jesús, muerto y resucitado, tal como nos lo propone el Evangelio de hoy.

                Del Libro de los Hechos de los Apóstoles

                Es la primera historia de la Iglesia, obra del gran evangelista médico San Lucas. Descubrimos lo que la fe en el Señor, muerto y resucitado, va produciendo en el mundo a través de la predicación de los Apóstoles, testigos del Resucitado. Con el capítulo 6 comienza otra parte de los Hechos. Un nuevo grupo emerge en la Iglesia de Jerusalén: los helenistas. El texto de la primera lectura de hoy nos ayuda a comprender que la construcción de la comunidad cristiana no estuvo exenta de dificultades por tratarse de seres humanos. Y de ahí que las dificultades en algún momento quedarían al descubierto. Sabemos que había dos grupos en la comunidad: los de lengua griega o “helenistas” y los de lengua hebrea o “judíos convertidos”. El problema concreto que los primeros manifiestan es que sus viudas son desatendidas en la distribución diaria de los alimentos. El problema parece trivial pero revela un problema más de fondo como lo muestra la reunión general que convocan los Apóstoles. Éstos proponen una solución que todos aceptan: la elección de siete servidores o diáconos helenistas como lo señalan sus nombres griegos. Su tarea es distribuir los alimentos a las viudas “helenistas”. Los Apóstoles se dedicarán a la oración y al ministerio de la predicación de la Palabra de Dios. Elegidos los siete “helenistas”, los Apóstoles, después de orar, les imponen las manos. Mediante este gesto les trasmiten el encargo y la gracia de Dios para cumplirlo. La imposición de manos es la comunicación del espíritu del que las impone sobre quien le son impuestas. Mediante este gesto se le confiere una misión y un ministerio. Construir la Iglesia no es nunca fácil porque en su misma esencia está la diversidad de razas, de culturas, de idiomas, de posición social, etc. Sólo en el diálogo, el discernimiento, la oración, la reflexión y la apertura sincera es posible encontrar soluciones viables y saludables. Hacer comunidad es una grande tarea común.

                De la primera carta de Pedro

                El texto de esta segunda lectura nos ofrece la imagen bíblica de la piedra. Los versículos 1-3 con que comienza este capítulo 2 se refieren a la imagen de una comunidad de discípulos - niños recién nacidos que se alimentan con la leche espiritual “para crecer sanos”. Luego entra el autor al tema de la piedra, una imagen de resonancias bíblicas importantes. Famosa es la roca de la cual Moisés hizo brotar agua para el pueblo sediento en el desierto. En los evangelios se compara la doble casa construida sobre arena o sobre roca y sirve para señalar que la vida del discípulo se edifica sobre sí mismo o sobre la roca, Jesucristo. Jesucristo es “piedra de tropiezo”, es decir, ineludible en el camino del hombre. Dos son las aplicaciones importantes de la roca: designa a Jesucristo, roca espiritual de donde brota la vida nueva, y designa a Cefas – Piedra referida a Pedro como roca sobre la cual  Jesús quiere edificar su Iglesia. Sea la imagen de la roca o de la piedra, sirve para señalar la solidez o firmeza y la unicidad,  para referirse a Dios como roca o piedra Israel. Jesucristo es la piedra angular sobre la cual se edifica y en tal sentido los cristianos son piedras vivas del templo de Dios, cohesionado y unido por la piedra angular. La imagen de la piedra viva, Jesucristo y las piedras vivas, los cristianos, sirve para describir un discipulado maduro en todo sentido, humana y espiritualmente, capaz de ser y vivir como pueblo de Dios. Entonces ¿habrá “discípulos y discípulas como niños/as recién nacidos” en estado de infantilismo e inmadurez, que forman comunidades con las mismas características? O ¿habrá discípulos/as con la adecuada madurez integral, con solidez y maciza unidad interior como la piedra, capaces de forman comunidades sólidamente fundadas en los valores del Reino? ¿Sobre qué estamos edificando nuestra vida personal y comunitaria? Es un tema de indudable actualidad a todo nivel, ya que nuestros modelos de referencia social son adolescentes exitosos, que tocan las estrellas con tal facilidad que muy rápidamente caen a los profundos abismos de la desesperación.

                Evangelio de San Juan

                ¿Qué condiciones se requieren para ser y permanecer como discípulo de Jesús? Hoy el evangelio nos plantea una cuestión muy importante y trascendente: la decisión de cada uno frente a Jesús. No pueden pretender los discípulos seguir gozando de la presencia física de su Maestro. Hay que enfrentar el proceso normal de la humana condición que Jesús, el Hijo del Padre, ha asumido: hay que partir, hay que morir. Y  Jesús enfrenta su propio destino amarrado al Padre, unido a la voluntad soberana de su Padre, voluntad que quiere cumplir hasta el fin y en todo su rigor y exigencia. Los discípulos no entran en esta sintonía que su Maestro comienza a ver cada vez más cerca. “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya” clama desde lo más hondo de su ser humano y divino en el huerto de los olivos.

                Jesús les asegura a los suyos, angustiados e inquietos, que también ellos alcanzarán su mismo destino: serán moradores de la casa del Padre. Él debe partir para prepararles las habitaciones. Deben aprender a enfrentar solos la misión que les deja, por cierto nada fácil para hombres frágiles y miedosos. Ese paso de la cercanía humana de Jesús con ellos a otra situación donde ya “no le verán” como acostumbraban, es ciertamente un paso necesario para que crezcan y enfrenten la vida y misión que les encomienda. Mientras se quedan aquí en la tierra de los hombres, tendrán que seguir el camino que Él les ha señalado claramente. Ellos conocen la dirección general hacia donde deben caminar pero el paso a paso, el día a día, requiere de cada uno una decisión personal de cada momento. Efectivamente Jesús tiene razón al decirles: “Ustedes ya conocen el camino para ir a donde yo voy” (v. 4) pero también es cierto lo que indica Tomás: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino? (v. 5). Porque sólo una fe, una adhesión radical y madura, puede ayudar a comprender que Jesús es el camino para ir al encuentro con el Padre. Los apóstoles  y discípulos deben estar dispuestos a hacer un largo camino que les lleve a “meterse” en el mismo misterio de Jesús, el de la intimidad de éste con el Padre, porque “nadie va al Padre si no es por mí” (v.6). Esto es fácil decirlo pero no es lo mismo vivirlo en la fe y entrar a esa casa del Padre. Jesús es “la puerta por donde se entra y se sale” en la comunión con el Padre.

                La inquietud de Felipe es también la nuestra: “Señor, enséñanos al Padre y nos basta” (v.8). La respuesta de Jesús es nítida y siempre actual. Al Padre no lo veremos cara a cara aquí en esta tierra sino en la casa del Padre, en la meta final de nuestra vida. Ahora lo vemos en la cercanía y contemplación de Jesús, en su Persona, en sus palabras y acciones porque “quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (v. 9). Por eso, Jesús no es un fundador o reformador de una religión como tantas otras. Jesús es la única posibilidad de un verdadero encuentro con el misterio definitivo que atrae al hombre sin agotarse jamás, la comunión íntima de Jesús con su Padre y nuestra entrada en ella a través de la aceptación de Jesús como el “revelador máximo” del misterio definitivo de Dios y de la vocación trascendente del hombre.

                Leamos este evangelio pausadamente y dejemos que su profunda verdad cale nuestra vida y nos ayude a vivir con plenitud tan admirable intercambio entre Dios y el hombre a través de su Hijo Amado. La vida cristiana es un caminar en fe entrando poco a poco en la hondura del misterio de amistad y comunión con Dios Padre en Cristo por su Espíritu. Y en esta comunión se inscribe el amor fraterno, ya que toda comunidad tiene su origen y modelo en el misterio de la Santísima Trinidad.

                Que tengan un buen domingo y muchas felicidades a las madres en su día. Que ellas ayuden a sus hijos a entrar en esta experiencia de Dios, tan importante para la configuración de la personalidad integrada y abierta al Otro y a los otros.

                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.   

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